La guerra está teniendo efectos cuantificables. Las importaciones de alimentos alcanzaron el nivel más bajo en 2016, los precios son un 26% más altos que antes del recrudecimiento del conflicto y en 2017 solo se están cubriendo el 16% de las necesidades de combustible.
La crisis que vive el país no comenzó hace dos años, pero la intensificación de la guerra ha agravado la dependencia de la ayuda de un país que ya era antes del conflicto el más pobre de la región. La actividad económica se ha reducido enormemente y las condiciones sanitarias han empeorado con rapidez. En este sentido, resulta muy preocupante la aparición de enfermedades prevenibles como la tos ferina. Se trata de un indicador y un reflejo del colapso del sistema sanitario, que hace que la cobertura de vacunación esté muy por debajo de los estándares recomendados.
La terrible suma de los combates, las restricciones a las importaciones y el impago de los sueldos a funcionarios públicos en el norte están limitando el acceso a alimentos. Así mismo, los desplazamientos —más de tres millones de yemeníes han tenido que abandonar sus hogares desde marzo de 2015— afectan de forma directa a los precarios medios de vida de la población.
Casi 19 millones de personas necesitan ayuda humanitaria y más de 7.600 han perdido la vida
Resulta especialmente grave que cuanto más agudas son las necesidades de la población, más difícil resulta a las organizaciones y agencias brindar asistencia humanitaria a causa de los combates y los bombardeos. Y esto es lo que está sucediendo en Yemen.
Para MSF resulta difícil hacer un análisis concluyente. Por un lado, el deterioro paulatino de la crisis resulta evidente. Por otro, a nuestros hospitales solo nos llegan los casos más graves de desnutrición. Al no poder facilitar tratamientos nutricionales ambulatorios fuera del hospital, no tenemos el cuadro completo. En el hospital de Abs, en Hajja, los equipos están sorprendidos de que el centro nutricional no esté al límite de su capacidad. Y la explicación es muy probable que haya que buscarla en que no nos llegan casos desde zonas más remotas.
En 2016, nuestros programas de alimentación terapéutica trataron a 4.485 niños que presentaban cuadros de desnutrición aguda. Muchos de los pacientes que recibimos en el hospital tienen menos de seis meses. Estos casos tienen que ver con la falta de alimentos, pero también con el trauma causado por el conflicto que hace que muchas mujeres tengan problemas para amamantar a sus bebés.
El conflicto también está teniendo consecuencias que no se pueden medir pero sí sentir, como el miedo generado por meses de bombardeos, combates y violencia. Me impresiona ver cómo gran parte de la población, tal vez porque lleva años inmersos en un contexto de violencia, ha normalizado la necesidad de asistencia psicosocial. Saben que la precisan y no tienen problemas en solicitarla. Son muchas las personas que se han desplazado con frecuencia y que lo han hecho más de una vez. Han tenido que dejar todo detrás. Son pocos los que no tienen víctimas entre sus seres queridos.
Los hospitales, en el punto de mira
Decenas de estructuras de salud han resultado destruidas en ataques o combates. Cuatro hospitales de MSF fueron alcanzados por bombardeos o proyectiles lo que nos obligó a la evacuación temporal de los equipos. La consecuencia inmediata de los ataques y bombardeos a los centros de salud es que la población civil pierde servicios médicos esenciales en el momento en el que más lo necesitan. Pero no solo han sido atacados los hospitales; muchas otras infraestructuras civiles como mercados o escuelas han sido objeto de ataques.Pese a todo, la población ha llegado a normalizar la violencia y sigue tratando de acudir a los centros para recibir atención médica; una búsqueda condicionada, como no podía ser de otra forma, por la frecuencia de bombardeos en la zona. Muchos centros de salud no están operativos porque el personal ha huido a lugares más seguros. Otros resultan inaccesibles porque muchos pacientes no pueden pagarse el transporte.
La terrible suma
de los combates, las restricciones a las importaciones y el impago de
los sueldos a funcionarios públicos en el norte están limitando el
acceso a alimentos
A pesar de las dificultades, hay espacios y alternativas para poder facilitar apoyo a la población yemení. Así, en Saná hacemos llegar material y fármacos a los hospitales para hacer frente al flujo masivo de víctimas de guerra. También hemos podido mantener el apoyo al programa nacional de VIH/sida y más del 95% de los pacientes no ha visto interrumpido el tratamiento a pesar de la guerra.
Tenemos proyectos en nueve gobernaciones del país, de norte a sur, y estamos presentes a ambos lados de la línea de frente. Hemos asistido más de 23.000 partos, realizado casi 29.000 intervenciones quirúrgicas, atendido 21.000 niños en pediatría, introducido en el país 2.500 toneladas de ayuda médica…Son solo algunos ejemplos de que se puede hacer llegar la ayuda, aunque para ello haya que saltar obstáculos, superar puestos de control y negociar con todas las partes en conflicto.
Una población como la yemení, exhausta tras años de inestabilidad primero y por una guerra abierta después, merece esto y mucho más. Hagamos lo imposible para que las cifras y el legado del conflicto no sigan creciendo y para sacar al país de la unidad de cuidados intensivos en la que lleva demasiado tiempo.
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