La narcofosa del Mexican Moment
Jenaro Villamil
MEXICO, D.F. (apro).- Ahora sí se cumplieron los sueños de los promotores del gobierno que ha “movido a México”. El gobierno de Enrique Peña Nieto está en todas las primeras planas de los periódicos internacionales. Las columnas más importantes señalan a nuestro país. Cientos de corresponsales están pendientes de los sucesos nacionales. Las principales cadenas de televisión han desplazado a sus corresponsales y sus equipos.
Lástima que tanto interés no sea por las “reformas estructurales” y el relato épico de cómo Peña Nieto logró “mover a México”.
El interés son las fosas y los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos desde el 26 y 27 de septiembre. Las narcofosas. Las tumbas clandestinas que no paran de encontrarse, tan sólo en un perímetro muy corto que rodea al municipio de Iguala, hoy epicentro de la descomposición política, como hace 10 meses lo fue Apatzingán, en Michoacán y como, tal vez, después se convierta Ecatepec, en el Estado de México. Ahí han vuelto a encontrar 21 restos de algo que el gobierno de Eruviel Ávila niega que sean de cuerpos humanos.
El procurador general Jesús Murillo Karam hoy volvió a concentrar la atención de los medios: afirmó que de los 28 cuerpos exhumados en las cinco primeras fosas encontradas en los alrededores de Iguala ninguno pertenece a los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
¿Entonces de quiénes son? ¿A quiénes asesinaron, desollaron y arrojaron en esos sitios donde se está escribiendo el rostro más horroroso de un México en guerra?
Horas antes del anuncio del procurador Murillo Karam, en las inmediaciones del municipio de La Parota, también cercano a Iguala, se hallaron otras cuatro fosas clandestinas. Estas fueron encontradas a través de los familiares de las víctimas y con la ayuda de los cuerpos de autodefensa comunitaria que han entrado en acción para localizar a estos jóvenes.
¿Desde el principio se dieron pistas falsas sobre las fosas para desviar la atención? ¿Por qué ni todo el Ejército, ni la Gendarmería, ni las policías ministeriales estatal y federal pudieron dar antes con estas otras cuatro fosas donde presuntamente deben estar otros cuerpos, quizá otros jóvenes que fueron arrojados a la muerte por esta especie de narcocleptocracia que gobierna Guerrero?
El problema mayúsculo ya no son sólo los 43 normalistas desaparecidos. Ellos humanizaron el horror. Han generado una conmoción nacional e internacional como no se había visto ni siquiera en la masacre de los 72 migrantes de San Fernando, Tamaulipas.
Encontrar a los 43 normalistas constituye una luz de esperanza en medio de estas tinieblas que no dejan ver. Ellos son la causa más clara ante el juego de poder que trae el inefable de Angel Aguirre, sus cómplices de la dirigencia del PRD, sus vínculos con Peña Nieto y sus negocios con el nieto de Rubén Figueroa.
Encontrar a los 43 normalistas de Ayotzinapa se está convirtiendo en un viaje dantesco. En menos de 10 días se han encontrado nueve fosas en los alrededores de Iguala. No menos de 40 cuerpos deben estar enterrados en esos sitios. No son las únicas. Van a encontrar más.
¿Qué se preguntará la opinión pública internacional? ¿Lástima que han pasado dos semanas y los jóvenes normalistas continúan desaparecidos? ¿Lanzarán bravos al gobierno de Peña Nieto que “valientemente” sacrifica su capital político ante un gobernador desacreditado para acabar con la impunidad, al menos discursivamente?
Las preguntas más lógicas y comunes desde la prensa internacional serán: ¿Desde cuándo se sabe que existen tales “cementerios de narcos” en los municipios de Guerrero, del Estado de México y seguramente de Michoacán y Tamaulipas? ¿Cuántos hay? ¿Quién está investigando? ¿Cuántos muertos invisibilizados, no contabilizados, prescindibles han sido olvidados por el Estado mexicano?
Estamos en la antesala de la peor pesadilla para el régimen y para la sociedad mexicana. Y la prensa internacional quizá no quite el dedo del renglón por una razón muy sencilla: este es el Mexican Moment.
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