Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores en el
área de Gobierno en la Universidad de Harvard, acaban de publicar un
libro titulado “Cómo mueren las democracias” (Crown, 2018).
Revisan en él el destino de democracias que dejaron de serlo, tratando
de entender lo que hoy ocurre en Estados Unidos. Sus referencias son
tres: los países europeos que en los años treinta se convirtieron al
fascismo, los latinoamericanos que acabaron en dictaduras militares en
los setenta, y el ascenso de líderes autoritarios recientes, tanto en
América Latina como en Europa del Este. La conclusión no es difícil de
describir: las democracias mueren a través de las elecciones, cuando los
nuevos gobiernos atacan a los árbitros, compran a los actores
neutrales, y alteran las reglas electorales.
Con base en el trabajo de Juan Linz (La ruptura de los regímenes democráticos,
1978), los autores construyen un “examen” de cuatro preguntas para
saber si la persona que se está eligiendo es un potencial autócrata: 1)
rechaza las reglas democráticas del juego; 2) niega la legitimidad de
sus oponentes; 3) tolera o promueve la violencia; 4) indica el deseo de
limitar las libertades civiles de sus oponentes, incluyendo a los
medios. Un actor político que evalúe positivo en una sola de las
preguntas, es un autócrata en ciernes. De acuerdo con los autores, Trump
aprueba las cuatro. El libro es un excelente recuento de la historia política de Estados Unidos, y sus constantes referencias a Argentina, Ecuador, Perú, Venezuela, Rusia, Turquía, enriquecen la interpretación. Sólo una vez se refiere a México, mencionando que el rechazo de López Obrador a aceptar los resultados de la elección de 2006 destruyó en buena medida la confianza en la democracia en nuestro país. Es la pregunta 1 del examen.
Levitsky y Ziblatt consideran que Trump es resultado de un proceso de más de veinte años, cuyo inicio ellos atribuyen a Newt Gingrich, que fue el primer Republicano en responder positivamente la segunda pregunta: para él, los Demócratas no eran adversarios, sino enemigos de la nación misma. Los ataques iniciados por él, continuados después con el “impeachment” a Clinton, la creación del Tea Party, el movimiento “birther”, son la línea que explica el triunfo de Donald Trump. Pero la presidencia de esta persona es, en sí misma, una transformación grave. Coincidiendo con lo que comentamos el viernes pasado, los autores ven en Trump una señal global antidemocrática de gran peso.
Otra coincidencia con lo que hemos comentado en esta columna es acerca del apoyo que tiene Trump. Los autores describen cómo, desde fines de los sesenta, los integrantes de los partidos políticos estadounidenses cambiaron. El partido Demócrata se fue haciendo más plural, con más presencia de latinos y afroamericanos, mientras que el Republicano se hacía más homogéneo, conformado por población blanca, y específicamente Evangélicos. Los partidos dejaron de representar dos ofertas políticas para convertirse en dos diferentes, y antitéticas, visiones del mundo. La polarización creciente desde entonces responde a ese cambio demográfico.
Levitsky y Ziblatt lo dicen con toda claridad: el regreso del tema de la raza en los años sesenta rompió la “civilidad política” construida sobre el Compromiso de 1877: la entrega de los estados del sur a las minorías blancas que limitaron el voto y participación de los negros por los siguientes noventa años. El retorno del tema, aderezado con la creciente llegada de latinos (apunto yo), es lo que fue generando ese miedo de la minoría blanca evangélica que hoy está detrás del grito Trumpista: hacer grande a América otra vez. No grande: blanca y evangélica.
Un muy buen libro que cierra con ideas para enfrentar la situación: organizarse, participar, y no responder en el mismo nivel del fascismo Trumpiano. Veremos.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.Twitter: @macariomx
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