lunes, 25 de febrero de 2019

Argentina. La enigmática supervivencia política de Mauricio Macri


kaosenlared.net

Argentina. La enigmática supervivencia política de Mauricio Macri

 

 


Un enigma recorre Argentina luego de tres años de gobierno de la coalición Cambiemos
Pese a que Argentina es un país con una fuerte tradición de luchas sociales, el gobierno de Mauricio Macri, que ha combinado ajuste con retrocesos económicos en todos los planos, goza (hasta ahora) de una sorprendente calma social. Los «dadores de gobernabilidad» le están permitiendo al gobierno sobrevivir a la crisis e incluso, aunque el año electoral será un campo minado, buscar la reelección del presidente. La apuesta a la «grieta» y al antikirchnerismo queda como último recurso para un gobierno que viene perdiendo la iniciativa.
Un enigma recorre Argentina luego de tres años de gobierno de la coalición Cambiemos1: ¿por qué una administración que aplica un ajuste de la magnitud del impulsado por el presidente Mauricio Macri no colapsa o termina cercada por la movilización popular?
La sociedad argentina es una de las más contenciosas del continente, tiene la impronta de la movilización permanente, sostiene un entramado sindical significativo comparado con el de otros países latinoamericanos; existen en su seno fuertes movimientos sociales que encuadran a trabajadores de la denominada «economía popular» (desocupados, precarios o emprendimientos autogestionados) y conserva una vital sociedad civil que parece siempre dispuesta al conflicto. La tierra que engendró la Reforma Universitaria de 1918 a inicios del siglo pasado, el Cordobazo en 1969 o las jornadas de diciembre que en el temprano 2001 inauguraron el nuevo siglo y provocaron la huida del poder del presidente Fernando de la Rúa parece hoy excesivamente pasiva frente al deterioro cualitativo de todos los indicadores económico-sociales que provoca el duro programa neoliberal. Las causas de este fenómeno, en apariencia extraño, son múltiples: estructurales, históricas y coyunturales. Pese a la estabilidad relativa, el gobierno que encabeza el presidente Macri ingresa en su último año de gestión bajo el signo de la incertidumbre.
En 2019 se eligen (o reeligen) el presidente y la mayoría de los gobernadores y se renuevan parte de los legisladores del Congreso Nacional y de las legislaturas locales. El oficialismo encara el denso calendario electoral con una pérdida significativa del control de la economía, que combina estancamiento e inflación; números rojos en todas las áreas (inversión, consumo, pib); una disminución de las bases de apoyo en la sociedad y una fuerte caída en la imagen de sus referentes. Además, es evidente el fracaso de la promesa original y de todas sus representaciones simbólicas. También se produce el distanciamiento de algunos poderes fácticos que le otorgaron un respaldo inicial clave y ahora se alejan sin prisa pero sin pausa: corporaciones empresarias, medios de comunicación y fracciones del Poder Judicial. Cambiemos se transformó en un experimento gubernamental que agravió demasiado a los de abajo y no terminó de conformar a los de arriba; sin embargo, cuando nos despertamos, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, todavía está allí.
Debacle económica
Algunas variables sintetizan el balance económico del gobierno de Macri en sus tres años de gestión: el pib acumula una caída de 1,3%, la inflación fue del orden de 163%, el dólar se disparó 290% –en relación con la cotización oficial de diciembre de 2015; 160% frente al dólar paralelo en ese momento–; la deuda en dólares creció en 80.000 millones con acreedores privados y en más de 100.000 millones de dólares si se incluyen los primeros desembolsos del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (fmi)2.
Con el nuevo récord de endeudamiento, las obligaciones financieras de 2019 trepan hasta los 42.400 millones de dólares; con los desembolsos del fmi se cubre 54% de ese total, el resto se supone se conseguirá en el mercado interno. En 2020, las necesidades alcanzan los 39.900 millones, pero los aportes del fmi solo cubren 14,7%; por lo tanto, hay que volver a los mercados internacionales de crédito, los mismos que cortaron el financiamiento meses atrás. El año cerró con el riesgo país disparándose bastante por arriba de los 800 puntos básicos. Este índice mide el porcentaje de tasa que paga el país por sus créditos por encima de la de Estados Unidos. Su crecimiento muestra la desconfianza de los especuladores –eufemísticamente llamados «inversores»– hacia las posibilidades de honrar la deuda o –dicho en términos más crudos– evitar el default. Si los pronósticos más optimistas se verifican, en cuatro años la caída del pib rondará el 1,8%. Un vaticinio posible si en 2019 la economía se achica solo 0,5%, como estima el gobierno; pero si se cumple la predicción del fmi y la caída es de 1,7%, el desplome de todo el ciclo será superior y alcanzará el 3%. Pero la madre de todas las derrotas habrá sido la batalla contra inflación, que en toda la era Macri acumulará 211% en el mejor de los casos: si cerrara en 2018 en alrededor de 45% y en 2019 se redujera a 25%. Hasta ahora, nunca se cumplieron las estimaciones oficiales.
El dato más preocupante que difundió el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) cuando culminaba el año es el desmoronamiento de la inversión. En el tercer trimestre cayó 11,2% respecto al mismo trimestre de 2017 y 8,1% en relación con el segundo trimestre. Nadie apuesta a que vaya a recuperarse en el año electoral: el propio fmi prevé una caída de 9,5%3.
Las consecuencias de estos números macro en la vida cotidiana de las mayorías populares son profundamente disgregadoras. El desempleo alcanzó el 9% durante el tercer trimestre de 2018 y no llegó a los dos dígitos porque, por ahora, el grueso del ajuste se realizó vía licuación del poder adquisitivo del salario. A medida que la recesión y la caída de los ingresos se aceleraron, más personas salieron a buscar trabajo; una parte lo encontró, pero informal, precario y de baja calidad, en servicios nuevos como entrega a domicilio o Uber4. Un empalme de series estadísticas entre el índice de precios al consumidor de la ciudad de Buenos Aires y el Indec sentencia que la inflación fue de 163% en estos 36 meses, mientras que los asalariados registrados del sector privado tuvieron un incremento acumulado en el mismo periodo de apenas 121%. Esto implica que un trabajador que cobra un salario promedio tendrá una capacidad de compra 16% inferior a la que tenía hace tres años. Para los empleados estatales, la pérdida fue de 24 puntos porcentuales, y quienes reciben la Asignación Universal por Hijo (aún, un plan de ayuda estatal para los sectores más vulnerables) vieron retroceder sus ingresos en 23,7% en este periodo5. El Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Pontificia Universidad Católica Argentina informó que la pobreza alcanzó a 33,6% de los habitantes urbanos del país en el tercer trimestre de 2018. La indigencia afecta a 6,1% de las personas. Desmoronamiento económico y profundo retroceso social son el saldo que dejó hasta ahora el gobierno de la nueva derecha argentina. Y lo peor parece estar por venir.
Fracaso discursivo
La consecuencia lógica de esta deriva es el mentís que recibió el conjunto de ideas y promesas enarboladas por Macri en 2015: nueva matriz económica, mayor productividad, libre –o prácticamente anárquico– movimiento de capitales, desregulaciones económicas que traerían una «lluvia de inversiones», libertad individual y carrera meritocrática como único camino al progreso, y el mercado como Santo Grial del mito laico neoliberal. El quiebre de esa narrativa dejó a Macri y a Cambiemos sin propuesta de futuro, y su apuesta se reduce a administrar el miedo al pasado, a postularse como el mejor agente del «antikirchnerismo» (la contracara del proyecto político que gobernó Argentina hasta 2015, con Néstor Kirchner y Cristina Fernández). Con el agregado de fuertes componentes punitivistas y securitarios a tono con los discursos de las derechas duras que avanzan en el continente y que hoy tienen en Jair Bolsonaro, el flamante presidente de Brasil, su expresión más poderosa y radical.
Para Ignacio Ramírez, sociólogo y director del posgrado en Opinión Pública y Comunicación Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), quedó poco de la promesa inicial de Cambiemos: el desempeño de la economía y el fracaso económico no fueron gratuitos a la salud simbólica de la marca Cambiemos tal como estaba equipada al comienzo de esta etapa. Uno no los imagina en 2019 haciendo campaña con aquella batería de representaciones como: «sector privado, sinónimo de transparencia» o «gerenciamiento de la política como equivalente de eficiencia o eficacia». Ese tipo de credenciales son las que han crujido, incluso la idea aspiracional como gran promesa. El fracaso económico arrastró a un fracaso simbólico6.
Marcelo Leiras, sociólogo y director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, coincide y asegura que hubo una versión maximalista y una versión minimalista de la apuesta de Cambiemos. La maximalista incluía la receta desregulatoria clásica en los gobiernos de derecha, con el propósito de reducir la inflación y el déficit fiscal y estimular la inversión y el crecimiento económicos. El programa desregulatorio se quedó a mitad de camino, la reducción gradual del déficit no alcanzó para sostener el altísimo ritmo de endeudamiento, y los aspectos muy poco gradualistas del programa de gobierno, en particular el ajuste tarifario, produjeron más oposiciones que alivio fiscal o mejora en la calidad de los servicios. En lo político, el programa maximalista aspiraba a desplazar al peronismo de muchos gobiernos provinciales y de algunos de sus bastiones en el Conurbano bonaerense, con el muy ambicioso objetivo último de producir un Senado más equilibrado. La receta económica maximalista fracasó ruidosamente y comprometió seriamente el objetivo político. Queda en pie la versión minimalista: antikirchnerismo al palo.7
Gabriel Vommaro, coautor de Mundo pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar8 y de La larga marcha de Cambiemos. La construcción silenciosa de un proyecto de poder9, considera que lo que queda en pie del proyecto oficialista es la apuesta por construir una centroderecha competitiva electoralmente y que en eso se mostró relativamente exitoso. Sin embargo, asegura que sin dudas hubo un fracaso de un proyecto sin base social, sin actores y sin una «burguesía emprendedora» capaz de apostar por este gobierno y por su proyecto. Eso no llegó ni en el primer año, ni en el segundo en el que apostaron a la inversión pública con una expansión fiscal que les permitió ganar las elecciones de medio término de 2017. Por supuesto, tampoco en el tercero, que fue el derrumbe donde se pagaron en buena parte los costos fiscales de 2017.10
Vommaro explica que también cayó el mito o la creencia del macrismo en la posibilidad de una transición sin conflicto hacia una sociedad de mercado totalmente abierta, una ideología que se terminó con el acuerdo con el fmi, el impulso a un ajuste drástico que implica algún tipo de escarmiento social. En ese contexto, sentencia: «Al gobierno parece que se le acabó la mística en términos de proyecto societal». Finalmente, Pablo Touzon –editor de la revista política Panamá– también cree que lo único que quedó es el antikirchnerismo. Todo el resto de las promesas –que ya de por sí eran eslóganes bastante vagos– quedaron truncas. No solo es visible en la economía: no hubo «revolución educativa», «Conadep anticorrupción»11, combate a las mafias –término hoy de moda en el discurso oficial–, ni avance en derechos civiles, como quedó cristalizado en el rechazo a la legalización del aborto.12
El relato oficialista con que Cambiemos dio impulso a su proyecto político, propio de un manual de autoayuda a lo Ravi Shankar, mutó hacia la polarización con la reconstrucción de un enemigo a medida (la candidatura de Cristina Fernández) y la restauración frenética de la llamada «grieta» como último recurso para el desafío electoral. Tiene gusto a demasiado poco, pero la elección está abierta.
La crisis que no fue
«No solo de ‘política’ vive el hombre», sentenció el marxista ruso León Trotski en su libro Problemas de la vida cotidiana. Parafraseándolo, podemos decir que no solo por la política, entendida en el sentido estrecho, sobrevivió el proyecto macrista. También fueron determinantes las relaciones de fuerzas sociales que significaron un sostén y a la vez un límite para las ambiciones de Cambiemos.
Una paradoja de origen que limitó las posibilidades del proyecto de Macri fue la inexistencia de una crisis catastrófica sin salida en el fin del ciclo kirchnerista. El antecedente argentino más próximo a un proyecto neoliberal como el que, en términos de programa económico, encabeza Macri fue el que llevó adelante Carlos Menem en la década de 1990. Una de las condiciones de posibilidad de su éxito –no la única, pero sí una de las más importantes– fue el estallido hiperinflacionario que definió la suerte de su antecesor, Raúl Alfonsín, en 1988-1989. Aquella crisis traumática para la memoria colectiva de los argentinos operó como disciplinadora, junto con derrotas en el terreno de la lucha social y un ciclo internacional favorable para la imposición de las contrarreformas neoliberales. El historiador marxista inglés Perry Anderson escribió que «hay un equivalente funcional al trauma de la dictadura militar como mecanismo para inducir ‘democrática’ y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las más drásticas políticas neoliberales. Este equivalente es la hiperinflación. Sus consecuencias son muy parecidas»13. El «terror económico» operó también en la crisis que culminó con el estallido de 2001 y, esta vez a través de la hiperdesocupación, preparó el terreno para la brusca devaluación y consecuente desvalorización del salario impulsadas por el presidente interino Eduardo Duhalde, quien comandó la transición. Con esa carencia de origen, el gobierno de Cambiemos transitó estos tres años entre los límites que imponía una resistencia social disgregada, pero presente, y la presión del mundo empresario y los factores reales de poder en pos de acelerar las contrarreformas.
El derrotero incluyó un comienzo con lo que se denominó «gradualismo», cuyo sentido era transitar el ajuste, pero administrando los tiempos para evitar chocar de frente contra un bloque social hostil. El «gradualismo» era a la vez financiado con el endeudamiento que el gobierno creyó infinito e ilimitado. Luego de triunfar en las elecciones de medio término de octubre de 2017 –con una combinación de antikirchnerismo y lo que algunos calificaron como «populismo financiero o fiscal»–, Macri lanzó el tridente del «reformismo permanente» (ajuste previsional, flexibilización laboral y reforma impositiva), con el que pretendió aligerar el plan.
Pero a octubre lo devoró diciembre. Las movilizaciones contra la reforma previsional del 14 y 18 de diciembre de 2017, con enfrentamientos violentos frente al Congreso Nacional y múltiples cacerolazos en los barrios porteños protagonizados por sectores de clase media, fueron el punto más alto de la movilización social en la era Macri, y pese a que la ley que modificaba el cálculo de las jubilaciones y pensiones se aprobó, Cambiemos sufrió una derrota política que nunca pudo remontar14.
Luego de aquellos acontecimientos, el gobierno se vio obligado a postergar sin fecha la reforma laboral e intentó retomar el camino del «gradualismo». En el discurso de inauguración de las sesiones ordinarias ante la Asamblea Legislativa en marzo de 2018, Macri habló de cuestiones tan estratégicas como una «agenda verde» y la mala alimentación de los niños15. Nada había quedado en pie de la ofensiva lanzada apenas cuatro meses antes. Pero en abril se desató la furia de los «mercados», con una corrida cambiaria provocada por el fin de las posibilidades de seguir aumentando la deuda. La rebelión financiera duró varios meses y obligó al pedido de rescate al fmi. Los «mercados» comenzaron a desconfiar de las capacidades de Macri para aplicar las contrarreformas neoliberales. De hecho, un conjunto de economistas «libertarios», que ahora buscan conformar un partido en línea con las ideas ultraliberales, suele acusar a Macri de ser un «populista con buenos modales»16.
La vuelta al fmi, pergeñada por el gobierno para poner fin a la corrida especulativa contra el peso, trajo consigo un nuevo programa de ajuste con el «déficit cero» como bandera y ya sin lugar para gradualistas. El resultado fue una disminución permanente del volumen político de Cambiemos, que nunca detuvo su marcha descendente. Pero su resiliencia no se explica sin el concurso de lo que el controversial escritor argentino Jorge Asís –devenido estridente analista y operador político– calificó como «dadores voluntarios de gobernabilidad». Entre ellos, se encuentra no solo gran parte del peronismo político que habilitó la aprobación de más de 100 leyes que facilitaron la tarea de Cambiemos (fuerza minoritaria en el Parlamento), sino también la acción o inacción de las conducciones de los sindicatos y la Confederación General del Trabajo (cgt) y los llamados «movimientos sociales», herederos sobre todo del mundo piquetero de los años 2000.
Luego de 2001 y en parte como conclusión estratégica de aquellos acontecimientos, se produjo un proceso de institucionalización relativa de una amplia gama de organizaciones que agrupan a desocupados, trabajadores precarizados y los sectores más pobres de la sociedad argentina. La emergencia de estas organizaciones es una manifestación de su peso gravitante y eventualmente explosivo, a la vez que un instrumento de contención para evitar su emergencia disruptiva. Junto con la desprestigiada dirección de la cgt, que convocó a cuatro paros generales sin movilización y con la suficiente distancia uno de otro como para que solo cumplieran la función de descomprimir la tensión social, las conducciones de los movimientos sociales adoptaron la lógica «sindical» y actuaron para evitar que se configurara un escenario del tipo del de diciembre de 2017. Con diferentes responsabilidades, operaron como un factor conservador para una respuesta masiva y coordinada al ataque del gobierno a las condiciones de vida de las mayorías. Además, el grueso de los dirigentes de estas organizaciones (sindicales o sociales) están fuertemente comprometidos con la reorganización del peronismo con vistas a las elecciones: su apuesta estratégica no es por la derrota del plan de Macri en las calles, sino por el desgaste para facilitar su salida del poder en las elecciones17. Por último, gran parte de estas estructuras reciben una fuerte influencia del papa Francisco, para quien evitar un estallido en su país de origen es de una importancia vital, además de estar a tono con su ideología histórica. Efectivamente, la «teología del pueblo» a la que adhiere Francisco (desde los tiempos en que era el cardenal Jorge Bergoglio) postula una alianza con las organizaciones sociales sobre la base de considerar a los pobres como víctimas y proponer una política de rescate, de contención y tutelaje, siempre con el objetivo de evitar la acción directa.
En síntesis, los frenos de mano que el gobierno se vio obligado a aplicar por imposición de las circunstancias y la «ética de la responsabilidad» de la oposición, combinada con una estrategia que prioriza el eje electoral y con el «respaldo divino», otorgaron una sobrevida a un proyecto político estancado.
El futuro llegó
Gran parte de la fortaleza que aún mantiene el macrismo cuando comienza el decisivo último año de gobierno es concedida por otros. Economistas afines a Cambiemos se aferran a dos factores a la espera de algo parecido a una recuperación: la cosecha récord que auguran para 2019 y la apuesta a algunas inversiones en el yacimiento de hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta, en el sur argentino. Parece difícil que esos nichos, incluso si son exitosos, remonten la cuesta abajo de la economía.
La disminución del volumen político de Cambiemos se ve reflejada en la distancia que toman algunos factores de poder con respecto al futuro de ese proyecto político: el Grupo Clarín, principal oligopolio mediático del país, ya juega –de mínima– a dos puntas, solo en última instancia mantiene el apoyo a Macri contra el kirchnerismo, pero cada vez se notan más los hilos de su trabajo por el llamado «peronismo racional». El Grupo América (segunda corporación mediática del país) manifestó por boca de uno de sus accionistas mayoritarios, Daniel Vila, el respaldo a esa fracción del peronismo no kirchnerista. Una mayoría de la Corte Suprema votó hacia fin de año contra el gobierno en un fallo simbólicamente importante sobre el cálculo de deuda que el Estado tiene con unos 150.000 jubilados que litigaron contra él. Y una fracción considerable del empresariado comienza a explorar otras opciones, sin descartar incluso al kirchnerismo conducido por Cristina Fernández, una de cuyas estrategias disponibles, y a la que al parecer podría apostar, es la de adoptar un perfil de «leona herbívora», si retomamos la expresión con que se calificó a sí mismo el Juan Domingo Perón consensual y conciliador que volvió al país en la década de 1970, tras 18 años de exilio. El analista político liberal Sergio Berensztein escribió en el diario La Nación: «Sin embargo, pasado el 75% de su mandato, [Macri] carece del apoyo concreto de una constelación de actores sociales que le otorguen solidez para implementar la agenda de reformas estructurales más allá de los números que entreguen las urnas o de la correlación de fuerzas que esos votos produzcan en el Congreso y en las gobernaciones»18.
La definición es similar a lo que en términos del marxista italiano Antonio Gramsci puede calificarse como ausencia de hegemonía. Pero quizá lo más relevante para el presente y el futuro argentino es que la «tragedia» a la que está condenado Cambiemos, más allá de si logra el milagro de un resultado electoral favorable, condiciona al conjunto de las fuerzas políticas tradicionales cuyos programas se enmarcan dentro del respeto a los intereses estratégicos de los dueños del país y a la hoja de ruta del fmi. Bajo esas condiciones, en cualquier circunstancia, no se avizora una luz al final del túnel. Y la posibilidad de un nuevo colapso está en el menú de posibilidades.
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