ANARCOCAPITALISMO Y ESTATOCAPITALISMO
Las
dos formas que adopta el capitalismo, la privada y estatal, suscitan
dos líneas retóricas igualmente manipulativas, las de un capitalismo sin
Estado y un Estado sin capitalismo. Lo real es que, mientras la
revolución no liquide al capital, se dará una combinación cooperativa y
colaborativa, aunque no exenta de puntos y momentos de fricción, entre
el capitalismo particular y el capitalismo de Estado.
Afinando
un poco más comprobamos que casi nadie propone eliminar totalmente el
Estado sino reducirlo. En el otro bando apenas ninguno preconiza
convertir todo el capital privado en capitalismo estatal sino,
meramente, ampliar éste y someter al particular restante al control de
las instituciones.
En
la vida real, que es lo que importa, para cada momento existe una
relación óptima entre ambos capitalismos, que es realizada por medio de
constantesajustes,
privatizando si hay excesiva carga institucional en la economía, o
“nacionalizando” si ésta es insuficiente. Teniendo en cuenta que los
países, en tanto que territorios tiranizados por un único Estado, están
en competición y lucha permanente entre sí, en el caso de que no se
alcance la relación optima concreta entre los dos capitalismos termina
sufriendo su competitividad a escala planetaria, habiendo una regresión y
pérdida de poder global del país que la padece, o sea, de ese Estado.
Está
fuera de dudas que el capitalismo estatal es más ineficiente
productivamente, aunque al mismo tiempo más capaz de estabilizar
transitoriamente la sociedad con sus procedimientos paternalistas y
protectores. Llegado a un punto, la competencia internacional entre los
países hace que las situaciones de fuerte predominio del capital estatal
no puedan mantenerse. Por eso la Unión Soviética, llegado a un punto de
ineficiencia, tuvo que pasar del capitalismo de Estado al
privado-estatal, en 1991.
La
tendencia en el desarrollo del capitalismo es al crecimiento de su
forma estatal con mengua de su forma privada. Si, para nuestro caso, el
porcentaje del PIB que se apropiaba el Estado a principios del siglo XX
estaba en torno al 10% ahora se sitúa hacia el 50%, creciendo año tras
año. La vida económica, además, está más reglamentada que nunca, al ser
regida por una maraña de leyes, disposiciones y normas que hacen del
mercado un mecanismo cada día más secundario. Los precios, en el
presente, no están fijados por el mercado sino por una complejísima
actuación interactiva de normas y mercado, con las primeras como factor
determinante aunque con el segundo como elemento que acaba de determinar
el precio real. Hay ramas mayoritariamente “socializadas”
(estatizadas), la agricultura por ejemplo, sin que por eso, más bien al
contrario, dejen de ser un tipo de capitalismo extremadamente agresivo,
explotador y depredador, también medioambientalmente.
Así
pues, la fútil querella verbal entre estatocapitalistas, que suelen
tildar a sus rivales de “neoliberales”, y anarcocapitalistas, que
reivindican lo irreal e imposible (tanto que jamás ha existido, ni
siquiera en los primeros tiempos del capitalismo), son disputan
escolásticas sin relación con la realidad. El Estado es también un poder
económico (hoy el poder económico decisivo y el principal explotador de
la fuerza de trabajo asalariada), verdad obvia que niegan a la par el
anarcocapitalismo y el estatocapitalismo, cada uno a su manera.
El
Estado no sólo regula, organiza, protege, defiende, financia y sostiene
al capitalismo privado sino que lo ha creado y lo sigue rehaciendo de
muchas maneras. No puede existir un capitalismo sin ente estatal, y
proponerlo es demagogia o ignorancia. En la crisis iniciada en 2008,
como expongo en “El giro estatolátrico”,
el capitalismo de los países principales se desmoronó y ahí se habría
quedado, hecho un amasijo de ruinas, si el Estado no hubiera acudido a
su rescate con cantidades astronómicas de numerario, proveniente de los
impuestos. Esa intima fusión entre el Estado/Estados y la gran empresa
financiera, industrial, comercial y del agronegocio es la clave del
capitalismo actual que, ciertamente, no es el de los tiempos de Adam
Smith… con la advertencia que éste tampoco era ajeno al ente estatal, ni
mucho menos.
Por
eso quienes defienden el capitalismo de Estado como forma predominante
son los que se sitúan al lado del capitalismo del futuro. De ahí que a
menudo, la loa de aquél adopte la forma de un programa
“anticapitalista”, y lo es, en el sentido de desear poner fin al
capitalismo de ahora para constituir el del mañana, que resulta de la
evolución de los principales factores políticos, estratégicos,
económicos, tecnológicos y sociales.
En
esa acción “anticapitalista” los sostenedores del capitalismo de Estado
arremeten contra los anarcocapitalistas, y se postulan a sí mismos como
la burguesía de Estado que va a gestionan el nuevo monstruo, el
mega-capital estatal-privado. Su embellecimiento del capitalismo de
Estado, al que ponen la etiqueta de “sector público de la economía”,
es negada por un hecho común, las huelgas en sus empresas, lo que
prueba que en ellas hay explotación. Y que quienes las dirigen y
gestionan son gran burguesía de Estado[1].
El
capitalismo, en todas sus formas, es sólo eso, capitalismo. Y contra él
sólo la revolución es eficaz. Hoy la apología del estatocapitalismo es
más dañina que la del anarcocapitalismo, no sólo porque es muchísimo más
común sino porque representa al capitalismo del futuro.
[1]Esta
gran burguesía estatal se hace estatal-privada por los mecanismos
habituales de apropiación de los fondos estatales, entre ellos la
corrupción. Significativo es el caso de la Caja de Castilla-La Mancha,
en la que el equipo gestor, de izquierda, entregó a sus correligionarios
créditos sin avales ni garantías hasta llevar a la entidad a la
quiebra. El Estado tuvo que aportar 7.100 millones de euros, para
“sanear” dicha caja, lo que da una idea de las colosales sumas
expoliadas de facto impunemente. Tanto, que la sección de la burguesía
de Estado responsable sólo ha sido condenada a penas simbólicas. La
conversión de los jefes de la izquierda en burguesía estatal para, en un
segundo momento, transformarse en capitalistas privados, se suele hacer
con casi total impunidad a partir de un hecho político incontestable,
que el capitalismo, privado y estatal, necesita de la izquierda para
controlar a las masas, lo que hace a aquélla corriente política
escasamente perseguible judicialmente. Tal es la significación real de
la defensa que ésa hace de “lo público”, o sea, del capitalismo de
Estado por ella gestionado. En el capitalismo la corrupción es muchísimo
más que un asunto político, legal y moral, al institucionalizarse como
una de las vías por las cuales se forma y renueva el capital privado a
partir del estatal. Por eso mismo es irremediable e inevitable,
demagogias populistas aparte, teatralmente justicieras con un fin,
enriquecer a una tanda tras otra de “servidores de lo público”.
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