Con Peña Nieto la mayoría de los desaparecidos son entre 15 y 24 años de edad
Por: Raúl Linares /
2 febrero, 2015
Por: Raúl Linares
(02 de febrero, 2015. Revolución
TRESPUNTOCERO).- La primera vez que le vi, estaba sollozando frente al
palacio municipal de Iguala. Cargaba en su mano derecha una servilleta
arrugada y el rímel se le había escurrido hasta las mejillas: lloraba a
cántaros. Una semana antes a su vida llegó el desconsuelo y se instaló
por semanas. Quizá su peor experiencia vivida.
En medio de preguntas profundas, y
presentimientos calamitosos, supo que la tarde del primero de diciembre,
su hijo, Ezequiel Chávez Adán, de 19 años de edad, desapareció en una
de las calles de Iguala.
Lo último que había sabido de él, es que
salió de su casa, fue a la tienda, demoró en regresar, saludó a unos
amigos y después se le perdió el rastro. Había salido de su departamento
y ya nadie lo encontró adentro, como cada mañana. Al parecer, había
sufrido la misma suerte que tuvieron los 43 estudiantes de la Normal
Rural de Ayotzinapa.
‒¿Por qué? ¿Por qué a él? Si él es un buen chico, él era estudiante, quería ser profesionista…‒ repetía la mujer sin cesar.
Originarios de Taxco, Cristina Adán
García y su esposo, una vez que supieron el plagio de su hijo,
decidieron emprender la búsqueda en medio de un terreno hostil y sordo
para los dolores ajenos. Apenas puso un pie en esa tierra, don Javier
Chávez Carreño, padre del muchacho, se unió al movimiento de los “otros”
desaparecidos de Iguala que se reúnen en la Iglesia de San Gerardo
María Mayela.
Durante varias semanas tocó puertas que
no abrieron: denunció ante la Procuraduría General de la República
(PGR), interpuso una queja en la Comisión Nacional de Derechos Humanos
(CNDH) y le recriminó a las autoridades estatales su tortuguismo en la
investigación. Fue largo el proceso de paredes infranqueables y oídos
sordos.
‒Sólo quiero decirle a mi hijo que lo
amo y que no dejaré de buscarle. Él (don de Javier) y yo, necesitamos
que vuelva a casa, sus hermanas preguntan por él. No quiero que le pase
nada. Mi esposo ya tiene una historia con una de sus hijas que tuvo con
otro matrimonio, no quiero que se repita –dijo doña Cristina frente a la
grabadora prendida, cuando el sol iba cayendo y le daba paso a una
obscuridad profunda.
***
La búsqueda de Ezequiel,
paradójicamente, representa la misma historia de 375 familias más –de
acuerdo a declaraciones vertidas por Miguel Ángel Jiménez, integrante de
la Unión de Pueblos y Organizaciones de Guerrero (UPOEG)–, localizadas
exclusivamente en ese municipio enclavado en el norte de Guerrero. Las
fotografías que exhiben las madres en cada movilización, muestran a
caras jóvenes y vidas que entre promesas, hasta ahora se han visto
truncadas.
¿Pero es un mal que aqueja únicamente en ese estado o municipio en específico?
No.
De acuerdo estadísticas del Sistema
Nacional de Seguridad Pública (SNSP), contabilizadas desde el años 2005 y
actualizadas hasta el 31 de octubre del 2014, en todo el territorio
nacional, al menos 6 mil 675 jóvenes, entre los 15 y 24 años de edad,
encabezan la lista de desapariciones. Es, según la base de datos
publicada por el Registro Nacional de Personas Extraviadas o
Desaparecidas (RNPED), el sector más vulnerable a este tipo de delitos
en todo México.
De un universo que comprende las 23 mil
615 desapariciones forzadas o extravíos entre los sexenio de Felipe
Calderón Hinojosa hasta el gobierno de Enrique Peña Nieto, los jóvenes
que oscilan entre dichas edades, representan al menos el 28.26 por
ciento de incidencias delictivas de este tipo.
Es decir, poco más de la cuarta parte.
El reporte, además señala, que del total
de desaparecidos, 16 mil 830 casos, es decir, el 45.9 por ciento,
tienen menos de 30 años y sólo 971 (4.1 por ciento) tienen más de 60
años. Pero insisto, no es Guerrero quien encabeza los lugares con mayor
peligro. Esos penosos lugares los han acaparado los estados de
Tamaulipas en primer lugar, seguido por Jalisco, Estado de México,
Coahuila y Baja California Norte.
***
Delante de la cabecera municipal de
Iguala, penden los rostros de 43 estudiantes de Ayotzinapa que, según
las afirmaciones de la PGR, fueron asesinados en el basurero de una
comunidad cercana: Cocula. Frente a aquellas caras conocidas
mundialmente, impresas y colgadas por el Frente Cívico Igualteco, don
Javier camina apresurado para reunirse con sus compañeros que tendrán
una reunión en la iglesia de San Gerardo.
En sus pasos acelerados, se distingue,
porque se le puede reconocer por esa leyenda que ha hecho todavía al
movimiento de los “otros desaparecidos”: “Hijo: hasta no enterrarte, no
dejaré de buscarte”. Hasta este día, han transcurrido casi 10 días desde
la desaparición de Ezequiel, pero don Javier no espera enterrarlo aún.
Sabe que los días que van caminando,
lento, los minutos valen oro y sus acciones deberán de ser contundente
para llevar a su hijo de regreso a casa. Por ello lleva más de una
semana instalado en este pueblo que se traga jóvenes en camionetas de
lujo. Por eso, cada que puede, repite su historia a las personas que se
lo preguntan.
En una mochila carga cientos de hojas
impresas, con los datos que podrían llevarlo hasta su paradero. Las
preguntas sobre las señas de identidad se hacen ineludibles:
‒¿Cómo llegó Ezequiel a Iguala?
‒Se vino siguiendo a su novia que
estudia enfermería y tomó un trabajo aquí, Ezequiel apenas va a la
preparatoria. Nosotros somos de Taxco, allá él viajaba todos los días
para traer yogurt que vendía en las oficinas y en la calle, con eso se
pagaba sus estudios y también una parte del cuarto que rentaba. Él es
estudiante de la preparatoria 32, aquí en Iguala. Ya ves, la locura de
seguir a la chica hasta este pueblo, cuando tiene su casa con nosotros.
‒¿Y qué es lo que más le gustaba –perdón– le gusta hacer? ¿Qué piensa estudiar?
‒Ezequiel le gusta ir al gimnasio, le
gusta cuidar su cuerpo. Y bueno, lo que nos había dicho es que quiere ir
la Universidad Autónoma de Guerrero, poder ingresar a la Unidad
Académica de Ciencias de la Tierra y estudiar geología. Es algo que le
ha gustado desde niño, y bueno, tiene que regresar. Ya lo viste, su mamá
todavía lo trata como un niño, es el varón más grande de la casa y
tiene que cumplir sus sueños.
Atrás de él, impresos sobre una lona,
nos observan los ojos de uno de los 43 normalistas desaparecidos el 26
de septiembre. Hay una promesa en su mirada. Al igual que Ezequiel, hay
una familia que espera que vuelva y cumpla sus sueños: ser
profesionista. Pero la espera se prolonga entre lamentos y premuras.
En Iguala, el único rastro que queda de
ellos dos, es el rondín que hace una patrulla de la Policía Federal, esa
corporación que ya se había hecho de la seguridad cuando desapareció
Ezequiel. Así es esto, algunos piensan. Son tiempos en los que
desaparecen los jóvenes.
***
La violencia contra este sector no
frena: la llamada “guerra contra el narcotráfico” se convirtió en su
insurrección y sepultura. Según datos publicados por el Instituto
Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), los jóvenes han sido el
grupo más vulnerable a recibir un balazo en la cabeza y morir de esta
manera.
Desde el año 2007, el número de
fallecimientos en hombres a causa de agresiones, tuvo un drástico
incremento y de hecho, años después, se convirtió en la primera causa de
muerte entre los hombres de 25 a 44 años en 2010 a 2012, y también
entre los hombres de 15 a 24 años en 2011 y 2012.
Esta cifra, se basa en el informe
“Registros vitales: mortalidad”, dado a conocer en el año pasado por
dicha dependencia gubernamental. Reporte que también dio se dio a
conocer que de los 7 mil 776 asesinatos registrados en el 2007, pasaron a
24 mil 257 en 2011 y con un ligero descenso a 23 mil 986 en 2012.
A similares conclusiones ha llegado el Banco Mundial.
En el reporte “La violencia juvenil en
México”, se cuenta que “una de las principales causas del aumento de la
violencia han sido las disputas entre organizaciones criminales
dedicadas al narcotráfico.” Este hecho, se puede percibir, desde luego,
en el número de víctimas y también de victimarios entre los 12 y 25 años
de edad.
“Los jóvenes no han sido solamente las
víctimas, sino también la mayoría de los agresores, una tendencia común
encontrada en toda la región. Más de la mitad de los delitos en 2010 se
cometieron por jóvenes. De estos jóvenes, la mayoría tenía entre 18 y 24
años y casi todos (9 de cada 10) eran hombres”, dice el documento.
***
La mañana del 14 de diciembre,
precisamente dos semanas después de haber perdido a Ezequiel, sus
padres, doña Cristina Adán García y don Javier Chávez Carreño, acudieron
a la iglesia de San Gerardo María Mayela.
Según algunos reporteros que estuvieron
presentes aquel día, sus rostros ya no reflejaban angustia ni zozobra.
Tampoco las lágrimas con las que miré por primera vez a doña Cristina.
Frente a una reunión con la comisión de
derechos humanos de la PGR y la CNDH, ambos informaron que habían
logrado rescatar con vida a Ezequiel. Su padre mismo participó en la
operación, pero pidió no hacer preguntas sobre cómo o en qué condiciones
lo había hecho: “la tortura ya se terminó”, dijo.
En ese momento en que retiró las denuncias que había interpuesto.
Ahora es posible que el joven haya
vuelto a su casa y esté en este momento con su familia en el barrio de
la Bermeja, en Taxco – es difícil corroborar cómo terminó su suplicio,
el teléfono celular que dieron en un principio sus padres, porque ahora
se encuentra suspendido o apagado. Tampoco creo que doña Cristina o don
Javier encuentren motivos para contar el desenlace.
Su hijo es uno de esos raros casos en
México en donde todo tiene la oportunidad de iniciar de nuevo: y vaya
que quieren preservar el milagro. Sin embargo, no es la suerte que aún
tienen 6 mil 675 jóvenes.
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