miércoles, 22 de febrero de 2017

Todo lo que sabemos de las emisiones de carbono podría ser erróneo





kaosenlared.net
Todo lo que sabemos de las emisiones de carbono podría ser erróneo



Por James Watkins


Los norteamericanos son responsables de diez veces más emisiones que los chinos.


Desde 2007, cuando China superó a los Estados Unidos como mayor emisor de dióxido de carbono del mundo, los titulares llevan catalogando jubilosamente al descomunal gigante asiático de “peor contaminador del mundo”, lo cual se acompaña a menudo de imágenes de ciudades saturadas de contaminación.

Pero antes de empezar a agitar delante de otros esos dedos nuestros supuestamente verdes, vale la pena comprobar las cifras…y la regla de medir, por lo que a eso respecta. Resulta que, dependiendo de cómo se midan las huellas ambientales, se pueden sacar imágenes muy diferentes de dónde está verdaderamente la culpa. De modo concreto, en lugar de analizar las emisiones en territorios nacionales, se pueden medir los efectos ambientales del consumo. De acuerdo con esta contabilidad “basada en el consumo”:

Los norteamericanos son responsables de diez veces más emisiones que los chinos.

Esa cifra procede de investigaciones que descomponen los efectos ambientales del consumo por hogar; de forma que las emisiones de CO2, sí, pero también el uso de tierra, agua y materiales que se incorpora en todo lo que hacemos, comemos y compramos. De acuerdo con esta estimación, los norteamericanos tienen la mayor huella de carbono, con 18,6 toneladas de CO2 equivalentes por persona y año.

Los europeos, tan conscientes medioambientalmente, tampoco son tan inocentes como parece, teniendo a Luxemburgo como segundo a poca distancia en emisiones de carbono y en cabeza en el mundo en términos de huellas de materiales y de agua. Mientras tanto, los consumidores chinos tienen una huella de carbono de sólo 1,8 toneladas por año, y están bastante por debajo de la media mundial en cada una de las demás estimaciones medioambientales. La tendencia de conjunto no es que haya descubierto la pólvora: cuanto más rico es un país, más consume, y mayor es su huella ambiental.

Pero, ¿por qué usar el consumo de los hogares, en lugar de las emisiones territoriales, para medir el impacto ambiental? La respuesta es doble, afirma Diana Ivanova, investigadora pionera de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. En primer lugar, el consumo por hogar da cuenta de la mayoría de las repercusiones ambientales. Y eso son cerca de dos tercios de todas las emisiones de carbono y entre el 50% y el 80% de la huella de tierra, agua y materiales (del resto dan cuenta cosas como la actividad del Estado y la formación de capital por parte de las empresas). Además, a diferencia de otras fuentes de emisiones, “el consumo de los hogares se encuentra directamente bajo nuestro control”, afirma Ivanova. Lo que significa que algo podrían hacer los consumidores al respecto.

La economía del mundo está de lejos demasiado globalizada para que la política sobre el clima se pueda guiar sensatamente por medidas de producción territoriales, declara el profesor Magnus Jiborn, de la Universidad de Lund, en Suecia. Así, por ejemplo, si un fabricante de acero de un país como Suecia se marcha para establecerse en China, las estadísticas suecas basadas en la producción mostrarán que han descendido allí las emisiones, aunque la empresa pueda contaminar más en China, de modo que las emisiones globales suben. En el caso de varios países desarrollados hemos visto que sus emisiones se han ralentizado o han caído en años recientes, pero esa tendencia desaparece cuando se examina desde el lado del consumo. Esta “fuga de carbono” podría tener inmensas consecuencias: asombrosamente, debido a las diferencias en el modo en que los países desarrollados y en desarrollo definían la reducción de sus respectivas emisiones siguiendo el Acuerdo de París sobre el Clima ( reducciones absolutas para los países ricos; reducciones en relación al PIB para los demás), todos los países podrían cumplir sus objetivos y, con todo, las emisiones globales seguirían subiendo.

Más allá de esto, desplazar nuestras actitudes sobre las repercusiones ambientales de la producción al consumo podría conducir a una mejor toma de decisiones. Sólo cerca del 20% de las emisiones de las que somos responsables, y menos del 5% de nuestra huella de agua, provienen de un uso directo como conducir el coche o abrir la ducha, tal y como muestran las investigaciones de Ivanova. El resto se esconde todo en las cadenas de suministro de lo que compramos. De modo que si queremos reducir nuestra huella ambiental, cambiar lo que compramos podría suponer una diferencia bastante mayor que bajar el termostato un grado o dos.

Por desgracia, la contabilidad sobre la base del consumo no es fácil. Es “mucho más exigente en datos” que el enfoque tradicional, lo que significa que el análisis nunca podría ser tan receptivo como las actuales mediciones, afirma Jiborn, cuyas mismas investigaciones abogan por una medición que quede en algún lugar entre las dos. Así que hasta que no exista algún baremo global de etiquetado de productos que informe de la huella ambiental completa de todo lo que compramos, el consejo sigue siendo bastante general. Cambiar nuestra dieta de la carne a las plantas o comprar más productos de segunda mano puede suponer una gran diferencia, afirma Ivanova, que ha llevado a cabo ambas mediciones desde el comienzo de la investigación. Entretanto, acaso deberíamos dejar de apuntar con el dedo: China puede muy bien ser la fábrica del mundo, pero fabrica cosas porque nosotros las compramos.

* James Watkins periodista de la publicación digital norteamericana OZY.

Fuente:
OZY, 17 de febrero de 2017
Traducción: Lucas Antón

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http://www.sinpermiso.info/textos/todo-lo-que-sabemos-de-las-emisiones-de-carbono-podria-ser-erroneo

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