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China y la UE, una ambición medioambiental compartida
Céline Charveriat
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Coincidiendo con la cumbre entre la UE y China, el anuncio
de Donald Trump, del pasado 1 de junio, con el que confirmaba que EE.UU.
abandona el Acuerdo de París sobre el cambio climático, tuvo un lado
esperanzador: es una oportunidad de oro para que la Unión Europea y
China asuman un liderazgo compartido en las negociaciones para luchar
contra el cambio climático.
Para Europa, esto supone un giro de 180 grados con respecto
a su humillante experiencia durante la conferencia de Copenhague en
2009, cuando estuvo ausente de la mesa de negociaciones, mientras EE.UU.
y los países BASIC (Brasil, Sudáfrica, India y China) llegaban a un
acuerdo. Asimismo, la declaración conjunta anterior a 2015 entre EE.UU. y China sobre el cambio climático, se consideró como el punto de inflexión que terminó resultando en el acuerdo de París.
En el contexto actual de sobreproducción, EEUU, la UE y China están tejiendo una maraña para proteger sus sectores nacionales en lugar de buscar una solución sostenible
Esto supuso una gran frustración para los negociadores
europeos, pues al fin y al cabo la UE poseía una trayectoria mucho más
destacable en términos de cambio climático: la Unión había cumplido con
sus compromisos del acuerdo de Kioto, abastecía económicamente a los
países en vías de desarrollo para hacer frente al cambio climático, y
sus objetivos para París eran mucho más ambiciosos. Pero tenía que hacer
frente a una barrera psicológica, los ojos del mundo estaban puestos en
EE.UU. y en China debido a su gran participación en las emisiones
mundiales de carbono (cerca del 43% en 2015) y a su rivalidad, lo que significaba que ninguno daría un paso adelante sin el otro.
Hoy en día, China y la UE tienen más en común con respecto
al cambio climático que nunca. Su nuevo y compartido objetivo es aislar a
los EE.UU. y evitar nuevas desviaciones del Acuerdo de París: Rusia,
Turquía y Arabia Saudí todavía podrían sentirse tentados de abandonarlo.
Tanto China como la UE están en una posición favorable para
ejercer el liderazgo climático. Los dos están camino de superar los
compromisos adquiridos en París para 2020. Teniendo en cuenta la
dependencia que ambos tienen de las importaciones de combustibles
fósiles, un elemento clave de su estrategia de seguridad energética
nacional pasa por incrementar la proporción de energías renovables de su
cesta energética. Además, podrían cosechar grandes beneficios si se
convierten en líderes en el desarrollo de tecnologías con baja emisión
de carbono y uso eficiente de los recursos.
Por último, comparten el compromiso de facilitar
financiación a los países en vías de desarrollo para hacer frente al
cambio climático. China prometió contribuir con 3.100 millones de dólares en 2015, y Europa y sus miembros entregaron 14.500 millones de euros en 2014. La declaración que se publicó al término de la cumbre bilateral entre la UE y China a finales de junio de 2015 confirma su ambición compartida de luchar contra el cambio climático.
Para que esta cooperación bilateral suponga un verdadero cambio, China y la UE tienen que superar los siguientes tres retos:
-- Situar al mundo en una senda creíble y duradera de
descarbonización, acorde con la ciencia. Esto significa llevar a la mesa
de negociación de Naciones Unidas un plan empíricamente contrastado que
permita alcanzar un nivel cero de emisiones en el ámbito nacional e
internacional para 2020.
-- Hacer realidad un precio global para el carbono. Según un informe reciente,
es necesario que los precios del carbono alcancen un mínimo de 40
dólares por tonelada de CO2 para 2020. Esto no se puede conseguir sin
reformar con éxito el régimen de comercio de derechos de emisión de la
UE, sin una convincente puesta en marcha del nuevo sistema chino de
comercio de emisión de CO2 y sin una acción diplomática conjunta que
vincule los mercados de emisiones de carbono existentes.
-- Multiplicar los fondos de cooperación al menos para
llenar el vacío dejado por EE.UU. al abandonar sus compromisos de
financiación de la lucha contra el cambio climático.
Lamentablemente, este planteamiento tan optimista está
poblado de algunas nubes negras. Durante el G20 se vio como las
tensiones comerciales en torno a la industria siderúrgica seguían
aumentando. En el contexto actual de sobreproducción, EE.UU., la UE y
China están tejiendo una maraña para proteger sus sectores nacionales en
lugar de buscar una solución económica, social y medioambientalmente
sostenible.
La UE y China emplearon con éxito el encuentro del G20 para
continuar con el aislamiento de EE.UU. en asuntos relacionados con la
lucha contra el cambio climático. En cierto sentido, esto era lo más más
sencillo.
Según la comunidad científica, el margen de acción para
mantener el cambio climático bajo control está disminuyendo rápidamente.
Hay quienes afirman que solo nos quedan tres años.
Teniendo en cuenta la urgencia de la situación, proteger la industria
siderúrgica debería ser la menor de las preocupaciones. Al contrario, la
UE y China tendrían que multiplicar su cooperación bilateral para
promover una transición hacia bajas emisiones de carbono en las
industrias altamente contaminantes como el sector del acero, que produce el 5% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
La UE y China también deberían explorar cómo las políticas
comerciales (ya sean nacionales o mediante la OMC) podrían ayudar a
conseguir los objetivos del Acuerdo de París y los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de la ONU.
Cerrar la brecha entre los compromisos de desarrollo
sostenible y las políticas comerciales, que en su mayoría no tienen en
cuenta las emisiones de carbono y la sostenibilidad, supondría realmente
un cambio radical.
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Traducción de Álvaro San José.
Céline Charveriat es directora ejecutiva del Institute for European Environmental Policy (IEEP).
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