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"Habrán escuchado esa tontería de que ya no hay que estudiar contenidos porque están en internet..."
¿ENSEÑAMOS, INNOVAMOS O ENTRETENEMOS?
Por Ricardo Moreno Castillo
[2a parte de la conferencia dictada el 6 de junio de 2017.
En la primera, se explicó por qué la idea de que toda innovación es
buena por el solo hecho de ser nueva es una renuncia a la reflexión, que
hay cosas que no admiten mejora porque ya han probado su pertinencia,
que la enseñanza es transmisiva, memorística y repetitiva, y se destacó
el valor de la memoria como auxiliar esencial de la inteligencia.]
Vamos con el siguiente punto: no hay innovación que no sea en parte una recuperación del pasado. […]
La mochila que todos llevamos en nuestra excursión por la vida es
nuestra memoria, la personal, y también la histórica, si somos capaces
de participar de ella. Y esta mochila está llena de agujeros porque
nuestra memoria es frágil e incierta. No hay más remedio que mirar hacia
atrás, y ese hábito de recuperar las cosas buenas perdidas no tiene nada de reaccionario ni de regresivo.
Precisamente,
fue la nostalgia de la antigüedad, el amor a la ciencia por sí misma y
no solamente como sierva de la teología, lo que dio lugar a un
movimiento tan importante como el Renacimiento. […] Y una revolución tan
importante como el heliocentrismo tuvo lugar cuando Nicolás Copérnico
miró hacia atrás y se encontró con las teorías de Aristarco de Samos. Tuvo la suficiente inteligencia para comprender que una idea no es mala solo por ser antigua,
aunque fuera de hacía casi veinte siglos, y supo tomársela en serio.
Dalton elaboró su pensamiento reflexionando sobre las teorías de
Demócrito, y Darwin tiene un precedente clarísimo en Anaximandro de
Mileto. Hay un hermoso libro, titulado Diálogos sobre física atómica,
en el cual Heisenberg cuenta cómo el punto de partida de algunas de las
reflexiones que desembocaron en sus teorías físicas fue la lectura del Timeo
de Platón. Los ilustrados del siglo XVIII también miraron hacia atrás,
por encima de las monarquías absolutas, y descubrieron y reivindicaron
el sentido grecorromano de ciudadanía. Y, por supuesto, no hay filósofo, por moderno y rompedor que pueda parecer, que no mire hacia atrás, a Grecia. Porque fueron los griegos los que nos enseñaron a filosofar, y no hay otro modo de filosofar que no sea dialogando con los griegos.
Los adictos a lo nuevo están tan atareados diciendo novedades que no tienen tiempo de estudiar historia, y no se enteran de que sus presuntas novedades ya han sido dichas hace tiempo
Se me podría argumentar que, razonando como lo estoy haciendo, el mundo nunca avanzaría. No, el mundo avanza porque descubrimos cosas nuevas sin dejar atrás las cosas viejas que no por ser viejas son malas,
y si a veces avanza más despacio de lo que desearíamos es porque al
olvidar el pasado repetimos errores que se podrían evitar estudiando un
poco de historia. Es cierto que en ciertas épocas la autoridad del pasado fue una rémora, como pudo suceder en la Edad Media con la de Aristóteles, pero en la época actual la autoridad del pasado es mucho menos tiránica que la de lo nuevo, la moda y lo políticamente correcto. Y la tiranía de la moda y lo políticamente correcto está haciendo estragos en la enseñanza.
El equilibrio necesario para no dejarse atraer en exceso por ninguno de
los dos polos está muy sabiamente sintetizado por la siguiente máxima
del gran humanista e historiador del arte Erwin Panofsky:
"El humanista rechaza la autoridad, pero respeta la tradición."
Y el cuarto y último punto: lo que se nos vende como novedoso las más de las veces no lo es. Una necedad, por ser novedosa, no deja de ser una necedad, pero a veces sucede que tampoco es novedosa. Los
adictos a lo nuevo están tan atareados diciendo novedades que no tienen
tiempo de estudiar historia, y no se enteran de que sus presuntas
novedades ya han sido dichas hace tiempo, su inutilidad ha sido
demostrada y, lo que es más importante, ya han sido criticadas en su
momento por todas las personas de buen sentido que ha habido en el
mundo, que también son muchas. Los tontos están en aplastante mayoría,
cierto, pero como además son más alborotadores y ruidosos que las personas inteligentes
parecen más de los que son. Las personas juiciosas son más sosegadas y
no hablan a gritos, por eso pasan más inadvertidas, pero a la larga son
sus ideas las que sobreviven. Por ello voy a citaros unos textos de
hombres y mujeres sensatos que ya en su momento rebatían cosas que nos
venden hoy como innovadoras, y que además se reían de las bobadas de los pedagogos y de la misma pedagogía. Comenzamos con una cita del físico teórico norteamericano Richard Feynman:
"Las
virtudes de la pedagogía son inútiles en la mayoría de los casos, salvo
en aquellos excepcionales donde resultan felizmente innecesarias"
[…] En 1971, en su libro El castillo de Barba Azul escribía el profesor y crítico literario George Steiner lo que viene a continuación:
"Hábitos
de comunicación y de enseñanza surgían además directamente de la
concentración de la memoria. Muchas cosas se aprendían de memoria [by
heart], una expresión hermosamente relacionada con lo orgánico, con la
presencia interior en el espíritu individual de la significación y del
hecho expresado. La catastrófica declinación de la memorización en nuestra educación moderna y en los recursos del adulto es uno de los principales síntomas, aunque todavía poco entendido, de una poscultura."
La declinación de la memorización es -si bien cuidadosamente disfrazada- una muestra del desprecio por el saber que mantienen muchos de los teóricos de la educación. Es un síntoma de una poscultura y quizás del comienzo de una nueva época oscura.
Shakespeare llamaba a la memoria "el centinela del cerebro". Y una
mente sin centinela es una mente enloquecida. Y en un texto de hace casi
medio siglo, Steiner ya alerta del peligro que supone para la educación el desprecio por la memoria.
La siguiente es de Manuel García Morente, de un artículo titulado "El mundo del niño" (1928, Revista de Pedagogía):
"El
niño quiere ser hombre, quiere organizar el mundo en unidad real,
coherente, única, centrípeta, sólida. Para ello ha menester auxilio
atento y amoroso de los adultos. Aquí es donde interviene la labor del
maestro, cuya misión consiste esencialmente en sostener firme en el niño
esa voluntad de ser hombre, ese afán de incorporarse al universo del
adulto, al mundo del trabajo. Por eso me parecen radicalmente,
fundamentalmente, totalmente falsas esas pedagogías infantilistas que hacen del trabajo un juego.
Son técnicas que lejos de favorecer la educación -la conducción de la
infancia a la hombría- la obstaculizan, haciendo perdurar indebidamente
la vida pueril."
El juego puede ser tan importante para los niños como el estudio, pero son cosas distintas. Es por esto que la escolarización es obligatoria y el juego no puede serlo.
Los juegos también tienen reglas, pero son libremente aceptadas por el
niño. Y si no le gustan no tiene más que jugar a otra cosa. Pero en el
estudio las pone el profesor. […] Y del texto de García Morente se
desprende que la bobada de aprender jugando, tan grata a pedagogos
innovadores, es muy antigua.
Miguel de Unamuno tiene varios textos que van en la misma dirección. El primero es de noviembre de 1913, y fue publicado en El imparcial, en unas columnas tituladas "arabescos pedagógicos":
"Hay
una cierta pedagogía que huye de las dificultades, huye del verdadero
trabajo, huye de la austeridad. Parece que nos asusta enseñar a los
niños todo lo duro, todo lo recio que es el trabajo. Y de ahí ha nacido el que aprendan jugando, que acaba siempre por jugar a aprender. Y el maestro que les enseña juega, juega a enseñar. Y ni él, en rigor, enseña, ni ellos, en rigor, aprenden nada que lo valga. Y luego no olvide usted que importa más lo que se ha de enseñar que el modo de enseñarlo y aprenderlo. No hagamos de la ciencia un mero medio para aplicar la pedagogía."
Y en artículo en La Nación (sept 19159 dice:
"Lo que necesita el maestro es menos pedagogía, mucha menos pedagogía, y más filosofía, muchas más humanidades.
El maestro de primeras letras no puede ser, como no puede ser el padre,
un especialista. Hacer de la pedagogía una especialidad es perderse en
la técnica pura, en la técnica hueca y vana."
Apenas creo en la pedagogía como ciencia independiente, y cuando veo cómo ha trastornado los espíritus de no pocos maestros creo aún menos en ella (Unamuno)
Y en mayo 1907, en una carta a Carlos Vaz Ferreira escribió:
"Yo, señor, apenas creo en la pedagogía como ciencia independiente, y cuando veo cómo ha trastornado los espíritus de no pocos maestros creo aún menos en ella. No parece sino que los niños se hicieron para la pedagogía, y no ésta para aquellos. […] Estoy
harto de decir y repetir a los maestros que lo importante no es
precisamente cómo enseñar; sino qué es lo que debe enseñarse y qué no. Del qué sale el cómo mejor (que) del cómo el qué."
[…] Vamos con más testimonios de personas inteligentes que demuestran que las estupideces pedagógicas son ya muy viejas y que el descrédito de la pedagogía entre las personas sensatas es muy antiguo. Chesterton escribió esta frase lapidaria:
"Cuando aparece la pedagogía, el sentido común queda aniquilado."
Y en 1910 también escribió lo siguiente:
"Sé que algunos pedantes frenéticos han defendido que la educación no es en absoluto transmisión,
que no se enseña en absoluto por medio de la autoridad. Presentan el
proceso como una llegada, no del exterior, desde el maestro, sino desde
dentro del niño. Dicen que la educación es la llave para dirigir o sacar facultades dormidas de cada persona.
En algún lugar profundo de la oscura alma infantil hay un deseo de
aprender acentos griegos o de llevar cuellos limpios, y el maestro de
escuela sólo libera amable y tiernamente ese aprisionado propósito. […]
El educador sólo extrae del niño su amor invisible por las divisiones
largas. Discrepo de esta doctrina. Decir que la educación de un niño
procede de él es tan absurdo como decir que la leche del bebé procede
del bebé. Hay sin duda en cada criatura unas fuerzas y posibilidades,
pero la educación, o significa darles unas determinadas formas y
entrenarlas para determinados propósitos, o no significa nada en
absoluto. El habla es el ejemplo más ilustrativo. Se pueden sacar
gemidos del bebé pellizcándolo, pero habrá que esperar con mucha paciencia antes de sacar de él el idioma inglés. Primero habrá que metérselo dentro."
Este
texto revela que quienes siguen anunciando que los niños "deben
aprender por sí mismos", como si fuera una idea muy original, ignoran
dos cosas: que la idea no es nada original, y que desde siempre las personas de buen sentido se han pronunciado contra ella. […]
También
parece muy moderna la preocupación por los contenidos: no podemos
enseñar en el siglo XXI lo que se enseñaba en el siglo XIX. Pero esta preocupación de los pedagogos vanguardistas por los contenidos obsoletos también está bastante obsoleta, como lo demuestra el siguiente texto del matemático Henri Poincaré (Science et méthode, 1908):
"Supongamos
que de aquí a varios años estas teorías sufrieran unas pruebas y
triunfaran. Nuestra enseñanza secundaria correría entonces un gran
peligro: algunos profesores querrían sin duda hacer lugar a las nuevas
teorías. Las novedades son atrayentes, ¡y es tan duro no parecer lo suficiente avanzado! Entonces se querrá abrir a los niños los ojos, y antes de enseñarles la mecánica común, se les advertirá de que ya ha pasado su tiempo
y que en todo caso era buena para el viejo zoquete de Laplace. Y
entonces no se acostumbrarán a la mecánica ordinaria. ¿Es bueno
avisarles de que no es más que aproximada? Sí, pero más tarde, cuando hayan penetrado hasta la médula, cuando hayan tomado el hábito de no pensar sino por ella, cuando no corran el riesgo de olvidarla, entonces se podrá sin inconveniente mostrarles sus límites."
Recordemos cuando entró la teoría de conjuntos en las enseñanzas preuniversitarias con menoscabo de la matemática clásica (cuando la primera es ininteligible si no se conoce la segunda). […] Y recordemos también el estropicio subsiguiente. Los alumnos no sólo dejaron de aprender las matemáticas de siempre, sino que tampoco aprendieron las nuevas.
Algo parecido sucedió cuando se intentó introducir la gramática
estructural en las enseñanzas medias, cuando lo que se necesita a esos
niveles es la gramática tradicional, la de toda la vida. Esa obsesión por los contenidos obsoletos también ha producido estragos.
Ahora un texto de Concepción Arenal de su obra El pauperismo (1897):
La escuela no ha de ser ni una tortura ni un paraíso; ha
de dar a la infancia el necesario solaz, el ejercicio, la variedad que
necesita el niño, pero iniciándole al mismo tiempo en las condiciones de
la vida, que es trabajo y descanso, goce y dolores, lucha en que, si no se alcanza la victoria resultará la derrota. No
se le ha de abrumar con tareas superiores a sus fuerzas, ni tampoco
deben buscarse métodos para que aprenda sin que le cueste ningún trabajo
y como jugando; porque lo que se aprende así suele ser a costa de mucha
fatiga de parte del que enseña y se olvida con facilidad; y sobre todo
porque la escuela debe formar parte esencial y ordenada de la iniciación
a la vida, donde hay que trabajar y vencerse."
[De esto] se deduce que lo de "aprender jugando" no sólo es una tontería muy dañina porque no educa para la vida, es también una tontería muy antigua (…).
Al despreciar el saber (primando emociones, destrezas, habilidades…) aumenta el acoso y el mal comportamiento
Hay un cuento de Gogol, intercalado en su novela Las almas muertas,
que narra la historia de un profesor severo que exigía un buen
rendimiento porque consideraba que estudiar es la obligación de los
alumnos. Estos le querían, porque un profesor exigente es el que valora a
sus discípulos. El que se conforma con poco está tratándolos como si
fueran idiotas, y nadie aprecia a quien lo trata como un idiota.
Los alumnos se portaban bien. Ocupados en estudiar, tenían poco tiempo
para hacer travesuras. Pero he aquí que este profesor se muere y llegan
otros con ideas novedosas: lo importante no es el saber, sino el comportamiento (en la jerga actual: lo decisivo no son los contenidos). Y
como el saber no era importante, dejaron de estudiar, y así tuvieron
tiempo para hacer diabluras. En cuanto se empezó a despreciar el saber
frente al comportamiento, no sólo decayó el saber, sino que también
decayó el comportamiento. Lo que se ha visto en nuestras escuelas: al
despreciar el saber (primando emociones, destrezas, habilidades…)
aumenta el acoso y el gamberrismo. Y esto ya lo vio Gogol, quien murió
en 1852. Ya en la primera mitad del siglo XIX las personas inteligentes
comprendieron que el desprecio por el saber es letal.
Vamos ahora al siglo XVIII, durante el cual se gestó la Enciclopedia. Habrán escuchado esa memez de que ya no hay que estudiar contenidos porque los contenidos están en internet. Pues
los tontos del siglo XVIII dijeron lo mismo cuando salió la
Enciclopedia: allí estaban los contenidos, ya no había que estudiar. Los
tontos dicen lo mismo en todas las épocas, son de una monotonía
desesperante. Y tanto es así que en la introducción a la Enciclopedia
hace D'Alembert una hermosa reivindicación de la memoria y la erudición:
"Sin
duda, la sociedad debe sus principales entretenimientos a los espíritus
sensibles, y las luces a los filósofos. Pero ni unos ni otros se dan
cuenta de hasta qué punto son deudores de la memoria. Ella contiene la
materia prima de todos nuestros conocimientos, y a menudo los trabajos
del erudito han suministrado al filósofo y al poeta los temas sobre los
cuales trabajan. Según un autor actual, cuando los antiguos
llamaron a las Musas hijas de la memoria, advertían quizás cómo esta
facultad de nuestra alma es necesaria a todas las demás. Y los romanos le elevaban templos, como a la Fortuna."
En una carta dirigida a Elie Bertrand fechada en 1763 incidía Voltaire en la misma idea:
"Pienso
que en adelante será preciso poner todo en los diccionarios. La vida es
demasiado corta para leer sin interrupción tantos librotes: ¡malditas
sean los largos discursos! Un diccionario os pone a vuestro alcance en
un momento cualquier cosa que preciséis. Son útiles sobre todo a las personas ya instruidas, que intentan recordar lo que ya han sabido."
A Voltaire le habría entusiasmado internet. Pero hay en el texto algo importantísimo: los diccionarios (y en consecuencia internet) son útiles sobre todo a las personas ya instruidas. La
existencia de diccionarios (o de internet) no excluye la necesidad de
estudiar e instruirse. Quienes sostienen que hoy día no hay que estudiar
contenidos porque ya están en internet, deberían leer a Voltaire. En su
obra Bromas y Chanzas tiene otra hermosa reivindicación de la memoria:
"Sin la memoria el hombre no puede inventar nada, no puede combinar dos ideas."
No sé si han visto ustedes un libro de un tal Fernando Alberca titulado Todos los niños pueden ser Einstein. Hay otro con un título no menos sugestivo, Libera al Einstein que llevas dentro, de Ken Gibsom, Kim Hanson, Tanya Mitchell. No los he leído, pero ya el título es una estupidez. Y una que dista mucho de ser original, como lo demuestra este párrafo de una carta de Voltaire del 22-XII-1760 a D'Aquin de Château-Lyon:
"Me citáis a M. de Chamberlain, al cual (según decís) he escrito sosteniendo que todos los hombres nacen con idéntica porción de inteligencia. Dios me guarde de escribir semejante falsedad. Desde
los doce años pensé todo lo contrario. Ya entonces adivinaba la enorme
cantidad de cosas para las que no tenía ningún talento. Me di cuenta de
que mis capacidades no me iban a llevar demasiado lejos en matemáticas.
[…] ¡Qué extravagancia pensar que todo hombre habría podido ser Newton!
[…] …no me atribuyáis semejantes despropósitos."
Es una corriente pedagógica muy en boga la de considerar que quien no puede hacer algo es porque es víctima de una injusticia
[…] Que trabajando a fondo se pueden descubrir posibilidades insospechadas en uno mismo, es cierto.
Que aun siendo Einstein hay que esforzarse para sacar a flote la
genialidad, también es cierto. Pero tampoco se deben sostener disparates
ni crear ilusiones que luego desembocan en frustraciones. A mí me
hubiera encantado ser Einstein, pero resulta que soy Ricardo Moreno. […]
¿No es más sensato asumir alegremente mis limitaciones [que] vivir
amargado por no ser Einstein, como si fuera una injusticia que se me ha
hecho? Y esto es muy importante, porque es una corriente
pedagógica muy en boga la de considerar que quien no puede hacer algo es
porque es víctima de una injusticia: todos podemos aprender cualquier cosa, ser estupendos, creativos, geniales…Pues unos sí y otros no. […].
Decir
algo que parezca un descubrimiento espectacular es fácil, hacer una
modesta aportación a un cuerpo de doctrina ya existente no lo es tanto, porque para ello hay que estudiar y pensar, con más preocupación por la verdad y la sensatez que por la novedad.
Descreer de los griegos y de la filosofía no es mirar hacia el futuro ni ser progresista, es volver a la barbarie
Ciertamente, algunas teorías hoy muy asentadas parecieron en principio chifladuras de un lunático y mucha gente, reacia por principio a toda innovación, no supo ver lo bueno que había en ellas. Pero a muchas otras, muchas más, les sucedió lo contrario, que parecían chifladuras de un lunático y que luego resultaron ser, efectivamente, chifladuras de un lunático. Quedaron en la cuneta y no sirvieron ni de peldaños para descubrimientos más sólidos.
¡Cuántos
pensadores leídos con fervor hasta no hace tanto tiempo y sobre los que
ya nadie vuelve! Su recuerdo se nos hace lejanísimo, mientras los
clásicos grecolatinos nos parecen mucho más contemporáneos y seguimos aprendiendo de ellos. Pensamos como ellos porque ellos nos enseñaron a pensar. Y ya que hablamos de los griegos, descreer de ellos y de la filosofía no es mirar hacia el futuro ni ser progresista, es volver a la barbarie.
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