La Canción de los Condenados.
Dicen que la primera vez que se tiene constancia, de alguien que escuchara por primera vez la canción de los condenados, fue en un barco de esclavos que partía rumbo al nuevo mundo. Esos mismos esclavos sorprendían a sus amos al oír esa canción mientras trabajaban en los campos, mientras eran castigados a latigazos, mientras sus mujeres e hijas eran violadas. El rumor de la canción cubrió todo el territorio y el diablo blanco vio allí el negocio.
Tras
la guerra civil en las tabernas se podía escuchar esa canción mientras
se ahogaban penas en alcohol y se liberaban de la opresión del amo. El
whisky casero quemaba las gargantas y propiciaba ese particular llanto,
que musitaba esas noches, ese tono cautivo al diablo blanco, lo obnubilo
de tal modo que no pudo más que querer aprovecharse de él, no
comprendía ese tono, esa frecuencia musical, de donde nacía, pero sabía
que podría transformarla en oro.
Pronto
encontró al Sr. Johnson, firmó un contrato con él a cambio de su alma
en un cruce de caminos, y en poco tiempo lo convirtió en leyenda. 29
canciones publico el diablo blanco con el Sr. Johnson, de la noche a la
mañana su guitarra y su garganta sonaban en las tabernas y clubs de todo
el delta del Mississippi. Este experimento del diablo blanco duro poco,
el Sr. Johnson moría envenenado poco tiempo después, inaugurando el
selecto club de los 27. El negocio estaba servido, el diablo blanco se
llevó consigo su alma y una leyenda nacía. Años más tarde la canción de
los condenados salió del Delta y recorrió el país, competía con el folk
mediocre del interior, y barrió en el norte. Las estaciones de radio
comenzaron a propagar ese tono, lleno de melancolía y rabia. Lamentos
desacompasados que te cicatrizaban de inmediato, dejando una huella
imborrable.
El
diablo blanco fue comprando almas y propagando esa canción maldita.
Etiqueto el producto y lo propago, acompaño a los soldados en la segunda
guerra mundial y para cuando la guerra termino, el show ya estaba
preparado. Según pasaban los años, las guitarras se fueron
electrificando y el sonido fue cobrando distintos matices, distintos
tonos. La canción de los condenados se había diversificado tanto que
tenía público de todos los colores. El diablo blanco hizo su mayor
apuesta, dándole la canción de los condenados a los blancos, así podría
controlarlos a todos, y empezó a adquirir almas blancas.
No
se limitó a algo local, desde su sede inglesa conquisto Europa,
esparciendo la canción de los condenados a través de jóvenes bandas que
tomaron a Muddy Waters y a T. Bone Walker, y los fusilaban sin
compasión. En el nuevo mundo tomo al joven Preisley para que tamizara y
le diera un nuevo tono a esa canción, la misma canción, la misma
cadencia, mismo tono, distinto tamiz, mismo veneno para los blancos.
El
viejo y el nuevo mundo bailaban al mismo ritmo, distintas formas de
escuchar e interpretar la misma canción, distintos géneros, pero siempre
era lo mismo. El dinero empezó a llover y a llenar bolsillos, tanto era
así que el diablo blanco se permitió el lujo de prescindir de todo
aquel que brillara con luz propia, que no acatara sus normas, o no
respetara el contrato. Drogas y alcohol fueron la excusa para borrar
esos brillos, sacrificios que a la vez provocaban que sus bolsillos se
llenaran de oro. La exclusividad acabo centrándose en él, todo músico
que quisiera publicar, debía pasar por su filtro, vender su alma y hacer
un sacrificio. Esta fue una de las clausulas fijas desde entonces, a
partir de la década de los 60 todas las bandas o artistas que se
quisieran subir al olimpo, debían sacrificar a un miembro fundador, o en
su defecto, el sacrificio se extendía a un familiar o un hijo.
Desde
entonces es difícil encontrar una banda o músico, artista, que no haya
sacrificado algo más que su propia alma para lograr el estrellato. El
diablo blanco es persuasivo y tentador, el resplandor del oro es
hipnotizante, así que no era difícil pervertir el genio creativo, y
prostituir a estos músicos. El dolor y la aflicción se callaba con
drogas y alcohol, sustancias que el diablo blanco proporcionaba a estos
artistas, para paliar la mala conciencia y el remordimiento. Era curioso
ver como lo tenían todo, todo lo que habían deseado y aun así, era más
que evidente su desgracia. Sus conductas autodestructivas provocaban que
la mayoría de las veces, el diablo blanco tomara medidas drásticas y
sacrificara de forma temprana al cordero. 27 años era la edad ideal para
sacrificar a todos aquellos que se vieran sobrepasados por sus propios
remordimientos, por su mala conciencia, por ese veneno llamado fama, un
pacto con el diablo tiene consecuencias y la música pago el precio más
alto.
Al
diablo blanco le molestaba tratar con artistas, no comprendía el poder
creativo, el arte, solo veía negocio, a largo plazo no le compensaban.
Se dio cuenta que muchos de ellos no aguantaban, pronto quedaban
totalmente exprimidos, y se veía obligado a alargar la vida pública de
esas primeras bandas que de forma ridícula y esperpéntica, esas viejas
glorias del rock and roll seguían propagando la canción de los
condenados, que un día décadas atrás, vio conquistar el mundo, sin
importar la lengua o la cultura.
Fue
la tecnología la que ayudo al diablo blanco, este pronto se deshizo de
los músicos, tampoco necesitaba cantantes, tenía el producto, era suya
la canción de los condenados y la continuaría propagando sin necesidad
del genio creativo. Nadie pareció notar la diferencia, a pesar del
contraste y la falta evidente de calidad. El diablo blanco sabía que la
repetición provocaría la aceptación, así que inyecto su producto de
forma constante y mediática, la gente ya no escuchaba música, consumía
un tipo de frecuencias que los hipnotizaba y los transformaba en zombis
sin criterio ni gusto.
La
tecnología sin querer lo hizo tropezar, la popularización de música
comprimida, eliminaba las frecuencias que eran insertadas para la
hipnosis colectiva, así que el diablo blanco desplego a su ejército de
abogados y pleiteo contra ese formato que fomentaba la piratería, esa
piratería que al diablo blanco le sirvió para industrializar el mundo,
hoy era la excusa para luchar contra el público que quería música,
cultura, arte, sin tener que tratar con el diablo blanco en persona. Su
huida hacia delante fue propagar más música electrónica, vacía e
insustancial, y menos música orgánica.
Hoy
por hoy, la música ha muerto para la gran masa de gente, clones que
cantan y maniquíes que sujetan instrumentos, es lo que a día de hoy sale
en los medios, gente hueca haciendo que cantan y tocan, todo suena
igual, pero nadie sabría decir que es lo que escuchan, porque ni
siquiera podría escribirse en una partitura. Sonidos, solo eso sonidos
nacidos de una computadora. Es la era de los productores, que al
servicio del diablo blanco fabrican estos sonidos que al ser replicados
de forma constante por los distintos medios, provocan el atontamiento
general, donde dejo de valorarse la calidad y solo se presta atención a
los millones de descargas, eso es el barómetro del éxito, de la
aceptación de la masa. El día en que el músico decidió competir en
listas de ventas, fue el día en que mato a la música.
Ahora
el diablo blanco no compra almas a músicos o artistas, el diablo blanco
tiene las almas de aquellos que consumen sus sonidos. La canción de los
condenados perdió su esencia, solo quedo la resonancia en las bodegas
de esos mohosos y viejos barcos de esclavos, quedo el eco en los campos,
quedo perdido en el aire. Ya no es el lamento del esclavo que trabaja
bajo el látigo del amo, ahora es el esclavo el que baila al ritmo de ese
mismo látigo.
Todos
bailamos la canción de los condenados, porque nosotros somos esos
condenados, nosotros somos los esclavos que empapados con el sudor de
nuestro trabajo, latíamos al compás, sentíamos a la misma frecuencia,
compartíamos el mismo sentimiento. Derramamos la misma sangre, teñimos
de rojo la historia, pisamos el barro al mismo ritmo, y movimos nuestras
sienes al mismo compás. La métrica del látigo golpeando nuestras
costillas, fue la que dio origen a la canción de los condenados, es el
lamento apagado que sirvió de desahogo a toda la injusticia y la
humillación que sufrió el hombre.
La
canción de los condenados sigue sonando en nuestros corazones,
acompasados por un mismo latido, confundidos por las etiquetas, el
marketing, y el brillo de los focos. Nos quitaron la música, pero
seguimos bailando la misma canción, la canción de los condenados.
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