— 24 agosto 2014
“Quizás hayamos llegado a considerar un campus como un lugar para la compraventa de títulos. Pero nuestra irrelevancia, incluso en términos de mercado, señala la trampa de los salarios del miedo que aceptamos. Los docentes y los alumnos. Es un miedo distinto del que acarrea la disidencia. Miedo al paro y a la precariedad, que generan más de lo mismo: la devaluación de títulos y de la academia, paralela a la de la profesión que decimos enseñar”, relata Sampedro. En el citado libro, recuerda como “profesores, alumnos y periodistas nos protegíamos del «intrusismo» por temor a nuestra carencia de conocimientos y destrezas. Sin reparar en que la intrusión en la esfera pública nunca tuvo sentido en una sociedad que se pretendiese abierta y, por tanto, democrática. El intrusismo hacker es el ejercicio de un derecho, potencialmente al alcance de cualquiera. Se practica desde la autonomía tecnológica, con una ética que, si no queda otra salida, asume las consecuencias del desafío”.
“La mayoría del alumnado de la Facultad de Comunicación en la que trabajo no compra periódicos y ni siquiera ve los telediarios. Cuando doy clase, levantan la mirada de sus portátiles con cara de pensar «¿Qué me cuentas? Si aquí ya lo tengo todo.» Pero no se refieren a la Red. No conocen las lógicas ni las prácticas que les ayudarían a forjarse un perfil profesional apasionante. No, se refieren a Facebook, Twitter o Tuenti”, dice el autor.
Y añade: “Las pilas de diarios que nos envían gratis se amontonan en las esquinas del campus, a la espera de ser reciclados. En todo caso, se agotan los gratuitos. Si el reemplazo generacional de las audiencias no empieza con quienes estudian comunicación, nadie les pagará un salario. Lo peor no es que no consuman los medios que se están extinguiendo. Sino que tampoco conocen ni se les enseña la mayoría de los emergentes. Assange no acabó ninguna carrera universitaria después de haber empezado una docena. Abandonó la última porque el laboratorio en el que investigaba trabajaba para el ejército. De haber cursado periodismo, no habría aguantado ni una semana, se habría instalado en la Puerta del Sol con el 15M”.
Esto le lleva a pensar que “Wikileaks hackeó el periodismo radicalizándolo, devolviéndolo a sus raíces. A pesar de sus rasgos futuristas, apelaba a los orígenes de la profesión. Toca reconocerse en su ejemplo. Primero se comportó como una plataforma de activistas. Luego evolucionó hacia un medio de comunicación, que también actúa como un actor político”.
Y concluye alertando de como frente al nuevo comunicador los actuales poderes mediáticos del establishment analógico y de papel o de los viejos partidos políticos, ambos entrelazados, se guían por otra premisa: “El mercado libre de la información no es para que acabe en manos de «los de abajo». La autogestión social de las noticias, como bien común, amenaza a los comisarios políticos y a los mercaderes. Sobrevendría el caos, dicen, si los flujos de información no fueran canalizados por los estados y las empresas”.
En Espía en el Congreso hemos desentrañado las conexiones entre los medios y el poder político y financiero revelando la información que aparece en los correos de Blesa (Blesaleaks).
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