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La leyenda negra de la orden de los jesuitas
“Hicieron demasiada política”, dijo una vez Jean Lacouture, autor de una muy completa historia sobre la Compañía de Jesús (Los Jesuitas, en 2 tomos), la orden religiosa creada por el vasco Ignacio de Loyola
en 1534. En opinión de este historiador francés, que dice admirarlos,
los jesuitas se implicaron demasiado en política, por ejemplo, “a través
de los confesores de los monarcas; en tiempos de Luis XIV, la gente
tenía la impresión de que Francia estaba gobernada por su confesor, el
padre La Chaise”.
Esto habla no sólo de la vocación de la Compañía de influir en los destinos del mundo, sino también de su sólida formación intelectual y su extraordinaria capacidad de penetración en las elites. Allí donde fueron, los discípulos de San Ignacio dejaron su huella en la educación y en la política.
La multibiografía de Lacouture destaca esta dimensión misional de la compañía y revela las claves de la extraordinaria trayectoria de un pequeño grupo unido por una profunda implicación de la fe en un mundo en acelerada transformación (descubrimiento de América y Reforma Protestante fueron dos acontecimientos mayores) y hacia una humanidad que ya no conocía fronteras. Su lucha contra el poder secular absoluto fue despareja: y finalmente la hizo sucumbir.
El comienzo
La reciente designación de Jorge Bergoglio como nuevo jefe de la Iglesia Católica ha renovado el interés por la historia de la orden de los jesuitas, sobre la cual se han construido muchas leyendas y a la que se han atribuido complots y proyectos inconfesables. La realidad no es tan oscura pero no por ello deja de ser fascinante.
En 1534, en Montmarte, Loyola y sus primeros discípulos –casi todos ellos estudiantes de la Universidad de París- hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, y se ponen a disposición del Papa para cualquier misión que éste desee asignarles. En 1540, Paulo III aprueba la orden. Desde ese momento, Ignacio envía a sus compañeros en todas las direcciones del planeta. Francisco Javier irá a India, Japón y luego China. Matteo Ricci, también a China. Otros a Vietnam, donde transcriben el idioma a nuestro alfabeto; al África –Congo, Etiopía-; a América. Pierre Claver pone rumbo hacia Colombia, en 1560, con la intención de vivir con los esclavos de Cartagena.
“Francisco Javier viajó a Japón sin conocer una palabra de japonés e Ignacio de Loyola circuló por el mundo con un poco de latín. Han sido una de las grandes aventuras del mundo", dice Lacouture. "Fueron los inventores del periodismo, porque estaban interesados en conocer a los otros".
“Donde está lo más universal, está lo más divino”, decía Ignacio de Loyola. Y ésa fue la imagen de marca de su orden. La mística jesuítica sería desde los inicios la de la misión universal de la Iglesia: a disposición del Papa para cualquier tarea que éste le quisiera encomendar.
Pero la experiencia que más huella dejó en la historia fue la de las misiones guaraníes en el Paraguay (1600-1760), noreste argentino y sur de Brasil. Una suerte de “reino utópico”, en el cual lograron preservar a unos 150.000 indígenas del esclavismo y el saqueo que los portugueses estaban organizando en la zona. Algunos dicen que evitaron un genocidio al precio de un etnicidio; sin embargo, los jesuitas jugaron un rol clave en la preservación de la lengua guaraní, que todavía se habla en todo el Paraguay. Cada reducción albergaba a 5000 indios y en total hubo unas 35, con una peculiar organización, estricta y militar, bajo la dirección absoluta de un padre jesuita.
“Fueron la orden más moderna y dinámica de las que operaron durante la colonia en América, donde se dedicaron fundamentalmente a las misiones entre indígenas y a la educación”, dijo a Infobae el historiador Roberto Di Stefano, autor de Ovejas negras. Historia de los anticlericales argentinos (Sudamericana, 2010), entre otros.
Sin embargo, tras dos siglos de extraordinaria y apasionante expansión, la Compañía de Jesús fue disuelta en 1773 por el papa Clemente XIV, de quien Jorge Bergoglio –Francisco- se acordó al elegir su nombre.
Sorprendente decisión contra una orden que tenía como uno de sus objetivos principales la defensa del Papado. “Otra paradoja de la historia de la Iglesia: la orden que mayor influencia tuvo en algunos períodos sobre el papado, y que incluso tiene un voto especial de obediencia al Papa, nunca hasta ahora había tenido un Pontífice”, dice Di Stefano.
Consultado por Infobae, Ernesto Salvia, Profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la UCA (Universidad Católica Argentina), dijo que el de la Compañía no fue un problema con el Papado, sino “un conflicto de las coronas europeas católicas absolutistas, que querían manejar libremente las congregaciones religiosas y la iglesia en general y los jesuitas fueron caratulados como los que más poder podían tener”.
Hartas de no tener manos libres en América, y alentadas por los vientos anticlericales de la Enciclopedia, las coronas europeas presionaron al papa Clemente para suprimir la orden, que sería restablecida años después, en 1814.
¿La Compañía de Jesús había salvado al Papado, en el momento de su gran crisis por la reforma de Lutero? “No sé si salvado –responde el profesor Salvia- pero sí vino a fortalecer algunas cosas. Como el Concilio de Trento, que para nosotros fue una Reforma católica. Un concilio que tiene más de cinco siglos pero todavía es importante la impronta que dio a la Iglesia. La orden jesuita fue fundada en un contexto de muchos cambios en la Iglesia frente a la protesta de Lutero y mucha cercanía al Papa de ese momento y luego con sus sucesores”
Orígenes de la leyenda negra
La leyenda negra de los jesuitas había nacido mucho antes del momento de la supresión de la Orden, en Francia, en la mente y la pluma de pensadores como Pascal, Voltaire y Michelet. Lacouture cree que se debe a que los jesuitas “fueron vistos en Francia como una quinta columna, como los agentes de un poder extranjero, el Papa de Roma”.
El historiador francés sostiene que incluso la identificación de los jesuitas con la Inquisición es también una exageración historiográfica u otra leyenda alimentada por sus enemigos. “Hoy sabemos que los jesuitas no desempeñaron un papel tan decisivo en las desgracias de los jansenistas y los protestantes. Y siempre hemos sabido que se mantuvieron al margen de la Inquisición. Y, sin embargo, la gente identifica a los jesuitas con la Inquisición”. Al contrario, Lacouture resalta la tolerancia de Ignacio de Loyola, citando una de sus frases: "Todo verdadero cristiano debe estar más dispuesto a justificar una propuesta oscura del prójimo que a condenarla". “El confesor jesuita siempre intenta encontrar razones al comportamiento del pecador. Todo el mundo tiene sus razones”, sostiene Lacouture.
En referencia al hecho de que a veces la palabra “jesuita” se ha usado casi como un insulto, Di Stefano explica que “hay una corriente dentro del anticlericalismo que es el antijesuitismo: hasta el siglo XX fue muy fuerte entre los anticlericales el mito jesuita, una teoría conspirativa que afirmaba que los jesuitas, desde las sombras, controlaban la Iglesia y aspiraban a controlar la política de los países en los que actuaban. La propaganda antijesuita fue muy fuerte: se los acusaba además de ser hipócritas, falsos, arteros y hasta criminales. Por eso el término ‘jesuita’ se transformó para muchos en un insulto que aludía a esas características”.
La mundialización jesuita
Los jesuitas fueron los primeros “globalizadores”. Su implantación en el mundo fue extendida pero también profunda, bien al interior de las sociedades. No se quedaron en los bordes de las colonias o de los reinos, sino que protagonizaron una penetración profunda, tanto en términos geográficos como políticos. Su influencia en las cortes y en las cúspides del poder no se dio sólo en Occidente. En China, Ricci fue un influyente en la corte imperial.
Esta capacidad de influir en el poder iba en paralelo con sus misiones a los más alejados rincones del planeta, donde tomaron contacto con otras civilizaciones e impusieron lo que también fue rasgo distintivo de los jesuitas: el respeto a otras culturas, la apertura y la inculturación.
Este último término significa para la Iglesia católica la armonización del cristianismo con las culturas de los pueblos. Según la Encíclica "Slavorum apostoli" (1985), es “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia”.
Pero esta vocación universal de los jesuitas no dejó de generar algunos problemas con los sucesivos Papas que, a veces, consideraron que tenían una actitud demasiado conciliadora con las otras culturas. Por ejemplo, en años recientes, Eric de Rosny, en Camerún, incursionó a la videncia, tradicional en algunas zonas. Pese a su asistencia a ceremonias de iniciación, no fue separado por la orden.
El teólogo y sociólogo Pierre de Charentenay dice que el objetivo principal de los jesuitas parece no ser bautizar a los otros, sino entrar en su cultura para encontrarse con su religión y dialogar con ellos.
Fue también Charentenay, ex director de la revista Etudes, quien definió a los jesuitas como una orden geopolítica. Presentes en todo el mundo, conformaron una red, cuyo poder, real o imaginario, fue, como se ha visto, motivo de todo tipo de especulaciones y prejuicios a lo largo de la historia.
“La mundialización jesuítica empezó a través de una red de correspondencia epistolar que tenía en su centro al superior general de la orden, instalado en Roma. La formación internacional y a la vez común que reciben y la espiritualidad ignaciana que practican aseguran también una real comunidad de espíritu entre los jesuitas del mundo”, según un interesante informe, basado en los trabajos de Charentenay.
Cada general de la orden –máxima autoridad de los jesuitas en un país- debía enviar regularmente informes al superior general. “Los jesuitas parecen como mundializadores por su travesía de las culturas del mundo entero desde hace cuatro siglos”, dice el citado informe.
La educación se convirtió pronto en otra prioridad de los jesuitas y su “target” fueron los dos extremos de la sociedad: los más pobres y la elite. Buena parte de las elites sudamericanas fueron formadas por los jesuitas. De la Universidad Iberoamericana de México a la Católica Andrés Bello de Caracas, pasando por la Católica de Córdoba (primera universidad argentina, en 1622), la UCA de San Salvador, etcétera, hay una treintena de instituciones de enseñanza superior dirigidas por jesuitas en América Latina, además de varias decenas de revistas y editoriales.
Pero ese acento puesto en la educación de la clase dirigente es otro indicio de que el proyecto misionero se combina en los jesuitas con un proyecto geopolítico –un intento de incidir en el rumbo del mundo mediante la intervención en el plano intelectual.
“Fue una orden con mucha preparación, se formaba a los candidatos a la Compañía de Jesús para anunciar el evangelio tanto en la universidad como en los países de misión y con una fuerte impronta misionera y una fuerte formación”, dice Salvia.
Tiempos modernos
La orden fue restablecida en 1814, aunque ya no recuperó la influencia que había tenido.
Lacouture destaca la conducta de los jesuitas durante la Segunda Guerra: “Denunciaron a los nazis, lucharon en la resistencia de varios países y muchos fueron fusilados”.
También pagaron un alto precio en vidas, más recientemente, por su oposición a las dictaduras latinoamericanas; pasó en El Salvador por ejemplo, en 1980, donde una decena de jesuitas fueron asesinados.
Aunque no influye como antes, la Compañía no ha abandonado su proyecto universal y siguen presentes en 120 países. Actualmente hay en el mundo unos 20.000 padres jesuitas distribuidos aproximadamente así: 7% en África, 16% en Estados Unidos, 15% en América Latina, 20% en India y 28% en los demás países de Asia, el resto en Europa. La mayoría de los novicios está en Asia. “En Asia tienen muchas vocaciones, acá no tantas”, dice Salvia.
¿Sigue habiendo recelo hacia la Compañía? “No hablaría de recelos, responde, sí existen contrastes, matices, y es algo muy normal en una familia tan grande como la Iglesia Católica. Por tratarse de una congregación universal, hay jesuitas nacidos en la India, en América Latina y en Inglaterra; es una congregación que no tiene una Nación. No es lo mismo que el clero secular en el cual el medio, el país, las circunstancias, tienen mucho que ver con las improntas”.
Acerca de la influencia actual de los jesuitas, di Stefano dice que, “después del Concilio Vaticano II (1962-1965), la orden -como todas- perdió muchísimos sacerdotes, muchos se casaron, y además cayó el número de ingresantes”. “Hoy sigue siendo una orden respetada e importante dentro de la Iglesia, pero no tiene la misma influencia que tuvo en otros períodos, entre los siglos XVII y XX”, agrega.
A lo largo de la Historia, muchos precursores han pagado con la libertad o la vida su posición de vanguardia. Los jesuitas no fueron excepción, más allá de que, como señala Lacouture, su quizá demasiado ambición de mover la brújula de los acontecimientos políticos los llevó a exponerse más de lo aconsejable.
La combinación de una fuerte vocación universal, gran tolerancia y mente y espíritu abiertos, de un lado, con una organización centralizada y radial y una estricta disciplina y lealtad al poder papal, de otro lado, resultaba extremadamente eficaz para la acción pero el mismo tiempo dificultaba la coexistencia con otros poderes y despertaba resquemores y envidias. Adelantarse a su tiempo puede ser peligroso.
Esto habla no sólo de la vocación de la Compañía de influir en los destinos del mundo, sino también de su sólida formación intelectual y su extraordinaria capacidad de penetración en las elites. Allí donde fueron, los discípulos de San Ignacio dejaron su huella en la educación y en la política.
La multibiografía de Lacouture destaca esta dimensión misional de la compañía y revela las claves de la extraordinaria trayectoria de un pequeño grupo unido por una profunda implicación de la fe en un mundo en acelerada transformación (descubrimiento de América y Reforma Protestante fueron dos acontecimientos mayores) y hacia una humanidad que ya no conocía fronteras. Su lucha contra el poder secular absoluto fue despareja: y finalmente la hizo sucumbir.
El comienzo
La reciente designación de Jorge Bergoglio como nuevo jefe de la Iglesia Católica ha renovado el interés por la historia de la orden de los jesuitas, sobre la cual se han construido muchas leyendas y a la que se han atribuido complots y proyectos inconfesables. La realidad no es tan oscura pero no por ello deja de ser fascinante.
En 1534, en Montmarte, Loyola y sus primeros discípulos –casi todos ellos estudiantes de la Universidad de París- hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, y se ponen a disposición del Papa para cualquier misión que éste desee asignarles. En 1540, Paulo III aprueba la orden. Desde ese momento, Ignacio envía a sus compañeros en todas las direcciones del planeta. Francisco Javier irá a India, Japón y luego China. Matteo Ricci, también a China. Otros a Vietnam, donde transcriben el idioma a nuestro alfabeto; al África –Congo, Etiopía-; a América. Pierre Claver pone rumbo hacia Colombia, en 1560, con la intención de vivir con los esclavos de Cartagena.
“Francisco Javier viajó a Japón sin conocer una palabra de japonés e Ignacio de Loyola circuló por el mundo con un poco de latín. Han sido una de las grandes aventuras del mundo", dice Lacouture. "Fueron los inventores del periodismo, porque estaban interesados en conocer a los otros".
“Donde está lo más universal, está lo más divino”, decía Ignacio de Loyola. Y ésa fue la imagen de marca de su orden. La mística jesuítica sería desde los inicios la de la misión universal de la Iglesia: a disposición del Papa para cualquier tarea que éste le quisiera encomendar.
Pero la experiencia que más huella dejó en la historia fue la de las misiones guaraníes en el Paraguay (1600-1760), noreste argentino y sur de Brasil. Una suerte de “reino utópico”, en el cual lograron preservar a unos 150.000 indígenas del esclavismo y el saqueo que los portugueses estaban organizando en la zona. Algunos dicen que evitaron un genocidio al precio de un etnicidio; sin embargo, los jesuitas jugaron un rol clave en la preservación de la lengua guaraní, que todavía se habla en todo el Paraguay. Cada reducción albergaba a 5000 indios y en total hubo unas 35, con una peculiar organización, estricta y militar, bajo la dirección absoluta de un padre jesuita.
“Fueron la orden más moderna y dinámica de las que operaron durante la colonia en América, donde se dedicaron fundamentalmente a las misiones entre indígenas y a la educación”, dijo a Infobae el historiador Roberto Di Stefano, autor de Ovejas negras. Historia de los anticlericales argentinos (Sudamericana, 2010), entre otros.
Sin embargo, tras dos siglos de extraordinaria y apasionante expansión, la Compañía de Jesús fue disuelta en 1773 por el papa Clemente XIV, de quien Jorge Bergoglio –Francisco- se acordó al elegir su nombre.
Sorprendente decisión contra una orden que tenía como uno de sus objetivos principales la defensa del Papado. “Otra paradoja de la historia de la Iglesia: la orden que mayor influencia tuvo en algunos períodos sobre el papado, y que incluso tiene un voto especial de obediencia al Papa, nunca hasta ahora había tenido un Pontífice”, dice Di Stefano.
Consultado por Infobae, Ernesto Salvia, Profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la UCA (Universidad Católica Argentina), dijo que el de la Compañía no fue un problema con el Papado, sino “un conflicto de las coronas europeas católicas absolutistas, que querían manejar libremente las congregaciones religiosas y la iglesia en general y los jesuitas fueron caratulados como los que más poder podían tener”.
Hartas de no tener manos libres en América, y alentadas por los vientos anticlericales de la Enciclopedia, las coronas europeas presionaron al papa Clemente para suprimir la orden, que sería restablecida años después, en 1814.
¿La Compañía de Jesús había salvado al Papado, en el momento de su gran crisis por la reforma de Lutero? “No sé si salvado –responde el profesor Salvia- pero sí vino a fortalecer algunas cosas. Como el Concilio de Trento, que para nosotros fue una Reforma católica. Un concilio que tiene más de cinco siglos pero todavía es importante la impronta que dio a la Iglesia. La orden jesuita fue fundada en un contexto de muchos cambios en la Iglesia frente a la protesta de Lutero y mucha cercanía al Papa de ese momento y luego con sus sucesores”
Orígenes de la leyenda negra
La leyenda negra de los jesuitas había nacido mucho antes del momento de la supresión de la Orden, en Francia, en la mente y la pluma de pensadores como Pascal, Voltaire y Michelet. Lacouture cree que se debe a que los jesuitas “fueron vistos en Francia como una quinta columna, como los agentes de un poder extranjero, el Papa de Roma”.
El historiador francés sostiene que incluso la identificación de los jesuitas con la Inquisición es también una exageración historiográfica u otra leyenda alimentada por sus enemigos. “Hoy sabemos que los jesuitas no desempeñaron un papel tan decisivo en las desgracias de los jansenistas y los protestantes. Y siempre hemos sabido que se mantuvieron al margen de la Inquisición. Y, sin embargo, la gente identifica a los jesuitas con la Inquisición”. Al contrario, Lacouture resalta la tolerancia de Ignacio de Loyola, citando una de sus frases: "Todo verdadero cristiano debe estar más dispuesto a justificar una propuesta oscura del prójimo que a condenarla". “El confesor jesuita siempre intenta encontrar razones al comportamiento del pecador. Todo el mundo tiene sus razones”, sostiene Lacouture.
En referencia al hecho de que a veces la palabra “jesuita” se ha usado casi como un insulto, Di Stefano explica que “hay una corriente dentro del anticlericalismo que es el antijesuitismo: hasta el siglo XX fue muy fuerte entre los anticlericales el mito jesuita, una teoría conspirativa que afirmaba que los jesuitas, desde las sombras, controlaban la Iglesia y aspiraban a controlar la política de los países en los que actuaban. La propaganda antijesuita fue muy fuerte: se los acusaba además de ser hipócritas, falsos, arteros y hasta criminales. Por eso el término ‘jesuita’ se transformó para muchos en un insulto que aludía a esas características”.
La mundialización jesuita
Los jesuitas fueron los primeros “globalizadores”. Su implantación en el mundo fue extendida pero también profunda, bien al interior de las sociedades. No se quedaron en los bordes de las colonias o de los reinos, sino que protagonizaron una penetración profunda, tanto en términos geográficos como políticos. Su influencia en las cortes y en las cúspides del poder no se dio sólo en Occidente. En China, Ricci fue un influyente en la corte imperial.
Esta capacidad de influir en el poder iba en paralelo con sus misiones a los más alejados rincones del planeta, donde tomaron contacto con otras civilizaciones e impusieron lo que también fue rasgo distintivo de los jesuitas: el respeto a otras culturas, la apertura y la inculturación.
Este último término significa para la Iglesia católica la armonización del cristianismo con las culturas de los pueblos. Según la Encíclica "Slavorum apostoli" (1985), es “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia”.
Pero esta vocación universal de los jesuitas no dejó de generar algunos problemas con los sucesivos Papas que, a veces, consideraron que tenían una actitud demasiado conciliadora con las otras culturas. Por ejemplo, en años recientes, Eric de Rosny, en Camerún, incursionó a la videncia, tradicional en algunas zonas. Pese a su asistencia a ceremonias de iniciación, no fue separado por la orden.
El teólogo y sociólogo Pierre de Charentenay dice que el objetivo principal de los jesuitas parece no ser bautizar a los otros, sino entrar en su cultura para encontrarse con su religión y dialogar con ellos.
Fue también Charentenay, ex director de la revista Etudes, quien definió a los jesuitas como una orden geopolítica. Presentes en todo el mundo, conformaron una red, cuyo poder, real o imaginario, fue, como se ha visto, motivo de todo tipo de especulaciones y prejuicios a lo largo de la historia.
“La mundialización jesuítica empezó a través de una red de correspondencia epistolar que tenía en su centro al superior general de la orden, instalado en Roma. La formación internacional y a la vez común que reciben y la espiritualidad ignaciana que practican aseguran también una real comunidad de espíritu entre los jesuitas del mundo”, según un interesante informe, basado en los trabajos de Charentenay.
Cada general de la orden –máxima autoridad de los jesuitas en un país- debía enviar regularmente informes al superior general. “Los jesuitas parecen como mundializadores por su travesía de las culturas del mundo entero desde hace cuatro siglos”, dice el citado informe.
La educación se convirtió pronto en otra prioridad de los jesuitas y su “target” fueron los dos extremos de la sociedad: los más pobres y la elite. Buena parte de las elites sudamericanas fueron formadas por los jesuitas. De la Universidad Iberoamericana de México a la Católica Andrés Bello de Caracas, pasando por la Católica de Córdoba (primera universidad argentina, en 1622), la UCA de San Salvador, etcétera, hay una treintena de instituciones de enseñanza superior dirigidas por jesuitas en América Latina, además de varias decenas de revistas y editoriales.
Pero ese acento puesto en la educación de la clase dirigente es otro indicio de que el proyecto misionero se combina en los jesuitas con un proyecto geopolítico –un intento de incidir en el rumbo del mundo mediante la intervención en el plano intelectual.
“Fue una orden con mucha preparación, se formaba a los candidatos a la Compañía de Jesús para anunciar el evangelio tanto en la universidad como en los países de misión y con una fuerte impronta misionera y una fuerte formación”, dice Salvia.
Tiempos modernos
La orden fue restablecida en 1814, aunque ya no recuperó la influencia que había tenido.
Lacouture destaca la conducta de los jesuitas durante la Segunda Guerra: “Denunciaron a los nazis, lucharon en la resistencia de varios países y muchos fueron fusilados”.
También pagaron un alto precio en vidas, más recientemente, por su oposición a las dictaduras latinoamericanas; pasó en El Salvador por ejemplo, en 1980, donde una decena de jesuitas fueron asesinados.
Aunque no influye como antes, la Compañía no ha abandonado su proyecto universal y siguen presentes en 120 países. Actualmente hay en el mundo unos 20.000 padres jesuitas distribuidos aproximadamente así: 7% en África, 16% en Estados Unidos, 15% en América Latina, 20% en India y 28% en los demás países de Asia, el resto en Europa. La mayoría de los novicios está en Asia. “En Asia tienen muchas vocaciones, acá no tantas”, dice Salvia.
¿Sigue habiendo recelo hacia la Compañía? “No hablaría de recelos, responde, sí existen contrastes, matices, y es algo muy normal en una familia tan grande como la Iglesia Católica. Por tratarse de una congregación universal, hay jesuitas nacidos en la India, en América Latina y en Inglaterra; es una congregación que no tiene una Nación. No es lo mismo que el clero secular en el cual el medio, el país, las circunstancias, tienen mucho que ver con las improntas”.
Acerca de la influencia actual de los jesuitas, di Stefano dice que, “después del Concilio Vaticano II (1962-1965), la orden -como todas- perdió muchísimos sacerdotes, muchos se casaron, y además cayó el número de ingresantes”. “Hoy sigue siendo una orden respetada e importante dentro de la Iglesia, pero no tiene la misma influencia que tuvo en otros períodos, entre los siglos XVII y XX”, agrega.
A lo largo de la Historia, muchos precursores han pagado con la libertad o la vida su posición de vanguardia. Los jesuitas no fueron excepción, más allá de que, como señala Lacouture, su quizá demasiado ambición de mover la brújula de los acontecimientos políticos los llevó a exponerse más de lo aconsejable.
La combinación de una fuerte vocación universal, gran tolerancia y mente y espíritu abiertos, de un lado, con una organización centralizada y radial y una estricta disciplina y lealtad al poder papal, de otro lado, resultaba extremadamente eficaz para la acción pero el mismo tiempo dificultaba la coexistencia con otros poderes y despertaba resquemores y envidias. Adelantarse a su tiempo puede ser peligroso.
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