La razón exasperada
Matadores de dragones
1. Origen del poder
De todo cuanto habla el hombre acerca del hombre lo que más deberíamos atender es aquello de lo que menos se trata, a saber, de su miseria, que es fruto de su pequeñez. La grandeza del hombre es una imagen forjada por el mismo hombre cuando se compara con otros seres a los que llama inferiores, para lo cual, previamente, los ha calificado como de inferiores. La astucia es el método más útil de esta especie en este período de su existencia caracterizado por la racionalidad, superadas otras épocas regidas por otros principios.
Los actos realmente grandes de los hombres son apreciados por su significado, pero lo que es tiempo de resaltar es lo que no se ha querido ver, su escasez. Evidentemente, la abundancia los haría imperceptibles. Deducir de la excepción una norma es fruto de la astucia mencionada de la que hace mayor uso que de la grandeza a la que sustituye.
El poderoso es aquel grupo que domina la sociedad de la que forma parte. No tiene que entenderse que se trate de grupos reducidos, eso ocurrió, en todo caso, en el pasado del cual no siempre tenemos datos para conocer los equilibrios o desequilibrios de las fuerzas sociales. Hoy, toda la sociedad está dividida en grupos de poder y, de alguna forma, todo el mundo pertenece a uno de ellos. Echar la culpa de los males del mundo a los poderosos, teniendo por tal concepto un concepto del pasado, es una astuta forma que tiene un grupo oponente de debilitar a ese grupo cuyo poder desea destruir para aumentar el propio.
Pero, en definitiva, tratándose de determinada cuestión (economía, justicia…) y de determinado círculo (Estado, familia…), se establece un poder. Cuando las tribus primitivas creyeron en el poder del brujo sobre las estrellas, éste ya se había encargado de establecer un origen celestial a la existencia material, es decir, una causa de su poder. La conclusión social sólo podía ser la de aceptar el poder del brujo.
El objetivo del poder es el mismo que el del hombre que le ostenta o detenta, la existencia y la subsistencia. El beneficio y su continuidad. El beneficio no nos ocupa. Para asegurarse la continuidad del poder se deshace de los contrarios. Los contrarios pretenden lo mismo, en definitiva, luchan. La lucha puede ser física, lógica o emocional.
2. El proselitismo: Persiguiendo el sentido
a) Cuando una persona comparte la misma ideología que un grupo, la integración en el grupo no proporciona demasiadas posibilidades de análisis, o se integra por coincidencia de intereses, como en una asociación profesional creada para ese fin, o por convicción ideológica, como en una iglesia, o por necesidad emocional, como en una secta.b) Poco puede hacer la violencia para convencer a una persona de adoptar determinada postura pero, mediante la fuerza, se la puede obligar a actuar en contra de su voluntad. Otra causa más determinante es la vinculación con otros miembros, como cuando los hijos acaban por pertenecer al equipo deportivo del padre. Finalmente, la pertenencia se produce buscando resolver cuestiones particulares, como trabajar en una empresa para buscar una solución laboral.
Cuando las tribus primitivas creyeron en el poder del brujo sobre las estrellas, éste ya se había encargado de establecer un origen celestial a la existencia material, es decir, una causa de su poder. La conclusión social sólo podía ser la de aceptar el poder del brujo.
c) La razón, en principio, sólo da argumentos a favor de una motivación. Lo interesante de la razón es cuando se emplea para tergiversar la verdad y se presenta razonadamente determinada idea como valiosa sin serlo. En algunos casos, es admirable la capacidad de interpretación del valor de la posición particular que tienen los defensores de una idea.Para llegar a un absurdo de esta naturaleza es necesario que el defensor posea alguna forma de autoridad o superioridad respecto de su interlocutor.
En un caso, lo que existe es un chantaje emocional pero efectuado de forma muy sutil. La amenaza ni se menciona, queda en el aire sin concretarse verbalmente pues el interlocutor entiende que se le está presentando una exposición razonada para que pueda ceder sin menoscabo de su imagen, es decir, sin que parezca idiota, pero lo que ocurre es que quien defiende esa idea posee alguna fuerza de la que podría hacer uso en el futuro. Es frecuente que en alguna asociación varios miembros voten (de forma continuada) en contra de sus intereses para quedar bien con el presidente.
Frente a este compromiso personal, que no llega a ser un chantaje emocional sino una deslealtad que le pondría en vergüenza al no asumir sus obligaciones hacia el grupo quedando sin honor, existe una convicción más real en el que la idiotez no hace falta salvarla pues está tan extendida que ya se toma como un valor y lo cuestionable es la verdad. Es el caso de los compromisos sociales. En el fondo, son dos versiones de la misma cuestión a diferente escala pero, mientras que en el círculo inferior el individuo todavía posee capacidad de razonar sobre los asuntos de que se trata y puede defender sus argumentos, en los círculos más amplios todo está ya establecido y no admite discusión. La sociedad es, de hecho, una falsificación de la verdad individual lo que produce que un sujeto consciente de sí mismo reclame sus derechos frente a la sociedad que los niega. Éste, frente a un tercero, puede exponer sus razones y ser comprendido. Pero, cuando el tercero referido acude a alguien que no ha oído los argumentos de nuestro sujeto ni le interesa oírlos, se encuentra frente al mundo social que se opone a sus pretensiones y que no puede rechazar porque sería la sociedad la que le rechazaría a él y quedaría excluido del mundo colectivo.
3. La agresión física: La acción material
La forma más característica y evidente de agresión a los oponentes, internos o externos, es la agresión física. Se ataca a los contrarios por el daño que han causado, como castigo, pero, también, para evitar el que puedan causar, como prevención. Una razón más es dar ejemplo de lo que les ocurre a los oponentes, una demostración de fuerza como medida disuasoria. Pero el poder es una droga que ciega el entendimiento y se acaba por atacar por un sentimiento de satisfacción, por el hecho de hacerse consciente el poder que se tiene. Un ejemplo de ello es la persecución de brujas por parte de la iglesia. No existen las brujas, pero podemos inventarlas. El método tan terrible de descubrirlas consistía en introducir a la sospechosa en un recipiente con agua. Si no se ahogaba, era bruja, y se la quemaba. Es de suponer que la caridad cristiana enviaba las almas de las inocentes al cielo. La injusticia es tan evidente que sólo cabe deducir que el fin del proceso no era descubrir la verdad, era ejercer el poder de anular la voluntad ajena causando la muerte.Aun cuando el ejemplo es suficientemente apropiado temo que pueda emplearse para que los oponentes puedan atacar a una institución a la que muchos desean ver destruida. Digo, por ello, que lo que la iglesia hizo es muestra de lo que la humanidad de aquel tiempo deseaba hacer. A sus autos de fe acudía el pueblo entero a celebrar el espectáculo, no sólo los miembros de la iglesia. Y lo mismo ocurría con las ejecuciones de los tribunales de justicia. Los ataques de unas instituciones contra otras nada dicen del valor o demérito del agredido, más bien ponen en evidencia la violencia del atacante, un ser hermanado con aquellos que disfrutaban con las hogueras de la iglesia, las horcas del Estado y no, digamos, con las guillotinas durante la revolución francesa.
Para compensar, no obstante lo dicho, un sentimiento de superioridad moral de determinados grupos sobre otros recordemos que, durante las persecuciones religiosas del siglo XX, “hubo sacerdotes toreados, y a algunos les sacaron los ojos, o les cortaron la lengua o los testículos. Otros fueron arrastrados por tranvías u otros vehículos hasta morir”.1 Sirva para demostrar de lo que es capaz el hombre y para evitar que la ceguera selectiva de las evidencias siga haciendo uso de la costumbre de los indoeuropeos de denominar buenos a los rubios y malos a los morenos, una calificación del bien y del mal por colores que no se corresponde con la realidad. Me temo que todos pertenecemos a la misma especie y que el bien y el mal es un patrimonio individual.
4. Los miserables: El uso de la razón
La mayor parte de los ejemplos ya vistos poseen su origen en una alteración racional, aunque la forma de ejecutarse sea emocional o material y por eso los hemos incluido en los respectivos apartados. Cuando se ingresa en una organización por tener ésta la finalidad misma del individuo, podemos hablar del origen sensible, y, cuando se produce una agresión física a un contrario, de un origen material. Pero cuando se compromete la voluntad del individuo con aspectos ajenos al interés original del individuo y del grupo o cuando se precisa justificar una agresión gratuita, encontraremos siempre su origen en una tergiversación de la razón.La descalificación social de la violencia provoca que se evite, en lo posible, su uso. Como sabemos “ellos” están legitimados para actuar con total impunidad pero puede parecer más decente evitarla cuando, además, es ocasión para emplear otros medios de imposición, pues recursos no les faltan.
La imposición que el hombre vulgar desea ejercer sobre los demás hombres hace que, como hemos venido exponiendo, el hombre miserable emplee medios miserables.
De todos, el más característico es el empleo de la citada astucia. La inteligencia de los romanos, especialmente, de las mujeres, en el empleo de los venenos con parientes que gozaban de su confianza es síntoma de una perversión de la razón, ya que no se destina al conocimiento sino al interés espurio, propia de seres bajos y miserables, aunque debemos reconocer la coherencia de sus métodos con su carácter.Aunque este ejemplo sigue mostrando una ejecución material. Un empleo de la razón cuyo origen esté en la tergiversación de la lógica y el medio consista en la exposición de esa tergiversación es la mentira. La mentira es fruto de la astucia y de la expresión verbal.
Los hombres nobles no precisan imponerse. El hombre elevado es el que busca su propia superación y camina en una dirección muy diferente de la que elige el hombre de baja extracción. Dudamos, por ello, de esa supuesta nobleza de los indoeuropeos, quienes, al menos, conservan el honor de no luchar sino en la guerra y de mantener una dignidad de su carácter que les impide tratar de cuestiones miserables. Así se lee en las tragedias griegas.
Pero los tipos inferiores buscan su satisfacción en el perjuicio ajeno. Incapaces de elevarse sólo pueden sentirse superiores reduciendo la altura de los nobles, contra los que luchan con su miseria que es siempre más efectiva que la grandeza, resultando, relativamente, superiores. La astucia, que el ignorante miserable dispone en beneficio de su bajeza, la emplea para generar conceptos convenientes y, por ejemplo, establece la existencia de las brujas y un método infalible para detectarlas de acuerdo con su concepto de bruja, con ello, obtiene el triunfo y la satisfacción del deber cumplido, dejando en el olvido los problemas reales puesto que enfrentarse a un peligro imaginario ideado para ser superado no es tan peligroso como enfrentarse a un peligro cierto y el triunfo proporciona el mismo sentimiento de poder que la victoria sobre un hecho real.
5. La legítima defensa
La imposición que el hombre vulgar desea ejercer sobre los demás hombres hace que, como hemos venido exponiendo, el hombre miserable emplee medios miserables.Ahora bien, debemos distinguir la acción inicial de la respuesta. Si una persona resulta agredida por otra, ésta tiene derecho a defenderse de esa agresión y a causar al agresor el daño necesario para reducirle. Sin embargo, el derecho establece límites a esta respuesta. Parece que el derecho no comprende que una agresión altera la emoción y que una persona poco acostumbrada a la violencia no sabe cuánta fuerza puede ejercer contra un hombre peligroso. Schopenhauer nos cuenta que si un ladrón entra en un corral en el que ignora que hay un oso y éste le causa la muerte, el dueño del oso no puede ser responsable de lo ocurrido. Así también, si un hombre agrede a otro sin saber cuánto alterará su emoción, él mismo será el responsable de las consecuencias y de todo el daño que sufra. Pero, como decimos, el derecho, en este punto, se aparta de la filosofía buscando la paz social en lugar de la verdad.
Reconocido el derecho a la defensa propia, el agredido podrá, como dice la filosofía, emplear, en lugar de la violencia, la astucia, la mentira y cualquier otro medio de defensa a su alcance. La nobleza no pierde su virtud por dar como respuesta lo que hasta ahora hemos calificado como de actos miserables pues la propia nobleza exige ante todo la integridad personal y no puede quedar desarmada por una calificación moral de los medios que pueda emplear en su respuesta. Pero la integridad de la que hablamos no es sólo la integridad física, también incluimos la integridad emocional y la racional. El quebrantamiento de la voluntad humana, que se manifiesta en tres formas, espíritu, materia y razón, legitima al agredido a emplear en respuesta a un daño a uno de sus aspectos, medios propios de los otros. A los hipócritas manipuladores de la razón deberemos recordarles que Ortega y Gasset nos decía que la violencia, cuando no es gratuita, es el mayor homenaje a la justicia y la razón pues tal violencia no es otra cosa que la razón exasperada. Los hombres decentes no precisan razones ni para comprender esta afirmación orteguiana ni la reacción natural a una ofensa. Pero, con nuestra argumentación, creemos haber dado explicación racional, como demanda el “virtuoso” hombre moderno, a una afirmación tan contraria a las buenas formas de un mundo socializado y a la injusticia de las leyes. ®
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