domingo, 30 de abril de 2017

Guerra entre clases, la batalla continúa.

Guerra entre clases, la batalla continúa.

Por Nandu de Diego
El fiel continuismo del franquismo, apuntala con su discurso reaccionario basado en la necesidad de preservar la unidad de España, la estrategia de perpetuar la confrontación entre clases, amparado por la impunidad de la que goza y el beneplácito de sus nuevos valedores.
Por Nandu de Diego
Pese a la supuesta falta de representación gubernamental y su escasa notoriedad pública en comparación actual con una gran parte de Europa y América , donde las  actuaciones de estos sectores adquieren más visibilidad, las fuerzas de la derecha estatal continúan extendiendo por los diferentes territorios su ideología extremista, completando su rol dentro de la confrontación de clases y amparadas por una sospechosa inacción general al respecto.
Lo hacen a través de un discurso violento y supremacista que goza de total impunidad, heredado directamente de un régimen dictatorial que no ha sido convenientemente depurado en las instituciones, y que perpetúa su estructura de poder mediante el uso indiscriminado de métodos coercitivos y represivos, contra toda aquella persona u organización que ose desafiar su carácter impositivo.
Continúa existiendo una corriente que sobrevivió a la muerte del dictador, dotada tras esta de mayor independencia, y que alcanzó el culmen de su historia post-franquista cuando consiguieron introducir como diputado a Blas Piñar, al frente de la coalición Unión Nacional (compuesta por Fuerza Nueva y FE de las Jons entre otras organizaciones), condenada a convertirse en un ente marginal.
Basaban su argumentario en una prolongación de un pensamiento nacional-católico que calo demasiado hondo, tal fue el empeño de los aparatos ideológicos del estado y la interesada colaboración de la iglesia, siempre al servicio de las “labores civilizadoras del Reino”.
En nuestros pueblos, en cada barrio, implícito en el propio lenguaje de nuestros vecinos y vecinas, se advierten los posos de un pasado que a través del miedo y la propaganda parece resucitar, y que trasciende de los nombres de las calles y los escudos de los edificios. Esto no es casual ni inocente, es el resultado de la negación constante del carácter totalitario del régimen, por parte de los propios implicados reconvertidos hoy en poder a través de diferentes vías, y del modo que se ha modelado el discurso político para alejarlo de referencias agresivas y adaptarlo amablemente al contexto actual sin perder un ápice de contundencia (recordemos el teórico desplazamiento hacia posiciones más centristas encabezado por José María Aznar).
Los medios de comunicación más relevantes, una vez más, se convierten en pieza clave dentro de este complejo entramado orientado desde la corporatocracia para consumar su plan de desinformación. Hago alusión al título de aquella publicación llamada “La voz de su amo”, para describir el objeto final de tales maniobras mediáticas, que no responden sino a un esquema de promoción y lavado de imagen de la “marca España”, desgastada ya por la falta de credibilidad del proyecto.
El transito hacia lo que algunos denominan “democracia”, se ha producido en condiciones excluyentes, precipitado por el fallecimiento de Francisco Franco en la cama en vez de haber sido propiciado por una revolución popular, y siempre bajo la atenta tutela de la monarquía española y de su brazo ejecutor, el ejercito, con una consigna en común como legado del generalísimo, que no es otra que preservar la “indivisible unidad de España”.
En palabras de José Antonio Primo de Rivera, “el fascismo no es una táctica, la violencia, sino un principio, la unidad”. Este discurso no hace sino evidenciar la utilización de la guerra y el imperialismo como herramientas para mantener el orden nacional, dentro de un estado caudillista y autoritario, si bien difiero con la adopción del término “fascista” (yo mismo suelo incurrir en un uso equivocado de esa palabra), pues poco tiene que ver el franquismo con esta ideología pese a su animadversión conjunta por el comunismo, por lo que el general busco aliados en Hitler y Mussolini.
Obsérvese como al contrario que la ruptura frontal con la dictadura en Italia y Alemania incluso, donde algunos de los principales dirigentes y responsables de la barbarie nazi fueron ajusticiados o condenados a prisión (no todos fueron desactivados), en el estado español no hubo un solo juez del Tribunal de Orden Público de Franco, ni un político, ni un clérigo, ni nadie que fuera reprobado por su participación de la dictadura. Ni lo habrá, debido en primer lugar a la ley de Amnistía de 1977.
Más bien al contrario, pues gran parte de ellos pasaron a ocupar posiciones relevantes en nuevas plataformas y a engrosar numéricamente la cantidad de cargos de Alianza Popular, rebautizado en 1989 como Partido Popular. Es fácil sacar conclusiones que avalen la teoría de que institucionalmente seguimos infectados por el fiel continuismo franquista, máxime a tenor de las proclamas y vítores que podemos escuchar en cualquier pleno municipal que se precie, tales como “viva Franco”, “arriba España” o “que viva el ejército español”.
Trasladando el análisis al ámbito social, varios son a mi parecer los elementos que sostienen este pensamiento en nuestros días.
Nos encontramos por un lado, ante una exacerbada y sistemática oposición por parte de la derecha ultranacionalista a trabajar la política referente a los movimientos migratorios, que no son sino el producto directo o indirecto de sus injerencias en el exterior y que en el estado español ha alcanzado cotas numéricas muy elevadas. Parece ser que no hay espacio en la memoria de determinados patriotas españoles, para recordar  los cientos de miles de desaparecidos y el exilio forzoso al que gran cantidad de familias de su país fueron relegadas, obligadas a emigrar por Europa y Latinoamérica mayoritariamente.
Pretenden camuflar de populismo la mala praxis en las formulas utilizadas para con este tema, y eludir así sus reponsabilidades, dirigiendo el dedo acusador hacia otro lado, y culpabilizando a las inocentes victimas de esta crisis económica derivada de la recesión que las propias potencias capitalistas han generado. A costa de repetirlo cual mantra, desvían la atención de una población que no duda en asumirlo como necesario, y que encuentra en la derecha más reaccionaria una herramienta que les permite canalizar su descontento.
Proporcionalmente surge un repunte en el índice de delitos de odio contra las personas sin recursos y especialmente los denominados “sin techo”.
La crisis financiera y laboral que se produce tras el derrumbe de la burbuja inmobiliaria, provoca un distanciamiento aun mayor entre ricos y pobres, lo que genera un caldo de cultivo idóneo para la germinación de estos postulados tremendamente conservacionistas.
A su vez entra en juego el miedo como arma arrojadiza. El miedo y la sumisión de una gente capaz de legitimar cualquier aberración, engañados por una falsa sensación de proteccionismo maternal al abrigo de su adorada España.
Para mantener ese sentimiento, el estado nos presenta de manera premeditada y metódica, una serie de enemigos (en muchas ocasiones ficticios) de la patria que alentados por el precepto de disolver el reino, podrían llegar a atentar supuestamente contra nuestra integridad física y moral. Suele recurrir a montajes para imputarlos, y  envolverlos en un halo de carácter extraordinario, magnificando su peligrosidad real a efecto de conseguir un mayor respaldo social de cara a combatirlos, por lo que no es de extrañar la abusiva utilización a efectos prácticos del “todo es Eta” contra el pueblo vasco, así como más recientemente la cruzada que parecen sostener sostener las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia contra los “yihadistas”.
Justifican así de antemano cualquier intervención desproporcionada, que de otro modo no tendría sentido a ojos del inconsciente público, que observa impávido desde sus casas una sucesión de acontecimientos cada vez más dramáticos.
Para hacernos una ligera idea de cómo la sociedad burguesa concibe este fenómeno, podemos echar la vista atrás y explorar cualquiera de los miles de ejemplos que se han producido hasta hoy en sentido inverso, cuando han sido los “salvapatrias” quienes han sido participes de algún delito.  Así notaremos la diferenciación en el trato de los hechos, por parte del aparato judicial y de la prensa, según quien sea la victima y quien el verdugo.
Por citar alguno de los que tuvieron más repercusión, se me viene a la cabeza el caso reciente de aquella chica de Murcia de ideología neonazi, que se vanagloriaba entre otras lindezas de organizar periodicamente batidas para practicar agresiones de tintes homófobos y xenófobos. Por estos motivos, fue atacada por un grupo de damnificados. Radio, prensa y televisión consiguieron disfrazar de angelito a esta criminal, y de paso suscitar un debate sobre la poca ética de quienes la agredieron.
O el de los descerebrados valencianos que hacían apología del nazismo abiertamente, a quienes incautaron un arsenal de armas, con las que además comerciaban ilegalmente. La justicia los absolvió.
Como también absolvió a los miembros del frente atlético que asesinaron a Francisco Javier Romero Taboada “Jimmy”, el joven hincha del Deportivo de la Coruña al que arrojaron desde un puente al río Manzanares.
Esta semana sin ir más lejos, ha circulado por las redes sociales un video en el que se muestra como un seguidor del Real Betis Balompié, secundado por varios ultras durante su visita a Bilbao, increpaba y golpeaba en repetidas ocasiones a un hombre que tomaba un refrigerio tranquilamente en una terraza. Es un acto repugnante, que no tendrá consecuencias legales, ya que nadie ha interpuesto una denuncia contra ellos.
Veremos como el deporte actúa como catalizador de estos movimientos (esto dará para una noticia aparte), situando el fútbol como máximo exponente de politización, dada su capacidad de congregación de masas y la parafernalia que lo rodea, sirviendo de puente para la captación de nuevos fanáticos.
Es un tópico recurrente que no pretende ser ofensivo para los amantes de este deporte, y que desde luego cuenta con honrosas excepciones, pero el contraste cuantitativo de gente que asiste semanalmente a un estadio a reivindicar la victoria de su equipo, en comparación a quienes secundan las diferentes vías de lucha hacia la consecución de sus derechos, y por ende los de todos, es cuanto menos premonitorio de la desafección social y del nulo interés por la construcción de un futuro digno.
Falta combatividad. La desmovilización progresiva que ha padecido la calle a favor del electoralismo, y que repasaba más detalladamente en uno de mis artículos anteriores, facilita a los grupos de derecha la ocupación de un espacio anteriormente conquistado por un ente más plural.
Un espacio que conserva su simbología franquista, pese a la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica, pues hay lugares donde abolir esta alargada sombra y tratar de cerrar heridas no entra dentro de sus posibilidades.
Poner de manifiesto el legado asesino y golpista del régimen, contribuiría en cierta forma a restituir la verdad histórica y devolverla a su sitio, aunque siempre habrá quien no lo tolere. Y es que la cuestión nacional siempre será su gran victoria, ya que establecieron los dogmas del español ejemplar, orgulloso adalid de la bandera patria que también asimilaron.
Podemos decir a modo de conclusión que el franquismo y otros movimientos de ultraderecha han sobrevivido al paso del tiempo, y que se antoja necesario librar una ardua batalla física y  educacional para exterminarlos.
Solo cuando la solidaridad internacionalista obrera se imponga, logremos cambiar los valores imperantes, golpear los mecanismos de control social, restablecer el respeto hacia las distintas realidades históricas y culturales sin prejuicios, devolvamos la capacidad de decisión al pueblo y lo dotemos de independencia, y cuando enterremos definitivamente a nuestros muertos, solo entonces podremos hablar de derrota de la clase dominante.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario