jueves, 14 de junio de 2018

Carta a Matteo Salvini, ministro de Interior italiano


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 Carta a Matteo Salvini, ministro de Interior italiano

 


Confieso que en una cosa estoy de acuerdo con Salvini: hay que cerrar la vía libia. Basta de tragedias en el mar, basta de dar dinero a las mafias libias del contrabando. Yo también sueño con un Mediterráneo sin desembarcos. La cuestión es cómo lograrlo. Y sobre esto, como llevo diez años investigando el asunto, me voy a permitir darle un consejo al ministro, ya que me parece que está repitiendo los mismos errores de sus predecesores.
Bloqueo naval, devoluciones en el mar, centros de detención en Libia. La receta sigue siendo la misma desde hace diez años. Los ministros Pisanu, Amato, Maroni, Cancellieri, Alfano o Minitti ya lo intentaron. Y todas y cada una de las veces fue un fracaso: miles de millones de euros perdidos y miles de muertos en el mar.
Esta vez tampoco va a ser distinto por el mero hecho de que todo se basa en dos leyes de mercado que, pese a todo, se siguen ignorando. La primera es que la demanda genera la oferta. La segunda es que el prohibicionismo sostiene las mafias.
En otras palabras, mientras haya alguien dispuesto a pagar por viajar de África a Europa, alguien le dará la posibilidad de hacerlo. Y si no son las compañías aéreas, lo hará el contrabando.
Vivimos en un mundo globalizado, donde los trabajadores se desplazan de un país a otro en busca de mejores salarios. Europa, que lleva décadas importando mano de obra a bajo coste en gran cantidad, estos años ha firmado acuerdos de libre circulación con decenas de países extraeuropeos, que resulta que son los países de donde proceden la mayor parte de nuestros trabajadores emigrantes: Rumanía, Albania, Ucrania, Polonia, los Balcanes, toda Sudamérica. En cambio, esa misma Europa sigue prohibiendo a los trabajadores africanos la posibilidad de emigrar legalmente en su territorio. Dicho de otro modo, las embajadas europeas en África han dejado de conceder visados, o bien han hecho imposible obtener uno.
Hemos llegado al extremo de que el último y único camino factible para emigrar de África a Europa pasa por el contrabando libio. Las mafias libias se han hecho hoy por hoy con el monopolio de la movilidad sur-norte en el Mediterráneo central. Consiguen mover hasta a cien mil pasajeros por año con una facturación de millones de dólares, aunque también con miles de muertos.
Y, sin embargo, no siempre fue eso lo que ocurrió. ¿En serio que nos hemos olvidado de que no había desembarcos antes de los años noventa? ¿Se han preguntado por qué? ¿Se han preguntado por qué en 2018 en lugar de comprarse un billete de avión una familia debe pagar el precio de su propia muerte en una barca destartalada en medio del mar? El motivo es bien sencillo: hasta los noventa resultaba bastante fácil conseguir un visado en las embajadas europeas en África. Luego, a medida que Europa fue dejando de conceder visados, las mafias consiguieron hacerse con el negocio.
Así pues, si Salvini quiere de verdad poner fin, según dice, al negocio de las mafias libias del contrabando, que reforme los reglamentos de visados y que no prosiga el camino de su predecesor. Que no mande a nuestros servicios secretos a Libia con las maletas llenas de dinero contante para pagar a las mafias del contrabando para que cambien de oficio o hagan de perros de guardia. Que no construya más cárceles en la otra orilla con el dinero de los contribuyentes italianos, puesto que es nuestro dinero y no queremos dárselo ni a las mafias ni a las policías de países como Libia o Turquía.
Nosotros habíamos pagado los impuestos para financiar nuestro bienestar. Para abrir guarderías que no hay. Para construir viviendas sociales que no hay. Para financiar la escuela y la sanidad que están desmantelando. Para crear trabajo. De hacerse eso, sí que dejaríamos de hacernos la guerra entre pobres, sí que tendríamos un objetivo común por el que luchar. Porque también ese es otro embuste: que no hay dinero para los servicios. Vaya si lo hay, pero ¿cómo se gasta? ¿Cuántos miles de millones hemos pagado a escondidas a las milicias libias cómplices de las mafias del contrabando en los últimos años? ¿Cuántas guarderías se podían abrir con ese dinero?
Que no pierda tiempo Salvini. Que deje desembarcar a los seiscientos náufragos del Aquarius en vez de tomársela con las ONG; que llame al Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y que reescriban de inmediato los reglamentos para la expedición de visados en los países africanos. Que introduzca el visado por búsqueda de trabajo, el mecanismo del patrocinador, la reunificación familiar. Y ya de paso que vaya a negociar a Europa para que sean visados válidos para circular por toda la zona UE y buscar empleo en toda la UE, en lugar de agravar un sistema de acogida que hace agua por todos lados.
Yo sigo sin entender por qué un veinteañero de Lagos o Bamako debe gastar cinco mil euros para cruzar el desierto y el mar o sufrir en Libia una detención, torturas, su propia venta; por qué debe ver morir a sus compañeros de viaje y por qué debe llegar a Italia al cabo de un año, traumatizado y arruinado cuando con un visado en el pasaporte se hubiera podido comprar un billete de avión de quinientos euros y gastarse el resto de su dinero en alquilarse una habitación y buscar un trabajo. Igual que hicieron cinco millones de trabajadores inmigrantes en Italia, que –nótese bien– ni pasaron por los desembarcos ni por la acogida. Llegaron de Rumanía, Albania, China, Marruecos, se remangaron y empezaron a trabajar. Igual que hicieron cinco millones de italianos, entre los cuales me incluyo, que emigraron estas últimas décadas. Igual que quisieran hacer los cien mil que se encuentran aparcados en el limbo de la acogida.
Cien mil personas obligadas a esperar años para tener un permiso de residencia que ya sabemos que jamás llegará en uno de cada dos casos. Puesto que en uno de cada dos casos estaremos ante trabajadores y no refugiados de guerra. Para ellos no está previsto el asilo político, pero tampoco la repatriación, al ser demasiado numerosos y porque no existe la colaboración con sus países de origen, lo cual significa que dentro de un año al menos otras cincuenta mil personas pasarán a formar parte del ejército de los sin papeles y del mercado negro del trabajo.
Que Salvini les dé un permiso de residencia por motivos humanitarios y un título de viaje con el que puedan salir de ese limbo de la acogida para así poder firmar un contrato de trabajo, ya sea en Italia o Alemania. Y también para dar sentido a proyectos que no han tenido seguimiento hasta ahora. Porque la integración la hace el trabajo. Y si el trabajo está en Alemania, Dinamarca o Noruega carece de sentido forzar a las personas a estar dentro de un mapa por motivos burocráticos. Porque no podemos permitirnos tener ciudadanos de primera y segunda división. Y miren que nos lo debemos, antes de nada, a nosotros mismos.
Porque quienquiera que tenga hijos sabe que crecerán en una sociedad cosmopolita. Ya ahora sus mejores amigos en las guarderías son árabes, chinos, africanos. Desencadenar discursos racistas es una bomba de relojería para la sociedad del mañana. Porque acaso no nos hayamos dado cuenta, pero en realidad somos ya un nosotros: el nosotros frente al ellos es un relato anticuado. Un relato que puede que aún suene lógico a oídos de algún viejo nacionalista, pero que mis hijos jamás entenderían. Porque yo no conseguiría nunca explicarles a mis hijos que hay niños como ellos que ha tenido que sacarlos del mar una ONG y que llevaban dos días esperando en alta mar porque nadie les quería dejar tocar tierra.
Quién sabe. Tal vez debiéramos partir justo de ahí. De ese nosotros, de esas batallas comunes. Después de todo, ¿somos o no una generación a la que el mercado le robó el mercado y la dignidad? ¿Somos o no una generación que retomó el camino de la emigración? Así es que basta de guerras entre pobres. Basta de políticas duras con los débiles y débiles con los poderosos.
Legalicen la emigración África-Europa, concedan visados válidos para buscar trabajo en toda Europa, arranquen a las mafias libias el monopolio de la movilidad sur-norte y hagamos que el Mediterráneo vuelva a ser un mar de paz en lugar de una fosa común. ¿O es que treinta mil muertos todavía no son suficientes?
Gabriele del Grande es el fundador de Fortress Europe
Traducción de Gorka Larrabeiti

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