Según publica estos días el periódico norteamericano “The New York Times”, la
crisis financiera que comenzó en el año 2008, ya ha sido superada desde
el punto de vista de la macroeconomía. Sin embargo, el rotativo
estadounidense reconoce que lo que llama las “dinámicas laborales” actuales han tenido como principal efecto que las “clases medias” europeas hayan sufrido una reducción en su composición de casi dos tercios.
¿Es esta afirmación cierta en los términos en que la plantea el periódico norteamericano? La cuestión clave para poder responder a esta pregunta es que el concepto de “clases medias” que utiliza el periódico neoyorquino es intencionadamente equívoco, ya que con él se está refiriendo a sectores de la población asalariada que habiendo percibido antes de la crisis mejores salarios que el resto, ahora han perdido sus puestos de trabajo, o se han visto obligados a aceptar la precarización laboral de aquellas ocupaciones que desempeñaban antes de que se produjera la hecatombe de la crisis.
Este supuesto “equívoco” del periódico norteamericano no es inocente. Con su utilización, la sociología no marxista trata de fraccionar la visión global de los intereses del conjunto de los trabajadores asalariados. Es muy frecuente, incluso, que partidos socialdemócratas como el PSOE y otros situados más a su “izquierda”, se refieran a estos sectores con el indefinido concepto de “clase media trabajadora”, sin otro propósito que segregar del conjunto de los asalariados a aquellos que reciben salarios más altos, pero salarios al fin y al cabo. Históricamente, el salario, es decir, lo que paga el propietario de un medio de producción por la fuerza de trabajo contratada, es el elemento esencial que determina la pertenencia a la “clase trabajadora” o proletariado.
LAS “CLASES MEDIAS TRABAJADORAS”: ¿UN CONCEPTO “INOCENTE”?
Ha sido justamente el vertiginoso proceso de concentración de la riqueza que se está produciendo en la fase actual del desarrollo capitalista, el que ha provocado la paulatina desaparición de las clases medias propiamente dichas -los propietarios de pequeños medios de producción- cuyos negocios y pequeñas empresas terminan en la bancarrota al ser incapaces de poder competir con las grandes multinacionales. El proceso es, pues, inverso. No son los asalariados los que se convierten en “clases medias”, sino las clases medias las que sufren un proceso de proletarización, al quebrar sus empresas en dura competencia con las omnipotentes transnacionales.
Es cierto, no obstante, que también las clases medias todavía sobrevivientes, compuestas por pequeños empresarios y propietarios, así como por profesionales que ejercen por cuenta propia, etc., han sido igualmente abatidas por una crisis económica que sólo ha resultado altamente rentable para las grandes fortunas, como revelan significativamente las estadísticas al respecto de los últimos años.
Destaca el reportaje del New York Times el caso de España, país al que desde fuera se ha visto como “un modelo por su recuperación” macroeconómica. Según el periódico, en España hay ahora un profundo abatimiento social, tanto por la calidad de los empleos que se crean, como por su escasa protección social y el durísimo recorte salarial que han sufrido.
Agrega el periódico que el problema incide particularmente en los jóvenes, y hace la observación de que la actual generación de europeos ya no puede esperar alcanzar nunca los niveles salariales que tenían sus padres .
Atribuye el rotativo norteamericano esta situación a los contratos parciales que tanto las empresas españolas como las del resto de Europa utilizan con el objetivo de eludir la protección a los empleados fijos. “The New York Times”enfatiza que, en España, el 90% de los nuevos empleos de 2017 fueron temporales. Y concluye citando el pintoresco caso de un supervisor de handling para una compañía aérea en Barajas, que gana 1.000 euros al mes y ha dado el “paso kafkiano” de aceptar un trabajo extra, descargando maletas, para poder cubrir sus gastos.
Como no podía ser de otra manera, lo que el periódico estadounidense no dice es que tanto la burguesía europea como la española lo que están pretendiendo con la precarización del empleo es mantener sus tasas de beneficios y estar en condiciones de poder competir en precios con las grandes economías mundiales. Y que, para lograrlo, su única alternativa consiste en multiplicar el valor de las plusvalías extraídas de la fuerza de trabajo de quienes se ven obligados a venderla. Es decir, no de unas hipotéticas y ambiguas “clases medias trabajadoras”, sino de los asalariados de carne y hueso de toda la vida, que son realmente quienes las generan.
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¿Es esta afirmación cierta en los términos en que la plantea el periódico norteamericano? La cuestión clave para poder responder a esta pregunta es que el concepto de “clases medias” que utiliza el periódico neoyorquino es intencionadamente equívoco, ya que con él se está refiriendo a sectores de la población asalariada que habiendo percibido antes de la crisis mejores salarios que el resto, ahora han perdido sus puestos de trabajo, o se han visto obligados a aceptar la precarización laboral de aquellas ocupaciones que desempeñaban antes de que se produjera la hecatombe de la crisis.
Este supuesto “equívoco” del periódico norteamericano no es inocente. Con su utilización, la sociología no marxista trata de fraccionar la visión global de los intereses del conjunto de los trabajadores asalariados. Es muy frecuente, incluso, que partidos socialdemócratas como el PSOE y otros situados más a su “izquierda”, se refieran a estos sectores con el indefinido concepto de “clase media trabajadora”, sin otro propósito que segregar del conjunto de los asalariados a aquellos que reciben salarios más altos, pero salarios al fin y al cabo. Históricamente, el salario, es decir, lo que paga el propietario de un medio de producción por la fuerza de trabajo contratada, es el elemento esencial que determina la pertenencia a la “clase trabajadora” o proletariado.
LAS “CLASES MEDIAS TRABAJADORAS”: ¿UN CONCEPTO “INOCENTE”?
Ha sido justamente el vertiginoso proceso de concentración de la riqueza que se está produciendo en la fase actual del desarrollo capitalista, el que ha provocado la paulatina desaparición de las clases medias propiamente dichas -los propietarios de pequeños medios de producción- cuyos negocios y pequeñas empresas terminan en la bancarrota al ser incapaces de poder competir con las grandes multinacionales. El proceso es, pues, inverso. No son los asalariados los que se convierten en “clases medias”, sino las clases medias las que sufren un proceso de proletarización, al quebrar sus empresas en dura competencia con las omnipotentes transnacionales.
Es cierto, no obstante, que también las clases medias todavía sobrevivientes, compuestas por pequeños empresarios y propietarios, así como por profesionales que ejercen por cuenta propia, etc., han sido igualmente abatidas por una crisis económica que sólo ha resultado altamente rentable para las grandes fortunas, como revelan significativamente las estadísticas al respecto de los últimos años.
Destaca el reportaje del New York Times el caso de España, país al que desde fuera se ha visto como “un modelo por su recuperación” macroeconómica. Según el periódico, en España hay ahora un profundo abatimiento social, tanto por la calidad de los empleos que se crean, como por su escasa protección social y el durísimo recorte salarial que han sufrido.
Agrega el periódico que el problema incide particularmente en los jóvenes, y hace la observación de que la actual generación de europeos ya no puede esperar alcanzar nunca los niveles salariales que tenían sus padres .
Atribuye el rotativo norteamericano esta situación a los contratos parciales que tanto las empresas españolas como las del resto de Europa utilizan con el objetivo de eludir la protección a los empleados fijos. “The New York Times”enfatiza que, en España, el 90% de los nuevos empleos de 2017 fueron temporales. Y concluye citando el pintoresco caso de un supervisor de handling para una compañía aérea en Barajas, que gana 1.000 euros al mes y ha dado el “paso kafkiano” de aceptar un trabajo extra, descargando maletas, para poder cubrir sus gastos.
Como no podía ser de otra manera, lo que el periódico estadounidense no dice es que tanto la burguesía europea como la española lo que están pretendiendo con la precarización del empleo es mantener sus tasas de beneficios y estar en condiciones de poder competir en precios con las grandes economías mundiales. Y que, para lograrlo, su única alternativa consiste en multiplicar el valor de las plusvalías extraídas de la fuerza de trabajo de quienes se ven obligados a venderla. Es decir, no de unas hipotéticas y ambiguas “clases medias trabajadoras”, sino de los asalariados de carne y hueso de toda la vida, que son realmente quienes las generan.
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