ESTAMBUL
– El mundo parece estar profundamente desestabilizado por el caos y la
incertidumbre, quizá más que nunca desde el final de la Guerra Fría.
Los
líderes con tendencias autoritarias están en ascenso. Las alianzas en
Occidente están tensas. El orden post Segunda Guerra Mundial se tambalea
conforme los conflictos se extienden más allá de las fronteras, y las
instituciones internacionales no están brindando soluciones. La
democracia liberal misma parece estar sitiada por los movimientos
populistas que desatan temor ante el islam e ira hacia el sistema
establecido.
La
guerra civil en Siria, cuyos efectos se han expandido más allá de las
fronteras del país, ha motivado o exacerbado muchos de estos retos.
Ahora
que está en su séptimo año, esta guerra a la que se ha permitido causar
estragos durante tanto tiempo ha provocado no solo una indescriptible
miseria para millones de sirios, sino que también ha emitido ondas de
impacto a todo el mundo.
Millones
de sirios se han convertido en refugiados en países vecinos y en toda
Europa. La idea de que el mundo no permitiría que ningún dirigente
matara indiscriminadamente a sus propios ciudadanos ahora parece estar
en franca retirada en un conflicto en el que más de 400.000 sirios han
muerto. La respuesta del gobierno sirio amenaza con normalizar niveles
de brutalidad estatal que no han sido visto en décadas.
“Siria
no provocó todo”, señaló hace poco en una entrevista el disidente sirio
Yassin Haj Saleh, un izquierdista que pasó casi dos décadas como
prisionero político del padre de Asad, el antiguo dirigente sirio Hafez.
“Pero sí, Siria cambió al mundo”.
La
ONU está paralizada. Las agencias de ayuda humanitaria están rebasadas.
La decisión que tomó el presidente Trump a principios de abril de bombardear una base aérea siria en respuesta a un ataque a civiles con armas químicas
fue muy celebrada por opositores sirios e internacionales al gobierno
del presidente Bashar al Asad: no porque prometiera un camino hacia la
paz –no lo hizo–, sino porque al menos constituía una respuesta
simbólica a un conflicto tan terrible y desestabilizador. Sin embargo,
ese bombardeo unilateral, por sí mismo, aumenta la sensación de que el
mundo es un lugar volátil e impredecible.
Además, semanas después, el gobierno sirio continua con su política de bombardeos de tierra quemada.
No
hay consenso sobre lo que se debió haber hecho al comienzo de la crisis
de Siria ni sobre lo que debería hacerse ahora. Se extienden los
debates acerca de si un primer enfoque con más fuerza habría dado un
mejor resultado. Simplemente hay demasiados intereses en juego en Siria
como para que las respuestas sean fáciles.
No
obstante, desde el principio las potencias de Occidente, y en
particular la Casa Blanca, adoptaron una postura de no meter las manos,
en gran parte porque aún lidiaban con las consecuencias de una
intervención previa: la problemática invasión y ocupación de Irak. Los
funcionarios estaban decididos a no cometer el mismo error de nuevo,
aunque las lecciones de Irak fueron, en el mejor de los casos, una guía
imperfecta para Siria.
“Echamos
los valores por la borda y además no hemos sido capaces de actuar en
nuestro propio beneficio, porque dejamos que las cosas siguieran por
mucho tiempo”, dijo Joost Hiltermann, ciudadano neerlandés y el director
para Medio Oriente y el Norte de África del International Crisis Group,
en Bruselas. “No hemos podido ir al rescate de un país que está pasando
por un sufrimiento humano tremendo y que también está irradiando
inestabilidad a toda su región y, finalmente, creando una crisis que se
dirige directamente a nuestras puertas”.
En
2011, cuando ocurrieron las primeras protestas pacíficas en Siria —en
las que se exigían más derechos políticos, menos corrupción y el Estado
de derecho— las fuerzas de seguridad de Asad las detuvieron con
violencia. Algunos de sus oponentes tomaron las armas y la guerra fue
escalando hacia un flujo sin fin de atrocidades.
El
gobierno recurrió a las detenciones en masa y a la tortura; usó
tácticas de sitio e inanición; atacó vecindarios con misiles Scud, minas
marinas, bombas de barril y armas químicas, además de bombardeos
frecuentes a hospitales y escuelas. Los yihadistas extremos se alzaron
en medio del vacío, con lo que permitieron al final que el Estado
Islámico se proclamara como califato y fomentara la violencia en Europa.
Un país de ingresos medios se empobreció, con la mitad de sus 23
millones de habitantes obligados a dejar sus hogares.
No
había forma de que los efectos quedaran constreñidos a las fronteras de
Siria, ni siquiera a las del Medio Oriente. Más de 5 millones de sirios
han huido a países vecinos. Cientos de miles finalmente migraron hacia
Europa, uniéndose a cientos de miles de otros migrantes en una ruta de
refugiados a lo largo del Mediterráneo y a través de los Balcanes.
Las
imágenes de multitudes de refugiados desesperados —y de la violencia
excesiva en sus hogares, de la cual huían— se usaron para alentar
movimientos políticos de extrema derecha que siguen sacudiendo a Europa y
Estados Unidos.
La
crisis de refugiados planteó uno de los mayores retos en generaciones a
la cohesión de la Unión Europea y lo que había parecido que defendía:
la libertad de movimiento, las fronteras comunes, la tolerancia y el
pluralismo. Intensificó las ya atemperadas angustias sobre la identidad y
la cultura, alimentando la inseguridad económica y la desconfianza
hacia las élites gobernantes que habían crecido durante décadas de
globalización y crisis financieras.
“Se
ha convertido en un fuerte llamado para la derecha insurgente radical
islamofóbica en todas partes”, dijo Daniel Levy, quien hasta hace poco
era el jefe del programa de Medio Oriente en el Consejo Europeo de
Relaciones Exteriores.
Al
mismo tiempo, el conflicto en Siria expuso las fallas de los sistemas
establecidos durante los últimos 75 años, después de dos guerras
mundiales, para mantener la paz, evitar la persecución, hacer a los
líderes rendir cuentas y brindar ayuda a los más vulnerables… minando la
confianza en esas instituciones e ideales cuando más se necesitan.
La
confianza en la Unión Europea y la ONU, creadas tras esas guerras
mundiales con la pretensión de evitar conflictos futuros, va en picada.
Los Convenios de Ginebra para proteger a los civiles en tiempos de
guerra —cuyo cumplimiento nunca se hizo valer de manera uniforme— ahora
se desprecian abiertamente.
Para
el disidente sirio Saleh, el sufrimiento que vive su país parece estar
haciendo metástasis, lo que llamó “la sirianización del mundo”. Podría
volverse todavía peor, afirmó.
“La
atmósfera mundial no se dirige hacia la esperanza, la democracia y el
individuo. Está orientada hacia el nacionalismo, el odio y el ascenso
del Estado de seguridad”, dijo Saleh.
Durante
la década en la que he reportado sobre violencia contra los civiles en
Medio Oriente, los asesinatos en masa por parte de Estados y movimientos
políticos han sido menos llamativos para las audiencias del resto del
mundo que algunas masacres más teatrales como decapitaciones por parte
del Estado Islámico y sus predecesores de Al Qaeda. Es difícil no sentir
como que los temores al terrorismo islamista son tan intensos que, con
tal de combatirlo, muchos en Occidente prefieren tolerar cuantas muertes
haya de civiles árabes o musulmanes.
Los
dirigentes como Asad están montados así sobre una creciente, aunque
tácita, disposición entre muchos frentes a tolerar el abuso del control
del Estado.
Eso
se alimenta, según Hiltermann del International Crisis Group, de las
propias violaciones de Estados Unidos a las normas humanitarias y
legales en la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush y Barack
Obama: las detenciones en la Bahía de Guantánamo, la invasión y
ocupación de Irak, la tortura en la prisión de Abu Ghraib y las
expansivas guerras aéreas y con drones en Siria, Irak, Afganistán, Yemen
y más.
Los
problemas de Siria empeoraron y explotaron en parte por problemáticas
internacionales, más amplias y en ebullición. Rusia intentaba retomar su
importancia internacional, Estados Unidos se retraía por la resaca de
Irak, Europa estaba consumida en sus propios problemas económicos y sus
divisiones políticas. Rusia y Estados Unidos vieron intereses opuestos
en Siria, bloqueando así al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La crisis expuso las contradicciones en el seno del sistema de la ONU: el Consejo de Seguridad da el poder de veto
a los cinco ganadores de la Segunda Guerra Mundial. Además, el énfasis
de la organización en la soberanía de cada Estado no cuenta con
disposiciones adecuadas para los casos en los que los regímenes abusan
de sus propias poblaciones, ni para la artificialidad de las fronteras
nacionales como las de Siria, establecidas hace un siglo por los
ocupadores occidentales.
En
este conflicto, la ONU ha quedado reducida a solo documentar más
crímenes de guerra en Siria, a menudo después de que los combatientes
los realizan para ganar en el terreno.
“Lo
que está sucediendo en Siria no sucederá por última vez; esto se
repetirá en otros lugares”, dijo el Dr. Monzer Kyhalil, director de
Salud de la Provincia Idlib, en referencia a los continuos ataques
contra instalaciones médicas y el arresto de doctores. “Si Europa y
Estados Unidos son honestos, para preservar los valores que están
defendiendo deberían luchar contra esta opresión. Deberían ejercer
presión política en contra del régimen”.
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