Sampedro advierte que su ensayo, “aunque no lo parezca, es una encendida defensa del periodismo. No del que ahora existe, sino del que viene. Las críticas que aquí se vierten parten de una llamada a la acción. Esa llamada se aplica a quien escribe y a quien nos lee”. Y explica como la mayoría de los hacktivistas (hackers que participan en movilizaciones y protestas) le resultan “demasiado frikis (rarillos); y yo a ellos. Con excepciones, claro. Confesaré que, en cambio, les admiro. Mucho. Como a otros tantos periodistas, a los que llevo criticando toda mi vida. Como a muchos compañeros de universidad, ya sean alumnos o profesores. Y les fustigo, intentando asumir mi parte de responsabilidad, hasta donde me dejan la consciencia y el pudor”.
“Reconozcamos que WikiLeaks nos puso en nuestro sitio. Nos mostró enterrados varios metros bajo tierra. Desde luego, no a su altura, la de los piratas antibelicistas que acabaron retratándonos en manos de los vigilantes. De seguir así, los profesionales y profesores de periodismo éramos cadáveres. O peor, zombies que arrastraban su pasado, por un escenario apocalíptico. De 2008 a 2012, desaparecieron casi 200 medios y se perdieron 8.000 empleos, con 27.443 periodistas en paro, ocho veces más que antes de la crisis. Tras drásticos ERE en todos los grupos periodísticos, los graduados en Comunicación tenían menos futuro laboral que con el título de Lenguas Clásicas”, señala Sampedro.
Para este autor “en cierto modo era así. Los periodistas usaban un lenguaje, un código para relacionarse con la sociedad, que había quedado caduco. Incomprensible para entender el mundo. E irrelevante para quienes querían cambiarlo. Daban misa, oficiaban el rito democrático de espaldas a la ciudadanía, como los curas antes del Concilio Vaticano II. WikiLeaks demostró que había que transformar los medios, para retomar sus fines. El periodismo no daba cuenta de la realidad. Al contrario, creaba una ficción paralela. Blindaba a los actores sociales más fuertes y desprotegía a los más débiles. Estos últimos no figuraban, siquiera, como víctimas. Sus muertes eran consecuencias «colaterales» de «operaciones humanitarias». Filtraciones posteriores demostrarían que también se libraba una guerra contra nuestras libertades civiles. Que Internet había dejado de ser una herramienta de emancipación para convertirse en una plataforma de control. Con la vigilancia masiva, los intereses estatales y corporativos se daban la mano; y, de paso, un abrazo de oso que asfixiaba la democracia”.
“Los hacktivistas cuestionaron de raíz el sistema político e informativo del siglo XX. Y mostraron la perversión de los ideales por los que deberíamos trabajar. Nos proponen participar en una esfera pública acorde con nuestra capacidad para actuar como sujetos comunicativos y políticos de pleno derecho. La crisis de los medios no responde a un problema de demanda —nunca se ha consumido ni comentado tanta información— sino de oferta. No nos interesan las noticias de pago, porque no valen lo que cuestan. No sirven nuestros intereses, no nos representan. Necesitamos representantes que no nos dicten, sino que nos ayuden, primero, a reconocer y expresar nuestros intereses individuales. Después, a conciliarlos. Y, finamente, a formularlos en clave colectiva. Esa es la tarea del periodismo, volcado al bien común. Por eso nunca se necesitaron tantos periodistas. Porque son infinidad las comunidades que los necesitan para cobrar presencia en la esfera pública”, reflexiona Sampedro.
Por último, concluye: “Mejor dar por muerto cuanto antes el modelo de negocio que no acaba de agonizar. La industria mediática solo quiere captar nuestra atención —aumentar la cuota de audiencia— para vendérsela a los publicitarios. Los anunciantes se han ido a Internet, porque este medio identifica y llega mejor a los perfiles de consumidores. Entre 2007 y 2012, los ingresos por publicidad cayeron para todos los medios un 42% y un 60% en la prensa escrita. Esto demuestra que los periodistas habían abandonado los fines que decían servir. Apenas eran mediadores publicitarios. Informar al público se había convertido en algo secundario y mantenerle quieto ante el televisor, en el principal objetivo. En cuanto pudimos encontrar noticias gratuitas y contrastarlas en la Red, se acabó el negocio: un 20% menos de lectores españoles de prensa en seis años y un 62% de internautas que solo leen las noticias en Internet (50% en Europa)”.
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