El federalismo identitario: del “E Pluribus Unum” al “E Unum Pluribus” (I)
por Andrew Korybko
– Estados Unidos se vende a sí mismo como teniendo una identidad
inclusiva que es capaz de unir sus muchas partes dispares en un todo
singular. Su lema no oficial, “E Pluribus Unum”, proclama orgullosamente
que “de muchos, uno”, significando además que este ideal funciona como
la piedra angular de la ideología americana.
En lo que hace un caso muy peculiar de doble pensamiento ideológico,
mientras Estados Unidos insiste en exportar su modelo “democrático” al
extranjero, emplea hipócritamente un enfoque selectivo en el que los
países deben conservar el componente de identidad nacional de su sistema
“E Pluribus Unum”, y deben incorporar la innovación geoestratégica del
“E Unum Pluribus”.
La última frase se
traduce en “de uno, muchos”, y es el polo opuesto de la forma en que los
EE.UU. controlan sus asuntos. En lugar de una autoridad de gobierno
fuerte y centralizada (ya sea unitaria o federal) que mantiene el Estado
unido, el método “E Unum Pluribus” lleva las diferencias internas al
extremo y promueve la “solución de compromiso” del federalismo
identitario, por lo general alcanzado después de una guerra civil
provocada por Occidente. En la práctica, esto se parece mucho a Bosnia, y
conduce a un conjunto federal igualmente disfuncional y fracturado.
Estados Unidos apoya selectivamente el establecimiento de estados
federales ampliamente independientes y ligeramente conectados en los
países geoestratégicos que tiene interés en debilitar perpetuamente,
esperando que este modelo podría incluso poner “las bases” (apoyado
externamente) de un efecto dominó en algunos espacios regionales.
La primera parte de la investigación comienza explicando la naturaleza del federalismo identitario y su relación con la guerra híbrida,
detallando lo que se entiende por “E Unum Pluribus” y arrojando luz
sobre sus veladas interrelaciones. La II parte aborda un puñado de
estudios de caso pertinentes al tema, incluyendo los dos casos en los
que se está aplicando la última versión de federalismo identitario, y
los cuatro Estados más geoestratégicamente significativos en los que
EE.UU. lo están persiguiendo actualmente. Finalmente, la III parte
explica por qué los Estados Unidos están tan en contra del federalismo
identitario en España y Ucrania, antes de concluir con una previsión
sobre su aplicación práctica en el núcleo unipolar norteamericano y la
amenaza que esto plantea al existente establishment estadounidense.
Mejorando la guerra híbrida
El concepto de
federalismo identitario es clave para los diseños de la política
exterior de los Estados Unidos en el orden mundial posterior a 1991,
llegando a ser aún más importante en la era de la Nueva Guerra Fría. En
la actualidad, los Estados Unidos se dedican a emprender y planificar
una variedad de guerras híbridas en todo el mundo, pero la concepción
del autor de esta estrategia es muy diferente de lo que creen los medios
de comunicación convencionales. Su libro de 2015 sobre el tema describe
la guerra híbrida como el continuum gradual de la
revolución de color y las desestabilizaciones de la guerra no
convencional para finales de cambio de régimen, y su secuela próxima se
centra en las aplicaciones globales de este enfoque. “La Ley de la
Guerra Híbrida”, el título prospectivo de la investigación mencionada,
elabora su homónimo explicando que:
“El gran
objetivo detrás de cada Guerra Híbrida es interrumpir los proyectos
conectivos de infraestructura transnacional multipolar a través de
conflictos de identidad provocados externamente (étnicos, religiosos,
regionales, políticos, etc.) dentro de un estado de tránsito objetivo”.
Los disturbios
planeados se organizan, provocan y guían utilizando los siguientes seis
factores sociopolíticos de separación de la identidad dentro del futuro
estado victimizado:
• Etnicidad.
• Religión.
• Historia.
• Disparidad socioeconómica.
• Límites administrativos.
• Geografía física.
El objetivo no es
siempre necesariamente derrocar al gobierno, sino simplemente crear una
perturbación tan grande que el proyecto multipolar de infraestructura
conectiva transnacional apuntado ya no sea viable, ya se trate de la
suspensión indefinida o de la cancelación definitiva de uno previsto, o
el desmantelamiento de uno antes activo. La mayoría de las veces, el
cambio de régimen es la forma más sencilla de lograr esto, de ahí por
qué este escenario más fácil de fabricar – una revolución del color – es
típicamente el primero en ser desplegado. A veces se enfrenta a
dificultades y no tiene éxito en su objetivo estratégico, por lo que la
tendencia recientemente ha sido la de transitar cruelmente de este
primer intento fallido a una más eficaz, pero menos fácil de organizar,
de guerra no convencional.
El federalismo
identitario en la guerra híbrida es doble: (1) proporciona una visión
atractiva en torno a la cual grupos anti-gubernamentales de distinta
identidad podrían gravitar en la formación de un frente táctico para
coordinar su acción de cambio de régimen; y (2) funciona como una
“solución de compromiso” poco antes del cambio de régimen, por medio de
la cual el gobierno “salva la cara” conservando el poder después de
llegar a términos parciales con el movimiento anti-gubernamental, pero
sacrificando el control administrativo sobre el territorio
geoestratégico que la agresiva potencia extranjera había codiciado. En
este sentido, el federalismo identitario es el complemento perfecto a la
guerra híbrida, pues puede ser utilizado no sólo como una herramienta
unificadora del reclutamiento para escalar el conflicto del cambio de
régimen, sino irónicamente también como mecanismo de des-escalada para
establecer un estancamiento mientras que todavía preserva las ganacias
geoestratégicas del poder interferido.
La fina línea entre el federalismo identitario y el federalismo convencional
Si un estado se ve
obligado a poner en práctica el federalismo identitario, entonces el
país hasta ahora unitario o convencionalmente federalizado se divide
administrativamente a lo largo de uno o más de los factores
sociopolíticos de separación citados anteriormente, con más
superposición e incidencias entre ellos, conduciendo a una entidad
exponencialmente más débil. Bélgica y Bosnia son ejemplos de
federaciones identitarias descentralizadas que fueron creadas a partir
de circunstancias históricas completamente distintas, y que también
difieren internamente de sus contrapartes más convencionales y
cohesionadas en Estados Unidos, Alemania y Rusia. En ambos casos, sin
embargo, estos dos países sólo se dividen federalmente en dos regiones
separadas, lo que mitiga relativamente el potencial para el conflicto
hobbesiano de dividir e imperar dentro de ellos, pero de ninguna manera
impide un choque entre las partes competidoras. Los Estados Unidos,
Alemania y Rusia están divididos en muchas más unidades, pero las
diferencias de identidad entre cada una de ellas no son tan pronunciadas
como en las federaciones identitarias citadas anteriormente, aunque
también tienen el potencial de que sus diferencias, hasta ahora
suavemente separadas, aumenten dramáticamente en caso de una inesperada
agitación de la identidad distintiva.
Los preceptos del
federalismo identitario a los que se hace referencia en este trabajo de
aquí en adelante son más inmediatamente aplicables para comprender los
modelos multilaterales de última generación que se han aplicado para
probar en Sudán del Sur y Nepal, y que actualmente se están aplicando en
otros, en virtud de los cuales un país entero se divide en un
caleidoscopio de entidades federales separadas por la identidad. Esto es
diferente a la situación en Rusia, que sólo tiene algunas unidades
autónomas, y también es diferente de la mayoría de los Estados
federalizados de identidad homogénea que caracterizan a los EE.UU. y
Alemania. Las federaciones convencionales descentralizan selectivamente
varios derechos y responsabilidades con respecto a sus elementos
constituyentes en ausencia de llevar a cabo una devolución, mientras que
las federaciones identitarias dependen de sus descentralizaciones. Sin
embargo, la mayor parte de la idea contenida en las investigaciones
subsiguientes es también relevante para las federaciones convencionales,
las federaciones identitarias de Bélgica y Bosnia, y otras similares a
ellas, porque su estructura política actual las hace inherentemente
vulnerables a proceder a lo largo de un camino similar bajo distintas
circunstancias naturales o fabricadas. También, Estados unitarios en
estos momentos como Siria, la República de Macedonia y Myanmar, corren
el riesgo de un federalismo identitario apoyado externamente por razones
geoestratégicas que fueron elaboradas anteriormente, ampliando así la
funcionalidad relevante de la investigación y haciéndola aplicable al
mundo entero.
Fracturación Federal
Habiendo dado las
clasificaciones necesarias para el camino, es hora de proceder ahora con
la explicación de la naturaleza del federalismo identitario. La puesta
en práctica de este marco interno fractura al Estado en pequeños estados
cuasi independientes, que hacen que toda la estructura federal sea
pseudo-independiente en su totalidad, cada parte individual tiene
potencialmente una soberanía más de facto en la administración de los asuntos de su feudo que las autoridades centrales sobre el territorio del que son responsables de iure.
Un estado anteriormente unificado es así desgarrado en un tablero de
damas de restos territoriales, donde todas las piezas federales (no sólo
las particularmente unitarias o convencionalmente federales como antes)
están teóricamente en juego para que todas las Grandes Potencias
compitan, reemplazando así a las relaciones bilaterales estado-a-estado
con interacciones directas entre estados y pequeños estados. Esta nueva
plantilla de participación equivale a nada más que la aceptación
internacional implícita de la “caudillización” del Estado Federado
identitariamente, el cual permanece unificado sólo en el nombre,
dependiendo únicamente de las condiciones fabricadas internas y / o
externas que se le han impuesto.
En la multifacética
complejidad identitaria que caracteriza a la mayoría de los estados no
occidentales, la adaptación de este modelo probablemente daría lugar a
que la mayoría de los feudos federalizados no pudieran sostenerse de
manera realista si alguna vez alcanzaran la independencia total. Esto se
debe a que la potencia interferente está probablemente interesada
principalmente en un área geoestratégica y / o geoeconómica específica
del estado objetivo, que proporciona acceso a vías de tránsito
previstas, o a riqueza de mano de obra y / o natural. En consecuencia,
estos espacios envidiados dentro del estado unitario objetivo podrían,
teóricamente, suministrarse a sí mismos en el sentido económico al
capitalizar sus ventajas privilegiadas, mientras que los restantes
constituyentes federales menos importantes estarían vinculados más
estrechamente a la autoridad central, y / o se vuelven dependientes de
las condiciones del patrón de la misma, y / o de una parte extranjera
distinta. Otra razón por la que la lealtad de cada entidad federal es
tan sumamente buscada, es porque tienen la oportunidad de influir en los
asuntos de todo el país a través de su posición en la legislatura
nacional. Las unidades federalizadas suelen tener una representación
dentro del centro gobernante de la carecen sus contrapartes autónomas en
otras construcciones administrativas, dando así a sus patrones una
participación en los asuntos pan-federativos y abriendo las perspectivas
de que puedan expandir su influencia más allá de sus propiedades
subsidiarias actuales y de otros feudos rivales.
El continuum de la Soberanía
La fractura federal
que resulta de este mecanismo produce una dinámica interna y externa
única para la autoridad central y los diversos estados federales,
especialmente cuando se mide en términos del continuum de
soberanía. Para explicarlo, este concepto sostiene que todos los estados
tienen una composición unitaria, autónoma o federalizada antes de
experimentar el secesionismo, y que existe una progresión doméstica
generalmente unidireccional dentro de ellos que se mueve a lo largo del
siguiente continuum:
Unidad a autonomía a federalización a secesionismo
Este proceso puede no
ocurrir naturalmente, y en la mayoría de los casos requiere la
intervención de un Estado interferente externo que emplea diversos
instrumentos, como las ONGs, para provocar y / o guiar a los elementos
domésticos seleccionados en la agitación de ciertos escenarios. Es
posible, con o sin manipulación extranjera, que un Estado unitario
experimente el secesionismo de un territorio al que no se le ha otorgado
autonomía ni estatuto federal, como es posible que el Estado unitario
se pueda federalizar sin experimentar primero distintas autonomías
internas. El federalismo identitario encaja en este modelo por ser la
manifestación más extrema del federalismo y representar el punto justo
antes de que pueda estallar una crisis secesionista abierta
(multifacética), que en ese caso pondría en peligro existencialmente la
naturaleza del estado y lo situaría a un paso de distancia de la amenaza
de la disolución formal.
Es posible que un estado vuelva hacia atrás a lo largo del continuum,
pero no sólo es excepcionalmente raro, sino que a menudo corre el
fuerte riesgo de provocar una crisis inmediatamente después o en algún
momento en el futuro. El modelo es que la autoridad central emite
típicamente un anuncio unilateral que se hace cumplir por la amenaza o
el uso de recursos militares superiores, pero la memoria histórica de la
separación administrativa puede ser utilizada más adelante como
argumento para provocar una guerra híbrida, como fue el caso en Eritrea y
la provincia de Kosovo después de Etiopía y Yugoslavia (Serbia),
respectivamente, donde rescindieron los privilegios de dichos
territorios. Como regla general, una vez que un estado avanza a lo largo
del continuum de la soberanía, no hay manera pacífica de
regresar, razón por la cual la mayoría de los gobiernos luchan con uñas y
dientes haciendo todo lo posible para evitar que esto suceda, e incluso
a veces recurriendo al derramamiento de sangre como en el caso reciente
de Ucrania (que se tratará en la parte III).
En lo que respecta a
las relaciones internas de la identidad federalizada, la mayoría de los
feudos federales geoestratégicos y geoeconómicos que fueron creados por
gobiernos interferentes, funcionan como estados secesionados no
declarados en todo menos en ser legalmente independientes de la
autoridad central de gobierno. En cuanto a las otras unidades federales
cuya concepción fue imprevista o de menor importancia para los
arquitectos externos del proyecto de federación identitaria, pueden o
bien emular a sus contrapartes geoestratégicas y geoeconómicas bajo la
tutela del gobierno interferente, sus aliados y / o sus rivales por
cualquier razón que sea, o bien terminar pareciendo estados autónomos
debido a su desproporcionada dependencia del centro federal.
En cuanto al gobierno
federal, inevitablemente estará bajo el patrocinio de uno o de dos
actores que le proporcionen subsidios, donaciones, ayuda externa y
asistencia general para intentar congraciarse con el poder
pan-federativo legalmente reconocido, sin importar cómo pueda ser de
objetivamente débil su influencia sobre algunas o todas sus unidades
constitutivas. Estos actores de apoyo están motivados por razones
egoístas que quieren, o bien obtener un equilibrio en el estado
fragmentado que antes no habían podido aprovechar en medio de la carrera
de sus rivales por los restos, o tienen la intención de ayudar al
gobierno nacional de iure a reanimar su control sobre la
mayoría o el resto de los feudos federalizados con el fin de restaurar
el modelo doméstico e internacional de pre-federalismo identitario que
había prevalecido anteriormente.
La Paradoja normativa
El federalismo
identitario y el secesionismo en sí mismos no son necesariamente
acontecimientos negativos o desestabilizadores, sino que lo son cuando
son aprovechados como armas estratégicas por una potencia extranjera
(que en la mayoría de los casos es Estados Unidos). La prueba decisiva
para decidir si una propuesta de identidad federalista o secesionista es
“buena” o “mala” descansa en las circunstancias históricas en las que
se realiza, y si en una u otra de las partes recibió asistencia externa
antes o después del inicio de la crisis. En particular, esto se refiere a
si el proclamado grupo de identidad -federalista o secesionista-
actuaba como un representante en nombre de otro estado, o si las
autoridades reaccionarias recibieron apoyo del extranjero en la
represión de un movimiento legítimamente popular. Todo esto es relevante
sólo para las condiciones iniciales en o antes del conflicto, ya que es
un hecho que el dilema de seguridad resultante y la geopolítica de la
nueva guerra gría conducirán a la participación de otros actores
extranjeros después de que se haya cruzado la línea roja inicial por una
parte interferente agresiva.
Considerando todo lo que se ha descrito hasta ahora, la paradoja normativa es la siguiente:
Cuando un
actor externo apoya un movimiento de identidad federalista o
secesionista, la mayoría de los gobiernos centrales cumplen con el
requisito previo de obtener apoyo normativo para justificar sus acciones
unificadoras militantemente reactivas; de la misma manera, cuando un
actor externo apoya las acciones unificadoras militantemente reactivas
de un gobierno central, entonces la mayoría de los movimientos de
identidad federalista o secesionista cumplen con el requisito previo de
obtener apoyo normativo para justificar su causa política.
Debe enfatizarse una
vez más que la paradoja normativa depende enteramente de las condiciones
iniciales del conflicto, particularmente en cuanto a qué lado apoya el
actor extranjero interferente. Su participación desestabilizadora en los
asuntos internos de un Estado soberano puede desencadenar rápidamente
una reacción en cadena de contra-respuestas por parte de sus rivales
geopolíticos, escalando a una crisis internacional lo que de otro modo
debería haber sido un asunto interno. Ejemplos de este tipo se pueden
ver en ambos lados de la paradoja, ya sea en apoyo normativo a los
federalistas identitarios y / o secesionistas, o a los gobiernos
centrales que están reprimiendo tales movimientos.
En lo que respecta a
la primera, los Estados Unidos proporcionaron copioso apoyo militar a
Tiblisi antes de la invasión de Saakashvili de Abjasia y Osetia del Sur,
lo que invalidó cualquier apoyo normativo que el gobierno georgiano
pudiera haber alegado en el conflicto y, correspondientemente, lo
aumentó para las naciones que atacó. Del mismo modo, Estados Unidos
orquestó el terrorismo urbano del EuroMaidan y el consecuente golpe de
estado en Kiev, incitando luego a las “autoridades” hipernacionalistas a
purgar étnicamente el país de rusos. Esto llevó a los ciudadanos de
Crimea a celebrar un referéndum y a reunificarse con Rusia, y también
llevó al pueblo del Donbass a rebelarse contra el gobierno central
impuesto por Occidente. En ambos casos, la identidad
federalista-secesionista tiene una legitimidad normativa completa,
mientras que Kiev no tiene ninguna porque el apoyo de los EE.UU. para
ello fue la razón por la que el conflicto estalló en primer lugar.
Del otro lado de la
paradoja, Estados Unidos ha apoyado el cambio de régimen y los elementos
separatistas etno-regionales y / o de identidad federalizante en Siria,
Pakistán y Myanmar, por poner algunos de los ejemplos que
inmediatamente vienen a la memoria, y en cada uno, las respuestas de las
grandes potencias han sido totalmente justificadas al ayudar en las
acciones unificadoras militantemente reactivas de sus socios. La ayuda
multisectorial de Rusia e Irán al gobierno democráticamente elegido y
legítimo de Siria se basa en el hecho de que está luchando contra un
intento de cambio de régimen organizado por Estados Unidos, sin importar
si originalmente fue disfrazado de “levantamiento democrático” antes de
revelar su verdadera naturaleza terrorista. El apoyo de China a
Pakistán y Myanmar es similar, excepto que cada uno de ellos ha estado
respondiendo más a fuerzas separatistas etnoregionales e identitarias
que a actores de cambio de régimen abierto, aunque la línea entre ambos a
menudo puede ser borrosa. La más destacada concordancia entre todos
estos casos es que el país en cuestión ha sido objeto de alguna forma de
agresión asimétrica estadounidense, lo que lo convierte en un Estado
victimizado y legitima totalmente sus esfuerzos de respuesta y las
medidas de apoyo que sus aliados decidan tomar.
La fase del federalismo
El surgimiento del
federalismo identitario en cualquier estado particular es el resultado
de las tensiones identitarias exacerbadas dentro de él, a menudo
siguiendo un continuum escalonado que refleja el patrón de la
guerra híbrida. Para que el federalismo identitario tenga incluso la
oportunidad de ser puesto en práctica, es necesario que haya factores
objetivamente reconocibles sobre el terreno que al menos
superficialmente lo justifiquen, los seis indicadores separadores
mencionados de origen étnico, religioso, histórico, socioeconómico,
administrativo, y geográfico. Cualquiera de estos factores o combinación
de los mismos se incorpora a la primera fase del federalismo
identitario, por medio de lo cual se lanza una campaña de información
para concienciar sobre el carácter distintivo específico de la identidad
seleccionada en relación con su conjunto nacional compuesto. Este paso y
los que vienen después de él pueden ser iniciados orgánicamente o con
el apoyo de un patrón extranjero, y en este último caso, no importa en
qué punto planificado decida interferir proactivamente el actor externo
(es decir, al principio mismo o directamente al inicio de la
desestabilización física), invalida la causa y la convierte en un
instrumento subsidiario de influencia política que típicamente provoca
una respuesta justificada de sus rivales.
La campaña de
información que precede a las hostilidades no necesariamente tiene que
agitar en pos de un federalismo identitario de inmediato, sino
simplemente por un mayor reconocimiento nacional e internacional de la
separación de dicho grupo de interés. Esto puede ser llevado a cabo
mediante activistas individuales, “ONGs” (ya sean legítimas de base o
grupos fachada de agencias de inteligencia extranjeras), y / o medios
alternativos y convencionales, normalmente de acuerdo con el modelo
jerárquico de la Revolución de color que el autor ilustró en un análisis
anterior. El objetivo en este punto es precondicionar socialmente al
público objetivo a aceptar que el grupo demográfico declarado tiene
derecho a un conjunto diferente de normas político-administrativas que
el resto del país, cuyos detalles varían dependiendo del caso
individual, al igual que el marco de tiempo anticipado (y adaptable)
para su puesta en práctica.
Con el ejemplo de
Bélgica siendo tal vez la única excepción (y sólo por presiones externas
sobre ella), el federalismo identitario (especialmente su componente
multilateral, como en Sudán del Sur), suele instituirse después de un
período de intenso conflicto político y físico, con una división en
fases paulatina, justo como las fases desde las Revoluciones de color a
las guerras no convencionales. Es aquí donde el paradigma de la guerra
híbrida se muestra el modelo más preciso capaz de describir estos
procesos, ya que el patrón escalonado antes mencionado está
completamente sincronizado con sus preceptos. Además, como se dijo
anteriormente, el federalismo identitario puede ofrecerse
estratégicamente como la “solución de compromiso” en cualquier fase de
conflicto (informativa-política, Revolución del color y guerra no
convencional), y es a través de esta manera en que puede aplicarse en
última instancia como una técnica de “salvar la cara” en nombre del
asediado gobierno. Esto confirma que el federalismo identitario y el
cambio de régimen son las dos caras de la misma moneda de la inferencia
externa, con cualquiera de ellas capaz de ser puesta en práctica por
etapas en cualquier punto que se considere más cómodo desde el punto de
vista táctico, demostrando la flexibilidad adaptativa que diferencia
esta “solución de compromiso” de cualquier otra.
Importancia geoestratégica
Dependiendo de la
región en la que se ponga en práctica, y especialmente en el caso de ser
resultado de la interferencia extranjera externa en los asuntos de un
estado dado, el federalismo identitario puede llegar a representar la
última expresión de la guerra de quinta generación o, en otras palabras,
la conversión en armas de actores y procesos anteriormente no
militantes (por ejemplo, los “manifestantes” de la Revolución del Color y
las “armas de migración masiva“).
Bajo ciertas condiciones, puede convertirse en un tipo de virus
estructural que infecta a otros estados con una composición interna
similar, de forma muy parecida a como la “primavera de las naciones”
diseñada por Estados Unidos desencadenó una reacción en cadena de cambio
de régimen en Europa oriental, y el amplio escenario de la Revolución
de color de la “primavera árabe” hizo algo similar en el Medio Oriente.
La descentralización militante de estados previamente unificados y
cohesionados (ya sean unitarios, autónomos o ya federalizados), forja
entidades postmodernas que dejan de funcionar como unidades
singularmente integradas, lo que predeciblemente podría conducir a la
formación de un “agujero negro” de gobernabilidad que da como resultado
que toda o parte de la política resultante se convierta en un caldo de
cultivo para los procesos caóticos de barrido de la región.
En muchas áreas del
mundo, principalmente en estados postcoloniales marcados por una rica
diversidad de pronunciadas diferencias de identidad multi-variables, la
introducción del federalismo identitario es uno de los acontecimientos
regionalmente más perturbadores que pueden ocurrir en el contexto de la
nueva guerra fría. Como se explicó anteriormente, suele estar precedido
por una guerra híbrida, que en sí misma es extremadamente
desestabilizadora, pero la “solución de compromiso” post-conflicto del
federalismo identitario crea un fuerte efecto institucional que puede
afectar negativamente a los estados circundantes de similar diversidad
identitaria. Para dibujar un paralelo histórico, el federalismo
identitario en ciertos estados geoestratégicos tiene el mismo potencial
de dominó en la nueva guerra fría como el surgimiento de un gobierno
pro-estadounidense o pro-soviético en una región clave durante la vieja
guerra fría, con ambos casos teniendo la posibilidad de catalizar una
reacción en cadena regionalmente disruptiva en sus lugares. Desde un
punto de vista estratégico, esto podría ser favorable o desfavorable
para la promoción de la política exterior estadounidense, lo que
conduciría a la creación de dos categorías de escenarios de federalismo
identitario: aquellos que Estados Unidos alienta, y aquellos con los que
está firmemente en contra.
Continuará…
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