jueves, 1 de mayo de 2014

Con la canonización de Juan Pablo II, los católicos sentimos la ausencia de Dios

Con la canonización de Juan Pablo II, los católicos sentimos la ausencia de Dios

La ‘Biblia’ indica que Dios está en todas partes, sin embargo, no podría estar en la Iglesia Católica. Para los mil doscientos millones de hombres y mujeres que profesamos dicha religión, ya no nos es fácil soportar los acérrimos y críticos embates, pues evidentemente carecemos del estoicismo con el que contaba Jesús de Nazaret, que aguantó una flagelación de 39 latigazos y una crucifixión. 

No es fácil tampoco, ser adoctrinado por hombres –no hay mujeres en el catolicismo con suficiente liderazgo- que en muchos de los casos están más deshumanizados y son más terrenales que sus propios pupilos. La palabra histórica de la santidad, se ve doblegada ante la inmundicia de la humanidad sacerdotal, que pregona los sufrimientos en carne propia del Salvador que vino “en nombre del Señor”.

La institución más “popular” del planeta, la Iglesia Católica fundada por Cristo, considerada a sí misma como “sacramento”, un “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”, hoy no es más que una institución de HOMBRES, que no conservan conexión alguna con Dios, no ante los hechos palpables y comprobables, de abusos sistemáticos a menores de edad –pederastia-, de corrupción y enriquecimiento ilícito –un arzobispo de Atlanta pidió perdón por construir una mansión de 2.2 millones de dólares que usó como residencia particular- y de tantos otros hechos, que no hacen sino confirmar lo terrenal y lo pecaminoso de los hombres que la dirigen. 

Hoy 27 de abril de 2014, en la madrugada según el tiempo de México, la Iglesia Católica encabezada por el papa Francisco, consumó un acto de vergüenza al canonizar a Juan Pablo II (Karol Wojtyla su nombre de pila). El pontífice número 264 de la historia de la Iglesia fue beatificado por su sucesor, Benedicto XVI, y ha sido canonizado por Francisco, el primer papa latinoamericano, en una ceremonia en la que también ha sido elevado a los altares, como santo, otro pontífice, Juan XXIII. 

El hombre de origen polaco, fue entronizado como santo tan sólo nueve años y tres semanas después de su muerte, un plazo récord que ha sorprendido a muchos. A la Iglesia le urgía legitimar un pasado abominable, odioso, repugnante, execrable, repulsivo, ruin, abyecto, vil. 

Un pontificado de 27 años de duración que minó el progreso de la institución eclesiástica, a través de la condena hacia la Teoría de la Liberación. Un papado lleno de crímenes de pedofilia cometidos por sacerdotes, obispos, cardenales y hasta el mexicano Marcial Maciel, fundador de la congregación religiosa Los Legionarios de Cristo, que durante muchos años fue el “brazo derecho” del papa hoy hecho “santo”, que sabía de primera mano de todos y cada uno de estos casos. Un papa que entronizó movimientos ultraconservadores como el Opus Dei, a cuyo fundador también canonizaría. 

Esos son los “santos” de una Iglesia que hoy adelgaza poco a poco, sintiendo una considerable disminución en sus fieles, por la incomprensible reticencia a cambiar ante la modernidad, cuyos avances tecnológicos y científicos nos demuestran todos los días, que el pasado no era como nos lo pintaban los sacerdotes en sus homilías. 

Hoy, en la canonización estuvo presente un papa “emérito”, Joseph Ratzinger, que fue obligado a renunciar porque su Iglesia estaba en “caída libre”, ante su falta de popularidad. Por ello también se explica la desbandada de fieles hacia otras iglesias cristianas, lo que pega directamente en sus recursos e influencia. 

La Iglesia Católica es una institución que no ve y no escucha a sus fieles, el mejor ejemplo es que muchísimas víctimas de abusos (decenas de miles), demandaron al argentino Jorge Mario Bergoglio -quien por cierto fue cómplice silencioso del cura represor Christian von Wernich, con su abominable actuación durante la última dictadura militar- que detuviera el proceso de canonización hasta que no se determinara si Karol Józef Wojtyła fue o no culpable de encubrimiento de pederastia infantil que cometieron sus subordinados. Pero obviamente no lo hizo y tal parece que ni siquiera lo consideró. 

Como lo dijo Alejandro Páez en su columna hace unos días: “la evidencia indica que las máximas autoridades religiosas y civiles en México quisieron ocultar la intensa actividad sexual de Marcial Maciel, por ejemplo, con niños y jóvenes. Hubo presiones de la Arquidiócesis para frenar las primeras denuncias en los medios, y hubo presiones desde Los Pinos, con Vicente Fox y Martha Sahagún en la Presidencia” (‘SinEmbargo’ 14-04-2014). 

Por su parte, Benedicto XVI tardó diez años en sancionar a Maciel desde que el Vaticano recibió las primeras denuncias. Maciel, a quien el propio papa Wojtyla calificó de "ejemplar", fue acusado de cometer delitos sexuales en el año 1997. Y Juan Pablo II, que visitó México cinco veces, hizo oídos sordos a estas denuncias. 

Esta es la Iglesia Católica a la que sus fieles acudimos con devoción para honrar la “Casa de Dios”. Ante las cúpulas de piedra, de áurea benevolencia, se encierran historias de vergüenza, de atracos, de odio y hasta de asesinatos. 

Si hoy en la “Era de la Información”, los datos fluyen a “cuenta gotas” desde la Sede del “oscurantismo” llamado El Vaticano, imaginen ustedes ¿cuántos abusos no se cometieron desde la fundación de la Iglesia hace dos mil años? En ella no hay milagros que a los fieles nos compensen la soledad y el abandono que sentimos. En ella, una Iglesia Católica ambigua y absurda, se hace evidente la ausencia de Dios. 

*El contenido copiado ha sido publicado originalmente por GURUPOLITICO.COM en el siguiente enlace: http://www.gurupolitico.com/2014/04/con-la-canonizacion-de-juan-pablo-ii.html#ixzz30VI44Zvb
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