El cierre del cerco estadounidense alrededor de Rusia
La
guerra en Ucrania sigue su curso y no se avizora solución. Pero, más
que una guerra civil ucraniana es una guerra de agresión contra Rusia,
una guerra en la que Estados Unidos utiliza a sus satélites europeos y
anglosajones. Las razones de Washington para seguir adelante con esta
política extremadamente peligrosa pueden parecer poco claras. Para
explicarlas hay que recordar los orígenes de este conflicto. En 1990,
se prometía a la Unión Soviética que la OTAN no trataría de extenderse
hacia el este aprovechándose del vacío que dejaba la URSS al retirarse
del este de Europa. Hoy en día, Estados Unidos niega haber aceptado ese
arreglo, pero el peso de las pruebas sugiere que - en efecto -
Washington rompió las promesas que había hecho al entonces líder
soviético Mijaíl Gorbatchev [1]. En 1991 se concretaba el derrumbe de
la URSS y las republicas ex soviéticas se convertían en países
independientes. En Estados Unidos, los triunfalistas cantaban victoria
al referirse a la guerra fría mientras que la economía rusa se caía a
pedazos, gracias a los llamados "liberales" rusos, que seguían los
consejos occidentales favorables a las políticas económicas "de choque" y
las privatizaciones, que en realidad no eran otra cosa que un verdadero
saqueo de los recursos naturales rusos. El gobierno de la Federación
Rusa cayó en manos de Boris Yeltsin, quien hizo el papel de bufón en la
corte del entonces presidente de Estados Unidos Bill Clinton. Yeltsin
invitó a sus amigos a enriquecerse, en detrimento del pueblo ruso. Los
socios de Yeltsin se paseaban por Moscú en limusinas escoltadas por
guardaespaldas enfundados en trajes de lujo que apenas disimulaban las
pistolas que portaban. La mayoría de la población rusa perdió sus
ahorros cuando el rublo se desplomó, en dos ocasiones, durante los años
1990. Abuelas de rostros arrugados vendían zanahorias y patatas en las
calles mientras que otras trataban de vender zippers y cintas a la
salida del metro. Exceptuando a los oligarcas, Rusia estaba depauperada y
arruinada. Su pueblo estaba desesperado y en la televisión rusa los
predicadores fundamentalistas estadounidenses se apoderaban de los
horarios de la madrugada. Estados Unidos se convertía en superpotencia
única. Ningún otro Estado podía ya enfrentar la voluntad de Washington,
como la URSS lo había hecho en el pasado.
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