ESPAÑA COLONIZADA EN EL SIGLO XIX
Un inglés de la colonia británica en India, servido por indígenas |
UNA LECTURA DE LOS LIBROS DE VIAJE DEL XIX
Manuel Fernández Espinosa
Cuanto más lee uno a los viajeros extranjeros que recorrieron España en el siglo XIX más se percata de que, desde esa nefasta centuria, en España comienza un proceso de colonización -y no de progreso, como quieren y dicen los desinformados que hablan sin ton ni son. Si uno se cree cuanto puede leerse en los libros de historia (esos que se pergeñan para uso de bachilleres) terminará por desconocer el siglo XIX que, ya de suyo, es un siglo no por próximo a nosotros mejor conocido.
La
bibliografía oficial quiere que este siglo XIX sea entendido, en lo que
concierne a España, como una época de progreso, de apertura al
exterior, de avances, presentándolo como algo positivo en su conjunto. Y
todo ello a pesar de las fuerzas reaccionarias que, como todo el mundo
sabe (y quien diga lo contrario, sea anatematizado), frenaron en su
cerrazón oscurantista el progreso maravilloso, la europeización plena de
España que, por torpes políticas de aislamiento católico, se había
estancado. Abolida la Inquisición, las ideas de allende Pirineos
atravesaron la frontera y vinieron a sacarnos de las tinieblas seculares
en que la Iglesia Católica -en alianza con un Trono chapado a la
antigua usanza- nos había mantenido, privándonos de la felicidad de la
herejía, de la orgía de la revolución, de la borrachera de sangre de la
guillotina, del genocidio jacobino, etcétera. Es la versión de la
historia liberal que, a pesar de lo embustera y tergiversada que
resulta, no deja de gozar de buena salud, jaleada por sus terminales
mediaticas.
Sin
embargo, dejando ahora a un lado la labor de apología de la España
tradicional, lo que nos cuentan los viajeros extranjeros da idea de lo
que realmente pasó en España durante el siglo XIX. Amén de la atávica
corrupción de nuestra casta política (podredumbre que, como sabemos, se
ha perpetuado hasta nuestros días), lo que en España ocurrió fue un
proceso de colonización. De haber sido siglos atrás Imperio, España pasó
a ser una colonia (con presunta soberanía "nacional" aparente), una
colonia de los intereses económicos de capitalistas ingleses y
franceses.
Llegar a esta conclusión exige haber leído muchos libros de viajes donde los extraños, personajes particulares más o menos famosos en sus países de origen, nos retratan el retraso en que viven nuestros pueblos españoles, desde el norte hasta el sur. La visión romántica de los extranjeros que visitan España, románticos viajeros, deja paso así a una visión que dicta sus notas de viaje desde un sentimiento de superioridad que, no en pocos casos, desprecia con petulancia todo lo español. Todo ello quedó cristalizado en aquella frase de Alejandro Dumas: "África empieza en los Pirineos".
Llegar a esta conclusión exige haber leído muchos libros de viajes donde los extraños, personajes particulares más o menos famosos en sus países de origen, nos retratan el retraso en que viven nuestros pueblos españoles, desde el norte hasta el sur. La visión romántica de los extranjeros que visitan España, románticos viajeros, deja paso así a una visión que dicta sus notas de viaje desde un sentimiento de superioridad que, no en pocos casos, desprecia con petulancia todo lo español. Todo ello quedó cristalizado en aquella frase de Alejandro Dumas: "África empieza en los Pirineos".
Pero
esta impresión de Dumas no es un caso aislado. Otro francés, Eugène
Poitou, en su "Viaje a Andalucía" nos ha dejado el paradigma de esa
actitud desdeñosa por todo lo español que sustentaron no pocos
visitantes extranjeros del XIX. Es Poitou el que nos revela cuanto
estamos diciendo, cuando al visitar Sevilla, escribe:
"El
barrio de Triana se extiende por la ribera derecha del Guadalquivir y
hoy es el barrio industrial de Sevilla: desde lejos se ve el humo de
algunas fábricas, entre las cuales, la más importante es una de lozas
explotada por una compañía inglesa. Todas las grandes empresas
industriales, agrícolas o comerciales que encontramos en este país,
menos unas poquísimas excepciones están dirigidas por extranjeros, la
mayoría ingleses o franceses" (lo subrayado es mío).
No se trata de un solo comentario. Más adelante afirma:
"Los
grandes viñedos del país, su explotación y el comercio de los vinos
cuya producción alcanza los ocho millones de litros por año, están en
manos de extranjeros franceses e ingleses".
Aquí está hablando de Jerez, por supuesto.
Aquí está hablando de Jerez, por supuesto.
Para
el observador francés que seguimos (Poitou), cargado con sus prejuicios
y reafirmado en las peripecias que vive en la península Ibérica, el
estado de las cosas que exhibe España es deplorable y la causa de que
España esté siendo colonizada por Inglaterra y Francia queda apuntada en
este comentario:
"En
todos los campos nos encontramos con un barniz de civilización en la
superficie, mientras la ignorancia y la barbarie están en el fondo.
Tienen ferrocarriles y telégrafos, pero cuando no son extranjeros los
que los dirigen y explotan, todo anda sin orden, sin regularidad, sin
seguridad. Tienen un Gobierno constitucional y Cámaras, pero el país
desde hace cuarenta años está sometido a golpes de Estado; las
insurrecciones militares se suceden periódicamente; las finanzas están
arruinadas; el desorden reina. Hablan sin parar de nobleza, de
patriotismo y de honor, aunque, según me contó la gente que vive aquí
desde hace veinte años, la corrupción es general, la codicia se exhibe
sin pudor y la venalidad no tiene límites".
Es
la codicia de las clases dirigentes la que ha conducido, en su lucha
por el poder, a esta situación. Mientras unos y otros partidos políticos
y camarillas se ocupan en alcanzar el poder por los medios que sean,
para gozar de las mieles del dinero y la posición social, el pueblo
sufre y calla, sumido en la miseria y la incultura. Y es que, según
Poitou, las convulsiones que se suceden en España no se deben a otra
cosa que a una lucha sin cuartel por el poder, lucha de banderías que se
mueven por los más ruines intereses:
"No se trata de partidos políticos que luchan por el triunfo de ciertos principios; son, desde siempre y en todas partes, las mismas ambiciones egoístas bajo distintas banderas, las mismas ardientes concupiscencias y la misma avidez insaciable. Los liberales derriban a los reaccionarios, los progresistas a los liberales, pero en el fondo nada cambia, sólo una revolución más y un dinero menos en las arcas del Estado".
Mientras
tanto, aunque el pueblo español padece esa lacra de políticos inútiles y
perniciosos, el pueblo, más sano que los políticos que contienden por
el poder y muy a diferencia de esa casta, desprovista de todo noble
ideal comunitario, el pueblo -lo veremos en las notas de Poitou-
conserva un vestigio de honor, un resto de dignidad que no encuentra
otra salida que la sorda hostilidad hacia el extranjero. Así dice el
francés:
"Todo
extranjero está aquí mal visto; lo paga todo más caro, haga lo que haga
encuentra por todas partes dificultades y obstáculos. España le debe a
los extranjeros todos los progresos que ha hecho, y en vez de buena
voluntad y participación, sólo han encontrado desconfianza, celos y
hostilidad. El orgullo nacional sufre con la superioridad de los
extranjeros. Los españoles preferirían no ver ninguna mejoría a
debérsela a los extranjeros y tener que reconocer que la noble España no
está a la cabeza de Europa".
Poitou,
desde sus prejuicios supremacistas, juzga que es orgullo español esa
xenofobia que se trasluce en el trato que los españoles dispensan a los
extraños. Orgullo e ingratitud, como si los españoles tuvieran que estar
agradecidos a los extranjeros "civilizados" el que, aprovechándose del
caos político de su aciaga clase dirigente, explotan sus recursos
naturales y someten a los españoles a ser parias en su propio suelo.
Lo vemos cuando anota lo siguiente, noticiado por la colonia británica en Málaga:
"Antes,
muchos ingleses vivían en Málaga. Atraídos por el agradable clima,
intentaron hacer aquí una estación de invierno igual que han hecho en
Niza y en otras ciudades del Mediterráneo. Trajeron mucho dinero al
país, pero sólo encontraron a cambio malevolencia y solapada hostilidad.
Terminaron por cansarse de esta mala acogida y dejaron Málaga".
Habría que revisar los libros de Historia de España de 2º de Bachillerato y el libro que no contuviera mención de esa vergonzosa colonización de España a manos del capitalismo europeo (gracias a los liberales), el libro que se empeñara en bastardear la historia desde la perspectiva estrecha de un sectarismo ideológico acrítico, presentando el siglo XIX como un siglo de apertura, europeización y progreso, ese libro, por embustero y, en el mejor de los casos, por desinformado, habría de ser secuestrado en toda su edición y mandar reciclar el papel.
Mientras
nos dejemos falsear nuestra historia, ¿quién puede pretender poner
solución al mal actual? ¿Y tendremos que tragarnos el cuento aquel de
que la Iglesia católica y la monarquía tradicional (no la
constitucional, por favor) son los culpables de todos los males de
España?
La
raíz de todos los males de la España del siglo XIX fue el liberalismo y
sus derivados: el socialismo y otros engendros facturados en las
metrópolis que nos estaban colonizando, sometiendo y explotando. Y
mientras el liberalismo decimonónico goce de prestigio, como sus
monstruosos hijos (tal el marxismo), seguiremos viviendo en la mentira y
quien vive instalado en la mentira no será jamás libre.
Y ya tiene que ir acabando esa lectura superficial que se hace de los libros de viaje a España. Nos enseñan bastante, si sabemos leer.
Y ya tiene que ir acabando esa lectura superficial que se hace de los libros de viaje a España. Nos enseñan bastante, si sabemos leer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario