Guerra entre clases, la batalla continúa.
Por Nandu de Diego
Pese a la supuesta falta de
representación gubernamental y su escasa notoriedad pública en
comparación actual con una gran parte de Europa y América , donde las
actuaciones de estos sectores adquieren más visibilidad, las fuerzas de
la derecha estatal continúan extendiendo por los diferentes territorios
su ideología extremista, completando su rol dentro de la confrontación
de clases y amparadas por una sospechosa inacción general al respecto.
Lo hacen a través de un discurso
violento y supremacista que goza de total impunidad, heredado
directamente de un régimen dictatorial que no ha sido convenientemente
depurado en las instituciones, y que perpetúa su estructura de poder
mediante el uso indiscriminado de métodos coercitivos y represivos,
contra toda aquella persona u organización que ose desafiar su carácter
impositivo.
Continúa existiendo una corriente que
sobrevivió a la muerte del dictador, dotada tras esta de mayor
independencia, y que alcanzó el culmen de su historia post-franquista
cuando consiguieron introducir como diputado a Blas Piñar, al frente de
la coalición Unión Nacional (compuesta por Fuerza Nueva y FE de las Jons
entre otras organizaciones), condenada a convertirse en un ente
marginal.
Basaban su argumentario en una
prolongación de un pensamiento nacional-católico que calo demasiado
hondo, tal fue el empeño de los aparatos ideológicos del estado y la
interesada colaboración de la iglesia, siempre al servicio de las
“labores civilizadoras del Reino”.
En nuestros pueblos, en cada barrio,
implícito en el propio lenguaje de nuestros vecinos y vecinas, se
advierten los posos de un pasado que a través del miedo y la propaganda
parece resucitar, y que trasciende de los nombres de las calles y los
escudos de los edificios. Esto no es casual ni inocente, es el resultado
de la negación constante del carácter totalitario del régimen, por
parte de los propios implicados reconvertidos hoy en poder a través de
diferentes vías, y del modo que se ha modelado el discurso político para
alejarlo de referencias agresivas y adaptarlo amablemente al contexto
actual sin perder un ápice de contundencia (recordemos el teórico
desplazamiento hacia posiciones más centristas encabezado por José María
Aznar).
Los medios de comunicación más
relevantes, una vez más, se convierten en pieza clave dentro de este
complejo entramado orientado desde la corporatocracia para consumar su
plan de desinformación. Hago alusión al título de aquella publicación
llamada “La voz de su amo”, para describir el objeto final de tales
maniobras mediáticas, que no responden sino a un esquema de promoción y
lavado de imagen de la “marca España”, desgastada ya por la falta de
credibilidad del proyecto.
El transito hacia lo que algunos
denominan “democracia”, se ha producido en condiciones excluyentes,
precipitado por el fallecimiento de Francisco Franco en la cama en vez
de haber sido propiciado por una revolución popular, y siempre bajo la
atenta tutela de la monarquía española y de su brazo ejecutor, el
ejercito, con una consigna en común como legado del generalísimo, que no
es otra que preservar la “indivisible unidad de España”.
En palabras de José Antonio Primo de
Rivera, “el fascismo no es una táctica, la violencia, sino un principio,
la unidad”. Este discurso no hace sino evidenciar la utilización de la
guerra y el imperialismo como herramientas para mantener el orden
nacional, dentro de un estado caudillista y autoritario, si bien difiero
con la adopción del término “fascista” (yo mismo suelo incurrir en un
uso equivocado de esa palabra), pues poco tiene que ver el franquismo
con esta ideología pese a su animadversión conjunta por el comunismo,
por lo que el general busco aliados en Hitler y Mussolini.
Obsérvese como al contrario que la
ruptura frontal con la dictadura en Italia y Alemania incluso, donde
algunos de los principales dirigentes y responsables de la barbarie nazi
fueron ajusticiados o condenados a prisión (no todos fueron
desactivados), en el estado español no hubo un solo juez del Tribunal de
Orden Público de Franco, ni un político, ni un clérigo, ni nadie que
fuera reprobado por su participación de la dictadura. Ni lo habrá,
debido en primer lugar a la ley de Amnistía de 1977.
Más bien al contrario, pues gran parte
de ellos pasaron a ocupar posiciones relevantes en nuevas plataformas y a
engrosar numéricamente la cantidad de cargos de Alianza Popular,
rebautizado en 1989 como Partido Popular. Es fácil sacar conclusiones
que avalen la teoría de que institucionalmente seguimos infectados por
el fiel continuismo franquista, máxime a tenor de las proclamas y
vítores que podemos escuchar en cualquier pleno municipal que se precie,
tales como “viva Franco”, “arriba España” o “que viva el ejército
español”.
Trasladando el análisis al ámbito social, varios son a mi parecer los elementos que sostienen este pensamiento en nuestros días.
Nos encontramos por un lado, ante una
exacerbada y sistemática oposición por parte de la derecha
ultranacionalista a trabajar la política referente a los movimientos
migratorios, que no son sino el producto directo o indirecto de sus
injerencias en el exterior y que en el estado español ha alcanzado cotas
numéricas muy elevadas. Parece ser que no hay espacio en la memoria de
determinados patriotas españoles, para recordar los cientos de miles de
desaparecidos y el exilio forzoso al que gran cantidad de familias de
su país fueron relegadas, obligadas a emigrar por Europa y Latinoamérica
mayoritariamente.
Pretenden camuflar de populismo la mala
praxis en las formulas utilizadas para con este tema, y eludir así sus
reponsabilidades, dirigiendo el dedo acusador hacia otro lado, y
culpabilizando a las inocentes victimas de esta crisis económica
derivada de la recesión que las propias potencias capitalistas han
generado. A costa de repetirlo cual mantra, desvían la atención de una
población que no duda en asumirlo como necesario, y que encuentra en la
derecha más reaccionaria una herramienta que les permite canalizar su
descontento.
Proporcionalmente surge un repunte en el
índice de delitos de odio contra las personas sin recursos y
especialmente los denominados “sin techo”.
La crisis financiera y laboral que se
produce tras el derrumbe de la burbuja inmobiliaria, provoca un
distanciamiento aun mayor entre ricos y pobres, lo que genera un caldo
de cultivo idóneo para la germinación de estos postulados tremendamente
conservacionistas.
A su vez entra en juego el miedo como
arma arrojadiza. El miedo y la sumisión de una gente capaz de legitimar
cualquier aberración, engañados por una falsa sensación de
proteccionismo maternal al abrigo de su adorada España.
Para mantener ese sentimiento, el estado
nos presenta de manera premeditada y metódica, una serie de enemigos
(en muchas ocasiones ficticios) de la patria que alentados por el
precepto de disolver el reino, podrían llegar a atentar supuestamente
contra nuestra integridad física y moral. Suele recurrir a montajes para
imputarlos, y envolverlos en un halo de carácter extraordinario,
magnificando su peligrosidad real a efecto de conseguir un mayor
respaldo social de cara a combatirlos, por lo que no es de extrañar la
abusiva utilización a efectos prácticos del “todo es Eta” contra el
pueblo vasco, así como más recientemente la cruzada que parecen sostener
sostener las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia
contra los “yihadistas”.
Justifican así de antemano cualquier
intervención desproporcionada, que de otro modo no tendría sentido a
ojos del inconsciente público, que observa impávido desde sus casas una
sucesión de acontecimientos cada vez más dramáticos.
Para hacernos una ligera idea de cómo la
sociedad burguesa concibe este fenómeno, podemos echar la vista atrás y
explorar cualquiera de los miles de ejemplos que se han producido hasta
hoy en sentido inverso, cuando han sido los “salvapatrias” quienes han
sido participes de algún delito. Así notaremos la diferenciación en el
trato de los hechos, por parte del aparato judicial y de la prensa,
según quien sea la victima y quien el verdugo.
Por citar alguno de los que tuvieron más
repercusión, se me viene a la cabeza el caso reciente de aquella chica
de Murcia de ideología neonazi, que se vanagloriaba entre otras lindezas
de organizar periodicamente batidas para practicar agresiones de tintes
homófobos y xenófobos. Por estos motivos, fue atacada por un grupo de
damnificados. Radio, prensa y televisión consiguieron disfrazar de
angelito a esta criminal, y de paso suscitar un debate sobre la poca
ética de quienes la agredieron.
O el de los descerebrados valencianos
que hacían apología del nazismo abiertamente, a quienes incautaron un
arsenal de armas, con las que además comerciaban ilegalmente. La
justicia los absolvió.
Como también absolvió a los miembros del
frente atlético que asesinaron a Francisco Javier Romero Taboada
“Jimmy”, el joven hincha del Deportivo de la Coruña al que arrojaron
desde un puente al río Manzanares.
Esta semana sin ir más lejos, ha
circulado por las redes sociales un video en el que se muestra como un
seguidor del Real Betis Balompié, secundado por varios ultras durante su
visita a Bilbao, increpaba y golpeaba en repetidas ocasiones a un
hombre que tomaba un refrigerio tranquilamente en una terraza. Es un
acto repugnante, que no tendrá consecuencias legales, ya que nadie ha
interpuesto una denuncia contra ellos.
Veremos como el deporte actúa como
catalizador de estos movimientos (esto dará para una noticia aparte),
situando el fútbol como máximo exponente de politización, dada su
capacidad de congregación de masas y la parafernalia que lo rodea,
sirviendo de puente para la captación de nuevos fanáticos.
Es un tópico recurrente que no pretende
ser ofensivo para los amantes de este deporte, y que desde luego cuenta
con honrosas excepciones, pero el contraste cuantitativo de gente que
asiste semanalmente a un estadio a reivindicar la victoria de su equipo,
en comparación a quienes secundan las diferentes vías de lucha hacia la
consecución de sus derechos, y por ende los de todos, es cuanto menos
premonitorio de la desafección social y del nulo interés por la
construcción de un futuro digno.
Falta combatividad. La desmovilización
progresiva que ha padecido la calle a favor del electoralismo, y que
repasaba más detalladamente en uno de mis artículos anteriores, facilita
a los grupos de derecha la ocupación de un espacio anteriormente
conquistado por un ente más plural.
Un espacio que conserva su simbología
franquista, pese a la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica,
pues hay lugares donde abolir esta alargada sombra y tratar de cerrar
heridas no entra dentro de sus posibilidades.
Poner de manifiesto el legado asesino y
golpista del régimen, contribuiría en cierta forma a restituir la verdad
histórica y devolverla a su sitio, aunque siempre habrá quien no lo
tolere. Y es que la cuestión nacional siempre será su gran victoria, ya
que establecieron los dogmas del español ejemplar, orgulloso adalid de
la bandera patria que también asimilaron.
Podemos decir a modo de conclusión que
el franquismo y otros movimientos de ultraderecha han sobrevivido al
paso del tiempo, y que se antoja necesario librar una ardua batalla
física y educacional para exterminarlos.
Solo cuando la solidaridad
internacionalista obrera se imponga, logremos cambiar los valores
imperantes, golpear los mecanismos de control social, restablecer el
respeto hacia las distintas realidades históricas y culturales sin
prejuicios, devolvamos la capacidad de decisión al pueblo y lo dotemos
de independencia, y cuando enterremos definitivamente a nuestros
muertos, solo entonces podremos hablar de derrota de la clase dominante.
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