Por Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco
“Crony
capitalism”, o “capitalismo de compadres” en su versión mexicanizada,
es de esos términos que se usan recurrentemente en los medios de
comunicación, pero sin antes decir qué significan. De forma intuitiva se
entiende que es algo relacionado a corrupción en una escala
generalizada. Vale la pena ser más preciso sobre el término, pues nos
puede ayudar a entender lo que ocurre (y puede ocurrir) en Estados
Unidos.
El capitalismo
de compadres es el régimen institucional en el que el principal
mecanismo de asignación de recursos en la economía no es el mercado,
sino la cercanía al gobierno. Es decir, en donde el capitalismo
de compadres existe, importa más cómo te relacionas con el gobierno que
cómo tratas a tus competidores y consumidores. En este régimen, los
agentes privados que tienen mejores relaciones con los funcionarios
públicos, se encargan de retribuirles a éstos los favores recibidos,
haciendo que todos tengan incentivos para mantener ese tipo de arreglo.
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Este
tipo de régimen no se lleva bien con las democracias, que idealmente
traen consigo una buena dosis de transparencia y fiscalización de los
recursos públicos, así como la rotación de quienes están en el gobierno.
En el capitalismo de compadres, lo que interesa al gobierno y a los
privados beneficiados es que nadie sepa de su arreglo y que no tengan
que hacer ese arreglo con diferentes personas cada cuatro o seis años.
¿Y de qué nos puede servir hablar de capitalismo de compadres en la era de Trump?
De mucho. Como bien advertía
Matthew Yglesias en diciembre, por la forma en que se había comportado
Trump durante la campaña, era claro que no es una persona
particularmente interesada en la transparencia. Más aún, se trata de una
persona que además de actuar de forma visceral, concibe a la política
como un enfrentamiento y que, por lo mismo, varias veces en su campaña
amenazó con utilizar las leyes para ir en contra de adversarios (fueran
éstos la prensa, Hillary Clinton, etcétera). A ello hay que añadir que
tanto Trump como varios miembros de su gabinete enfrentan una cantidad
no trivial de conflictos de intereses, y no han mostrado el más mínimo
interés por solucionarlos. Ello, junto con su negativa a revelar sus
declaraciones fiscales, levanta sospechas sobre si no actuará en favor
de sus propias empresas o de sus acreedores.
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En
resumen, se tiene a un gobernante que tiene tanto los incentivos como
la forma de pensar para poco a poco minar el actual régimen
institucional de Estados Unidos, en favor de un régimen de capitalismo
de compadres.
¿Y eso en qué nos afecta a los mexicanos?
Una
a una, Trump se ha lanzado públicamente contra aquellas empresas que
producen desde México con el fin de exportar hacia Estados Unidos,
reiterando que, si no mueven sus fábricas a Estados Unidos, se
enfrentarán a un arancel del 35%. Si bien establecer ese tipo de arancel
llevaría a una disputa legal ante la Organización Mundial de Comercio
entre México y Estados Unidos, lo cierto es que la mera amenaza de
hacerlo ya ha logrado que dos empresas (Carrier y Ford) reconsideraran
sus inversiones en México. E, incluso, FIAT-Chrysler que, aún no ha sido
amenazada, de forma preventiva anunció que considera reubicar su
producción de regreso en Estados Unidos.
Ford said last week that it will expand in Michigan and U.S. instead of building a BILLION dollar plant in Mexico. Thank you Ford & Fiat C!— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 9 de enero de 2017
Esto
pone en riesgo lo que se percibe como la estrategia con la que el
gobierno federal piensa negociar con Trump: conseguir que aquellas
empresas norteamericanas de sectores estrechamente ligados a la economía
mexicana disuadieran a Trump de tomar una posición agresiva en la
renegociación comercial. Si bien no todas las empresas cedieron a los
ataques verbales, algunas grandes lo han hecho, dando la señal a otras
de que en estos momentos cooperar resulta más rentable, particularmente
debido a que Trump cuenta con mayoría en las cámaras y, por tanto, es
capaz de alterar la política fiscal y comercial para “premiar” a
aquellos que le hagan caso y “castigar” a los que no.
De
no encontrar la forma de contrarrestar y de hacer frente a un
gobernante con estas características, las negociaciones comerciales a
las cuales está dispuesto a sentarse el gobierno mexicano no van a
acabar bien para el país.
***
Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco es Maestro en Economía por El Colegio de México y consultor independiente.
Twitter: @MGF91
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