México lindo y corrupto
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Mordida
1. f. Mordedura, mordisco.
2. f. Am. Provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo.
3. f. Am. Fruto de cohechos o sobornos.
1. f. Mordedura, mordisco.
2. f. Am. Provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo.
3. f. Am. Fruto de cohechos o sobornos.
Aunque no lo registran así los historiadores, estos
regalos enviados por Motecuhzoma para obtener a cambio un determinado
beneficio, se me antojan la primera “mordida” ofrecida en lo que mucho
tiempo después sería el México moderno, o para decirlo en términos cuasi
bíblicos “la mordida original”.
De la época colonial
al México contemporáneo, la corrupción (llámese soborno, fraude,
nepotismo, tráfico de influencias o como se le quiera llamar) ha sido
sujeto omnipresente en la historia de este país. Se sabe, digamos, que
durante la colonia la corona española vendía los puestos administrativos
a quien mejor pagara por ellos; de ahí la necesidad de que los
beneficiados aprovecharan lo mejor posible el tiempo que duraran en el
cargo. Hoy los actores son otros, pero la situación se repite cada
trienio o sexenio. Es por ello que la corrupción (en pequeña, mediana y
gran escala) es el enemigo a derrotar si se quiere hacer de México un
país mejor, un país donde el pasado no se olvide cada seis años ni el
futuro se disipe sin rastros en un suspiro sexenal.
Según
las estadísticas del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado,
cerca de 1,5 billones de pesos al año es el costo de la corrupción en
México, ya sea para acceder al uso de servicios públicos (federales,
estatales o municipales) como a servicios ofrecidos por la iniciativa
privada. “El que no transa, no avanza”, dicen por estos lares, y en esa
tolerancia, que privilegia (y justifica) el fin sobre los medios, la
inmoralidad sobre el civismo pervive lo que hoy por hoy puede afirmarse,
sin lugar a dudas, constituye el verdadero cáncer de México, causante
de perjuicios más perniciosos y duraderos que la pobreza, que puede ser
combatida con programas sociales, y que la narcoviolencia, que puede ser
enfrentada por la vía penal.
Y es que la corrupción,
más allá de los escasos beneficios inmediatos que puede registrar a su
favor –acelerar trámites burocráticos, evitar que se detengan
producciones o servicios, etc.–, termina por convertirse en un flagelo
que favorece el crecimiento de esa misma burocracia a la que pretende
imponerse y propicia la aparición de empresas y servidores (públicos y
privados) que medran bajo el amparo de una legitimidad difusa cuando no
totalmente inexistente. Al replicarse a sí misma, en el vano afán de
superar los estándares por ella creados, la corrupción en México ha
devenido un factor notable de atomización de la sociedad, en momentos en
que el país más necesita de la conjunción de voluntades para afianzar
una economía adole(s)cente y una democracia en pañales.
Alguien
me contó una vez (o tal vez lo soñé) que para acabar con la corrupción
en México acaso no bastaría con la buena intención de un gobierno aún
por llegar, que desde la educación, y a mediano y largo plazo,
privilegie normas de comportamiento que hagan posible que “el que no
trance sí avance”. Alguien me contó (o tal vez lo soñé) que lo mejor
sería que el Sistema de Administración Tributaria (SAT), adscrito a la
Secretaría de Hacienda, gravara las ganancias provenientes de los
sobornos con el mismo 16 % de I.V.A. que aplica a los ingresos de
cualquier persona física o moral, pues al fin y al cabo las “mordidas”
se han convertido en una fuente de entrada de dinero para mucha gente.
Teniendo en cuenta que tan solo en 2010 la cuantía de las “mordidas”
ascendió a unos treinta y dos mil millones de pesos, se puede calcular
que ese año el país dejó de percibir alrededor de unos cinco mil
millones de pesos en materia de impuestos.
Bastaría,
pues, que funcionarios de Gobierno de los tres niveles, burócratas del
sector privado y estatal, policías, agentes de tránsito, inspectores de
Fiscalización, en fin todas aquellas personas en puestos susceptibles a
recibir ese tipo de ingresos, se dieran de alta en Hacienda a fin de
pagar el ISM (Impuesto Sobre Mordidas) correspondiente, bajo pena de
recibir un severo castigo de no hacerlo. Digamos que recibir “mordidas”
ya no sería delito; pero evadir impuestos sí (como siempre lo ha sido) y
para nadie es un secreto que fue esto último fue lo que llevó a Al
Capone a la cárcel y no el vender alcohol de contrabando en plena Ley
Seca.
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
we/kg/sm
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