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Poco después de conocer los resultados de la primera vuelta de las
elecciones presidenciales francesas, visto el resultado obtenido por el
candidato socialista, me vino a la cabeza la pregunta: habrá dicho algo
la Gestora del PSOE del batacazo electoral de sus homólogos franceses?
De ésta me vino otra: dijeron algo del de los holandeses? Y, finalmente,
una tercera: dice la Gestora alguna cosa sobre algo? Algo, claro,
relativo a lo que nos interesa a los que no estamos única y
exclusivamente preocupados por cómo hacen y deshacen para que la señora
Díaz sea elegida nueva secretaria general del PSOE.
Veinticuatro
horas después, la prensa me permitió conocer las declaraciones de los
tres candidatos a las primarias. Previsibles las de Sánchez y las de
López, pero nuevamente extraordinarias las de Díaz. Dijo la buena señora
que la culpa del desastre socialista francés había sido... del
candidato, un izquierdista que "ha desdibujado el discurso de la
socialdemocracia francesa y europea". Habrá que entender que lo que ella
etiqueta como el discurso de la socialdemocracia es lo que practica
ella y lo que ha hecho su colega Manuel Valls desde París.
Paralelamente,
la señora Díaz, en cambio, no dice ni una palabra de que éste, el que
perdió las primarias en el PSF, Manuel Valls, quien apoyó públicamente
al centrista Emmanuel Macron, en contra de quien había obtenido la
victoria en las internas socialistas, Benoît Hamon. Se ve que esa
traición indigna (similar a la que ella cometió con Pedro Sánchez) no
desdibuja nada. Por una vez, aunque sea por omisión, el discurso de la
señora Díaz está claro para el que quiera entenderlo.Por si a alguien no le resulta evidente la situación del PSOE respecto de las elecciones en Francia, habrá que recordar lo que dijo el ex presidente del Gobierno y ex líder del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero. Afirmó con la facundia que le caracteriza que las elecciones francesas permiten constatar que, si el PSOE quiere volver a ganar elecciones, debe ser coherente y "no puede estar tocándose" con Podemos. Más allá de que la expresión es poco feliz, por vulgar, despierta curiosidad saber si el PSOE que gobierna la Gestora "se está tocando" con el PP y con Rajoy, o se trata simplemente de nobles relaciones determinadas por las altas responsabilidades institucionales que el PSOE desarrolla con la mayor dosis de patriotismo y de eficacia política.
Un añadido a este razonamiento: que el PSOE haya sumado su voto a PP y C 's para impedir la propuesta de Podemos de hacer comparecer Rajoy en un pleno del Parlamento para hablar de la Operación Lezo, ¿es o no es "estar tocándose" y de forma voluptuosa con el PP?
La otra izquierda hispana de ámbito estatal, la que comanda Pablo Iglesias, también ha dado que hablar esta semana. Sus formas de hacer política son sorprendentes en demasiadas ocasiones y, con frecuencia, más que discutibles.
Creo que Podemos cometió algo más que un error con la refriega con la Cadena SER. Más allá de la disputa entre la radio y el partido, absurdamente planteada por Irene Montero como una censura a su persona y como un boicot a Podemos, lo que realmente ha resultado preocupante ha sido que la dirección del partido prohibiera a Errejón participar como comentarista en un programa radiofónico.
¿Qué clase de organización política es ésta en la que uno de sus máximos dirigentes, que representa y tiene el apoyo de una parte importante de la militancia, tal como constatamos en Vistalegre II, es obligado a renunciar a participar en una tertulia de radio a la que asiste desde hace tres años?
¿Qué concepción de la pluralidad interna, y aún más, qué concepción de la democracia es ésta que exhibe el grupo mayoritario de Podemos?
El asunto ha quedado reducido a un problema menor desde que Iglesias anunció la presentación de una moción de censura contra Rajoy. Un anuncio que verdaderamente conecta con el asco que buena parte de la ciudadanía experimenta al comprobar día tras día que la sima de la corrupción en el PP es insondable y que la oposición ni siquiera es capaz de poner a Rajoy en la obligación de dar cuenta y razón en el Parlamento, y de asumir su inmensa y evidente responsabilidad política.
Una vez más Podemos sintoniza con la rabia de muchos, con la fatiga que genera el olor del escenario político, y con el susto que provoca la deriva institucional de, por ejemplo, la Fiscalía del Estado. Podemos ha planteado una alternativa ante la inoperancia de los partidos del establishment. Es cierto que Iglesias y los suyos responden a un clima insoportable provocado por el estercolero que se percibe en el Partido Popular y por la impotencia y la connivencia del PSOE y los demás, pero no se libra de la sospecha de que juega más a la agitación social que a la efectividad política. De nuevo –como cuando anunció que habría un gobierno de coalición con Sánchez del que él sería vicepresidente- Iglesias parece elegir los grandes titulares, el desmarcarse del resto de los partidos, para aparecer como el único que tiene claro su papel como oposición. En buena medida es así, dado que PP, PSOE y C's van de la mano en cosas que resulta alarmante comprobar que comparten; pero la dirección de Podemos arriesga efectividad política seducida por la política espectáculo. No basta con denunciar; no es suficiente. Es más grande su responsabilidad, y no deberían olvidar que tienen cinco millones de votos detrás no solo para que denuncien, sino para que cambien las cosas.
Es cierto que, en buena medida la política hispana se ha convertido en una agria discusión de plató de televisión, pero una izquierda que se llama transformadora debería alejarse de forma explícita de esa dinámica perversa que no sólo devalúa la democracia, sino que al convertir la política en un espectáculo lamentable y reiterativo colabora con aquellos que no quieren sino alejar a los ciudadanos de la participación y la implicación en la gestión de la cosa pública. Más allá de otras consideraciones de matriz ética, la actitud y las formas de Podemos devalúan lo que podría ser, lo que debería ser su verdadero papel como fuerza política renovadora y regeneradora. El plató televisivo huele demasiado mal como para permanecer en él.
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