Cómo EE UU financia a los radicales islámicos para derrocar gobiernos árabes
Miguel Ángel Ruiz
Cada día leemos extrañas noticias sobre el conflicto en Siria. Los rebeldes, ayudados por los aliados, parecen estar estrechamente vinculados con Al Qaeda, ese grupo terrorista demonizado en Occidente que habría sido creado, paradójicamente, por los servicios secretos norteamericanos. Veamos cómo algunas grandes potencias financian y utilizan estas sanguinarias facciones para sus propósitos. Aunque, a menudo, dichos estados sufran las consecuencias de tan siniestro juego.
El 11 de septiembre de 2001, a las 14.45 horas,
impactaba el primer avión –un Boeing 767– contra la torre norte del
World Trade Center. La mayoría de los atónitos ciudadanos que
contemplamos el terrible suceso, nos dimos cuenta de que el mundo donde
vivíamos iba a cambiar a partir de entonces. Al margen de que nos
creamos la versión oficial, según la cual los autores habrían sido
miembros de Al Qaeda, o bien defendamos la teoría de la «bandera falsa»
–ataque provocado por los servicios secretos de EE UU para hacerse con
el control de Oriente Medio–, lo cierto es que el gobierno
estadounidense empleó los sucesos del 11-S como excusa para obtener
determinados objetivos políticos, económicos y, sobre todo, militares.
La idea central de la acción propagandística –una operación de guerra
psicológica en toda regla– era: «América ha sido atacada en lo más
profundo de su esencia y tiene derecho a devolver la agresión».Cada día leemos extrañas noticias sobre el conflicto en Siria. Los rebeldes, ayudados por los aliados, parecen estar estrechamente vinculados con Al Qaeda, ese grupo terrorista demonizado en Occidente que habría sido creado, paradójicamente, por los servicios secretos norteamericanos. Veamos cómo algunas grandes potencias financian y utilizan estas sanguinarias facciones para sus propósitos. Aunque, a menudo, dichos estados sufran las consecuencias de tan siniestro juego.
Todo ocurrió muy deprisa. Las pistas fueron apareciendo milagrosa y rápidamente para que todo el mundo pudiera atar cabos y entender lo sucedido. Tan sólo 6 días después de los ataques, el FBI informaba que, entre las miles de toneladas de escombros que no pudieron resistir el embate del avión, se encontraba intacto el pasaporte de Mohammed Atta, miembro del grupo terrorista islámico Al Qaeda. ¿Un pasaporte indestructible bajo miles de toneladas de escombros? Difícil de creer. Sin embargo, las conexiones ya estaban hechas: terrorismo, mundo islámico, Bin Laden, Afganistán, las armas de destrucción masiva de Irak…
UN POCO DE HISTORIA
Lo curioso es que entre las –literalmente– millones de líneas escritas en prensa, horas de radio y televisión, oficialmente jamás se ofreció un dato, digamos, significativo. Ese grupo que entonces era demonizado a los cuatro vientos, Al Qaeda, había sido creado por la CIA para servir a los intereses de EE UU. A finales de 1979, estalló una guerra entre la URSS y Afganistán. Ésta ocurrió en el contexto de la Guerra Fría, es decir, EE UU y la URSS evitaban luchar directamente. No obstante, las batallas eran financiadas y controladas por las dos potencias. El objetivo de EE UU era debilitar a la URSS, así que trataba de desestabilizar a los países satélites soviéticos.
En 1978, un año antes, en Afganistán había ocurrido la llamada Revolución de Saur (Abril), instaurando en el país un gobierno marxista que no gustó nada a Washington. Aquel gobierno se había erigido en respuesta al golpe de estado de 1973, dado por Mohamed Daud, un político proamericano que había eliminado el islamismo del panorama político afgano.
El temor a la revolución iraní de 1979 (chiíta), por un lado, y a la URSS por otro, impulsó a la monarquía de Arabia Saudí (sunita) a pactar con EE UU para combatir a la Unión Soviética en Afganistán. Por otra parte, los consorcios petroleros anglo-estadounidenses querían apoderarse de los recursos energéticos y de los corredores de oleoductos que parten del Mar Caspio. Para lo cual, el asentamiento militar y político en Afganistán resultaba clave.
GUERRILLAS ISLAMISTAS
Dentro de ese objetivo, EE UU realizó un acuerdo secreto con el servicio de inteligencia paquistaní (ISI) y con el de Arabia Saudí (Istajbarat). Los analistas de Washington, en especial Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad de Jimmy Carter, «diseñaron» una guerrilla islamista para derrocar al gobierno marxista de Afganistán, lo que provocó que las tropas soviéticas invadieran ese país. La elección de Osama Bin Laden para liderar a los guerrilleros islamistas no fue casual. Era hijo de Mohammad bin Awad bin Laden, uno de los empresarios de la construcción más ricos de Arabia Saudí. Osama también era un hombre culto, formado en los colegios más prestigiosos.
Por otro lado, la familia Bin Laden mantenía unas excelentes relaciones comerciales y personales con la familia Bush. George Bush padre, además de haberse convertido en millonario gracias a la industria petrolera, había sido director de la CIA y vicepresidente de EE UU antes de llegar a la Casa Blanca… (Continúa en AÑO/CERO 281).
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