Las lecciones del asesinato del embajador ruso en Turquía
Andrei Karlov, embajador ruso asesinado |
Si descartamos que el asesinato del embajador ruso en Turquía haya sido una casualidad o la obra de un “lobo solitario”
es mucho más fácil entender algo de los graves sucesos que están
ocurriendo en el mundo, sobre todo si concluimos calificando al
imperialismo de “asesino”, porque debería servir para deslindar
bastante bien los campos: donde hay un asesino hay alguien asesinado y,
en este caso, el asesinado es un alto diplomático ruso.
Sin embargo, resulta que no es así porque hay quien -de manera sistemática- desempeña el mismo papel que Serrano Súñer en 1941, cuando el III Reich atacó a la URSS, y grita “¡Rusia es culpable!” Así es como la burguesía explica aquella historia: la URSS no fue agredida y atacada sino que se produjo un “choque” con Alemania. Ponen el mismo nivel a los asesinados con los asesinos. Los asesinados también son unos asesinos, es decir, que tienen -al menos- una parte de la culpa de su propia muerte y, por extensión, de todos los demás crímenes que están ocurriendo.
Este tipo de concepciones son intolerables, cualquiera que sea el crimen al que nos estemos refiriendo. Por ejemplo, podemos hablar de los seis años de crímenes en Libia, una catástrofe en la que nos gustaría que nos explicaran qué tipo de responsabilidad tiene el manido “bloque imperialista emergente” que -según esa corriente- componen Rusia y China.
El asesinato del embajador Karlov es una metáfora dramática de lo que está ocurriendo. Por nuestra parte estamos tratando de hacer memoria para recordar si ese “bloque imperialista emergente” ha cometido una fechoría parecida con el bloque contrario. ¿Ha muerto últimamente algún embajador de Estados Unidos, de Francia o de otra potencia imperialista “clásica”?
Lo mismo que en Libia o en Ucrania, en Siria no se ha producido ningún “choque” entre dos bloques imperialistas rivales, una afirmación que, además de servir para lavarse las manos, es una manera como cualquier otra de enmascarar los graves sucesos que están ocurriendo en el mundo.
El asesinato de Ankara lo ha reivindicado Jaish Al-Fatah, antes conocido como Frente Al-Nosra y antes como Al-Qaeda, un empeño de camuflaje tras el que no hay otro protagonista que el imperialismo estadounidense. Los mismos actores que desatan una guerra de agresión (no un “choque”) contra una país, como Siria, asesinan al embajador de otro país, Rusia, que acude en ayuda de los agredidos.
El momento del crimen tampoco se elige al azar sino justamente cuando en Moscú tres países (Turquía, Irán y Rusia) que están ayudando a Siria, a los agredidos, tratan de ponerse de acuerdo para lograr la paz, una maniobra evidente para sabotearla y que el crimen no acabe nunca.
Luego a un lado tenemos a los agredidos y los asesinados, y al otro tenemos a los agresores y los asesinos. No se puede llamar “choque” a un enfrentamiento entre ambas partes. Uno de ellos desata la guerra y quiere que no se acabe nunca. El otro se defiende, busca la paz y todos sus esfuerzos son saboteados a cada paso por los anteriores.
El que te llama asesino justo en el momento en que entierras a la víctima de un asesinato es que no se ha enterado de nada de lo que ha pasado. Debería hacérselo mirar.
Sin embargo, resulta que no es así porque hay quien -de manera sistemática- desempeña el mismo papel que Serrano Súñer en 1941, cuando el III Reich atacó a la URSS, y grita “¡Rusia es culpable!” Así es como la burguesía explica aquella historia: la URSS no fue agredida y atacada sino que se produjo un “choque” con Alemania. Ponen el mismo nivel a los asesinados con los asesinos. Los asesinados también son unos asesinos, es decir, que tienen -al menos- una parte de la culpa de su propia muerte y, por extensión, de todos los demás crímenes que están ocurriendo.
Este tipo de concepciones son intolerables, cualquiera que sea el crimen al que nos estemos refiriendo. Por ejemplo, podemos hablar de los seis años de crímenes en Libia, una catástrofe en la que nos gustaría que nos explicaran qué tipo de responsabilidad tiene el manido “bloque imperialista emergente” que -según esa corriente- componen Rusia y China.
El asesinato del embajador Karlov es una metáfora dramática de lo que está ocurriendo. Por nuestra parte estamos tratando de hacer memoria para recordar si ese “bloque imperialista emergente” ha cometido una fechoría parecida con el bloque contrario. ¿Ha muerto últimamente algún embajador de Estados Unidos, de Francia o de otra potencia imperialista “clásica”?
Lo mismo que en Libia o en Ucrania, en Siria no se ha producido ningún “choque” entre dos bloques imperialistas rivales, una afirmación que, además de servir para lavarse las manos, es una manera como cualquier otra de enmascarar los graves sucesos que están ocurriendo en el mundo.
El asesinato de Ankara lo ha reivindicado Jaish Al-Fatah, antes conocido como Frente Al-Nosra y antes como Al-Qaeda, un empeño de camuflaje tras el que no hay otro protagonista que el imperialismo estadounidense. Los mismos actores que desatan una guerra de agresión (no un “choque”) contra una país, como Siria, asesinan al embajador de otro país, Rusia, que acude en ayuda de los agredidos.
El momento del crimen tampoco se elige al azar sino justamente cuando en Moscú tres países (Turquía, Irán y Rusia) que están ayudando a Siria, a los agredidos, tratan de ponerse de acuerdo para lograr la paz, una maniobra evidente para sabotearla y que el crimen no acabe nunca.
Luego a un lado tenemos a los agredidos y los asesinados, y al otro tenemos a los agresores y los asesinos. No se puede llamar “choque” a un enfrentamiento entre ambas partes. Uno de ellos desata la guerra y quiere que no se acabe nunca. El otro se defiende, busca la paz y todos sus esfuerzos son saboteados a cada paso por los anteriores.
El que te llama asesino justo en el momento en que entierras a la víctima de un asesinato es que no se ha enterado de nada de lo que ha pasado. Debería hacérselo mirar.
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