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¿Qué es el fascismo?
Por Benito Sacaluga
Por Benito Sacaluga
El fascismo florece en Europa desde 1922, de la mano de Mussolini,
Adolf Hitler lo lleva a sus últimas consecuencias a partir de 1933. En
septiembre de 1937, el Comisario Político del destructor “Almirante
Valdés” publica el siguiente artículo en el Semanario La Armada, órgano
oficial de los marinos de la República.
¿Qué es el fascismo?
El fascismo, en mi entender, presenta un cariz enigmático, porque
aparecen en él los contenidos más opuestos. Afirma el autoritarismo y a
la vez organiza la rebelión. Combate la democracia y, por otra parte, no
cree en la restauración de nada pretérito. Parece proponerse la forja
de un Estado fuerte y emplea los medios más disolventes. Por cualquier
parte que tomemos el fascismo hallamos que es una cosa, y a la vez la
contraria.
A ¿qué es el fascismo? la primera contestación que muchos nos hemos
dado era una segunda pregunta: ¿ Qué hacen los liberales y los
demócratas ? Como si cierto instinto nos hiciera sospechar que la clave
de la situación, lo esencial del fenómeno, el síntoma más original, no
estaba tanto en la acción del fascismo como en la inacción de la
democracia.
Nuestra acción transitaba instintivamente del fascismo a la
democracia. Esto me hace pensar que el tiempo de Julio César y el
nuestro tienen algunos factores comunes, nada vagos.
Léase un libro sobre historia romana. El lector advertirá que más o
menos va entendiendo el desarrollo de los sucesos hasta llegar al año
setenta antes de Jesucristo, que es, precisamente, la época en que
aparece Julio César. Entonces empiezan a ponerse oscuras las cosas. Y,
sin embargo, es el periodo de toda la historia romana que ha llegado a
nosotros con mayor número de datos. Podemos reconstruir casi día por día
la serie de los acontecimientos con palabras de sus propios actores. No
obstante, no acertamos a comprender porqué avanza de triunfo en triunfo
el movimiento representado por Cesar.
La dificultad que hallamos es idéntica a la que sentimos ante el
fascismo. Más que triunfar César sobre los demás, nos parece que son los
demás quienes dejan triunfar a César. Al verle prescindir, una vez
tras otra, de las instituciones establecidas, no podemos menos que
preguntarnos qué hacían los republicanos o, mejor dicho, porqué no
hacían nada los republicanos. En ningún momento vemos que la situación
de César sea, por si misma, suficientemente sólida. Al contrario, nos
parece constantemente en peligro y como en el aire. Cuando intentábamos
hacer balance de las fuerzas positivas con que contaba, aunque no las
juzguemos desdeñables, no nos bastan para explicar su victoria.
El fascismo no pretende instalar un nuevo derecho, no se preocupa
de dar fundamento jurídico a su poder, no consagra tu actuación con
titulo alguno ni ninguna teoría política. Mussolini ha procurado
conservar el aparato parlamentario, pero no con ánimo de fingir una
legitimidad para su magistratura. Siempre ha hecho constar que
conservaría el parlamento mientras fuera dócil. Le sirve, pues, para
obtener una continuidad administrativa, no como un nexo jurídico con
principios constitucionales de legalidad. Su legitimidad es la fuerza
consagrada por un principio. El fascismo gobierna con ]a fuerza de sus
camisas, y cuando se le pregunta por su principio de derecho, señala sus
escuadras de combatientes. La camisa es como el H. P. o caballo de
fuerza la única dinámica del Fascismo, pero no un principio de derecho
político. No pretende el fascismo gobernar con derecho, no aspira
siquiera a ser legitimo.
Por ser tan inaudito el hecho del triunfo fascista -que significa
el hecho de la ilegitimidad constituida, establecida- es por lo que
instintivamente nos preguntamos: ¿Cómo las demás fuerzas sociales, que
han sido hasta ahora entusiastas de la ley, no logran oponerse a esa
victoria del caos jurídico? Y una respuesta se incorpora, vaga pero
espontánea en nuestra mente: Por la sencilla razón de que no existían
fuerzas sociales importantes poseedoras de ese vivaz entusiasmo.
Esto nos aclara de un golpe la paradójica situación. Entonces
resultaría que la fuerza de las camisas fascistas consiste, más bien, en
el escepticismo de liberales y demócratas, en su falta de fe en el
antiguo ideal, en su descamisamiento político. Y la ilegitimidad que
practica el fascismo seria pura y simplemente, un signo de que la
sociedad entera se halla exenta de normas legitimas. Su triunfo se
debería, pues, a que representa con sinceridad y energía la realidad
total del espíritu público, la gran política, decía Fichte, consiste sólo en expresar lo que es, en dar forma externa a la profunda realidad oculta en los corazones.
Y si se mira la Europa Continental, se advierte que el poder
legítimo está aletargado, o apoyado en telarañas, y a merced del puño
ilegítimo que quiera dar al traste con él.
El Fascismo en nombre de un falso realismo político, consagra la
fuerza, el hecho, como la auténtica legitimidad. El verdadero realismo
se abstiene de divinizar los hechos, el culto al hecho es una idolatría,
un formalismo como cualquiera otro. Al temperamento realista le importa
sólo abrir bien los ojos para intentar sorprender el maravilloso enigma
de la realidad y extraer de lo que averigüe hoy, fértiles sugestiones
para mañana.
Una consideración realista de esta clase, es la que nos descubre,
bajo el ademán afirmativo del fascismo, su carácter predominantemente
negativo. Su aparente fuerza consiste realmente en la debilidad de los
demás.
Así se explica que, siendo por completo dueño del presente en
algunos paises, tenga el fascismo que vivir al día y a nadie se le
ocurra verlo proyectado sobre el futuro.
Es pues el fascismo una táctica pero nunca una solución.
Luis MolinuevoComisario Político del “Valdés”
Semanario La Armada. Nº.: 30. / 18 septiembre 1937
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