No existe la menor duda de que vivimos la transición política más tersa de la que se tenga memoria en México.
Lo que sucedió la noche de las elecciones, en la que todos los actores, sin regateos, le reconocieron su victoria a Andrés Manuel López Obrador, dan testimonio de lo que decimos.
Ni qué decir del primer encuentro entre mandatarios, saliente y entrante, con una segunda reunión que culminó el lunes con la sorprendente escena en la que los gabinetes entrante y saliente aparecieron juntos, con civilidad suprema.
Pero sobre todo con mensajes cruzados de Peña Nieto y López Obrador en la que no se maquillaron las diferencias, pero se ventilaron con todo respeto y diplomacia.
Por eso llama la atención que en medio de esta transición de terciopelo pocos pongan atención de lo que parece ser el único foco rojo: las frágiles relaciones del nuevo gobierno con las fuerzas armadas.
Existe auténtica preocupación, tanto en el equipo del presidente electo como en los altos mandos militares, en concreto de la Secretaría de la Defensa, por lo que interpretan como “desencuentros poco afortunados”.
Las relaciones entre López Obrador y las fuerzas armadas tienen su historia de confrontaciones. Las posturas del futuro primer mandatario en casos como Tlatlaya y Ayotzinapa, tensan la cuerda.
A pocos de su círculo íntimo escapa que el general Secretario Salvador Cienfuegos tiene un prurito personal hacia el presidente electo, que no esconde ni en sus recientes discursos internos, al hablar frente a los altos mandos castrenses.
El conflicto estaría en que para los jefes de la Secretaría de la Defensa, López Obrador no está dispuesto a respetar las reglas no escritas sobre quién, cómo y por qué se designa al nuevo Secretario de la Defensa. Y eso irrita a algunos generales, en especial al Secretario Cienfuegos.
Más aún, cuando el presidente electo tiene meses mostrando su predilección por instalar al frente de los militares a un general retirado de todas sus confianzas, Audomaro Martínez Zapata.
Se sabe que ya se dio un encuentro a puerta cerrada entre López Obrador y algunos integrantes del equipo de transición, con los titulares de la Defensa y la Marina.
Y que por lo menos en el caso del general Cienfuegos, el intercambio fue seco, cortante y en la frontera de la confrontación.
Una situación muy distinta con el Secretario de Marina, el Almirante Vidal Soberón, quien desde meses atrás viene tejiendo un discurso conciliador.
Ese puente incluyó un claro pronunciamiento, en plena campaña política, de que los marinos serían leales a quien fuera electo, sin importar la filiación política.
Por supuesto que dentro de la Secretaría de la Defensa las líneas de la disciplina castrense obligan a mantener la lealtad hacia lo que instruya su mando supremo, que es el general Secretario.
Pero tampoco es un secreto que ya existen importantes fracciones entre jerarcas militares que disienten de la actitud del general Cienfuegos y que intentan ya operar su propia agenda con el nuevo gobierno.
Sea como fuere, hay que levantar la ceja. Un descuido en el manejo de la relación entre el nuevo gobierno y los hombres de verde podría ser la gota que arruine el terciopelo de una transición hasta ahora de ensueño.
Lo que sucedió la noche de las elecciones, en la que todos los actores, sin regateos, le reconocieron su victoria a Andrés Manuel López Obrador, dan testimonio de lo que decimos.
Ni qué decir del primer encuentro entre mandatarios, saliente y entrante, con una segunda reunión que culminó el lunes con la sorprendente escena en la que los gabinetes entrante y saliente aparecieron juntos, con civilidad suprema.
Pero sobre todo con mensajes cruzados de Peña Nieto y López Obrador en la que no se maquillaron las diferencias, pero se ventilaron con todo respeto y diplomacia.
Por eso llama la atención que en medio de esta transición de terciopelo pocos pongan atención de lo que parece ser el único foco rojo: las frágiles relaciones del nuevo gobierno con las fuerzas armadas.
Existe auténtica preocupación, tanto en el equipo del presidente electo como en los altos mandos militares, en concreto de la Secretaría de la Defensa, por lo que interpretan como “desencuentros poco afortunados”.
Las relaciones entre López Obrador y las fuerzas armadas tienen su historia de confrontaciones. Las posturas del futuro primer mandatario en casos como Tlatlaya y Ayotzinapa, tensan la cuerda.
A pocos de su círculo íntimo escapa que el general Secretario Salvador Cienfuegos tiene un prurito personal hacia el presidente electo, que no esconde ni en sus recientes discursos internos, al hablar frente a los altos mandos castrenses.
El conflicto estaría en que para los jefes de la Secretaría de la Defensa, López Obrador no está dispuesto a respetar las reglas no escritas sobre quién, cómo y por qué se designa al nuevo Secretario de la Defensa. Y eso irrita a algunos generales, en especial al Secretario Cienfuegos.
Más aún, cuando el presidente electo tiene meses mostrando su predilección por instalar al frente de los militares a un general retirado de todas sus confianzas, Audomaro Martínez Zapata.
Se sabe que ya se dio un encuentro a puerta cerrada entre López Obrador y algunos integrantes del equipo de transición, con los titulares de la Defensa y la Marina.
Y que por lo menos en el caso del general Cienfuegos, el intercambio fue seco, cortante y en la frontera de la confrontación.
Una situación muy distinta con el Secretario de Marina, el Almirante Vidal Soberón, quien desde meses atrás viene tejiendo un discurso conciliador.
Ese puente incluyó un claro pronunciamiento, en plena campaña política, de que los marinos serían leales a quien fuera electo, sin importar la filiación política.
Por supuesto que dentro de la Secretaría de la Defensa las líneas de la disciplina castrense obligan a mantener la lealtad hacia lo que instruya su mando supremo, que es el general Secretario.
Pero tampoco es un secreto que ya existen importantes fracciones entre jerarcas militares que disienten de la actitud del general Cienfuegos y que intentan ya operar su propia agenda con el nuevo gobierno.
Sea como fuere, hay que levantar la ceja. Un descuido en el manejo de la relación entre el nuevo gobierno y los hombres de verde podría ser la gota que arruine el terciopelo de una transición hasta ahora de ensueño.
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