WASHINGTON.-
Con la forma del típico birrete de graduado universitario, el pin dice
"debo 45.000 dólares" y lo lleva en la solapa una camarera de
restaurante. Se llama Olivia y su historia es parecida a la de otros
millones de estudiantes o graduados de este país que hoy, con trabajos muy lejos de la expectativa profesional para la que estudiaron, no saben cómo pagar la deuda que acumularon en el proceso.
En conjunto forman lo que se conoce como "la burbuja del crédito
universitario". Una amenaza de default que ha crecido como una bola de
nieve imparable, al ritmo también del aumento del costo de estudiar en
una universidad norteamericana.Estimaciones privadas y oficiales la sitúan ya cerca de 1,3 billones de dólares, lo que significa más de lo que todos los norteamericanos les deben a sus tarjetas de crédito.
"Es la primera vez que la deuda académica supera ese tope y el tema es preocupante", dijo a LA NACION Jeremy Kaplan, quien colaboró en la cuestión con equipos del Partido Demócrata durante la campaña que llevó a la reelección de Barack Obama hace ya un año.
"No sólo nosotros. En ese momento también los republicanos de Mitt Romney buscaron la forma" de hablarle a un electorado que, acuciado por la deuda, no podía tomar decisiones en paz.
La dimensión del problema no escapa a nadie, como tampoco las dificultades para abordarlo. En los Estados Unidos, el país de las grandes universidades, esta generación es la más endeudada de la historia.
La carga pone muy en duda la percepción del llamado "sueño americano", según el cual quien se esfuerza -en el estudio o en el trabajo- ve recompensado su esfuerzo y alcanza el éxito.
"Eso parece más difícil hoy para estos graduados o para quienes, incluso, tuvieron que dejar la carrera antes de tiempo para ponerse a trabajar, pero igual están endeudados por esos años de capacitación inconclusos", dice Kaplan.
Los datos que aporta le dan la razón. La deuda promedio de un estudiante ronda hoy los 40.000 dólares, con picos que llegan a los 100.000. Son más de siete millones los que necesitan refinanciarlos, con la agravante de que, en la primera década del milenio, los ingresos medios de los licenciados de entre 25 y 34 años cayeron un 15%.
La Reserva Federal, que periódicamente hace una medición de esa deuda, admite que el 15% de la población debe préstamos de estudios superiores y que dos terceras partes están en manos de personas de menos de 30 años.
Eso, sobre la base de que el costo anual de estudio y alojamiento en una universidad promedio de los Estados Unidos oscila entre los 30.000 dólares al año para un campus público y los 41.000 para uno privado.
"La deuda estudiantil se está convirtiendo en un problema serio para el futuro de los jóvenes, así como el de sus familias", determinó un estudio del reconocido centro Pew, publicado el miércoles pasado.
El problema no es nuevo. Cuando, en plena campaña de reelección, Obama empezó a reconocerlo, reveló que él y su mujer, Michelle, llegaron a acumular una deuda conjunta de 120.000 dólares cuando terminaron su carrera. Una cifra que terminaron de pagar muchos años después, cuando él ya estaba en el Senado. "A Michelle y a mí nos ha ido bien", ironizó el presidente. "Pero sé que no es el caso de todos", admitió.
Obama tuvo que salir al toro cuando, hace tres años, la protesta juvenil de Occupy Wall Street tomó numerosas plazas del país con campamentos de quienes, entre otras cosas, protestaban por cargar con deudas que consideraban imposibles de pagar por un bien universal, como el de la educación. "En cierto modo, era gente que se consideraba estafada por un esfuerzo de empresarios con intereses en la educación y banqueros por convertir a esa actividad en un mercado de lucro", dijo a la CNN Jonathan Casas, un ingeniero que egresó hace diez años de la Universidad de California y que integró aquellas jornadas de protesta.
La presunción se basa en la percepción del negocio que pudo hacer la industria financiera promoviendo préstamos casi del mismo modo en que las hipotecas tramposas llevaron a millones de familias a meterse en un lodazal con el que luego estalló la crisis de 2008.
"Me pasé cinco años estudiando literatura. Pero lo que me pagan por dar clases no alcanza para cubrir el alquiler, la vida y el pago de la deuda que aún tengo encima", dice.
"El día que mi hijo quiera estudiar, le diré que lo piense bien", confesó Olivia, la camarera, acaso arrepentida de haberse metido en una aventura que -hasta ahora- más que satisfacciones le implica una carga amarga.
Lejos de convalidar ese discurso, el gobierno, con Obama a la cabeza, sostiene que la educación superior para jóvenes y trabajadores es "lo más importante" para superar la crisis económica.
Pero, más allá de los retoques crediticios que pudo haber aportado, parece dispuesto ahora a meter mano en el asunto con la elaboración de un ranking oficial de universidades que ha levantado ampollas en prestigiosas sedes educativas.
"Tenemos el mejor sistema de educación superior en el mundo. Pero es bastante ineficiente en materia de salida laboral", dijo el secretario de Educación, Arne Duncan, al participar en un almuerzo con corresponsales -entre ellos, LA NACION - en el National Press Club de esta ciudad.
En esencia, lo que el plan impulsa es un sistema de becas estatales que se otorgarán, en forma prioritaria, a quienes estudien en universidades que tengan menor costo de matrícula y mayores índices no sólo de graduación, sino, también, de localización en empleos acordes con la preparación del graduado.
Si todo va bien, entraría en vigor el año que viene. Pero ya hay quienes lo llaman algo así como el "Obamacare de la educación", en referencia a la controvertida reforma sanitaria del presidente. Y prometen dar batalla para resistirlo.
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