El Descontrol de daños de Peña Nieto
Escrito por Jenaro Villamil
Que
se calle el Papa, que se calle Obama, que se calle Clinton, que
enmudezca González Iñárritu, que dejen de indagar los reporteros
extranjeros, que se vayan los forenses argentinos, que la ONU deje de
juzgar y que dejen en paz a este gran gobierno que ha decidido responder
“golpe por golpe” la ola de críticas y animadversión que genera su
actitud ante cada expediente conflictivo.
Esta parece ser “la línea” de Los Pinos.
No lo dicen así, por supuesto, pero las respuestas y las correcciones
tienen el tufo regañón de quien no sabe cómo salir de una para entrar a
otra crisis.
Los magos de la comunicación
presidencial han decidido no sólo controlar hasta la última línea ágata
de los medios impresos y cada segundo en los medios electrónicos
financiados con dinero público (no con el de Peña Nieto) sino también
responder con singular torpeza a quienes cuestionan, documentan,
denuncian o simplemente exponen un punto de vista crítico. Confunden al
país con el presidente. Y creen que las críticas a su gobierno son una
afrenta a la soberanía.
En comunicación política uno de los
elementos fundamentales de las crisis es el llamado “control de daños”.
Se trata de tomar una serie de medidas para aminorar, amortiguar y
aislar el efecto causado por un escándalo, un imprevisto, un accidente,
una tragedia o una ruptura en el aparato político.
El control de daños, por supuesto,
incluye que alguien se haga responsable, se le sancione y se adopten
medidas correctivas. Algo que no ha pasado en ninguno de los casos
mexicanos recientes: ni en Ayotzinapa, ni en los escándalos de las
casas, ni en el descarrilamiento del tren de alta velocidad
México-Querétaro ni en la reiterada violencia en Guerrero, Michoacán y
Tamaulipas y menos en la pésima conducción de la política económica
mexicana. Todos los responsables siguen inmóviles, como estatuas de sal.
Paralizados como si nada hubiera sucedido. Como la orquesta del
Titanic, siguen tocando aunque el barco se hunda.
Para operar el “control de daños”
primero debe asumirse que se está frente a una crisis. Peña Nieto, ya lo
dijo éste en su célebre discurso del #YaSeQueNoAplauden: su gobierno no
vive una crisis de corrupción sino un problema de “mala percepción” de
sus acciones. Nada de lo que han hecho es ilegal y menos cuestionable
éticamente. El problema es que los demás no entienden. Tener bienes
raíces patrocinados, financiados o regalados por los grandes
contratistas de obra pública no es un conflicto de interés. Es un
conflicto de percepción.
Para Peña Nieto no hay crisis en el
escándalo internacional que se ha convertido el expediente Ayotzinapa y
las compuertas que se abrieron sobre los expedientes de miles de
desaparecidos (todavía hay columnistas financiados desde Los Pinos que
niegan lo evidente: hay miles de desaparecidos). No hay crisis en la
falta de crecimiento económico (son las variables externas las que
cambiaron). No hay crisis en el desplome de las promesas de la reforma
energética que se abarataron más que el barril de petróleo. No hay
crisis cuando la primera dama se convierte en el Meme más criticado en
la historia reciente.
Todo esto no es crisis. La crisis es
producto de una mala opinión orquestada, quizá, por alguien que se ve
afectado en sus intereses (ahí han filtrado que todo se debe a Carlos
Slim que resultó ser un “genio” para maniobrar en la prensa
anglosajona), por adversarios que quieren derrocar al Grupo Atlacomulco,
por resentidos como el ex jefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard o
que simplemente por quienes le tiene mala fe al “Salvador de México”.
Desde ahí, el error de diagnóstico
convierte al control de daños en un descontrol. En lugar de aislar,
aminorar y corregir el origen de la crisis lo agradan, lo expanden y
reiteran con su discurso y su actitud el enojo de los ciudadanos.
En cada uno de los casos mencionados,
los geniecillos de Los Pinos potencian el daño al querer “controlar” lo
que no pueden: la indignación generalizada, la decepción frente a las
promesas, el enojo empresarial con una reforma fiscal recesiva, a los
medios internacionales que, en efecto, creyeron en Peña Nieto y ahora lo
cuestionan con singular desengaño.
Quieren controlar hasta las opiniones
del Papa Francisco en su correspondencia privada. Quieren maniobrar al
estilo priista para transformar las palabras de González Iñárritu en el
evento con mayor rating en la televisión global (la entrega de
los premios Oscar) para convencernos que su crítica fue hacia Estados
Unidos. Quieren que las expresiones de Obama, Clinton y los medios no se
divulguen en sus medios-espejo.
Transforman a los embajadores en
correctores de estilo de los corresponsales extranjeros. Convierten a
los secretarios de Estado en pugilistas en rounds de sombra. Y
transforman cada crisis en una debacle.
Ahí está el error de creer que todo es
percepción pública. También los hechos cuentan. Y cuando éstos son
reiteradamente autoritarios y cínicos, reiteradamente generan una
reacción de sentido inverso y de mayor intensidad en su contra.
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