domingo, 28 de octubre de 2012

Dios tiene esposa y vive en Corea

Dios tiene esposa y vive en Corea

Zang Jah Gil, "la esposa de Dios"
Zang Jah Gil, "la esposa de Dios"
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx) Cuando Dios creó el mundo no estaba solo, sino con su esposa. Es absurdo pensar que si tenemos un Dios padre no contemos con una madre. Ella está viva, es la segunda venida de Dios a la tierra en un cuerpo humano.
Un joven moreno de unos 25 años se sienta frente a mí en un diminuto cuarto. Las paredes  están desnudas. No hay mucho alrededor, sólo una mesa casi desierta. Encima de ella hay una Biblia. La abre y me pide leer en voz alta un pasaje. Apenas termino de hacerlo, selecciona otro párrafo y me sugiere repetir la acción. Cada enunciado está encaminado a lo mismo: Dios tiene una esposa y nosotros una madre.
Si bien este joven no tiene un solo rasgo oriental, escucho que arrastra las palabras con ciertos tonos mandarines. Como herramienta para mostrase empático,  cada que termina un enunciado me muestra en automático sus dientes de mazorca, a manera de sonrisa.  “¿Comprendes?”, me pregunta incesantemente cuando leo un párrafo bíblico.
Me siento como cuando estudiaba las lecciones de primaria con mi madre. Apenas leo un párrafo, mi interlocutor me pregunta por la enseñanza aprendida. Si no contesto como él quiere, me hace repetirlo. Por momentos suena persuasivo. Le pregunto por qué debemos creer que esa biblia es la palabra de Dios, le recuerdo que todas las sectas y religiones hablan de lo mismo, de un castigo eterno si no creemos en sus enseñanzas. Para cada duda tiene un párrafo listo para ser usado a su favor.
Pero esta historia no se trata de mí, sino de Rubén Vargas Negrete, quien el tres de noviembre de 2008 fue reportado como desaparecido ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. ¿Quién se lo llevó? Los miembros de esa secta, me aseguran su madre, Gloria Negrete, y su esposa, Rosalba Ávila.
En noviembre de 2006 unos coreanos tocaron a la puerta de la familia Vargas. Convencieron a Rubén, entonces padre de una niña de siete años y de un niño de cinco, de asistir a las reuniones de la Iglesia de Dios Sociedad Misionera Mundial, con sede en un local de la calle de Mar Okhotsk sin número, a unos pasos del Metro Tacuba, en la ciudad de México.
Rubén no era alcohólico, ni siquiera fumaba. Practicaba deporte con regularidad. Trabajaba con su padre vendiendo dulces en una camioneta y daba clases de batería en su casa. Como esposo tampoco dio pie a quejas de infidelidad o irresponsabilidades. Todo esto cambió desde que entró en la secta.
Primero pidió permiso para no trabajar los sábados, pues es el día de guardar de ese credo. Después comenzó a ausentarse de casa. Desde temprano se iba a la iglesia. Dejó de aportar dinero para la manutención de sus hijos, no se contaba con él para nada. Hasta que abandonó a su familia definitivamente.
“Todas las noches hacían juntas y les daban algo a tomar, pero no sé que es”, declaró su esposa a la Fiscalía Central en Dirección General de Atención a Víctimas del Delito, indagatoria número DGAVD/CAPE/T3/01161/08-11.
Me cuenta en entrevista: “Lo tenían engañado que supuestamente en 2012 se acaba el mundo y que él para poder salvarnos tenía que integrarse con ellos y en el cielo atendería a sus hijos”. Su madre respalda la versión: “Le pedían dinero al mes, aparte del diezmo. A mi nuera le empezó a faltar el dinero. Después dejó el trabajo”.
Actualmente los padres de Rubén mantienen a sus nietos. Su esposa vende lencería para completar los gastos de la casa. Desde hace cuatro años los menores no ven a su padre.
Lejos de ser un caso aislado, la historia de Rubén es común dentro de la secta. Este culto fue fundado en 1964 en Corea del Sur por Ahn Sahng-hong, conocido entre sus adeptos con el nombre de “El Cristo”. Este credo inició como una escisión de la Iglesia Santidad (Adventista del Séptimo Día).
El liderazgo de Ahn Sahng-hong fluyó en su país junto con decenas de coreanos que se hacían pasar por profetas y dioses encarnados. Este dirigente predijo equívocamente y en dos ocasiones la segunda venida de Cristo, en 1967 y 1988.
Sin ver cumplir sus profecías, murió en 1985, pero fue con su segunda esposa, Zang Jah Gil, que la secta creció exponencialmente. En 1988 el número de adeptos era de diez mil y actualmente rebasa el millón 750 mil miembros repartidos en 2 mil 200 iglesias con sucursales en 150 países, según la información oficial del culto. En nuestro país tienen templos en el Estado de México, Morelos, Puebla, Nuevo León, Jalisco y el Distrito Federal.
Veneran a Zang Jah Gil como la esposa de Dios y madre de los creyentes. Aseguran que este mismo año se terminará el mundo y ella sólo salvará a quienes le tienen fe. Con obsesión, insisten en que la Biblia en numerosos pasajes hace referencia a que el paraíso eterno sólo lo entregará Dios Madre.
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida  gratuitamente”, cita Apocalipsis-22 en su versión bíblica. Usan también Génesis 1:26-27 como argumento para apuntalar su doctrina: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme nuestra semejanza”. Para ellos, el plural es prueba de que Dios creó al mundo en compañía de su esposa.
En otro de sus panfletos, refieren: “La explicación bíblica de que el Padre y la Madre de las almas, esto es Dios Padre y Dios Madre, vengan en forma humana en los últimos días y guíen a los pueblos del mundo a la vida, nos da una fresca sorpresa y tiene mucho poder de convicción en los hombres”.
El martes pasado fui a la sucursal de Tacuba. Festejaban una celebración especial para el perdón de los pecados.  En un salón en la planta alta observé a unas cien personas. Las mujeres estaban cubiertas por un velo y sentadas aparte de los hombres, pues así lo manda la Biblia, según ellos.
Ese festejo utilizaba muchos cánticos y algunas oraciones en coreano. En las paredes están colgadas las imágenes de Zang Jah Gil en diversas facetas: fotografiada con los creyentes, en alguna obra de caridad o a la cabeza de una montaña de personas.
El joven que fue encomendado como mi guía no se separó de mí en ningún momento. Me insistía en que cantara los versos de la ceremonia y ponía frente a mis ojos los libros de oraciones. Me sugería que copiara la forma de colocar las manos de los demás. También me pidió confesar mis faltas en público, como lo hacía el resto de los creyentes.
Al finalizar la ceremonia me llevó nuevamente a una oficina aparte, donde me recetó otra cantaleta de párrafos y párrafos bíblicos para convencerme de que Dios también es mujer. Al final me pidió mis datos personales y me solicitó concretar una cita nuevamente esa semana, para continuar con mis “estudios”.
A partir de 1990 esta secta comenzó a crecer exponencialmente en todo el mundo. Reportes periodísticos, testimonios de exfeligreses y documentales exhiben la misma historia que ocurre con los ritos extremos: familias separadas, trabajos forzados, presión psicológica, fraudes, creencias irracionales…
De no ser por mi carácter agnóstico, en algún punto mi “guía” pudo haberme convencido de su doctrina. Sonaba apasionadamente seguro. Me mostraba libros en inglés, citas, referencias históricas. En ese punto pensé en lo perverso de las sectas, en sus finas estrategias de manipulación, en por qué por más irracionales que suenen sus credos, ganan y ganan adeptos.
También me alarmé: ¿Cuántas personas con poca preparación académica caen en las garras de esta secta?, ¿cuántos mexicanos en crisis son engañados por estos credos que les prometen salvación eterna?, ¿cuántas madres no han vuelto a ver a sus hijos por estos desalmados cultos?, ¿cuántos jóvenes no regresaron nunca a casa por creer en falsos Mesías?, ¿hasta cuándo el gobierno federal comenzará a vigilar todos los abusos que se cometen en nombre de Dios?, ¿qué está haciendo para impedir una tragedia colectiva del tipo Waco o Jonestown?, ¿cuántas Nueva Jerusalén hay en el país?

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