sábado, 19 de agosto de 2017

Contra el odio, la verdad


misionverdad.com

Contra el odio, la verdad

 

 


Uno sabía que eran mayameros, que se consideraban de paso en el país que los vio nacer, que su sueño coronado era lograr un Green Card. Sabía del peregrinaje pre parto hacia el norte soñado, porque pares allá, esperas 18 años -que ahora son 21- y del fruto de tu vientre florecerán tarjetas de residencia para los previsivos papá y mamá. Sabíamos que expatriaban de Venezuela cada centavo que en Venezuela ganaban. Sabíamos de la pena ajena con la que viven porque este país es tan niche, tan tercermundista, tan sin Starbucks y ellos son tan cool. Sabía eso y más, porque vengo de ahí, porque mamé de esa teta idiotizante, pero aún así, pensé que, por muy idiotizados, por muy mayameros, por muy pitiyankis que fueran, ante la amenaza de una intervención militar gringa, y sabiendo lo que deja tras su paso, al menos, su instinto de supervivencia prevalecería. Pues no. Además de entregados, son suicidas y no lo saben.
Cuando Trump habló de una opción militar para Venezuela, un profesor universitario en Benghazi, perdón, Valencia, celebraba con anticipación y sin puntería la posibilidad de que Maduro terminara como Gadafi, sin pensar claro que si ese horror se instalara en nuestra tierra, él, con su título universitario como papel tualé, terminaría, en el mejor de los casos, atrapado en un campamento de refugiados, o flotando en el Caribe, sobre miles de cadáveres, tratando de no terminar convertido en uno de ellos.
"Pero no, vale, no seas bruta, ¡chaburra tenías que ser! No es como Libia, idiota, es como Panamá, una maravilla: llegaron los gringos, sacaron a Noriega, mataron un poco de negros que no servían para nada y ahí está Panamá, con sus centros comerciales chísimos, con esos edificios gigantes y carísimos, súper cool, o sea, no como esta mierda que tenemos aquí. Panamá es arrechísimo, chama, ¿no ves que todo el mundo quiere vivir allá?".
Por Twitter, que es otro mundo y suele ser oscuro, los millenials suplican una intervención militar creyendo que juegan Call of Duty. Leí a uno, estudiante universitario, por cierto, cosa que me hace dudar cada vez más de la academia, ofreciéndose para barrer la cubierta del portaaviones que destruiría a Caracas, "cero peo" -decía-, convencido de que cuando el humo se dispersara, El Cafetal iba a seguir ahí intacto -sí Luis- pero, mejor, con un Starbucks chísimo en cada esquina. Cero peo, cero dignidad.
¡Bienvenida la Comisión de la Verdad!
Cero dignidad en su dirigencia, cuando demoran varios días en emitir un comunicado tibio, temeroso, baboso, que no termina rechazando una agresión militar contra nuestro país. Cero sorpresas, porque ya sabemos todos para quién trabaja la oposición. "Give me money, give me money!", decía, en sus cables, Brownfield que decía Ramos Allup.
Eso es lo que está a la vista, si es que "la vista" son las redes sociales, donde el pudor se diluye a través de una pantalla que sirve de escudo, en la seguridad que brinda la lejanía del cara a cara. En la calle es otra cosa: allí no he tenido la desdicha de escuchar a alguien decir que sueña con limpiarle el piso a los marines. En la calle no he oído a mis vecinos decir que sería chévere que los gringos bombardearan Caracas, pero sólo sus zonas niches, you know, y Miraflores, of course. En la calle, dicen las encuestas, la mayoría de los venezolanos defendemos la soberanía y la paz.
En la calle es otra cosa, pero aún yo me pregunto, sabiendo lo mayameros que son, sabiendo lo antichavistas que son, cuántos aplaudirían calladitos una masacre en Venezuela como la que ocurrió en El Chorrillo.
Una cosa queda clara: la oposición siempre miró hacia otro lado cuando sus locos se desatan, cuando "descargaron la arrechera", cuando pusieron las guayas, cuando quemaron negros vivos… Miran a un lado, invisibilizan, niegan hechos grotescos que tenían que haber rechazado enérgicamente, públicamente, definitivamente, para no terminar siendo cómplices de la atrocidad. Para no servir de escalón complaciente a las expresiones criminales de odio que se superan en horror, cada vez que nos imponen uno de esos brotes periódicos de violencia opositora. Son esos silencios los que me hacen preguntar, insisto, cuántos aplaudirían calladitos una opción militar gringa con un montón de daños colaterales, jurando que el horror no los alcanzaría.
Porque el odio y la violencia, que ese odio engendra, se ha normalizado en un constante borrón y cuenta nueva sin consecuencias, con una impunidad pasmosa que lo termina haciendo socialmente aceptable, y ya basta, porque la próxima escena puede ser una flota de aviones descargando bombas sobre Caracas mientras una pendejas cacerolean una bienvenida desde sus apartamentos de El Cafetal.
Es que si seguimos dejando pasar al odio, terminaremos siendo culpables por omisión. ¡Bienvenida la Comisión de la Verdad!

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