miércoles, 9 de septiembre de 2015

FRANCISCO HERRANZ / Los refugiados sirios y la mano negra de la CIA

FRANCISCO HERRANZ / Los refugiados sirios y la mano negra de la CIA


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FRANCISCO HERRANZ / SPUTNIK – El éxodo de miles de personas no sólo cruza ya el Mediterráneo en barcos ruinosos, botes inseguros y balsas rudimentarias sino que además, en los dos últimos meses, ha comenzado a llegar desde Turquía a través del continente en una ruta marcada por la desesperación.
Los inmigrantes forzados tienen que cruzar cinco países —Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Austria- hasta alcanzar la anhelada Alemania. La enorme mayoría de ellos procede de Siria, pero también hay oriundos de Irak, Eritrea o Afganistán. El flujo es incesante. Estremecedor. En ocasiones mortífero. La afluencia a las islas griegas del Mar Egeo contiguas a las costas turcas ha sido un 327% mayor que en 2014, según los datos de la policía de Grecia. Sólo en el mes de julio, el número de inmigrantes que han cruzado las fronteras de la Unión Europea ha llegado a los 107.500, triplicando la cifra que se produjo el año pasado. En junio ya fueron 70.000 y se espera que en agosto se alcance un nuevo récord alarmante.
Pero, ¿por qué se ha acelerado precisamente ahora este proceso migratorio? ¿Por qué no se ha dado antes, meses atrás, por ejemplo en primavera, teniendo en cuenta que la guerra civil siria cumple cinco años? ¿Qué circunstancias han confluido para que ocurriera este desastre? ¿Acaso no es una crisis inducida desde el exterior? ¿Qué papel está jugando la Unión Europea? ¿Y Estados Unidos?
Este caos migratorio no es nada casual. Es fruto de un contexto geopolítico muy concreto. Veamos cuál es.
Turquía da cobijo a 1,9 millones de refugiados sirios, de los 4 millones que han abandonado su patria desde que empezó el conflicto armado en marzo de 2011. Desde entonces el Gobierno de Ankara se ha gastado 4.000 millones de dólares en atender sus necesidades básicas. Más de 250.000 de esos refugiados viven en 23 campamentos mantenidos por las autoridades. El resto vive fuera de esos campos, en comunidades que se extienden a lo largo de la frontera turco-siria. En la región, 1,1 millones de refugiados se encuentran en Líbano, 629.000 en Jordania, 249.000 en Irak y 132.000 en Egipto.
Hasta junio los desplazados empleaban preferentemente la ruta marítima. Se embarcaban en Libia o en Túnez e intentaban cruzar los kilómetros de mar que les separan de la isla italiana de Lampedusa. Pero esa tendencia ha cambiado. Ahora los que huyen del horror y el hambre son capaces de llegar hasta Bodrum, en el oeste de Turquía, y pasar a Kos, ya en territorio de Grecia. Es decir, disfrutan de mayor libertad de movimientos gracias a las organizaciones criminales que trafican a personas y que actúan en connivencia con guardias de fronteras y policías corruptos.
¿Qué ocurrió en julio? Pues que, después de meses de presiones ejercidas por Estados Unidos, Turquía decidió tomar un papel mucho más activo en la lucha contra los radicales del Estado Islámico (EI) que combaten al presidente sirio Bashar Asad. En concreto, aceptó que el Pentágono pueda utilizar la estratégica base militar de Incirlik para bombardear objetivos de los yihadistas. A principios de agosto hasta allí se desplegaron seis cazas F-16 de la USAF, la Fuerza Aérea norteamericana. En julio también se produjo la primera ofensiva aérea de los propios turcos que empiezan a ver amenazada su seguridad e integridad territoriales. Paralelamente, la cercanía de los combates a varias aldeas fronterizas provocó nuevas oleadas de refugiados.
¿Quién es el responsable directo de este inusual fenómeno migratorio hacia Europa? Algunos apuntan a la CIA y sus filiales. La última voz ha sido un miembro anónimo de los servicios de información austriacos que desveló a la revista austriaca Direkt que organizaciones estadounidenses pagan a los grupos mafiosos para que transporten al día a miles de inmigrantes rumbo al Viejo Continente.
Sin desvelar su identidad, la publicación dio la palabra a un agente del Abwehramt (AbwA), los servicios secretos militares de Austria, quien explicó que los traficantes de personas piden de media entre los 7.000 y los 14.000 euros para organizar los viajes ilegales. Poco les importa que a veces terminen de forma trágica como demuestra el hecho de que recientemente se encontrara un camión frigorífico con 70 cadáveres en su interior, abandonado en una autopista de Austria.
“Disponemos de indicaciones que demuestran que organizaciones de Estados Unidos han creado un sistema de cofinanciación y contribuyen de forma sustancial a pagar los gastos del viaje. La mayoría de los candidatos refugiados pagarían 11.000 euros en especie. ¿Nadie se pregunta de dónde viene el dinero?”, declaró el agente, para quien la estrategia consiste en inundar Europa de inmigrantes.
La CIA, que entrena y arma a los rebeldes sirios, ya nos tiene acostumbrados a emplear ONG de aspecto inocente para llevar a cabo sus operaciones encubiertas o clandestinas. El caso más claro tiene nombre y apellidos: la Fundación Nacional para la Democracia o National Endowment for Democracy (NED), nacida en la era de Ronald Reagan y cuyos tentáculos se extienden por América Latina y Europa del Este.
¿Y cuál ha sido la respuesta de Europa? Lenta y desunida. Como casi siempre.
La Unión Europea ha estado mirando durante mucho tiempo para otro lado en lo que se refiere a la tragedia siria. Y su pasividad ha sido otro factor desencadenante. La crisis migratoria ha motivado que Alemania y Francia busquen la entrada en vigor cuanto antes de un sistema europeo unificado de derecho de asilo que restrinja los criterios de entrada; quieren que Italia y Grecia abran de inmediato los centros de refugiados; y reclaman que el resto de los países europeos, especialmente Reino Unido, asuman su parte de responsabilidad en la acogida de refugiados. La cuestión no está nada madura pues plantea una cuota de refugiados dependiendo de la capacidad de cada país, y eso no gusta a varios gobiernos. La idea necesitará sin duda la aprobación en un Consejo Europeo extraordinario que ya ha sido convocado de forma implícita por la canciller germana Angela Merkel.
La magnitud de la crisis migratoria ha tenido su colofón a mediados de mes cuando Macedonia declaró el estado de emergencia y cerró su frontera meridional durante dos días. La policía y el Ejército utilizaron armas de fuego para impedir la entrada de refugiados. En Serbia se produjeron malos tratos, devoluciones “en caliente” y detenciones ilegales. En Hungría, que forma parte del espacio Schengen (sin fronteras interiores) y está terminando una valla de 175 kilómetros a lo largo de la frontera con Serbia, ha aumentado la xenofobia reinante. Igual que en Alemania, que sufre la peor ola de racismo desde su reunificación en 1991.

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