EMIGRACIÓN, BIOPOLÍTICA Y ECONOMÍA
Económicamente,
lo decisivo son los seres humanos, muy por delante del petróleo, las
materias, primas, el agua, la tecnología, etc. Por eso, el Estado tiene
como una de sus principales tareas el garantizar el suministro de
sujetos explotables a la clase gran-propietaria. Esa regulación total de
la mano de obra, desde la sexualidad, concepción y crianza al acto de
trabajo, jubilación y fallecimiento, es la biopolítica, o política
estatal para los factores biológicos primarios del quehacer productivo.
Bajo
el régimen esclavista antiguo, por ejemplo en Roma, el Estado obtenía
una parte conspicua de los productores en las guerras de conquistas. La
captura de prisioneros era mucho más importante que la de metales
preciosos y bienes consumibles. El régimen salarial del actual
capitalismo mundializado, que en poco se diferencia de la esclavitud, no
necesita aprisionar mano de obra allende las fronteras pues ésta viene
por sí misma. Llega sin ningún coste adicional, no sólo habiendo
sufragado sus gastos de crianza sino también los de traslado. Esto es
tan portentoso que pasmaría a los viejos esclavistas cazapersonas de los
tiempos de Augusto, Abd al-Rahman III o los negreros -blancos y negros-
del siglo XVIII.
La
causa inmediata está en la revolución de los transportes, de los medios
de comunicación y de los sistemas de adoctrinamiento que ha tenido
lugar tras la II Guerra Mundial. Ello permite que millones de personas
cada año abandonen los países pobres para ir a trabajar a los ricos, no
sólo en EEUU y la UE sino también en las petromonarquías teofascistas
islámicas, etc. Por tanto, los países receptores están hoy menos
interesados en producir su propia mano de obra, quehacer siempre
gravoso, que en captar trabajadores de fuera, con una inversión en
crianza y transporte… ¡cero!
Examinemos
el caso de España. Ha recibido unos 6 millones de emigrantes
productivos en los últimos 20 años. Si aceptamos que criar la mano de
obra autóctona cuesta unos 3.000 euros anuales por persona durante 20
años, concluimos que lo ahorrado (y por tanto, capitalizado) por cada
inmigrante es de 60.000 euros. Para los 6 millones el total de lo
ingresado es de 360.000 millones, aporte fabuloso que mide la cantidad
de riqueza real transferida gratuita y unilateralmente desde los países
pobres a un país imperialista llamado España. Pero esto es sólo el
principio, pues los beneficios que el par ente estatal-clase empresarial
extrae de la inmigración masiva son muchos más.
La
gran afluencia de emigrados, como expone un economista de la derecha
española frotándose las manos de gozo, ha dinamizado el mercado de la
vivienda, expandido los mercados de alimentos, automóviles,
combustibles, tabaco, diversiones, móviles, “servicios sexuales”,
informática, etc., y relanzado el negocio bancario, al hacer crecer
préstamos, hipotecas, transferencias y otros. Al mismo tiempo, los
ingresos del Estado por la tributación (IVA, ITPF, etc.) “crecieron fortísimamente”, lo mismo que los de la caja de la Seguridad Social.
Gracias
a la inmigración, que percibe salarios más bajos, se mantiene la
agricultura (sin ella los precios de los alimentos serían 3-4 veces
superiores a los actuales), numerosos servicios, ciertos sectores
industriales, etc. La conclusión es que aciertan quienes definen a la
inmigración como “el negocio del milenio”. De ella proviene una parte decisiva de la plusvalía que se acumula en el capitalismo español.
Hay
más. Los inmigrantes, al enviar remesas de dinero a sus lugares de
origen favorecen la implantación de la banca occidental en ellos, que
alcanza una penetración difícil de lograr de otro modo. Aquellas enormes
sumas monetarias, al circular por los países pobres, contribuyen a
desintegrar la economía local, llevando a la decadencia a la agricultura
de autoabastecimiento, la artesanía y la pequeña industria, promoviendo
el paro, el régimen de monocultivo y monoproducción, la
desestructuración social, la pobreza, la prostitución y el militarismo.
Sin duda, la monetización y bancarización de las economías de aquéllos
es uno de los grandes logros del capitalismo en toda su historia. Así
está triunfando el capitalismo globalizado.
El
fenómeno migratorio hace más ricos a los países ricos y más pobres,
sobre todo en términos relativos pero también absolutos, a los emisores
de mano de obra. Dicha sobre-explotación toma formas singulares, por
ejemplo, con las mujeres, reducidas a hembras de cría engendradoras de
quienes luego han de ser exportados. Así pues, la “liberación” por el
trabajo asalariado de las féminas de los países punteros se sustenta en
el expolio de las mujeres de los países pobres.
Éstos
se degradan a poco más que granjas de crianza de seres humanos para su
envío al exterior. Tal es hoy el principal negocio de muchos de ellos
(Marruecos, Ecuador, etc.). De la riqueza creada por el tráfico de los
nuevos esclavos asalariados se benefician extraordinariamente las
oligarquías locales del Tercer Mundo, aliadas en todo y a menudo
económicamente fusionadas con el capitalismo y el imperialismo
occidental.
Para
mantener el flujo de emigrantes a coste cero, los Estados potentes se
sirven del aleccionamiento de las masas de los países más débiles en el
“modo de vida occidental”, a través de la televisión, el cine, la acción
de las ONGs, el clero, los partidos políticos, Internet, etc. Al mismo
tiempo, evitan que haya una “excesiva” creación de puestos de trabajo en
estos últimos, lo que perpetúa su subdesarrollo. Y si todo ello no es
suficiente, se valen de atroces guerras internas para expulsar mano de
obra, como en Siria, de la que se beneficia sobre todo Alemania, que
desde 2003 está perdiendo población al tener más muertes que nacimientos
por causa de una biopolítica brutal, represora de la libertad de las
mujeres alemanas para ser madres.
Así
pues, la emigración, en tanto que hecho sociológico y económico, es muy
negativa para las clases populares de los países ricos y de los países
pobres, aunque extraordinariamente beneficiosa para las elites
económicas de unos y otros. Concentra la propiedad ampliando las
diferencias y desigualdades sociales, al fomentar la acumulación del
capital, además del fortalecimiento dinerario del ente estatal. Con ella
el imperialismo occidental se expande. Los efectos en el todo de
nuestras vidas, y no sólo en la economía, serán tratados de nuevo en
artículos posteriores.
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