viernes, 19 de febrero de 2016

Titiriterismo hegemónico

Titiriterismo hegemónico


Por @CiroMoRod [Ciro Morales]
Publicado originalmente en catalán en La Directa.
“Hablaba como lamentándose. Hay en el pueblo un dolor silencioso y paciente, que se encierra en sí mismo y calla, pero hay también un dolor a flor de piel: rompe en lágrimas y desde ese instante se va en lamentos. […] Los lamentos, en este caso, no dan otro consuelo que el de lacerar y desgarrar aún más el corazón”. Cada vez que nos asalta un caso como el de los Titiriteros (véase cualquier golpe represivo y nuestra reacción) y ando cabizbajo, esa cabeza recurre a estas letras de Fiódor Dostoyevski en Los Hermanos Karamázov.
Disculpad por mi derrotismo y melancolía, y por tildar hoy de lamentos las manifestaciones de apoyo en vez de considerarlas muestras de rabia, solidaridad y respuesta necesaria –mañana me las tomaré así-. Pero que el juez que decretó la orden de prisión y el fiscal que la auspició salgan tan airosos como les permite una querella de timbre legal me pone de los nervios. Las leyes son suyas, y ellos pueden dormir.
Me seduce la idea de un pueblo que abandona el lamento y pide la cabeza de ambos… y ya que está, la de todos los opinólogos, tertulianas, políticos y demás morralla que han soltado espuma por la boca contra el precioso guion de cachiporra. Y sin precio alguno ni bandejita de plata.
No me quiero ver sentado otra vez en el banquillo de la Audiencia Nacional, entiéndase por tanto lo anterior como un ribete literario, no vaya a ser que corra la misma suerte. Pero es que la refeudalización de la realidad cada vez lo va poniendo más difícil… y nosotras, con estos pelos, a lo posmoderno.
Masticando el acontecer de los acontecimientos, con bastantes pocas ganas de declarar nada por lo risible, caricaturesco y bufón del asunto, sólo lo digiero ayudándome con el concepto gramsciano de hegemonía, cultural y social.
Para poder llegar a comprender al padre que se alarma en una tarde plácida de carnaval con una obra y no precisamente con mostrarle a su hija su perfil de chivato, debo entender que la hegemonía actual proviene de los ochenta años de supremacía patrona y propietaria; disfrazada ahora de emprendedora y de autónomos –verdaderos-.
Para no culpar al padre por su actitud colaboracionista y bochornosa, debo entender que la hegemonía actual es una intervención del Poder en cualquiera de sus formas sobre la vida cotidiana de los sujetos. Menos mal que he llegado a comprender que es una colonización de todas y cada una de nuestras esferas, porque si no, le deseaba todo lo peor a ese señor.
La derrota del primer y segundo asalto proletario –con sus deseos emancipatorios cristalizados en la cultura- no ha caído en saco roto; no son lecciones del libro de historia de secundaria. Es sangre que nos baña y neuronas que bailan al son de la virtud de la competencia y la verticalidad. Nuestras retinas, las de todas, vienen con un filtro de fábrica que nos imposibilita advertir que cualquier relación social está sometida a los designios de los ganadores.
Hablaría de correlación de fuerzas y contradicción entre bandos; pero la mayor victoria del así-deben-ser-las-cosas es que ni siquiera sabemos que pertenecemos a nada, y menos con fuerzas. Las tristes tonterías de los “ciudadanas del mundo”, del “todos somos iguales” o del actual “aquí se gobierna para todos” nos lo manifiesta en cada minuto del mundo-empresa.
Somos una trinchera que perdió, y que sigue perdida. Una trinchera que resiste mal los golpes porque no consigue que sus contestaciones viren hacia un #Poder Popular dominante y capaz.
La idea de hegemonía nos indica que una sociedad aparentemente libre y culturalmente diversa –ay el mundo occidental no accidental- es en realidad dominada por una de sus clases sociales. De esta manera, las percepciones, las explicaciones, los valores y las creencias de ese bando ganador llegan a ser vistos como la norma, transformándose en los estándares de validez universal o de referencia en tal sociedad. Nos despertamos creyendo que nos beneficia a todas cuando en realidad sólo respalda a una familia dada.
Se monta entonces un guirigay titiriterista, gracias a que poseen todos los altavoces habidos y por haber –y sus ochenta años de statu quo-, porque el relato expuesto critica en pleno centro de Madrid un funcionamiento ordinario del aparato político judicial. Consiguen que salten todas las alarmas del Reino por un adoctrinamiento que se les ha ido de las manos. Porque las alarmas frente a la colonización yanqui, al amaestramiento machista o a la instrucción de amar el yo-éxito-dinero- ya no funcionan ni en nuestra epidermis.
Violencia es que se cuelgue a un juez de guiñol pero no que tengamos que ver a Bertín Osborne en su cocina. Espeluznante –Carmena dixit- es la denuncia de los montajes estatales y no el mítico cuento de la Cigarra y la hormiga o que el mundo esté comprado por la publicidad.
Y la izquierda buenista y remilgada que ha tomado el cielo por asalto junto a los osos amorosos pide perdón, perdón y perdón. Sigue comiendo de la mano del amo. Y sigue a pie juntilla la narrativa de la servidumbre. No es cobardía, es inconsciente mimetismo. No es complejidad de la administración, es falta de ganas. No es pusilanimidad, es vivir y gobernar acorde con la Opinión Pública –la voz burguesa enmascarada-.
El hemiciclo izquierdo de las relaciones de producción que no actúa con timidez por cautela o rigurosidad democrática, sino porque francamente piensa así, es así.
Ya hablamos un día de la necesidad de un odio militante y honesto, ideológico y constructivo. Con él y desde él, acompañado del saberse juntas en las mismas ciénagas materiales, podremos conseguir cimentar una hegemonía alternativa y opositora. Pero para ello es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo sea subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. Pero para ello necesitamos una organización de muy bajos vuelos para alcanzar los más altos.
El juego es fácil, imaginar una nueva cultura no subalterna, muy diferente a la actual, que pueda llegar a ser dominante. Y ponerse a jugar, o en el caso de muchas compañeras, seguir jugando. Sabiendo que para ello no debe temblarnos la mano reconociendo adoctrinamientos o ganas de ganar. Sin reivindicaciones por la libertad expresión ni hostias. Por supervivencia digna y lucha de clases.
Me duele decir que sólo así no veremos posibilidad de que un padre infame pueda manejar los hilos de otros. O, como mínimo, de que se fuera con la cabeza gacha para casa porque sabe que tiene las de perder.
Pablo, va por ti, y por nosotras.

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