martes, 10 de abril de 2018

¿Se acabó el Derecho Internacional?, por Thierry Meyssan


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¿Se acabó el Derecho Internacional?, por Thierry Meyssan

Thierry Meyssan,

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¿Están tratando las potencias occidentales de acabar con las obligaciones implícitas en el Derecho Internacional? Esa es la pregunta que planteó el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, en la Conferencia de Moscú sobre la Seguridad Internacional [1].
Durante los últimos años, Washington ha promovido el concepto de «unilateralismo». El Derecho Internacional y las Naciones Unidas deberían ceder el paso a la fuerza de Estados Unidos.
Esta concepción de la vida política proviene de la historia misma de Estados Unidos: los colonos que llegaban a América pretendían vivir allí a su antojo y hacer fortuna. Cada comunidad elaboraba sus propias leyes y rechazaba la intervención del gobierno central en sus asuntos locales. El presidente y el Congreso federal se encargan de la Defensa y de las Relaciones Exteriores, pero –al igual que los ciudadanos– no aceptan una autoridad superior a la suya.
El presidente estadounidense Bill Clinton atacó Yugoslavia violando alegremente el Derecho Internacional. George Bush hijo hizo lo mismo contra Irak y Barack Obama también lo hizo al agredir sucesivamente Libia y Siria. Donald Trump, por su parte, nunca ha escondido su desconfianza hacia las reglas supranacionales.
En alusión a la doctrina Cebrowski-Barnett [2], Serguei Lavrov declaró:
«Tenemos claramente la impresión de que los estadounidenses tratan de mantener un estado de caos controlado en ese inmenso espacio geopolítico [el Medio Oriente], con la esperanza de utilizarlo para justificar la presencia militar de Estados Unidos en esa región sin límite de tiempo para promover su propia agenda.»
El Reino Unido es otro país que se ha tomado libertades en materia de Derecho. El mes pasado, Londres acusó a Moscú, sin presentar la menor prueba, en el «caso Skripal» y trató de reunir una mayoría en el Asamblea General de la ONU para excluir a Rusia del Consejo de Seguridad. Por supuesto, para los anglosajones resultaría mucho más fácil reescribir unilateralmente el Derecho sin tener que tomar en cuenta las opiniones de quienes se atreven a enfrentárseles.
En Moscú no creen que Londres haya sido capaz de emprender esa iniciativa y consideran que sigue siendo Washington quien dirige la orquesta.
La «globalización», o sea la «mundialización de los valores anglosajones», ha creado entre los Estados una sociedad clasista. Pero no hay que confundir este nuevo problema con la existencia del derecho de veto. Es verdad que la ONU, aunque proclama la igualdad entre los Estados –independientemente de su extensión geográfica–, reconoce en el Consejo de Seguridad 5 miembros permanentes con derecho de veto. La existencia de ese directorio, conformado por los principales vencedores de la Segunda Guerra Mundial, es necesaria para que esos mismos Estados acepten el principio mismo de un Derecho supranacional. Pero cuando ese directorio no logra pronunciarse sobre la manera de aplicar ese Derecho, la Asamblea General puede hacerlo en su lugar… al menos teóricamente ya que los Estados pequeños que se atreven a votar contra una potencia saben que van a ser objeto de represalias.
La «mundialización de los valores anglosajones» deja de lado el honor y valoriza la ganancia, de manera que lo único que determina hoy el peso de las proposiciones de un Estado es su nivel de desarrollo económico. Pero 3 Estados han logrado en los últimos años hacer oír sus voces gracias al contenido de sus proposiciones y no en función de sus economías. Esos 3 Estados son el Irán de Mahmud Ahmadineyad (actualmente bajo detención domiciliaria en su propio país), la Venezuela de Hugo Chávez y la Santa Sede.
La confusión engendrada por los valores anglosajones ha conducido a financiar organizaciones intergubernamentales con dinero privado. Como una cosa lleva a la otra, en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), por ejemplo, los Estados han ido abandonando poco a poco su poder de proposición… en beneficio de los operadores privados de telecomunicaciones, reunidos en un Comité «de consulta».
La «comunicación», nueva manera de llamar lo que antes se denominaba «propaganda», se impone en el campo de las relaciones internacionales. Desde el secretario de Estado estadounidense agitando ante el Consejo de Seguridad de la ONU una probeta con falso ántrax hasta el ministro británico de Exteriores mintiendo sobre el origen del novichok de Salisbury, la mentira ha sustituido al respeto, dejando espacio a la desconfianza.
En los primeros años de su creación, la ONU trataba de prohibir la «propaganda de guerra» pero hoy en día son precisamente varios miembros permanentes del Consejo de Seguridad quienes se dedican a ese tipo de propaganda.
Lo peor ha sido lo sucedido en 2012, cuando Washington logró imponer a uno de sus peores halcones, Jeffrey Feltman, como número 2 de la ONU [3]. Desde aquel momento, las guerras se organizan en Nueva York, precisamente en la sede de la institución que debería evitarlas.
Rusia se interroga en este momento sobre la posible voluntad de las potencias occidentales de bloquear las Naciones Unidas. En ese caso, podría crear una institución alternativa pero ya no habría un foro donde los dos bloques pudieran sentarse a conversar.
Una sociedad sin Derecho se convierte en un caos donde el hombre vuelver a ser el lobo del hombre. Exactamente de la misma manera, el mundo se convertirá en un campo de batalla si abandona el Derecho Internacional.

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