Los medios dominantes y el Oso ruso
El
profesor Michael Carley analiza la imagen de Rusia y del presidente
Vladimir Putin que presentan los medios de prensa atlantistas. Señalando
lo absurdo de los principales temas, tanto en los artículos de prensa
como en las caricaturas, el autor se interroga sobre la situación de la
libertad de expresión y de la prensa en Occidente.
Red Voltaire
| Montreal (Canadá)
Soy profesor de Historia e imparto cursos, entre
otros temas, sobre Rusia y la URSS. En ellos trato de explicar a mis
estudiantes cómo se ven los rusos a sí mismos, cómo ven su propia
historia y de qué manera los medios dominantes occidentales (Mainstream Media
o MSM según el acrónimo utilizado en internet) presentan Rusia a su
público. Por supuesto, el principal blanco de los medios dominantes es
el presidente ruso, Vladimir Putin, pero Rusia también lo es.
¿Cómo es eso posible? Después del derrumbe de la URSS, en 1991, Rusia
estaba extremadamente debilitada, su economía estaba siendo destruida
por un grupo de rusos que aspiraban a convertirse en occidentales,
supuestamente liberales, que le aplicaban tratamientos de choque. La
idea era desintoxicar rápidamente a los rusos del socialismo pero
lo único que lograron los liberales fue acabar con los ahorros
personales de los rusos de a pie, quienes perdieron todos sus ahorros
por 2 veces en el transcurso de los años 1990. Pero, no importa, ese es
el precio a pagar si queréis ser como somos nosotros en Occidente,
aconsejaron los medios dominantes. ¿Y quién pudiera no querer ser como
nosotros?El presidente Boris Yeltsin, quien alcanzó el poder desmembrando la URSS, era presentado como un héroe en Occidente. En realidad, no pasaba de ser el bufón del presidente estadounidense Bill Clinton. «Good old Boris», dijo Clinton cuando Yeltsin utilizó los tanques contra el Parlamento ruso, en 1993, y cuando “arregló” las elecciones, en 1996, con ayuda de la embajada de Estados Unidos en Moscú. Haga usted lo que tenga que hacer, fue al parecer el comentario de los responsables del gobierno estadounidense. Yeltsin conservó el poder, si realmente tuvo alguno en algún momento, manifestando su agradecimiento hacia Estados Unidos y comportándose como compinche de Clinton cada vez que viajaba a Washington. Para los medios dominantes era un sujeto excelente, pero lo era mucho menos visto desde Moscú. ¿Recuerdan ustedes la primera parte de la saga Star War, cuando la princesa Leia es capturada por la pérfida babosa gigante, Jabba, que le pone correa y collar? Yeltsin no era tan atractivo como la bellísima princesa Leia, pero la correa y el collar sí eran muy reales.
Su sumisión a Estados Unidos no le valió a Yeltsin otra cosa que la garantía de su propia supervivencia. Mientras tanto, un viejo aliado de la Unión Soviética (y también aliado de Occidente), Yugoslavia, fue destruido por la OTAN. ¿Se acuerdan ustedes de la OTAN, supuestamente organizada para defendernos de la URSS?, pero que ahora recurre a la agresión en nombre de una falsa «responsabilidad de proteger» (R2P). Tampoco hubo ningún tipo de gratitud –quiero comentarlo de paso– por el papel de Serbia en la Primera Guerra Mundial, ni por el de Yugoslavia en la Segunda Guerra Mundial, ni por la declaración de independencia del mariscal Josip Broz Tito en relación con Stalin. Claro está, la gratitud no es un valor en las relaciones entre los Estados.
El gobierno de Estados Unidos no se sintió al parecer muy seguro de su propia capacidad para mantener la correa y el collar alrededor del cuello de Rusia porque se le asignó a la OTAN la nueva tarea de extenderse hacia el este para cercar la Federación Rusa, a pesar del compromiso de no hacerlo que se había contraído con el dirigente soviético Mijaíl Gorbachov, otro favorito de los medios dominantes. Había que instaurar un nuevo cordón sanitario, aunque nadie lo llama así.
Finalmente, Yeltsin dimitió a finales de 1999. Vladimir Putin fue electo presidente al año siguiente y se dedicó a integrar Rusia a Europa, tanto política como económicamente. A pesar de todos los esfuerzos de Putin ante el presidente de Estados Unidos George W. Bush, las relaciones de Rusia con Occidente no cuajaron. Como descubrió uno de mis estudiantes durante la redacción de su tesis sobre los medios dominantes y Putin, el presidente ruso fue caracterizado –desde el primer momento– como un ex oficial del KGB deseoso de orquestar el renacimiento de la URSS, lo cual está muy lejos de ser el objetivo de Putin. Caricaturas políticas lo mostraban con la hoz y el martillo en lugar de los ojos, o transformándose en Stalin. Otra lo mostraba llevando un desayuno al mausoleo de Lenin y diciendo: «¡Despiértate, coño! ¡Despiértate, Vladimir Ilich!»
¿Cómo pudo Occidente representar a Putin de manera tan falsa? ¿Y por qué? Porque Putin no quería arrodillarse ante Jabba. Putin se dedicó a restaurar el poderío económico, político y militar de Rusia. Europa occidental no se ha sentido casi nunca tranquila ante una Rusia fuerte. La rusofobia occidental data, en realidad, como mínimo del inicio del siglo XIX. Lo último que los medios dominantes quieren ver en Moscú es un dirigente ruso seguro de sí mismo y con espíritu independiente. Putin es para ellos el clásico elefante, o más bien el oso, en la tienda de porcelana. Los poderosos de Occidente temen y odian a todo el que se sale del papel de lacayo que se le había asignado.
- Rusia quiere la guerra. Vean cómo ha puesto sus fronteras cerca de nuestras bases militares.
Tenemos que protegernos de Irán, decía Bush. No hay ninguna amenaza de parte de Irán, insistía Putin, nunca la hubo. Los rusos sospechaban que Irán era solamente un pretexto para fortalecer el cerco de la OTAN (léase Estados Unidos) alrededor de Rusia. Ahora existe un acuerdo con Irán sobre la cuestión nuclear, pero el desarrollo y despliegue del «escudo antimisiles» sigue adelante. Parece que las sospechas de Rusia sobre Estados Unidos no eran infundadas.
Putin se atrevió también a desafiar el principal elemento de la ideología política de Estados Unidos, el excepcionalismo estadounidense. Estados Unidos es «la Nación excepcional», esa es la idea, es la ciudad que brilla en lo alto de la colina, predestinada a imponer sus valores y sus intereses a los demás pueblos, quieran o no y por su propio bien.
Si algo se puede decir sobre los medios dominantes es que no les gustan las críticas sobre sus mitos. Karl Rove, uno de los neocons de Bush Jr., dijo que «ahora somos un Imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad». A eso habría podido agregar que los medios dominantes son portavoces del Imperio, apuntalando las nuevas realidades, exactamente como se describe en la novela 1984 de George Orwell. El problema era, y sigue siendo, que esas realidades no son la realidad de la mayoría de los demás pueblos que viven fuera de Estados Unidos y de sus Estados vasallos. ¿A quién le importa lo que piensen ellos?, comentaba Rove, y agregaba que Estados Unidos iba a crear nuevas realidades «y ustedes, todos ustedes [allá] no tendrán más que estudiar lo que nosotros hacemos».
- Esto es en defensa propia
A Occidente no le gustaron las críticas de Putin sobre la agresión de la OTAN contra Libia, en 2011, y el linchamiento del dirigente de ese país, Muammar el-Kadhafi. En una escena grotesca podía verse a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como un vampiro sediento de sangre, riendo ante las imágenes del cadáver ensangrentado de Kadhafi. Putin calificó la agresión de la OTAN contra Libia de «democracia de los golpes aéreos». Era una metáfora muy vívida para la hipocresía occidental. En la Libia antiguamente próspera, hoy no hay democracia sino sólo ruinas, caos y grupos de yihadistas violentos que imponen su propia ley. Y eso es gracias a la OTAN, que se ha abierto además un camino en Siria e Irak.
Por cierto, los medios dominantes critican a Rusia por su respaldo a la resistencia de Siria contra los monstruos de Frankenstein occidentales, tan a menudo utilizados, desde la guerra de Afganistán contra los soviéticos hasta hoy en día, para derrocar gobiernos laicos independientes en el Medio Oriente y en Asia. Pero los yihadistas no se quedaron en Siria sino que invadieron Irak para crear un Estado Islámico. Al enviar a Siria unidades de su fuerza aérea, Putin desenmascaró a Estados Unidos y sus vasallos, padrinos de los miembros «moderados» del Estado Islámico. Por supuesto, no hay tales yihadistas moderados, son sólo una invención estadounidense. Putin habló del engaño occidental e invitó Estados Unidos a luchar en serio contra sus aliados yihadistas. No será un cambio de actitud fácil de adoptar para Washington. Es muy difícil deshacerse de las viejas costumbres.
- Donde Rusia defiende el proceso democrático.
La neolengua orwelliana se ha convertido en norma en Occidente, principalmente en Estados Unidos. Sólo hay que leer los discursos de Obama. Rusia y China son otros idólatras. ¿Es esta cosificación de los adversarios de Estados Unidos una forma de preparar la guerra? Al escuchar a Obama, usted nunca sabrá que Estados Unidos orquestó un golpe de Estado fascista en Kiev, que cometió actos flagrantes de agresión contra Irán y Libia, así como en otros países, ni que arma a los yihadistas salafistas en Siria.
Los disidentes que revelan las mentiras son ignorados, ridiculizados, vilipendiados. Quienes hacen sonar las alarmas [1] son encarcelados. Y el propio Putin es más vilipendiado aún porque haberse atrevido, como el niño del cuento de Hans Christian Andersen, a hacer notar que el emperador está desnudo.
«¿Acaso no se dan cuenta ustedes de lo que han hecho?», preguntó Putin recientemente en la ONU. Niet, Gospadin Prezident, no se dan cuenta. Antes se decía que la verdad tiene sus propios derechos. Pero yo no estoy tan seguro de que siga teniéndolos, ni de que los tenga con tiempo suficiente para llegar a ser algo más que un simple tema de debate entre historiadores cuando, como sugirió Karl Rove, ya sea demasiado tarde.
[1] El término que aparece en el texto original en inglés, whistleblower,
es utilizado en Estados Unidos para designar a las personas que sacan a
la luz los complots o maniobras secretas de las autoridades, como en
los casos de Daniel Ellsberg, quien divulgó en 1971, entregándolos al New York Times,
los documentos del Pentágono que recogían la verdad sobre el desastre
estadounidense en la guerra de Vietnam. El caso más célebre y reciente
de whistleblower es el de Edward Snowden, quien reveló –o más
bien confirmó con pruebas documentales– la existencia de la red
planetaria de intercepción de las comunicaciones implementada por la
National Security Agency (NSA) estadounidense. Nota de la Red Voltaire.
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