Ayotzinapa o la especulación de la incompetencia
En el
triste y vergonzoso caso de los normalistas de Ayotzinapa, más allá de
evidenciar los niveles de violencia, complicidad e impunidad que se
viven en México, también se esclarece la inoperancia del gobierno en sus
tres niveles. La repartición de culpas la tendrá que hacer la historia y
el resultado de unas investigaciones en que la mayoría de la población
no confía, y que, sin embargo, no muestran avances significativos ni la
seriedad que una situación como ésta amerita, lo que genera suspicacias
sobre los verdaderos alcances de este terrible crimen –al que ni
siquiera se atreven a llamar como tal- que ha desnudado la incompetencia
gubernamental. Es verdad que existen tres niveles de gobierno, cada uno
con sus responsabilidades delimitadas claramente por el texto
constitucional…y que ninguno las cumplió en este caso. Es mezquino
acusar al Gobierno Federal por la desaparición de los jóvenes de
Ayotzinapa, pero es cabal responsabilizarlo por el fracaso rotundo de
las investigaciones para su ubicación. El problema es mucho más grave de
lo que parece, ya que la pasividad del Gobierno Federal para dar con 43
desaparecidos sólo puede explicarse por tres razones: 1) Absoluta
incompetencia; 2) Complicidades con el crimen organizado o; 3)
Existencia de una realidad detrás de los sucesos de Iguala de tal
gravedad, que el gobierno prefiere asumir el desprestigio internacional a
revelar la verdad sobre los acontecimientos. Cualquiera de las tres
hipótesis habla de un gobierno amedrentado, asustado e huidizo. Un
gobierno que no gobierna, que no es capaz de cumplir con sus
obligaciones de dar seguridad a la población, un gobierno que no sirve.
En estos casi 40 días se han escuchado todo tipo de versiones, desde
aquellas que hablan de una sumisión o complicidad absoluta de las
autoridades con el crimen organizado hasta las que plantean la
posibilidad de una conspiración internacional para el derrocamiento del
gobierno de Enrique Peña Nieto, quien deja crecer sin control el
descontento y las movilizaciones sociales. Es sabido que un ambiente de
nula información es tierra fértil para la especulación por más
descabellada que sea, pero también es cierto que algo no funciona en un
gobierno que deja crecer la inseguridad de manera alarmante, incluso en
latitudes que antes se consideraban seguras como es el caso del Distrito
Federal. Esto es consecuencia de una crisis estructural que data de
mucho tiempo atrás: policías infiltradas; aparato de seguridad
desmantelado o utilizado para el espionaje político; imparable poder
corruptor del crimen organizado; total impunidad de parte de los
gobernantes señalados, y una larga lista de etcéteras que hacen que nos
demos cuenta de que estamos en un país al garete, sin rumbo, sin
liderazgo y sin autoridad. Es lamentable que la impunidad y el abuso se
alimenten desde el mismo Estado, tolerando a gobernadores corruptos,
funcionarios voraces, complicidades antinatura entre crimen y cuerpos de
seguridad y nadie, absolutamente nadie, ha pagado o asumido sus
responsabilidades. Así como Ayotzinapa están Tlatlaya, la guardería ABC,
las fosas de San Fernando, los desfalcos de Moreira, la presa de
Padrés, los segundos pisos de AMLO, y sígale usted contando hasta dónde
la memoria le alcance. No hay sanciones para nadie, por eso en México
pueden desaparecer 43 muchachos a plena luz del día a manos de la
policía –algo digno de un país en guerra civil- y las autoridades 40
días después no saben nada. Si eso no es desgobierno, quien sabe que
será. El vacío de poder es evidente y hay algunos, que tendrían que
irse.
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