jueves, 30 de octubre de 2014
¿ES SEGURO QUE VACUNEMOS A NUESTROS HIJOS?
“Las autoridades médicas son mentirosas, la
vacunación ha sido un desastre para el sistema inmune y la causa de un gran
número de enfermedades; como consecuencia de ello nuestro código genético está
cambiando de manera que, de aquí a diez años, seremos conscientes de que el
mayor crimen contra la Humanidad han sido las vacunas”.
Guyslaine Lanctot,
médica canadiense y autora del libro best seller mundial “Mafia médica”.
Nota del autor:
la presente reflexión está inspirada en las aportaciones a la comunidad social de la Liga para la Libre Vacunación http://www.vacunacionlibre.org así como en las del eminente biólogo español Máximo Sandín y en el vídeo emitido por RTVE en su programa "La noche temática" titulado "la guerra de las vacunas" que adjunto al final del artículo junto a las enlaces que recomiendo por ser de máximo interés
Cuando todavía no se han apagado los ecos sobre los
casos del virus del Ébola en España, parece llegado el momento de hacer algunas
puntualizaciones extraordinariamente importantes en torno a las vacunas y a las
campañas masivas de vacunaciones promovidas desde las Administraciones
Públicas.
No entraré, por no ser un especialista en la materia,
en cuestiones médicas ni científicas (para lo cual te adjuntaré importantes
enlaces y vídeos para que puedas informarte por ti mismo), sino que me centraré,
por un lado, en rebatir algunos de los
mitos que rodean a la vacunación y, por otro, en la no obligatoriedad legal de
vacunarse en España (en contra de lo que piensa la mayor parte de la población,
y salvo un caso habido en Granada en 2010 en que un juez ordenó la vacunación
de todos los niños de la ciudad ante el riesgo de un brote epidémico).
Empezaré diciendo que la finalidad de las vacunas es
loable, ya que tratar de salvaguardar eficazmente a la población de un posible
contagio es algo digno de alabar y que todos apoyamos; otra cosa diferente es
que si se demostrase, como así ha sido, que las vacunaciones masivas no
garantizan la inmunidad frente a las infecciones víricas que pretenden
combatir, entonces su aplicación devendrá inútil y sólo responderá a intereses
comerciales.
De la misma manera, si bien es cierto que su
fundamento es estimular la producción de defensas (anticuerpos), sin embargo, no
ha podido ser probado que dicha generación constituya una garantía inmunológica
frente a la posible aparición de la enfermedad; no siendo cierto tampoco que
todos los vacunados reaccionasen igual ante un mismo germen patógeno, lo que es
una prueba evidente de que el grado de “perversidad” del virus dependerá de la
robustez del sistema inmunológico natural de cada individuo y de no campañas
programáticas teledirigidas.
Además, es muy importante reseñar que, en el
organismo humano, habitan gran cantidad de bacterias y de virus bacterianos (fagos), lo que
demuestra que no son “enemigos” naturales como ha pretendido hacernos creer los
biólogos darwinistas desde el oficialismo, sino elementos propios de aquel que están muy lejos de ser nocivos si las condiciones naturales
del sistema celular en el que viven fueran las adecuadas.
Se ha demostrado, igualmente, cómo tras la
inoculación controlada mediante las vacunas, no sólo no se garantiza la no
aparición del contagio, sino que incluso llega a provocar su aparición (a veces
muchos años después producto de la naturaleza transitoria de aquella), de la
misma manera que, raramente, se informa a los progenitores de los niños de los efectos, a menudo inocuos, y otras veces
nocivos e, incluso en algunos casos irreversibles, que pueden producir debido a los elementos
químicos que las componen como es el caso, entre otros, del mercurio (en dosis
que superan los límites aceptados si durante los primeros seis meses de vida el
bebé fuera vacunado con todas las vacunas recomendadas).
Sin embargo, la crítica más importante que puede y
debe hacerse a las campañas masivas de vacunaciones, es que silencian el que la
infección sólo será posible si concurrieran unas condiciones higiénicas o medio
ambientales insuficientes o unos sistemas inmunológicos debilitados como
consecuencia de una mala alimentación (lo que explica que en Tercer Mundo haya
tantas epidemias y tan diversas, aunque la OMS haya reconocido no existir
relación inversa entre la inoculación y
los contagios, lo que implica reconocer su inefectividad), es decir, una
sociedad bien nutrida e higienizada no será nunca susceptible de una infección vírica,
aparte de que, como ha reconocido la Asociación Británica para el Avance de la
Ciencia, el decrecimiento de enfermedades infantiles en el Reino Unido entre
1850 y 1950 decreció un 90% debido a la mejora en las condiciones sanitarias, y
no a los programas de vacunaciones, por la sencilla razón de que estos todavía
no existían.
Conviene que sepas también que, en contra de lo que
muy posiblemente hayas creído hasta ahora, no existe en España obligación legal
alguna de vacunar a nuestros hijos (36 pinchazos de media en los tres primeros
años), aunque sí es cierta la enorme presión ejercida, con este fin, por parte
de las administraciones públicas sanitarias y educativas, y todo ello siempre con
la excepción, eso sí, de peligro de contagio epidemiológico masivo en la
comunidad.
Son conocidos los efectos inocuos, nocivos o incluso letales que las
vacunas pueden producir en los
organismos de los niños en plena fase de desarrollo, y aunque no ha podido
demostrarse científicamente, son muchos los testimonios de los padres en todo
el mundo que aseguran existir relación causal directa entre las vacunas y el
autismo, aunque sí se ha demostrado que la vacunación contra la polio (vacuna
Sabin o Salk) lejos de erradicar esta enfermedad, la ha aumentado
considerablemente ( de hecho el Centro de Control de Enfermedades CDC confirmó
que el 87% de los casos habidos entre 1973 y 1983 fueron causados por la
inoculación de la vacuna de la polio, confirmando poco después que lo fueron
todos en su totalidad).
La decisión de vacunar o no a los niños no es una
cuestión menor, ya que, en el fondo, lo que subyace, una vez más, es la pugna
entre la intromisión pública en el área más íntima del individuo y la libertad
individual de éste para tomar sus propias decisiones al amparo de criterios
éticos, religiosos, filosóficos o naturalistas, ya que la inmunización es
voluntaria y nunca obligatoria (te recomiendo, al respecto, que veas el
documental emitido por RTVE en su programa “La noche temática” titulado “La
Guerra de las Vacunas” sobre esta cuestión en los Estados Unidos).
Llegados a este punto cabe preguntarse por qué
motivo siguen organizándose campañas públicas de vacunaciones masivas contra
supuestos agentes patógenos cuya erradicación hace tiempo fue conseguida ya
(como el caso de la difteria, erradicado en España hace veinte años) y, sobre
todo, a quién interesa la producción a gran escala de vacunas que, además de
ineficaces, son muchas veces nocivas, pregunta que obtiene su respuesta en los
intereses de las grandes multinacionales farmacéuticas con la connivencia
legal, como no podía ser menos, del aparato sistémico que le sirve de cobertura
y garantía (no olvidemos que, junto con la industria de las armas y el negocio de las drogas, la de los
productos farmacéuticos es la que más dinero
mueve del mundo).
Puede, en conclusión, que una vacunación masiva
evite que un número importante de niños se puedan contagiar pero, ¿qué
sucedería en caso de que uno sólo de ellos muriera como consecuencia de esa
inoculación? ¿De qué serviría entonces el argumento de “la cobertura colectiva”
que, en teoría, garantizaría la inmunidad de todos, incluidos los no vacunados,
cuando se ha demostrado la existencia de epidemias estando vacunado incluso
hasta el 100% de la población?
En definitiva (y esto te invito a que lo compruebes
en los enlaces adjuntos y otros que puedas encontrar por ti mismo), son
infinidad los casos documentados en medios científicos que avalan la ineficacia
de las vacunas y su irrelevancia cierta en la erradicación de las enfermedades
contagiosas, así como las cada vez más denuncias (11.000 al año en los Estados
Unidos por esta causa, 100 de ellas por resultado de muerte).
Para
concluir dejaré muy claro, para que nadie me
malinterprete, que siempre deberemos de estar agradecidos a grandes
hombres de
ciencia como Jenner, Pasteur, Berchamp Bernard, Alexander Fleming y
tantos otros cuyos descubrimientos han
contribuido a salvar tantas vidas, lo que no debe de ser confundido con
el uso
torticero que los poderes públicos y sus adláteres, las farmacéuticas,
han
hecho y siguen haciendo de los fundamentos de sus investigaciones, con
la única
finalidad de comercializar estos productos a gran escala en busca del
beneficio
propio sobre la base de "curar" enfermedades y no de prevenirlas y, al
mismo tiempo, atemorizar a la población, como una herramienta más
de control, sobre el peligro incierto y exagerado que supondría para sus
hijos
no someterse a los programas de vacunaciones masivas promovidas desde el
Estado.
Termino con una pregunta en alta voz para que todos
reflexionemos un momento: si la vacuna, para que sea eficaz, tiene que estar
fundamentada en una cepa del virus patógeno que se pretende combatir, ¿cómo es
posible que, cada año, haya almacenadas cientos de miles de vacunas contra un
virus, mutado y por lo tanto distinto al anterior, del que no tienen muestra
alguna porque sencillamente no existía en el momento de su elaboración
comercial? ¿A quién pretenden engañar? ¿De qué nos vacunan entonces?, argumento
semejante para la vacuna contra la rabia canina (erradicada en España desde
hace casi 40 años con la que se sigue vacunando a los casi seis millones de
perros que hay en el país), amparándose en que en 2010 se dio un caso concreto
cuya transmisión o contagio es más que dudoso, caso que para la industria
legitima la producción de miles de millones de dosis anuales.
Estemos alerta, porque los funcionarios sanitarios,
aún sabedores muchas veces de todo lo que estamos exponiendo, lo callan o peor
aún lo desprecian o lo ignoran en vez de investigarlo, estemos alerta pues,
porque los programas de vacunaciones masivas son otro instrumento de control
más en manos del Poder con el que, aparte de incrementar sus arcas, pueden
también buscar otros fines mucho más dañinos directamente relacionados con
nuestra salud física y, sobre todo, mental.
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