lunes, 22 de enero de 2018

La democracia como lucha: 1968, 1988, ¿2018?

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La democracia como lucha: 1968, 1988, ¿2018?

 


El año que comienza se anuncia peligroso ya que abrirá las compuertas de la disputa por el poder y el aparato estatal. En un país en donde imperan la corrupción y la violencia, ello significa abrir una caja de Pandora. Pero la violencia y la corrupción no son plenamente soberanas en México, y no porque haya contención institucional o existe algún tipo de pacto social. De hecho, en buena medida, las instituciones públicas han sido sometidas a la lógica y los intereses de la acumulación capitalista lícita e ilícita desde los tiempos largos del PRI-régimen y, aún más, en la descomposición de la clase política y el saqueo de lo público y lo común que vivimos actualmente. Pero las clases dominantes mexicanas nunca fueron omnipotentes en su ejercicio violento, corrupto y explotador del poder porque, frente a ellas, se erigieron y se erigen resistencias, se levantan luchas y se enarbolan propuestas y prácticas alternativas.
La democracia en México ha sido tanto el mito y el deseo que, a lo largo de la historia contemporánea, movió a los principales movimientos políticos de las clases subalternas como el ejercicio concreto, cotidiano, pero también episódicamente disruptivo, de contrapoder desde abajo, de construcción antagonista de contrapesos, de pensamientos y formas no autoritarias de convivir y de hacer política. Pensamientos y formas en gestación, siempre asediadas, perseguidas, infiltradas y colonizadas que, por lo tanto, tendieron a la dispersión, a retornar a la condición subalterna, a subordinarse y desarmarse para volverse a armar e insubordinar cuando se tornaba indispensable y se daba la oportunidad.
La historia de las emergencias democráticas, del surgimiento espontáneo y consciente de movimientos democráticos como intervención política urgente, para frenar un autoritarismo ya inaceptable e inaguantable, es la única y verdadera historia de la democracia en México. Lo demás, son relatos, representaciones y simulaciones diseñadas por los de arriba.
Por ello, rememorar el 68 y el 88 es recordar una misma y recurrente historia: la irrupción de un movimiento democrático de las clases subalternas y la respuesta violenta del régimen autoritario. Una misma respuesta que asumió formas y dinámicas distintas: la violencia de la masacre de Tlatelolco, del fraude electoral y de la represión que sufrieron los militantes del PRD en los años posteriores; la búsqueda del consenso pasivo a través de las reformas electorales que aparentaron una democratización procedimental, legalizada tanto en 76-77 como en los años 90. La única experiencia democrática legítima fue la de las luchas, las consignas, las marchas, la organización y la politización de las clases subalternas mexicanas. En este plano, aún en las derrotas, los movimientos democráticos hicieron historia, modificaron la correlación de fuerzas, obligaron al régimen autoritario a retroceder y a modificarse para sobrevivir.
Pero cada seis años, la puesta en escena de la simulación electoral abre el flanco débil del régimen y se convierte en una nueva oportunidad para la lucha democrática. Ojalá 2018 sea un año de conmemoración activa del 68 y del 88, porque solo una irrupción desde abajo puede alterar el guion de otra imposición anunciada. Si no podemos evitar que se abra la caja de Pandora, hagamos que, a diferencia de la leyenda griega, junto a las plagas salga también la esperanza que, dice la mitología, quedó allí atrapada. Ojalá también que esa esperanza no sea una ilusión populista, sino otra gran experiencia de lucha que nos lleve más lejos del autoritarismo en donde nos dejaron las luchas anteriores.
Blog del autor: massimomodonesi.net
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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