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Estados neocoloniales y el 12 de Octubre Kaos en la red
Ahora que no está de moda, hablemos un poco de colonialismo.
Muchos
pensarán que es un asunto pasado, histórico, y que buena gana de
desperdiciar el tiempo con temas como éste; sin embargo, mantendremos en
este texto que hoy un número muy elevado de pueblos y sectores sociales
viven aún situaciones que podemos calificar como coloniales, aunque con
evidentes matices, y alguna diferencia, sobre lo que la historia
política nos contó en relación a los siglos anteriores. Precisamente,
esa historia, cargada de evidentes connotaciones ideológicas, nos enseña
que, salvo contadas excepciones, para las décadas de los años 60 y 70
del pasado siglo XX podemos dar por finalizado el amplio periodo
caracterizado por el colonialismo. Ese sistema de dominación que,
principalmente, ejerció Europa durante los últimos 300 ó 500 años (según
continente) sobre la mayor parte del mundo.
Si
fijamos nuestra mirada en América Latina esa misma historiografía que
señala una fecha esencial en 1492, y en complementariedad con las
ideologías dominantes en la mayor parte del continente, establece en
hace más menos 200 años el final de la era colonial. La misma se
produciría, tras las guerras con la corona española, con las
proclamaciones de independencia de la mayoría de las repúblicas que hoy
conocemos y que dividen ese continente.
En
directa relación, el colonialismo es definido como aquel sistema
económico y político de dominación ejercido por un país extranjero sobre
un determinado territorio. Dominación que se traduce en control social,
político y militar, y generalmente orientado a la explotación económica
de dicho espacio territorial y de sus pueblos.
Hasta
aquí la consideración de que, quizás con pequeños matices, pero habría
un acuerdo bastante generalizado sobre la cuestión de lo que fue el
colonialismo. Sin embargo, también ahí empezarían otras lecturas bien
interesantes y necesarias para explicarnos el mundo hoy en ciertos
aspectos importantes. Especialmente en América Latina, diversas
corrientes políticas han planteado en las últimas décadas que no es del
todo verdad que este sistema de dominación se pudiera dar por finalizado
a partir de los procesos independentistas de hace 200 años. Al
contrario, se cerró una fase o etapa del mismo, pero se abrió otra que
aún perdura. La cierta independencia política no necesariamente trajo
consigo la ruptura de la dependencia colonial de las grandes mayorías de
este continente y la casi totalidad de las estructuras políticas,
económicas y sociales coloniales se mantuvieron intactas, con simples
cambios de los protagonistas en su cúspide. Y así, estas corrientes de
pensamiento plantean hoy una relectura histórica que contempla la
existencia de dos modos de ejercer ese modelo de dominación. De una
parte, un “colonialismo interno”, en referencia a la relación
establecida entre el estado republicano y los pueblos indígenas o
afrodescendientes; por otra parte, un evidente neocolonialismo, dada la
relación del estado oligárquico (gobierno de unos pocos, generalmente
pertenecientes a la clase más privilegiada) hacia las grandes mayorías
empobrecidas y dominadas por esas élites político-económicas.
Si
empezamos por reconocer que las guerras de independencia de las
colonias españolas, francesas o portuguesas no dieron lugar sino a un
cambio de élites dominantes, sería el primer paso para adentrarse en
esos nuevos conceptos de estados neocoloniales en las dos direcciones
anteriormente apuntadas. Las oligarquías blancas y criollas se puede
afirmar que establecieron a lo largo de estos dos últimos siglos una
especie de estado dentro del estado. Entidad que se regiría en lo
ideológico y prácticamente en todas sus actuaciones por el racismo, el
patriarcado y el liberalismo económico. Centrado por tanto en la
explotación máxima de los recursos y bienes naturales, así como de las
personas y grupos humanos diferenciados, con especial incidencia sobre
las mujeres y pueblos indígenas, ya por su empobrecimiento, ya por su
pertenencia étnica-cultural.
Caminar
hoy por la mayoría de países de América Latina (intuimos que en
parecidos términos por África o Asia) es observar un continium de
reproducción de esa lógica de dominación. Unas pocas familias en cada
país disfrutan de todos los privilegios y del ejercicio del poder
(oligarquías). Su nivel de vida puede quintuplicar el del resto de la
población del país, que lucha día a día por sobrevivir. Sus hijos e
hijas se educan en las universidades de EE.UU., su salud es atendida en
clínicas privadas o se divierten en viajes a Europa; mientras los hijos e
hijas de las grandes mayorías malviven en las enfermedades y la
miseria, no disponen ni de aulas ni profesorado adecuado y se ven
obligados a trabajar desde los 8, 10 ó 12 años para poder aportar algo a
la familia. Y esto no es una excepción en los países más empobrecidos,
sino una constante que recorre el continente. Esta es una realidad
evidente y no propia de un cuento, porque nunca acaba bien. En
Guatemala, por ejemplo, hoy se habla del G-8 y no se refieren a los
países más ricos del mundo, sino literalmente a las ocho grandes
familias en las que se concentra la mayor parte de la riqueza y poder
político y económico de un país con más de 15 millones de habitantes, y
donde más del 50% malvive en situaciones de empobrecimiento. Un país
donde, por ejemplo, se construyen un número exagerado de centrales
hidroeléctricas, sin consultar a la población dueña de esas tierras,
población que ni tan siquiera tendrá luz eléctrica en sus casas, pues
ésta irá destinada a grandes complejos mineros, infraestructuras u otros
grandes planes de la clase económica dominante. Por ello, utilizamos el
término empobrecimiento, en vez del más popular de pobreza,
precisamente porque esta situación es resultado del sistema neocolonial
de dominación donde unos se enriquecen brutalmente a costa de esas
grandes mayorías permanentemente empobrecidas. Y es por eso que el
envoltorio, el que proclama que estas repúblicas hoy viven en sistemas
democráticos, se queda solo en eso, en un bonito papel que oculta el
duro interior del paquete, donde se siguen reproduciendo los sistemas de
dominación de profunda raíz colonial (clasismo, machismo y racismo).
Es
por todo ello también por lo que un estado (sus élites) podría ser
denominado como extranjero y dominante del espacio colonial en el que
hoy estos grupos de poder han convertido a la práctica totalidad de sus
países. Extranjero que aunque se defina como guatemalteco, colombiano o
peruano, estudia en inglés, disfruta de largas estancias en Miami o Los
Ángeles y sus riquezas están en un sinfín de paraísos fiscales, además
de los bienes inmuebles que, como fincas y otras propiedades, se
reparten en latifundios coloniales por todo el país, por toda su
colonia.
Extranjero
que, además, hoy se alía con otros muy reales poderes coloniales, como
son las empresas transnacionales (nuevamente españolas, francesas,
aunque ahora también estadounidenses, canadienses, etc.). Estas empresas
(mineras, forestales, hidroeléctricas, hidrocarburíferas,
agroindustriales…) entran en los países de la mano de las oligarquías
locales y con la cobertura del estado para la explotación de los
recursos naturales de territorios que, como las viejas fuerzas
coloniales, son considerados casi como tierras vacías, sin dueños y, por
lo tanto, libres para su apropiación y explotación; se llevaran
ingentes beneficios y dejaran destrucción medioambiental, contaminación y
más miseria. Así, respecto a los dos tipos antes citados de
colonialismo hoy existentes, es necesario añadir, denunciar y subrayar
el papel agravante que sobre ambos ejercen las actuaciones de las
transnacionales. Y afirmar que esta alianza establece los modos de
dominación y explotación de territorios, pueblos y personas, recuperando
y reproduciendo en gran medida el viejo modelo colonial.
Por
todo ello, teniendo en estos días muy presente la fecha del 12 de
octubre, es por lo que es más necesario que nunca hacer un ejercicio de
reflexión sobre las lógicas de dominación que se siguen produciendo en
este mundo, en el marco del sistema neoliberal y que se traduce en
nuevos modos de colonialismo.
Jesus González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe
2017/10/12
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