Nassim Nicholas Taleb, el matemático, inversor y filosofo de origen libanés y autor de El Cisne Negro (Paidos, 2011) presentaba recientemente nuevo libro. Su título: Jugarse la piel.
En esta ocasión, Taleb pone el punto de mira en los banqueros,
intelectuales y burócratas a los que acusa de tomar decisiones
arriesgadas para todos… menos para ellos. Según afirma, la gente ha
descubierto que esa “gentuza” no se juega la piel y, por tanto, nunca aprenderán de sus errores.
Más allá del interesante libro de Taleb, del que el diario El Mundo hace la reseña con una entrevista al autor, no es ninguna novedad que banqueros, intelectuales y burócratas sean el blanco de las críticas más desaforadas y, por qué negarlo, legítimas. Los intelectuales cometieron el pecado de dejarse seducir por las ideologías totalitarias del pasado siglo, y con él cargan, aunque sin hacer penitencia porque siguen cometiendo los mismos errores. En cuanto a los banqueros, qué decir del desastre mayúsculo que fue la Gran recesión, de la que salieron tan campantes una vez que los estados, es decir, los contribuyentes, rescataron al sistema financiero… y a ellos.
En cuanto a los burócratas, es una tradición de las sociedades desarrolladas echar pestes sobre este estamento, pero no por cuestiones tan gruesas como las tropelías cometidas por banqueros e intelectuales. El mérito del burócrata consiste precisamente en convertir la vida del común en un infierno, pero poco a poco, sin que éste se dé cuenta hasta que es demasiado tarde.
Aunque las democracias no hayan hecho más libres formalmente, en la práctica estamos perdiendo parcelas de libertad de manera vertiginosa, sobre todo en lo que se refiere a la libertad de hacer y de emprender. Y de este suceso son responsables los burócratas.
Si uno mira hacia atrás y compara el presente con el pasado, puede comprobarlo. Infinidad de actividades que hasta no hace mucho eran completamente libres, están hoy sometidas a rígidos reglamentos, certificaciones y trámites, y muchas de ellas, en la práctica, han sido prohibidas. Incluso se ha prohibido fumar en los clubes privados, donde se supone que estas reglas deberían establecerlas los socios y propietarios.
También los espacios de las ciudades son sometidos a más y más restricciones, especialmente en lo que atañe al automóvil, aunque no solo. La argumentación siempre es la misma: la seguridad de los ciudadanos. Así, si se restringe el tráfico rodado es para incrementar el índice de supervivencia de los peatones y preservar la salud y calidad de vida de los residentes. ¿Cómo protestar ante la persecución de fines tan loables? Claro que, para el residente, el derecho a aparcar en su calle ahora también lleva aparejado su trámite y su tasa correspondiente, cosa que antes no sucedía.
Pero no sólo es el automóvil. Las bicicletas, tan promocionadas en detrimento de los vehículos de propulsión mecánica, se enfrentan en estos días a crecientes restricciones, no ya en las ciudades, donde se supone que se someten a las normas de circulación generales y disponen cada vez de más carriles exclusivos, sino en el campo, en las verdeas y en los senderos de montaña. Allí donde existe actividad humana, sea del tipo que sea, el burócrata aparece para “poner orden”.
Cierto es que la masificación y la mala educación de algunos son razones de peso, y también que la gente demanda cada vez más orden y seguridad (ten cuidado con lo que deseas), pero esto no justifica la proliferación de normas que, con el tiempo, terminarán impidiendo algo tan bucólico como un paseo en bici por el campo. Porque eso es lo que sucederá: las normas se volverán tan complejas y abundantes que, en la práctica, será imposible pedalear al aire libre sin que te cueste un disgusto. Está sucediendo con todo.
De hecho, no es necesario pasear en bici por el campo para verse acosado por las restricciones. También caminar y disfrutar de la naturaleza está siendo limitado por los burócratas. Cada vez hay más superficie forestal que o bien tiene el acceso restringido, en función de un determinado aforo o según época del año, o bien directamente está prohibido, aunque la titularidad del espacio sea pública. Puede ser para no interferir en la reproducción de los buitres leonados, para preservar una especie especialmente valiosa de mariposa o simplemente porque la ecología se ha convertido en otro superpoder al servicio del burócrata.
Incluso tuvo que pagar 1.300 euros por un estudio de impacto acústico a pesar de que sus instalaciones eran silenciosas y se encontraban muy alejadas del lugar habitado más cercano. Le exigieron una certificación de “innecesariedad” de realizar actividad arqueológica y, también, un informe sobre iluminación por si incumplía el “reglamento para la protección de la calidad del cielo nocturno”. En resumen, Ramón sufrió innumerables trabas administrativas a pesar de que iba a generar puestos de trabajo en una de las zonas más deprimidas de España.
Ramón, mal que bien, tenía recursos para superar ese viacrucis. Y posiblemente, su plan de negocio pudo resistirlo. Pero ese no es el caso de otros muchos, como ese estudio de yoga, con un aforo para 12 personas, al que la administración de turno obligaba a realizar reformas por importe de casi 40.000 euros, de los cuales una parte sustanciosa debía destinarse a la insonorización del local, porque, como todos sabemos la práctica del yoga resulta extraordinariamente ruidosa. La lavadora del vecino podía emitir diez veces más decibelios que el local de yoga, sin embargo, por ser actividad económica estaba obligado a ser más silencioso que el compresor de una nevera.
También montar un simple taller mecánico cumpliendo con todas las condiciones administrativas es hoy en día una odisea. De hecho, en el propio gremio alegan que cumplir todas las normas que se han ido añadiendo es en la práctica imposible. Y, se quiera o no, te puede caer una sanción en cualquier momento. Así que vives en el alambre. Y resulta bastante verosímil esta afirmación una vez se accede a la información sobre requisitos y trámites que proporciona, por ejemplo, la Comunidad de Madrid en los enlaces que añado aquí y aquí.
Como caso extremo, recuerdo aquel empresario mejicano que intentó abrir una fábrica en Cataluña. Y después de meses de papeleo y miles de euros gastados en trámites, el último escollo fue solicitar un certificado recién ideado… en una ventanilla que aún no había sido creada. Por lo que decidió irse con su fábrica a otra parte.
Hoy, el etiquetado de un tetrabrik que contiene leche no sólo debe permitirnos localizar la vaca de la que se ha obtenido, sino prácticamente su árbol genealógico. El pago en dinero en efectivo está limitado a 2.500 euros en España, y en la mesa ya hay un borrador para reducir esta cantidad a 1000, con el horizonte puesto en eliminar el pago en efectivo por completo, para que hasta el más insignificante gasto quede registrado y accesible al escrutinio burocrático.
En palabras de Frank Herbert, autor de la serie de libros de Las crónicas de Dune: “La burocracia destruye la iniciativa. No existe nada que odie más un burócrata que la innovación, especialmente la innovación que produce mejores resultados que las rutinas que él establece. Las mejoras siempre hacen que los que están arriba parezcan ineptos. Y a nadie le gusta parecer inepto.”
En definitiva, la hiperburocratización es una amenaza mayor para la libertad, la paz social y el empleo que la globalización, la robotización o la Inteligencia Artificial. Entre otras razones, porque no es un problema nuevo o a futuro, sino que lleva con nosotros mucho tiempo y no deja de expandirse. La mejor “política activa” para generar empleo sería empezar a depurar normas y meter en vereda a los burócratas. Pero de eso no escucharán debatir en las campañas electorales, mucho menos tomar medidas a los gobiernos. Porque la hiperburocratización es la palanca del poder. Sirve para generar constantemente nuevas estructuras administrativas, donde acomodar a más y más hermanos burócratas. Además, su incontinencia normativa sirve para dar y quitar oportunidades discrecionalmente, pagar favores y cobrarlos, porque el que hace la ley hace la trampa.
Para Nassim Nicholas Taleb, el mundo de hoy se divide en dos clases fundamentales, los que se juegan la piel y los que no se juegan nada. Los segundos serían los banqueros, los intelectuales y, sobre todo, los burócratas, porque, según dice Taleb, “sólo se someten al juicio subjetivo de otros burócratas, no a la presión por la supervivencia de la realidad. Si el mundo se quedara sin fontaneros, los echaríamos de menos de inmediato. Pero si los presuntos expertos desaparecieran, nadie les echaría de menos… salvo sus madres.”
Ilustración: Mohamed Hassan
Más allá del interesante libro de Taleb, del que el diario El Mundo hace la reseña con una entrevista al autor, no es ninguna novedad que banqueros, intelectuales y burócratas sean el blanco de las críticas más desaforadas y, por qué negarlo, legítimas. Los intelectuales cometieron el pecado de dejarse seducir por las ideologías totalitarias del pasado siglo, y con él cargan, aunque sin hacer penitencia porque siguen cometiendo los mismos errores. En cuanto a los banqueros, qué decir del desastre mayúsculo que fue la Gran recesión, de la que salieron tan campantes una vez que los estados, es decir, los contribuyentes, rescataron al sistema financiero… y a ellos.
En cuanto a los burócratas, es una tradición de las sociedades desarrolladas echar pestes sobre este estamento, pero no por cuestiones tan gruesas como las tropelías cometidas por banqueros e intelectuales. El mérito del burócrata consiste precisamente en convertir la vida del común en un infierno, pero poco a poco, sin que éste se dé cuenta hasta que es demasiado tarde.
El mérito del burócrata consiste precisamente en convertir la vida del común en un infierno, pero poco a poco, sin que éste se dé cuenta hasta que es demasiado tardeAntes de seguir, quiero aclarar que la acepción de burócrata que uso no se refiere exactamente a los funcionarios. Se puede perfectamente ser funcionario y no suponer un problema; al contrario, muchos prestan un servicio necesario. Lo hacen a diario cientos de miles, entre los que se encuentran, por ejemplo, militares, policías, jueces, médicos, maestros, economistas, administrativos, etc.
El gran fraude de la democracia moderna
Burócrata es aquel que, estando en la Administración, tiene la autonomía y las atribuciones suficientes como para convertir la vida de las personas en un infierno. En este sentido, cuanto más arriba en el escalafón se sitúe un funcionario, más posibilidades existen de que se transforme en un burócrata, es decir, en un super funcionario que estará más pendiente de conservar y extender sus dominios, a costa de las libertades de todos, que de servir al ciudadano.Aunque las democracias no hayan hecho más libres formalmente, en la práctica estamos perdiendo parcelas de libertad de manera vertiginosa, sobre todo en lo que se refiere a la libertad de hacer y de emprender. Y de este suceso son responsables los burócratas.
Si uno mira hacia atrás y compara el presente con el pasado, puede comprobarlo. Infinidad de actividades que hasta no hace mucho eran completamente libres, están hoy sometidas a rígidos reglamentos, certificaciones y trámites, y muchas de ellas, en la práctica, han sido prohibidas. Incluso se ha prohibido fumar en los clubes privados, donde se supone que estas reglas deberían establecerlas los socios y propietarios.
También los espacios de las ciudades son sometidos a más y más restricciones, especialmente en lo que atañe al automóvil, aunque no solo. La argumentación siempre es la misma: la seguridad de los ciudadanos. Así, si se restringe el tráfico rodado es para incrementar el índice de supervivencia de los peatones y preservar la salud y calidad de vida de los residentes. ¿Cómo protestar ante la persecución de fines tan loables? Claro que, para el residente, el derecho a aparcar en su calle ahora también lleva aparejado su trámite y su tasa correspondiente, cosa que antes no sucedía.
Pero no sólo es el automóvil. Las bicicletas, tan promocionadas en detrimento de los vehículos de propulsión mecánica, se enfrentan en estos días a crecientes restricciones, no ya en las ciudades, donde se supone que se someten a las normas de circulación generales y disponen cada vez de más carriles exclusivos, sino en el campo, en las verdeas y en los senderos de montaña. Allí donde existe actividad humana, sea del tipo que sea, el burócrata aparece para “poner orden”.
Cierto es que la masificación y la mala educación de algunos son razones de peso, y también que la gente demanda cada vez más orden y seguridad (ten cuidado con lo que deseas), pero esto no justifica la proliferación de normas que, con el tiempo, terminarán impidiendo algo tan bucólico como un paseo en bici por el campo. Porque eso es lo que sucederá: las normas se volverán tan complejas y abundantes que, en la práctica, será imposible pedalear al aire libre sin que te cueste un disgusto. Está sucediendo con todo.
De hecho, no es necesario pasear en bici por el campo para verse acosado por las restricciones. También caminar y disfrutar de la naturaleza está siendo limitado por los burócratas. Cada vez hay más superficie forestal que o bien tiene el acceso restringido, en función de un determinado aforo o según época del año, o bien directamente está prohibido, aunque la titularidad del espacio sea pública. Puede ser para no interferir en la reproducción de los buitres leonados, para preservar una especie especialmente valiosa de mariposa o simplemente porque la ecología se ha convertido en otro superpoder al servicio del burócrata.
Los burócratas generan pobreza
Con todo, lo peor es que está tendencia al exceso normativo no solo afecta a las actividades lúdicas, sino muy especialmente a la actividad económica. Es famoso, por paradigmático, el caso de Ramón Iglesias, un ingeniero y promotor español, que necesitó tres años de gestiones, 10.000 euros en licencias, centenares de papeles y complejos trámites con más de 30 funcionarios de 11 departamentos pertenecientes a cuatro Administraciones diferentes, antes de poder abrir su bodega ecológica.Incluso tuvo que pagar 1.300 euros por un estudio de impacto acústico a pesar de que sus instalaciones eran silenciosas y se encontraban muy alejadas del lugar habitado más cercano. Le exigieron una certificación de “innecesariedad” de realizar actividad arqueológica y, también, un informe sobre iluminación por si incumplía el “reglamento para la protección de la calidad del cielo nocturno”. En resumen, Ramón sufrió innumerables trabas administrativas a pesar de que iba a generar puestos de trabajo en una de las zonas más deprimidas de España.
Ramón, mal que bien, tenía recursos para superar ese viacrucis. Y posiblemente, su plan de negocio pudo resistirlo. Pero ese no es el caso de otros muchos, como ese estudio de yoga, con un aforo para 12 personas, al que la administración de turno obligaba a realizar reformas por importe de casi 40.000 euros, de los cuales una parte sustanciosa debía destinarse a la insonorización del local, porque, como todos sabemos la práctica del yoga resulta extraordinariamente ruidosa. La lavadora del vecino podía emitir diez veces más decibelios que el local de yoga, sin embargo, por ser actividad económica estaba obligado a ser más silencioso que el compresor de una nevera.
También montar un simple taller mecánico cumpliendo con todas las condiciones administrativas es hoy en día una odisea. De hecho, en el propio gremio alegan que cumplir todas las normas que se han ido añadiendo es en la práctica imposible. Y, se quiera o no, te puede caer una sanción en cualquier momento. Así que vives en el alambre. Y resulta bastante verosímil esta afirmación una vez se accede a la información sobre requisitos y trámites que proporciona, por ejemplo, la Comunidad de Madrid en los enlaces que añado aquí y aquí.
Como caso extremo, recuerdo aquel empresario mejicano que intentó abrir una fábrica en Cataluña. Y después de meses de papeleo y miles de euros gastados en trámites, el último escollo fue solicitar un certificado recién ideado… en una ventanilla que aún no había sido creada. Por lo que decidió irse con su fábrica a otra parte.
Hoy, el etiquetado de un tetrabrik que contiene leche no sólo debe permitirnos localizar la vaca de la que se ha obtenido, sino prácticamente su árbol genealógico. El pago en dinero en efectivo está limitado a 2.500 euros en España, y en la mesa ya hay un borrador para reducir esta cantidad a 1000, con el horizonte puesto en eliminar el pago en efectivo por completo, para que hasta el más insignificante gasto quede registrado y accesible al escrutinio burocrático.
En palabras de Frank Herbert, autor de la serie de libros de Las crónicas de Dune: “La burocracia destruye la iniciativa. No existe nada que odie más un burócrata que la innovación, especialmente la innovación que produce mejores resultados que las rutinas que él establece. Las mejoras siempre hacen que los que están arriba parezcan ineptos. Y a nadie le gusta parecer inepto.”
En definitiva, la hiperburocratización es una amenaza mayor para la libertad, la paz social y el empleo que la globalización, la robotización o la Inteligencia Artificial. Entre otras razones, porque no es un problema nuevo o a futuro, sino que lleva con nosotros mucho tiempo y no deja de expandirse. La mejor “política activa” para generar empleo sería empezar a depurar normas y meter en vereda a los burócratas. Pero de eso no escucharán debatir en las campañas electorales, mucho menos tomar medidas a los gobiernos. Porque la hiperburocratización es la palanca del poder. Sirve para generar constantemente nuevas estructuras administrativas, donde acomodar a más y más hermanos burócratas. Además, su incontinencia normativa sirve para dar y quitar oportunidades discrecionalmente, pagar favores y cobrarlos, porque el que hace la ley hace la trampa.
Para Nassim Nicholas Taleb, el mundo de hoy se divide en dos clases fundamentales, los que se juegan la piel y los que no se juegan nada. Los segundos serían los banqueros, los intelectuales y, sobre todo, los burócratas, porque, según dice Taleb, “sólo se someten al juicio subjetivo de otros burócratas, no a la presión por la supervivencia de la realidad. Si el mundo se quedara sin fontaneros, los echaríamos de menos de inmediato. Pero si los presuntos expertos desaparecieran, nadie les echaría de menos… salvo sus madres.”
Ilustración: Mohamed Hassan
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