La victoria de Donald Trump o el triunfo de los farsantes
La victoria de Donald Trump en las últimas elecciones estadounidenses es una de las mejores muestras del enorme parecido que guarda la política con el arte de la estafa.
Nadie esperaba la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones estadounidenses, igual que nadie esperaba la victoria del Brexit, el NO al proceso de paz en Colombia o un nuevo gobierno del Partido Popular en España. Este tipo de sucesos inesperados y no deseados por la mayoría de la población son muy útiles para crear estados de ansiedad y desasosiego entre las multitudes [1]; se busca generar malestar entre las masas, enfurecerlas con el fin de conducirlas (pastorearlas) con la menor resistencia posible hacia el lugar deseado; se pretende que sean los propios ciudadanos los que, creyendo que luchan por su libertad, se coloquen ellos mismos la soga al cuello.
Evidentemente, siempre será mucho más efectivo que sea uno mismo el que se ponga voluntariamente las cadenas a que se las ponga por la fuerza un completo desconocido. Pues esto mismo es lo que se pretende al colocar como presidente de Estados Unidos a Trump (o a Rajoy en España), que sean los propios ciudadanos los que, creyendo luchar contra el tirano, acaben convirtiéndose en siervos de la tiranía (control de la disidencia).
Después de varios meses de intensa propaganda, gracias a la cual, la figura de Trump se ha convertido en prácticamente indistinguible de la del demonio para el ciudadano medio, el magnate norteamericano contará con una brutal oposición popular desde el minuto cero de su gobierno, lo cual hará que tenga que ceder a prácticamente todo lo que se le pida desde la oposición demócrata, quien se arrogará el papel de salvador (algo parecido a lo que sucederá en España, donde los podemitas de Soros gobernarán desde la sombra de la oposición); de esta forma, los ciudadanos, alineados con la oposición, creyendo ir a la contra del sistema, no harán sino apoyarlo. Sobra decir que Trump sólo es un compinche en todo esto, un histrión más en esta farsa teatral, y que ceder a las presiones demócratas, en nada perjudicará sus intereses particulares, más bien todo lo contrario.
Esta técnica es muy parecida a la que los grandes timadores han venido usando desde tiempos inmemoriales; se asemeja bastante al viejo truco del poli bueno y el poli malo. Básicamente, el éxito de esta estratagema consiste en saber jugar asiduamente con las pasiones de la víctima (ambición, orgullo, egoísmo, vanidad, resentimiento, etc...) para que termine cayendo, sin apenas ser consciente de ello en las redes del timador [2].
En cualquier caso, el timo sólo busca engañar a la víctima de un modo puntual, mientras que aquí se busca algo mucho más profundo, algo más a largo plazo. Por eso, mucho más que al clásico timo, el modo de proceder de las actuales élites me recuerda al Discordianismo, un movimiento que surgió como una forma de rebelión contra el Poder, pero que, como todo, es muy probable que haya acabado siendo asimilado por éste con el fin de usarlo en beneficio propio.
El Discordianismo se caracteriza por el uso de las más variadas artimañas simbólicas y juegos lingüísticos, con los que se pretende terminar por llevar al oponente al terreno del discordiano, de integrarle en su sistema de ideas y valores; es decir, no sólo se aspira a neutralizar al oponente, sino a conseguir que acabe convirtiéndose en el más fiel aliado. Para ello, se busca movilizar irracionalmente al público, intercalando inteligentemente en el discurso elementos dirigidos a activar sus emociones, deseos o temores, de tal modo que, convenientemente aturdido por una confusa chachara dialéctica, acabe apoyando el discurso por las apariencias del mismo, no por su contenido real, del cual apenas habrá entendido nada [3].
Desde un punto de vista discordiano, se podría decir que el juego Trump vs Hillary (republicanos vs demócratas) consistiría en hacerte creer que se trata de dos opciones totalmente distintas, y, activando tus prejuicios más inconfesables, hacerte creer que uno es muy malo (machista, racista o incluso que come niños), para que acabes considerando al otro como bueno, de tal forma que esto te lleve a implicarte irracionalmente con aquella parte que dice tener la suficiente fuerza como para aplastar al otro (los demócratas o el eje Rusia-China), y, por consiguiente, a integrarte en su sistema, al convertirte en colaborador de algo que no deja de ser la otra cara de una misma moneda. Dicha irracionalidad se ve incrementada, en este caso concreto, al haber ganado las elecciones el candidato más demonizado, lo que hace que la implicación del público mundial (no olvidemos que se trata de un truco realizado a escala global) sea mayor en este juego de falsas polaridades. No es descartable que, en un futuro próximo, se promocione una tercera y hasta una cuarta opción alternativas a Trump y Hillary, pero igualmente integradoras (como lo han sido Podemos y Ciudadanos en España); es posible incluso que todo esto genere una crisis política que sirva para tumbar definitivamente los sistemas parlamentarios tradicionales en beneficio del proyecto Open Governmet.
La función principal de Trump durante los próximos años será la de ejercer de catalizador de la furia y el resentimiento feminista a lo largo y ancho del planeta; es decir, Trump se convertirá en una especie de bandera falsa machista con el fin de movilizar a las mujeres y, por ende, a todos aquellos hombres que aspiran a tener algún tipo de relación con ellas, e integrarlos en un nuevo modelo de feminismo aún más agresivo, capaz de dar una nueva vuelta de tuerca a la explotación de las potencialidades masculinas. A muchos se nos pasó por alto el que si Hillary hubiera ganado las elecciones, todo lo anterior no sería posible, es decir, se habría perdido una gran oportunidad para seguir explotando el resentimiento femenino (el "qué- malos-son-los-hombres") en favor de los intereses del sistema. De igual modo, Trump, al interpretar el papel de supervillano, conseguirá unificar a todos los pueblos del mundo en su contra, fortaleciendo un poco más el actual proceso de globalización. Gracias a Trump, a su muro y a su retórica antiinmigración, las organizaciones proinmigración tendrán la excusa perfecta para animar al mayor número posible de latinoamericanos a integrarse en la cultura anglosajona.
Aunque, igualmente, si las circunstancias lo requieren, Trump puede ser trasformado rápidamente en el bueno de la película. Esta es la gran ventaja que ofrece el discordianismo al aplicarlo a la política.
En todo este perverso juego de la confusión, los principales actores, los auténticos discordianos, no son los políticos en sí, sino todos aquellos que se han dedicado a relatar la historia: los periodistas y los medios de comunicación de masas -tanto los oficiales como los alternativos-, que han creado los más diferentes estados de ánimo y de opinión entre el público, llegando a provocar verdaderas montañas rusas emocionales, todo con el fin de neurotizarnos, de infantilizarnos, y convertirnos así en paralíticos mentales, incapaces de interpretar correctamente la realidad, y, de este modo, en sujetos fácilmente manipulables. El machismo, el terrorismo, el racismo (negro o blanco), el pánico nuclear, los Simpson, la amenaza extraterrestre y hasta esa historia de la conspiración illuminati-satánica -que parece haber sido sacada directamente del Apocalipsis de San Juan-, todo le vale a los discordianos, por absurdo y paranoico que pueda parecer a primera vista, si es capaz de alterar adecuadamente la percepción que tienen las masas de la realidad. En este mismo sentido, el anonimato, la inmediatez o la interactividad que proporciona internet (especialmente en las redes sociales y foros de debate), ofrecen a los discordianos la oportunidad de adoptar ilimitadas identidades y desarrollar a voluntad su perverso juego de la confusión, a veces incluso de forma totalmente personalizada, lo cual antes era imposible con los medios de comunicación convencionales. ¡La más sofisticada manipulación psicotrónica al servicio del control social!
En otro orden de cosas, los análisis que tratan de explicar la victoria de Trump concediendo credibilidad a los resultados me parecen desternillantes. En primer lugar, es imposible que la inmensa mayoría de la gente (el hombre-masa promedio) haya sido capaz de sustraerse a la brutal campaña antiTrump realizada por los medios, tanto en TV, radio y prensa como en internet; y en segundo, constituye una enorme ejercicio de ingenuidad (por no decir de estupidez), pensar que el Poder, contando como cuenta hoy con los medios necesarios y, sobre todo, con la falta de escrúpulos suficiente como para amañar unas elecciones según sus intereses sin que se note demasiado, no lo haga. El objetivo de este tipo de análisis no es otro que el de continuar con la labor discordiana de encabronar al público (que se tragará estos análisis igual que se tragó la campaña proHillary), de mantenerle tensionado, de tal forma que se le pueda movilizar con facilidad según las circunstancias lo requieran y las necesidades del momento. Todo esto es muy parecido a los análisis que se hacen concediendo credibilidad al fenómeno del terrorismo; si éstos han conseguido justificar guerras en el extranjero, quizás aquéllos consigan justificar una guerra civil en Estados Unidos, o, por lo menos, crear un clima guerracivilista (tal y como se está haciendo en Europa, fomentando los movimientos independentistas o la inmigración) que permita a las élites justificar el desarrollo de sus planes.
No hay nada más sencillo de manipular que el contemporáneo hombre-masa, sólo basta con saber pulsar las teclas adecuadas; la salida está, como siempre, al alcance de muy pocos.
Notas:
[1] El objetivo de la brutal campaña antiTrump no era, como muchos creíamos, el de movilizar al electorado en favor de Hillary (hoy, las elecciones están totalmente amañadas por los globalistas según sus intereses, por lo que parece que ya no es tan necesario el agit-prop), sino el de conseguir que las multitudes sufrieran un shock anímico lo suficientemente traumático con la posterior victoria de Trump, por lo inesperado del resultado.
[2] Para entender un poco mejor cómo actúan los timadores, recomiendo el visionado de dos magníficas películas: "El golpe" (George Roy Hill, 1973) y "El color del dinero" (Martin Scorsese, 1986).
[3] Personalmente, veo un gran parecido entre el Discordianismo empleado por las actuales élites y las estrategias teorizadas por el jesuita Baltasar Gracián en Oráculo manual y arte de prudencia, una especie de manual de guerra de guerrillas psicológica en el que se aconseja a un príncipe sobre cómo doblegar de forma eficaz la voluntad de sus adversarios y del pueblo mediante el lenguaje y la conducta. Dice el jesuita: "Obra siempre con una intención inesperada. La vida del hombre es una milicia contra la malicia del hombre. En las competencias, aprende a ser sagaz en materia de fingir tu intención. Nunca actúes de modo que el otro pueda saberla. Apunta hacia un objetivo, para deslumbrar, amaga al aire con destreza, pero en la realidad ejecuta lo que nadie espera, dejando siempre lugar para disimular tus verdaderos fines. Muestra una intención, y esto hará que tu contrario muestre la suya, y vuélvete luego contra la tuya, y vencerás por haber hecho lo inesperado. Pero cuídate de las inteligencias incisivas, que ponen mucha atención y son capaces de descubrir tus planes, usan su capacidad de reflexión, y pueden deducir lo contrario de lo que tú quieres que se entienda, y de este modo conocer cualquier intención falsa. No te dejes llevar de la primera intención, está en espera de la segunda e incluso una tercera. Cuídate de quien tiene mucha experiencia en peleas, pues habiendo alcanzado gran maestría, aumenta su simulación, a tal grado que puede pretender engañarte con la misma verdad. Cambia de juego, y lo obligarás a cambiar su treta, con el artificio de no hacer artificio. Basa esta astucia en aparentar candidez. En ese caso, actúa siempre con observación cuidadosa, y entenderás su perspicacia, descubrirás las tinieblas que tu contrario revistió de deslumbramiento. Descifrarás su objetivo, que es cuanto más solapado, más sencillo. Semejante a cuando combaten la calidez de Pitón contra la candidez de los penetrantes rayos de Apolo." (XIII)
Desde mi punto de vista, el Discordianismo es una especie de evolución del arte de la prudencia jesuita (como éste a su vez lo fue del sofismo); el discordiano sólo habría adaptado la astucia jesuítica a una sociedad esencialmente laica, puramente materialista y profundamente degradada con el propósito de alcanzar un mismo fin. Estas nuevas condiciones sociales permiten (y exigen) al discordiano usar recursos que en tiempos de Gracián era imposible usar, como por ejemplo, el de socavar la dignidad del oponente mediante la más desconsiderada chabacanería
No hay comentarios.:
Publicar un comentario