Jan Martínez Ahrens
México
13 JUN 2014 -
Las tórridas andanzas del que fuera presidente del PRI en el Distrito
Federal de México, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, conocido como el
Príncipe de la Basura, han tocado a su fin. El incómodo representante de
la vieja guardia, que arrastra una biografía cargada de oscuras tramas
sexuales, se ha visto obligado a presentar la dimisión ante su inminente
expulsión del partido por un escándalo de prostitución en las mismísimas dependencias del PRI.
Desde qué surgió el caso, hace dos meses, Gutiérrez de la Torre se ha
revuelto como una fiera herida contra sus acusadores. Pero poco han
podido sus desmentidos y ataques frente a las grabaciones periodísticas que
destapaban cómo, mediante anuncios en prensa y una reclutadora del
propio partido, contrató como para puestos de oficinistas a mujeres a
las que, tras tomarles las medidas, se les pedía que se prestasen a sus
deseos sexuales.
La caída de Gutiérrez de la Torre, más allá del ruido que acompaña al caso, le sirve al presidente, Enrique Peña Nieto, para buscar un candidato afín con el que recuperar el Distrito Federal, un territorio fundamental en la política mexicana y que desde 1997 está en manos del PRD, la izquierda. El golpe de autoridad apuntala además su mensaje de que la formación que renació de sus cenizas en 2012 poco tiene que ver con el antiguo partido que hizo de la política su monopolio y toleró todo tipo de prácticas corruptas. Gutiérrez de la Torre, a los ojos de muchos renovadores del PRI, representa ese pasado turbulento.
Nacido en 1968, el dimitido líder ha vivido en un universo excesivo desde temprana edad. Su padre, Rafael Gutiérrez Moreno, logró en los años sesenta, durante el vertiginoso crecimiento de la Ciudad de México, hacerse con el control de los llamados pepenadores, los miles de parias que viven de rebuscar en la basura material para su venta. Por esta vía amasó una enorme fortuna que le valió el sobrenombre de El Rey de la Basura y la sospecha generalizada de que era un financiador del PRI, partido que le elevó a diputado federal en 1979, en la época del presidente José López Portillo. Hombre de una desaforada voracidad sexual (según testimonios cercanos, presumía de tener 56 hijos), murió en 1987 en su propia mansión al recibir tres balazos de un asesino pagado por su compañera Martha García. La acusada, cuando fue detenida, alegó que el fallecido era un pervertido que llevaba años violando a las mujeres de la familia. El lacónico comentario sobre la víctima que lanzó el entonces jefe de la policía del Distrito Federal sonó como un cuarto tiro: “Era un degenerado, mafioso y violador”.
El origen del último caso fueron otra vez anuncios en prensa. En ellos se pedía "personal femenino" para trabajar "en oficinas gubernamentales, con disponibilidad de horario”. Una periodista del equipo de Aristegui se hizo pasar por peticionaria de empleo. Y descubrió que, en las diferentes entrevistas de trabajo, primero tomaban nota de la talla y peso de las candidatas, luego pedían que “las niñas” llevasen vestidos ajustados y tacones para cambiarse dentro de las dependencias oficiales, y al final, ya en confianza, se les transmitía que entre sus funciones figuraba el sexo oral y vaginal con el líder. “No es diario ni a cada rato, ni te lleva a un hotel y hace contigo lo que quiere”, intentaba tranquilizar una reclutadora, según una grabación del programa de Aristegui.
Cuando se hizo público el asunto, el
PRI decidió apartar inmediatamente a Gutiérrez de la Torre del puesto y
abrir una investigación interna. El expediente está a punto de
terminarse. El veredicto, según fuentes del partido, será de expulsión.
Gutiérrez de la Torre, quien ambicionaba para sí un puesto de “general”
en el PRI, ha presentado la renuncia al puesto, aunque no a la
militancia. La maniobra busca calmar las aguas mientras toma posiciones.
Pero fuentes del PRI han
señalado que, en tanto siga afiliado, el proceso de expulsión seguirá
su curso. Entretanto ha asumido la presidencia con carácter interino
Israel Betanzos, hasta ahora secretario general y considerado un
seguidor del defenestrado Gutiérrez de la Torre. Su próximo paso es
preparar la elección del nuevo presidente.
La caída de Gutiérrez de la Torre, más allá del ruido que acompaña al caso, le sirve al presidente, Enrique Peña Nieto, para buscar un candidato afín con el que recuperar el Distrito Federal, un territorio fundamental en la política mexicana y que desde 1997 está en manos del PRD, la izquierda. El golpe de autoridad apuntala además su mensaje de que la formación que renació de sus cenizas en 2012 poco tiene que ver con el antiguo partido que hizo de la política su monopolio y toleró todo tipo de prácticas corruptas. Gutiérrez de la Torre, a los ojos de muchos renovadores del PRI, representa ese pasado turbulento.
Nacido en 1968, el dimitido líder ha vivido en un universo excesivo desde temprana edad. Su padre, Rafael Gutiérrez Moreno, logró en los años sesenta, durante el vertiginoso crecimiento de la Ciudad de México, hacerse con el control de los llamados pepenadores, los miles de parias que viven de rebuscar en la basura material para su venta. Por esta vía amasó una enorme fortuna que le valió el sobrenombre de El Rey de la Basura y la sospecha generalizada de que era un financiador del PRI, partido que le elevó a diputado federal en 1979, en la época del presidente José López Portillo. Hombre de una desaforada voracidad sexual (según testimonios cercanos, presumía de tener 56 hijos), murió en 1987 en su propia mansión al recibir tres balazos de un asesino pagado por su compañera Martha García. La acusada, cuando fue detenida, alegó que el fallecido era un pervertido que llevaba años violando a las mujeres de la familia. El lacónico comentario sobre la víctima que lanzó el entonces jefe de la policía del Distrito Federal sonó como un cuarto tiro: “Era un degenerado, mafioso y violador”.
Este padre fue el
que crió con extrema severidad al pequeño Cuauhtémoc. El niño, como él
mismo ha reconocido públicamente, recibía de su padre fuertes castigos
físicos, incluidos varazos, pero también el aliento para entrar en
política. A los 14 años ingresó en el PRI, donde inició una agitada
carrera que le llevó a escalar, en su estilo torrencial, de un puesto a
otro.
Alineado en la
corriente de Cristian Vargas, llamado El Dipuhooligan por su afición a
romper las puertas de la asamblea legislativa cada vez que le cerraban
el paso, en 2003 apoyó que sus simpatizantes lanzasen sillas y huevos
contra una diputada rival. “Hubo huevo, como en Francia hay pasteles. No
es el mejor espectáculo, pero es mejor a que hubiera tubos o palos”,
zanjó el sulfuroso Gutiérrez.
En esos años, le estalló un primer escándalo sexual, cuando el periódico Reforma denunció que se hacía acompañar por una nube de edecanes (azafatas),
contratadas a través de anuncios en periódicos, a las que ofrecía
mejorar su remuneración a cambio de prostituirse. La acusación no
prosperó, pero cuando el programa de la conocida periodista mexicana
Carmen Aristegui destapó hace un mes el nuevo escándalo, llovía sobre
mojado.El origen del último caso fueron otra vez anuncios en prensa. En ellos se pedía "personal femenino" para trabajar "en oficinas gubernamentales, con disponibilidad de horario”. Una periodista del equipo de Aristegui se hizo pasar por peticionaria de empleo. Y descubrió que, en las diferentes entrevistas de trabajo, primero tomaban nota de la talla y peso de las candidatas, luego pedían que “las niñas” llevasen vestidos ajustados y tacones para cambiarse dentro de las dependencias oficiales, y al final, ya en confianza, se les transmitía que entre sus funciones figuraba el sexo oral y vaginal con el líder. “No es diario ni a cada rato, ni te lleva a un hotel y hace contigo lo que quiere”, intentaba tranquilizar una reclutadora, según una grabación del programa de Aristegui.
El origen del caso fueron anuncios en prensa en los que se pedía "personal femenino" para trabajar "en oficinas gubernamentales"
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