Peer y mear, feas palabras
Alguien
dijo por ahí en Twitter (creo que tuiteaban desde Argentina o Chile)
que el verbo “mear” no existe. Y añadió, con filosófica actitud: “Pero
si existiera, habría que desaparecerlo, por desagradable”.
Uno de sus amigos comentó, ya entrados en el debate acerca de las palabras de peor gusto, que le parecía mucho más feo el verbo “peer” (según la Real Academia Española “arrojar o expeler la ventosidad del vientre por el ano”). Un tercer participante en ese intercambio de ideas, que observé divertido y sin participar, precisó que como “peer” casi no se usa, hay que dejarlo en paz para concentrarnos en la tarea de proscribir un término todavía más espantoso, “pedorrear” (según la RAE “echar pedos repetidos”).
Curiosa cosa que nos molesten las palabras, sobre todo las que se refieren a asuntos absolutamente inevitables como mear y peer, que como dice un refrán por ahí, “rara vez” no se presentan en el mismo acto.
Por fortuna, en otras lenguas peer no es un verbo sucio, sino un nombre. Inclusive es el título, “Peer Gynt”, de un drama de Henrik Ibsen. En opinión de Jorge Luis Borges, “Peer Gynt” es “la obra maestra de su autor y una de las obras maestras de la literatura”.
No creo que a Borges, al emitir ese juicio, le haya molestado que el nombre Peer se parezca al verbo peer, tan cercano al más vulgar pedorrear. Ni creo que Borges le molestara la expresión “mear”, aunque supongo que no le gustó que en una visita a México alguien lo haya retratado meando.
Eso sí, en su país, Argentina, hicieron un escándalo porque un escritor chileno se tomó una foto meando, o fingiendo hacerlo, en la tumba de Borges en Ginebra, Suiza.
Hay mil imágenes de gente meando. Como estas esculturas en Praga, a las que algún mecanismo les mueve el pene de arriba abajo. Eso es arte, y a nadie escandaliza.
En fin, es feo mear y más feo peer. Aunque, como enseña el dicho, “amor de monja y pedo de fraile, solo es aire”.
Uno de sus amigos comentó, ya entrados en el debate acerca de las palabras de peor gusto, que le parecía mucho más feo el verbo “peer” (según la Real Academia Española “arrojar o expeler la ventosidad del vientre por el ano”). Un tercer participante en ese intercambio de ideas, que observé divertido y sin participar, precisó que como “peer” casi no se usa, hay que dejarlo en paz para concentrarnos en la tarea de proscribir un término todavía más espantoso, “pedorrear” (según la RAE “echar pedos repetidos”).
Curiosa cosa que nos molesten las palabras, sobre todo las que se refieren a asuntos absolutamente inevitables como mear y peer, que como dice un refrán por ahí, “rara vez” no se presentan en el mismo acto.
Por fortuna, en otras lenguas peer no es un verbo sucio, sino un nombre. Inclusive es el título, “Peer Gynt”, de un drama de Henrik Ibsen. En opinión de Jorge Luis Borges, “Peer Gynt” es “la obra maestra de su autor y una de las obras maestras de la literatura”.
No creo que a Borges, al emitir ese juicio, le haya molestado que el nombre Peer se parezca al verbo peer, tan cercano al más vulgar pedorrear. Ni creo que Borges le molestara la expresión “mear”, aunque supongo que no le gustó que en una visita a México alguien lo haya retratado meando.
Eso sí, en su país, Argentina, hicieron un escándalo porque un escritor chileno se tomó una foto meando, o fingiendo hacerlo, en la tumba de Borges en Ginebra, Suiza.
Hay mil imágenes de gente meando. Como estas esculturas en Praga, a las que algún mecanismo les mueve el pene de arriba abajo. Eso es arte, y a nadie escandaliza.
En fin, es feo mear y más feo peer. Aunque, como enseña el dicho, “amor de monja y pedo de fraile, solo es aire”.
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