Moscú,
Rusia. El 2016 concluyó con un nivel álgido de confrontación entre
Rusia y Estados Unidos, en medio de las crisis en Ucrania y en Siria,
intereses hegemónicos de Washington y salpicaduras de una sucia campaña
electoral estadunidense.
Antonio Rondón/Prensa Latina
Los
tonos subieron tras entrar en su periodo más fuerte el periodo
proselitista para elegir al presidente 45 del país norteño. La disputa
entre el multimillonario y excéntrico candidato republicano Donald Trump
y la demócrata Hillary Clinton influyó en el tono hacia Moscú.
Clinton, algo que muchos consideran como
un grave error, incluyó como uno de sus principales mensajes de
campaña, por encima, incluso, de algunos de carácter doméstico, la
propaganda de la imagen negativa de Rusia, un asunto que se volvió casi
obsesivo.
Del otro del Atlántico, la línea trazada
por la Casa Blanca fue seguida sin miramientos por la Unión Europea, en
una práctica que involucró a los principales países de la región como
Francia, Alemania y el vacilante Reino Unido, a punto de abandonar ese
bloque.
A tal situación se debió enfrentar Rusia
que, a su vez, aumentó sus éxitos en Siria, junto a las fuerzas armadas
de ese país, en la lucha contra formaciones terroristas, casi en la
misma proporción que crecía la campaña de la Unión Europea y Estados
Unidos para presentarla como una amenaza.
El año más bien abrió con un tácito
reconocimiento por Occidente de la efectividad de Rusia en la guerra
contra el terrorismo en Siria. Se hacía evidente que poco había hecho la
coalición contra el Estado Islámico, mientras Moscú demostraba
resultados en pocos meses.
La maquinaria de propaganda en
Occidente, dirigida todo el tiempo a satanizar al gobierno del
presidente Bashar al Assad, reaccionó tarde a la nueva tarea que se le
avecinaba: convertir a Rusia y su aviación de combate en el “enemigo
número uno” del pueblo sirio. Al menos así debía quedar plasmado a como
diera lugar en la prensa. Ello jugó con intereses propios de naciones de
Europa del este que reforzaron sus denuncias de la supuesta amenaza a
su seguridad por Rusia.
Los planes para reforzar con tropas y
armamentos estadunidenses el poderío militar de Europa en su frontera
oriental, algo que se desarrollaba antes con la construcción allí del
escudo antimisil, llevó a Rusia a dar respuestas asimétricas a ese
refuerzo.
Uno de los pasos de Moscú fue salirse
del protocolo adicional al Tratado de Armas Convencionales en Europa que
quedó sin ratificar por la mayoría de los antiguos miembros del Pacto
de Varsovia y que limitaba el volumen de fuerzas en los flancos.
Pero el auge de la confrontación entre
Rusia y Estados Unidos llegó con la etapa final de las primarias
demócratas, cuando fueron revelados a la prensa detalles de las
manipulaciones dentro del Partido Demócrata para dejar fuera al liberal
Bernie Sanders.
Washington acusó a Rusia, que para ese
entonces iniciaba, por su lado, el asedio a más de 6 mil terroristas
atrincherados en la ciudad siria de Alepo, de lanzar una guerra
cibernética contra Estados Unidos para influir en su proceso electoral.
El país que, según Wikileaks, espía
hasta a sus propios socios europeos, acusó a Moscú de penetrar en los
sistemas del Partido Demócrata para cambiar el curso de los comicios.
Ciertamente, ante la propaganda
antirrusa desplegada por Clinton y los amagos de buena vecindad lanzados
a Rusia por Trump, era lógico que el Kremlin tuviera más preferencia
por el multimillonario, pero ella dista de poder influir en el proceso
político estadunidense.
Las contradicciones se hicieron más
palpables cuando el Pentágono situó a Rusia como enemigo reconocido a
combatir, en un retroceso a los tiempos de la Guerra Fría, cuando la
Unión Soviética se enfrentaba a Estados Unidos en un mundo bipolar.
Obama llevó poco después casi al absurdo la obsesión por oponerse a
Rusia, al punto de situarla como la primera de una lista de prioridades
de las amenazas que debía enfrentar en el orbe, por encima del Estado
Islámico y el terrorismo.
Mientras eso ocurría, en Siria se
desmoronaba el mito de la lucha antiterrorista de Occidente, mediante
una coalición de unos 60 países que bajo la dirección de Estados Unidos
poco o casi nada hicieron contra las bandas extremistas. Rusia en 1 año
de combates de sus medios bélicos en Siria demostró, para sorpresa de
muchos en Occidente, contar con unas fuerzas armadas de alta preparación
combativa y organización, con armamentos muy efectivos. Para muchos
especialistas en Rusia, el éxito de su fuerza aérea y el avance de las
tropas sirias, creó posiciones contradictorias dentro de la propia
dirección estadunidense.
En opinión de Moscú, de ello habla el
pacto alcanzado en Ginebra por el secretario de Estado de Estados
Unidos, John Kerry, y el jefe de la diplomacia rusa, Serguei Lavrov,
para poner en práctica cinco acuerdos sobre una salida negociada a la
crisis siria. Después de 14 horas de negociaciones, Lavrov y Kerry
lograron un arreglo que incluía el intercambio de información para
eliminar al grupo terrorista Jabhad An Nusra. Dos días después, la
aviación estadunidense bombardeaba “por error” a tropas sirias en Alepo.
La supuesta oposición moderada, aunque
armada, nunca cumplió con lo pactado en Ginebra. A ello siguió un
anuncio de la Casa Blanca de que suspendía la cooperación con Rusia para
el enfrentamiento al terrorismo en Siria.
Luego apareció la amenaza de aplicar
sanciones o, incluso, como prometió en su momento Washington, responder
de otra forma más convincente a la presunta amenaza cibernética de
Rusia. Pero la victoria de Trump, aunque el mundo entero tiene derecho a
prever tiempos sombríos bajo su administración, fue vista con decepción
y asombro por muchos en Europa que comienzan a adaptarse al posible
curso del futuro mandatario estadunidense respecto a Rusia.
Antonio Rondón/Prensa Latina
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 520 / del 01 al 07 de Enero 2017
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