martes, 23 de julio de 2013

México lindo y corrupto

México lindo y corrupto

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La Voz de Rusia.
Hacia octubre de 1519, Hernán Cortés se reunió en la ciudad de Tlaxcala con algunos mensajeros enviados por Motecuhzoma Xocoyotzin, huey tlatoani de los mexicas. Según refiere el propio Cortés en una de sus Cartas de Relación: “nos enviaron una decena de platos de oro macizo, mil 500 piezas de ropa y gallos y gallinas en abundancia. Nos enviaron también como regalo una dotación del exquisito chocolate que después sería tan apetecido en toda Europa. Con esos espléndidos obsequios nos llegó la petición de no seguir avanzando a México-Tenochtitlan”.

Mordida
1. f. Mordedura, mordisco.
2. f. Am. Provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo.
3. f. Am. Fruto de cohechos o sobornos.
Aunque no lo registran así los historiadores, estos regalos enviados por Motecuhzoma para obtener a cambio un determinado beneficio, se me antojan la primera “mordida” ofrecida en lo que mucho tiempo después sería el México moderno, o para decirlo en términos cuasi bíblicos “la mordida original”. 
De la época colonial al México contemporáneo, la corrupción (llámese soborno, fraude, nepotismo, tráfico de influencias o como se le quiera llamar) ha sido sujeto omnipresente en la historia de este país. Se sabe, digamos, que durante la colonia la corona española vendía los puestos administrativos a quien mejor pagara por ellos; de ahí la necesidad de que los beneficiados aprovecharan lo mejor posible el tiempo que duraran en el cargo. Hoy los actores son otros, pero la situación se repite cada trienio o sexenio. Es por ello que la corrupción (en pequeña, mediana y gran escala) es el enemigo a derrotar si se quiere hacer de México un país mejor, un país donde el pasado no se olvide cada seis años ni el futuro se disipe sin rastros en un suspiro sexenal. 
Según las estadísticas del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, cerca de 1,5 billones de pesos al año es el costo de la corrupción en México, ya sea para acceder al uso de servicios públicos (federales, estatales o municipales) como a servicios ofrecidos por la iniciativa privada. “El que no transa, no avanza”, dicen por estos lares, y en esa tolerancia, que privilegia (y justifica) el fin sobre los medios, la inmoralidad sobre el civismo pervive lo que hoy por hoy puede afirmarse, sin lugar a dudas, constituye el verdadero cáncer de México, causante de perjuicios más perniciosos y duraderos que la pobreza, que puede ser combatida con programas sociales, y que la narcoviolencia, que puede ser enfrentada por la vía penal. 
Y es que la corrupción, más allá de los escasos beneficios inmediatos que puede registrar a su favor –acelerar trámites burocráticos, evitar que se detengan producciones o servicios, etc.–, termina por convertirse en un flagelo que favorece el crecimiento de esa misma burocracia a la que pretende imponerse y propicia la aparición de empresas y servidores (públicos y privados) que medran bajo el amparo de una legitimidad difusa cuando no totalmente inexistente. Al replicarse a sí misma, en el vano afán de superar los estándares por ella creados, la corrupción en México ha devenido un factor notable de atomización de la sociedad, en momentos en que el país más necesita de la conjunción de voluntades para afianzar una economía adole(s)cente y una democracia en pañales. 
Alguien me contó una vez (o tal vez lo soñé) que para acabar con la corrupción en México acaso no bastaría con la buena intención de un gobierno aún por llegar, que desde la educación, y a mediano y largo plazo, privilegie normas de comportamiento que hagan posible que “el que no trance sí avance”. Alguien me contó (o tal vez lo soñé) que lo mejor sería que el Sistema de Administración Tributaria (SAT), adscrito a la Secretaría de Hacienda, gravara las ganancias provenientes de los sobornos con el mismo 16 % de I.V.A. que aplica a los ingresos de cualquier persona física o moral, pues al fin y al cabo las “mordidas” se han convertido en una fuente de entrada de dinero para mucha gente. Teniendo en cuenta que tan solo en 2010 la cuantía de las “mordidas” ascendió a unos treinta y dos mil millones de pesos, se puede calcular que ese año el país dejó de percibir alrededor de unos cinco mil millones de pesos en materia de impuestos. 
Bastaría, pues, que funcionarios de Gobierno de los tres niveles, burócratas del sector privado y estatal, policías, agentes de tránsito, inspectores de Fiscalización, en fin todas aquellas personas en puestos susceptibles a recibir ese tipo de ingresos, se dieran de alta en Hacienda a fin de pagar el ISM (Impuesto Sobre Mordidas) correspondiente, bajo pena de recibir un severo castigo de no hacerlo. Digamos que recibir “mordidas” ya no sería delito; pero evadir impuestos sí (como siempre lo ha sido) y para nadie es un secreto que fue esto último fue lo que llevó a Al Capone a la cárcel y no el vender alcohol de contrabando en plena Ley Seca. 
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
we/kg/sm

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