En un rincón de México cualquiera puede ser médico o ingeniero
En una plaza del DF venden actas de nacimiento apócrifas por solo 22 dólares y títulos universitarios falsos por cerca de 380
En México no hace falta ir a la universidad para ser abogado, ingeniero, médico o arquitecto. “Con dinero todo se puede”, dice Ricardo, que dibuja en su rostro moreno una discreta sonrisa.
Ricardo atiende un pequeño taller donde hay cuatro impresoras, un ordenador y distintos tipos de papel apilados en una estantería. Su negocio es falsificar actas de nacimiento, títulos profesionales, carnés, licencias de conducir, pasaportes. El olor a tinta inunda el sitio.
No trabaja solo, su padre y su hermano son los encargados de traer a los clientes. “¿Qué buscas?, ¿algo en especial, un documento, una factura?”, espetan desde el filo de la acera entre el ir y venir de la gente que camina por las calles aledañas a la Plaza de Santo Domingo, el centro de distribución de documentos apócrifos por excelencia en el país.
“Lo que quieras, aquí te lo hago”, dice Ricardo sin tapujos. “¿Quieres un título, de qué universidad?”, pregunta este joven de apenas 30 años. La entrada del sitio está resguardada por la imagen de un anciano delgado, con muletas, vestido con harapos y acompañado de dos perros. “Es San Lázaro, el santo de los pobres, el de los milagros”, afirma uno de los clientes que ha acudido a hacerse una credencial apócrifa de Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por la que paga 400 pesos (30 dólares).
Ricardo saca el móvil del bolsillo de su pantalón, le pide a su nuevo cliente que tome asiento y “clic”: la foto está lista. Le acerca una hoja de papel en blanco y un bolígrafo. Le pide que escriba su nombre completo y su firma. En menos de media hora tiene su identificación.
Ricardo y su familia no son los únicos que se lucran con la falsificación. Decenas de personas ofrecen el mismo servicio en Santo Domingo. La plaza, de estilo colonial, está rodeada por el templo del mismo nombre, el Palacio de la Santa Inquisición y el antiguo edificio de aduanas, que ahora ocupa la sede de la Secretaría (Ministerio) de Educación Pública (SEP), la institución que expide los títulos oficiales.
“En 1730, en este lugar los comerciantes pagaban los impuestos por la compra y venta de mercancías”, dice el cronista Carlos Vega. Los comerciantes, explica Vega, necesitaban que alguien les auxiliara con el papeleo. “Justo en los portales había gente que ayudaba con los trámites”. La aduana funcionó hasta 1887, aún en el Gobierno de Porfirio Díaz (que gobernó México entre 1877 y 1911, hasta el estallido de la revolución mexicana).
En una de estas casas antiguas opera El Pinocho, un tipo regordete, moreno y que no alcanza los 30 años. Para llegar con él basta con preguntar a cualquiera de las personas que está en la plaza o en las calles aledañas. Su trabajo es particular: con 150.000 pesos (cerca de 11.500 dólares) consigue un título universitario original. Explica que tiene de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional (IPN, otro de los centros de educación superior más importantes del país). “No puedo dejártelo más barato, porque hay que pagarle a mucha gente… si te urge te lo tengo en tres meses. Te doy el título y la cédula profesional [una credencial que da validez oficial a la persona con una licenciatura]”.
“Nos preocupa mucho, muchísimo la duplicación de documentos”, dice Jaime Hugo Talancón, responsable de la dirección general de profesiones, institución que depende de la SEP y que se encarga de la expedición de los documentos de estudios. En los últimos 14 años, esta institución ha detectado 6.949 documentos apócrifos, el 50% de ellos han sido cédulas profesionales. En México, el delito de falsificación se castiga con prisión de cuatro a ocho años de cárcel.
“Santo Domingo es el icono más folclórico, lo más pequeño de la imitación, duplicación de lo apócrifo. Hay miles y miles de páginas web en donde se ofrecen títulos de licenciatura, de doctorado”, asegura Talancón.
Por la mañana, esta plaza es un sitio apacible. La fuente, que no está en servicio, sirve de punto de reunión para ver los murales de Diego Rivera que decoran la sede de la SEP. Los coches de la policía hacen pequeñas guardias por la zona. Los comerciantes de comida callejera instalan sus puestos. En los portales, los viejos escribanos sacan sus máquinas viejas y sucias. Por la tarde, el mismo sitio se convierte en un mercadillo. Un murmullo de voces recorre el lugar. En su mayoría son coyotes: personas que cazan a los clientes. “La falsificación está a la vista, todo el mundo sabe qué es lo que sucede en este sitio y nadie dice nada”, se lamenta Vega.
Arturo [nombre falso] se ha retirado de todo este bullicio. “Hay mucha envidia y esto es igual que la droga: cuando te empieza a ir bien no falta quién te chingue”, comenta. Este chico de 25 años es todo un experto.
Se inició a los 20 años como ayudante de un falsificador del que aprendió algunas técnicas. Ganaba entre 20 y 30 dólares al día. Su tarea consistía en comprar el papel y las tintas para copiar cualquier documento. Al cabo de un año, puso un pequeño taller con un ordenador y una impresora. “Si se invierte 10.000 pesos (760 dólares) es mucho”, agrega.
Para que el negocio tire del carro no hace falta mucho esfuerzo. “Los clientes llegan solos, en un día puedes sacar tres o cuatro falsificaciones y en menos de un mes recuperas la inversión”, comenta Arturo. Los precios por un documento apócrifo varían. Por un título universitario se puede pagar hasta 380 dólares, por un acta de nacimiento 22 dólares, por un pasaporte hasta 1.140, según explica Arturo.
“Todo se puede falsear”, asegura. “Lo más demandado son los títulos profesionales, cédulas y licencias de manejo”, añade. “Me retiré porque el ambiente es muy pesado y luego si no le caes bien a alguien te avienta a la policía para que ponche (extorsione)”. En su casa aún guarda más de 3.000 archivos en su ordenador, todos diferentes, con los que hace documentos a conocidos. “Es solo un hobby”.
Ricardo atiende un pequeño taller donde hay cuatro impresoras, un ordenador y distintos tipos de papel apilados en una estantería. Su negocio es falsificar actas de nacimiento, títulos profesionales, carnés, licencias de conducir, pasaportes. El olor a tinta inunda el sitio.
No trabaja solo, su padre y su hermano son los encargados de traer a los clientes. “¿Qué buscas?, ¿algo en especial, un documento, una factura?”, espetan desde el filo de la acera entre el ir y venir de la gente que camina por las calles aledañas a la Plaza de Santo Domingo, el centro de distribución de documentos apócrifos por excelencia en el país.
“Lo que quieras, aquí te lo hago”, dice Ricardo sin tapujos. “¿Quieres un título, de qué universidad?”, pregunta este joven de apenas 30 años. La entrada del sitio está resguardada por la imagen de un anciano delgado, con muletas, vestido con harapos y acompañado de dos perros. “Es San Lázaro, el santo de los pobres, el de los milagros”, afirma uno de los clientes que ha acudido a hacerse una credencial apócrifa de Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por la que paga 400 pesos (30 dólares).
Ricardo saca el móvil del bolsillo de su pantalón, le pide a su nuevo cliente que tome asiento y “clic”: la foto está lista. Le acerca una hoja de papel en blanco y un bolígrafo. Le pide que escriba su nombre completo y su firma. En menos de media hora tiene su identificación.
Ricardo y su familia no son los únicos que se lucran con la falsificación. Decenas de personas ofrecen el mismo servicio en Santo Domingo. La plaza, de estilo colonial, está rodeada por el templo del mismo nombre, el Palacio de la Santa Inquisición y el antiguo edificio de aduanas, que ahora ocupa la sede de la Secretaría (Ministerio) de Educación Pública (SEP), la institución que expide los títulos oficiales.
“En 1730, en este lugar los comerciantes pagaban los impuestos por la compra y venta de mercancías”, dice el cronista Carlos Vega. Los comerciantes, explica Vega, necesitaban que alguien les auxiliara con el papeleo. “Justo en los portales había gente que ayudaba con los trámites”. La aduana funcionó hasta 1887, aún en el Gobierno de Porfirio Díaz (que gobernó México entre 1877 y 1911, hasta el estallido de la revolución mexicana).
En una de estas casas antiguas opera El Pinocho, un tipo regordete, moreno y que no alcanza los 30 años. Para llegar con él basta con preguntar a cualquiera de las personas que está en la plaza o en las calles aledañas. Su trabajo es particular: con 150.000 pesos (cerca de 11.500 dólares) consigue un título universitario original. Explica que tiene de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional (IPN, otro de los centros de educación superior más importantes del país). “No puedo dejártelo más barato, porque hay que pagarle a mucha gente… si te urge te lo tengo en tres meses. Te doy el título y la cédula profesional [una credencial que da validez oficial a la persona con una licenciatura]”.
“Nos preocupa mucho, muchísimo la duplicación de documentos”, dice Jaime Hugo Talancón, responsable de la dirección general de profesiones, institución que depende de la SEP y que se encarga de la expedición de los documentos de estudios. En los últimos 14 años, esta institución ha detectado 6.949 documentos apócrifos, el 50% de ellos han sido cédulas profesionales. En México, el delito de falsificación se castiga con prisión de cuatro a ocho años de cárcel.
“Santo Domingo es el icono más folclórico, lo más pequeño de la imitación, duplicación de lo apócrifo. Hay miles y miles de páginas web en donde se ofrecen títulos de licenciatura, de doctorado”, asegura Talancón.
Por la mañana, esta plaza es un sitio apacible. La fuente, que no está en servicio, sirve de punto de reunión para ver los murales de Diego Rivera que decoran la sede de la SEP. Los coches de la policía hacen pequeñas guardias por la zona. Los comerciantes de comida callejera instalan sus puestos. En los portales, los viejos escribanos sacan sus máquinas viejas y sucias. Por la tarde, el mismo sitio se convierte en un mercadillo. Un murmullo de voces recorre el lugar. En su mayoría son coyotes: personas que cazan a los clientes. “La falsificación está a la vista, todo el mundo sabe qué es lo que sucede en este sitio y nadie dice nada”, se lamenta Vega.
Arturo [nombre falso] se ha retirado de todo este bullicio. “Hay mucha envidia y esto es igual que la droga: cuando te empieza a ir bien no falta quién te chingue”, comenta. Este chico de 25 años es todo un experto.
Se inició a los 20 años como ayudante de un falsificador del que aprendió algunas técnicas. Ganaba entre 20 y 30 dólares al día. Su tarea consistía en comprar el papel y las tintas para copiar cualquier documento. Al cabo de un año, puso un pequeño taller con un ordenador y una impresora. “Si se invierte 10.000 pesos (760 dólares) es mucho”, agrega.
Para que el negocio tire del carro no hace falta mucho esfuerzo. “Los clientes llegan solos, en un día puedes sacar tres o cuatro falsificaciones y en menos de un mes recuperas la inversión”, comenta Arturo. Los precios por un documento apócrifo varían. Por un título universitario se puede pagar hasta 380 dólares, por un acta de nacimiento 22 dólares, por un pasaporte hasta 1.140, según explica Arturo.
“Todo se puede falsear”, asegura. “Lo más demandado son los títulos profesionales, cédulas y licencias de manejo”, añade. “Me retiré porque el ambiente es muy pesado y luego si no le caes bien a alguien te avienta a la policía para que ponche (extorsione)”. En su casa aún guarda más de 3.000 archivos en su ordenador, todos diferentes, con los que hace documentos a conocidos. “Es solo un hobby”.
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