Con la canonización de Juan Pablo II, los católicos sentimos la ausencia de Dios
La ‘Biblia’ indica que Dios está en todas partes, sin
embargo, no podría estar en la Iglesia Católica. Para los mil doscientos
millones de hombres y mujeres que profesamos dicha religión, ya no nos es fácil
soportar los acérrimos y críticos embates, pues evidentemente
carecemos del estoicismo con el que contaba Jesús de Nazaret, que aguantó una
flagelación de 39 latigazos y una crucifixión.
No es fácil tampoco, ser
adoctrinado por hombres –no hay mujeres en el catolicismo con suficiente
liderazgo- que en muchos de los casos están más deshumanizados y son más
terrenales que sus propios pupilos. La palabra histórica de la santidad, se ve
doblegada ante la inmundicia de la humanidad sacerdotal, que pregona los
sufrimientos en carne propia del Salvador que vino “en nombre del Señor”.
La
institución más “popular” del planeta, la Iglesia Católica fundada por Cristo,
considerada a sí misma como “sacramento”, un “signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”, hoy no es más que una
institución de HOMBRES, que no conservan conexión alguna con Dios, no ante los
hechos palpables y comprobables, de abusos sistemáticos a menores de edad –pederastia-,
de corrupción y enriquecimiento ilícito –un arzobispo de Atlanta pidió perdón
por construir una mansión de 2.2 millones de dólares que usó como residencia
particular- y de tantos otros hechos, que no hacen sino confirmar lo terrenal y
lo pecaminoso de los hombres que la dirigen.
Hoy 27 de abril de 2014, en la
madrugada según el tiempo de México, la Iglesia Católica encabezada por el papa
Francisco, consumó un acto de vergüenza al canonizar a Juan Pablo II (Karol
Wojtyla su nombre de pila). El pontífice número 264 de la historia de la
Iglesia fue beatificado por su sucesor, Benedicto XVI, y ha sido canonizado por
Francisco, el primer papa latinoamericano, en una ceremonia en la que también
ha sido elevado a los altares, como santo, otro pontífice, Juan XXIII.
El hombre
de origen polaco, fue entronizado como santo tan sólo nueve años y tres semanas
después de su muerte, un plazo récord que ha sorprendido a muchos. A la Iglesia
le urgía legitimar un pasado abominable, odioso, repugnante, execrable,
repulsivo, ruin, abyecto, vil.
Un pontificado de 27 años de duración que minó el
progreso de la institución eclesiástica, a través de la condena hacia la Teoría
de la Liberación. Un papado lleno de crímenes de pedofilia cometidos por
sacerdotes, obispos, cardenales y hasta el mexicano Marcial Maciel, fundador de
la congregación religiosa Los Legionarios de Cristo, que durante muchos años
fue el “brazo derecho” del papa hoy hecho “santo”, que sabía de primera mano de
todos y cada uno de estos casos. Un papa que entronizó movimientos ultraconservadores
como el Opus Dei, a cuyo fundador también canonizaría.
Esos son los “santos” de
una Iglesia que hoy adelgaza poco a poco, sintiendo una considerable disminución
en sus fieles, por la incomprensible reticencia a cambiar ante la modernidad,
cuyos avances tecnológicos y científicos nos demuestran todos los días, que el
pasado no era como nos lo pintaban los sacerdotes en sus homilías.
Hoy, en la
canonización estuvo presente un papa “emérito”, Joseph Ratzinger, que fue obligado a renunciar
porque su Iglesia estaba en “caída libre”, ante su falta de popularidad. Por
ello también se explica la desbandada de fieles hacia otras iglesias
cristianas, lo que pega directamente en sus recursos e influencia.
La Iglesia
Católica es una institución que no ve y no escucha a sus fieles, el mejor
ejemplo es que muchísimas víctimas de abusos (decenas de miles), demandaron al
argentino Jorge Mario Bergoglio -quien
por cierto fue cómplice silencioso del cura represor Christian von
Wernich, con su abominable actuación durante la última dictadura militar- que detuviera el proceso de canonización hasta que no se
determinara si Karol Józef Wojtyła fue o no culpable de encubrimiento de
pederastia infantil que cometieron sus subordinados. Pero obviamente no lo hizo
y tal parece que ni siquiera lo consideró.
Como lo dijo Alejandro Páez en su
columna hace unos días: “la evidencia indica que las máximas autoridades
religiosas y civiles en México quisieron ocultar la intensa actividad sexual de
Marcial Maciel, por ejemplo, con niños y jóvenes. Hubo presiones de la
Arquidiócesis para frenar las primeras denuncias en los medios, y hubo
presiones desde Los Pinos, con Vicente Fox y Martha Sahagún en la Presidencia”
(‘SinEmbargo’ 14-04-2014).
Por su parte, Benedicto XVI tardó diez años en
sancionar a Maciel desde que el Vaticano recibió las primeras denuncias. Maciel,
a quien el propio papa Wojtyla calificó de "ejemplar", fue acusado de
cometer delitos sexuales en el año 1997. Y Juan Pablo II, que visitó México cinco
veces, hizo oídos sordos a estas denuncias.
Esta es la Iglesia Católica a la
que sus fieles acudimos con devoción para honrar la “Casa de Dios”. Ante las
cúpulas de piedra, de áurea benevolencia, se encierran historias de vergüenza,
de atracos, de odio y hasta de asesinatos.
Si hoy en la “Era de la Información”,
los datos fluyen a “cuenta gotas” desde la Sede del “oscurantismo” llamado El
Vaticano, imaginen ustedes ¿cuántos abusos no se cometieron desde la fundación
de la Iglesia hace dos mil años? En ella no hay milagros que a los fieles nos
compensen la soledad y el abandono que sentimos. En ella, una Iglesia Católica
ambigua y absurda, se hace evidente la ausencia de Dios.
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