La censura de Google a los medios de información progresistas alcanza cotas desproporcionadas
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Los buscadores que casi constantemente utilizamos en la
red generan un sesgo muy importante en nuestra percepción del mundo y
una influencia unilateral decisiva en nuestras decisiones y actuaciones.
Las webs empresariales utilizan “cookies” y otros procedimientos
sofisticados que se instalan en nuestros ordenadores apenas lo
consintamos, bien sea deliberadamente o por descuido. Así detectan
nuestras búsquedas y a partir de ellas puedan ofrecernos productos
comerciales que se adecúen a nuestras aficiones o demandas. En su
interesante libro “El filtro burbuja: cómo la web decide lo que leemos y
lo que pensamos”, Eli Parisier explica que, al escribir la palabra
“depresión” en un diccionario “on line”, la web instalará 223 cookies y
dispositivos de rastreo para que otras web puedan ofrecer a quien la
haya escrito productos antidepresivos: “comparte un artículo de cocina
de ABC News -dice en otro lugar del libro- y puede que te acaben
persiguiendo por internet anuncios de ollas antiadherentes. Abre -aunque
sea por un instante- una página en la que se enumeren signos de que tu
mujer puede estar engañándote y prepárate para que te persigan anuncios
de pruebas de paternidad”.
Se trata de un procedimiento legal pero que puede dejar de serlo
cuando se aplica manipulando los algoritmos que proporcionan las
respuestas del buscador, como ha ocurrido con Google. La Comisión
Europea multó en junio pasado a este gigante de la red con 2.420
millones de euros por manipular los resultados de búsqueda con el fin de
dirigir a los usuarios, de forma inapropiada y en perjuicio de sus
competidores, a su propio servicio de compras, Google Shopping.
Pero los buscadores no solo se conciben o incluso se manipulan con
fines meramente comerciales sino que también están diseñados para
incidir estratégicamente en nuestra percepción del mundo y, por tanto,
en los criterios de los que dependen nuestras decisiones personales y
políticas. La información que nos proporcionan no es ni mucho menos
neutra u objetiva, como generalmente se cree, sino que nos llega
previamente filtrada en función del perfil específico que de cada uno de
nosotros haya compuesto el algoritmo correspondiente. La consulta
“células madre” -sigue diciendo Parisier en su libro- puede producir
resultados diametralmente opuestos en el caso de que los usuarios sean
científicos que apoyan la investigación o activistas que se opongan.
“Pruebas del cambio climático” puede deparar resultados diferentes a un
activista medioambiental y a un directivo de una compañía petrolífera.
Así es como los buscadores introducen un sesgo constante que, sin que
seamos conscientes, nos impide disponer de una visión plural de los
fenómenos sobre los que, a través de ellos, indagamos en la red. Sin que
podamos ser conscientes de ello, van conformando nuestra percepción del
mundo.
Y ni siquiera eso es lo peor. Los buscadores no solamente filtran la
información disponible para hacernos llegar preferentemente la que
previamente parece más adecuada a nuestro perfil predefinido. Además de
ello, seleccionan las fuentes de la información y eliminan las que
pueden considerarse más indeseables o molestas, por decirlo de alguna
manera, para el “saber establecido”. Y, paradójicamente, la excusa que
se utiliza para homogeneizar la información y para silenciar la
información alternativa es que hay que evitar que se difunda la falsedad
y garantizar que en la red se divulgue la verdad. Paradójica, porque el
resultado de esa aparentemente noble pretensión es que se fortalecen
visiones del mundo que no son precisamente las que mejor reflejan la
realidad.
El caso de Google es singularmente significativo. Hace un año, la
agencia Reuters publicó un artículo informando del nacimiento de una
organización sin fines de lucro que iba a trabajar para fomentar y
garantizar la confianza y la verdad en la era digital combatiendo la
difusión de noticias falsas. Se llamaba First Draft Coalition y en ella
estarían incluidas grandes corporaciones de la información como Google,
Facebook, Twitter, The New York Times, The Washington Post, BuzzFeed
News, Agence France-Presse o CNN.
Meses más tarde, en mayo pasado, Google seguía esa línea y anunció
una actualización de sus directrices para “evaluar la calidad de
búsqueda” con el fin de “proporcionar ejemplos más detallados de páginas
web de baja calidad para que los evaluadores marquen adecuadamente”.
Unos evaluadores que son los que supuestamente tienen como función
rechazar las noticias falsas, los “fakes”, las “experiencias molestas
para el usuario” y las “teorías de conspiración” hoy día tan abundantes
como perniciosas.
Cualquier persona sensata consideraría que el objetivo de Google es
bienintencionado, sobre todo, cuando eso se hacía con las miras puestas
en evitar el cúmulo de manipulaciones y mentiras de todo tipo que
circularon en la red durante las últimas elecciones estadounidenses
(aunque habría que decir que no solo entonces, porque la red también fue
una fuente de influencia estratégica no explicitada en la elección de
Obama).
Sin embargo, lo cierto es que ese cambio de criterios de Google se ha
traducido en un nuevo algoritmo de búsqueda con resultados muy
significativos: las webs progresistas han resultado silenciadas en los
resultados que el buscador proporciona en materias económicas, políticas
y sociales de especial trascendencia, produciendo así una disminución
sorprendente en el número de personas que las visitan.
La pregunta que se hace cualquiera que sepa que las páginas
alternativas y de izquierdas son las que resultan silenciadas por estos
nuevos criterios es si realmente estas son las webs que principalmente
difunden falsedades.
Y lo bueno es que sabemos a ciencia cierta que eso no es así.
El profesor de la Universidad de Elon en Carolina del Norte (Estados
Unidos) Jonathan Albright analizó los sitios en donde 306 web de
derechas difundieron falsedades y encontró que habían ido a 23.000
páginas a través de 1,3 millones de hipervínculos (The #Election2016
Micro-Propaganda Machine). Mapeó los resultados y le salió la imagen en
la que se distingue claramente que los mayores difusores de mentiras de
derechas a nivel mundial son, precisamente, las grandes corporaciones
mediáticas que dicen combatir la difusión de falsedades… silenciando
para ello a las páginas web progresistas y de izquierdas.
Pero Albright descubrió algo más. Las grandes corporaciones
mediáticas no solo difunden una mentira para que circule lo más
ampliamente posible por la red sino que eso se hace de modo que se pueda
adoctrinar con la mayor eficacia: “Vi los trackers en esas páginas y me
quedé asombrado. Cada vez que alguien da un like a una entrada de
Facebook o visita una de esas páginas, los scripts te siguen por toda la
web. Y esto permite a empresas de recolección de datos y de influencia,
como Cambridge Analytica, identificar con precisión a individuos, a
seguirlos por la web y enviarles mensajes políticos muy personalizados.
Es una máquina propagandística. Identifica individuos para convencerles
de una idea. Es un nivel de ingeniería social que nunca había visto
antes. Estás atrapando a la gente y luego les mantienen atados a una
correa emocional y nunca les sueltan”.
Quien desee disponer de información mínimamente plural y exenta de
manipulación no se puede fiar de los grandes buscadores y más
concretamente de Google, una especie de Gran Hermano Buscador que ejerce
un monopolio de facto sobre el que nadie termina de pronunciarse. Pero,
ojo, tampoco de las web de los grandes portales, como Facebook, que
aparentemente solo nos ofrecen conectividad y entretenimiento; ni de los
grandes medios que son los que en la práctica propagan las mentiras que
dicen combatir.
Hay buscadores y fuentes alternativas.
Internet es una máquina propagandística. Identifica individuos para
convencerles de una idea. Es un nivel de ingeniería social que nunca
había visto antes. Estás atrapando a la gente y luego les mantienen
atados a una correa emocional y nunca les sueltan (Jonathan Albright).
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