A estas alturas no se sabe bien quién desea más que estalle el
asunto de Obredecht, si Peña Nieto –para que en función del veredicto
del primero de julio alguien le quite ese cáliz y se haga justicia– o
los nuevos que llegan, quienes habrán ganado unos meses de hacer
justicia.
Lo cierto es que el reloj comenzó a contar y en cualquier momento, con Lozoya o sin él, tendrá que estallar.
En ese estallido no sólo lo hará Lozoya –tan importante él, hijo de la aristocracia diplomática del país– sino que detonará todo lo que costó el sueño del 2012, el de hacer a un simple hombre de Atlacomulco, Presidente.
Pero lo cierto es que en medio de este tsunami de amor que nos invade y de estas propuestas de “perdón sí, olvido no”, el tema de Odebrecht se está convirtiendo en el pariente incomodo de todos los que se van y de los que vienen, ya que no tienen muy claro si deben comenzar a reactivar la hoguera de la Alameda, tal y como lo hizo la Inquisición.
Parece que es imposible seguir manteniendo a Odebrecht. Huele por todas partes, es como esos quesos que a partir de un momento ni siquiera en el refrigerador aguantan. El problema no es quién tirará la primera piedra, sino a quién le pondrán la primera esposa.
Imagínese usted que a Lozoya no hay que extraditarlo, él viene por su propio pie desde Texas, que es donde vive, y explica la verdad: sí, me lo dieron y yo se lo pasé a este. ¿Y luego?
¿A quién se lo pasó? Comenzamos a tener problemas, porque en cualquier caso habría sido un dinero recibido para la campaña que nunca fue declarado y eso en este país, aunque parece increíble, es un delito.
Es una situación curiosa que permite ver dónde están los límites que estamos buscando.
Odebrecht ha llegado a ser pesado. En algunos países como Perú, llevan tres presidentes y medio encartados. Mientras que en otros tienen al presidente que fue y al que será en la cárcel. En la mayoría es un escándalo.
Los únicos que pueden pasar sobre Odebrecht son los norteamericanos, quienes están sonriendo y cobrando comisiones por el dinero que lavaron, mancharon y volvieron a lavar.
Porque todas las operaciones se hicieron en dólares y, por lo tanto, pagaron un impuesto al Tío Sam.
¿Qué haremos con Odebrecht? ¿Los meteremos a la cárcel?¿Ese será el baremo de la nueva era?
Hasta ahora no ha habido miedo. A partir de Odebrecht no es que vaya a haberlo, pero una vez que esto empieza, realmente empieza. Así como “La Maestra” que pasea por la Quinta Avenida sin ningún problema, mañana los que dieron la orden de matar con ventaja y alevosía en Tlatlaya, o en cualquier otro lugar que tenga algún desaparecido como en Tamaulipas, pueden empezar a temblar. Porque antes del cambio de régimen resulta que de golpe, para cualquier caso como el de Odebrecht, la justicia y el Estado mexicano se vuelven serios.
Sabemos que el recorrido del dinero de Odebrecht tuvo su origen en un paraíso fiscal y que llegó a nuestro país. Que recorrió varios estados, la Ciudad de México e Hidalgo por lo menos. ¿Y qué más?
Lo cierto es que el reloj comenzó a contar y en cualquier momento, con Lozoya o sin él, tendrá que estallar.
En ese estallido no sólo lo hará Lozoya –tan importante él, hijo de la aristocracia diplomática del país– sino que detonará todo lo que costó el sueño del 2012, el de hacer a un simple hombre de Atlacomulco, Presidente.
Pero lo cierto es que en medio de este tsunami de amor que nos invade y de estas propuestas de “perdón sí, olvido no”, el tema de Odebrecht se está convirtiendo en el pariente incomodo de todos los que se van y de los que vienen, ya que no tienen muy claro si deben comenzar a reactivar la hoguera de la Alameda, tal y como lo hizo la Inquisición.
Parece que es imposible seguir manteniendo a Odebrecht. Huele por todas partes, es como esos quesos que a partir de un momento ni siquiera en el refrigerador aguantan. El problema no es quién tirará la primera piedra, sino a quién le pondrán la primera esposa.
Imagínese usted que a Lozoya no hay que extraditarlo, él viene por su propio pie desde Texas, que es donde vive, y explica la verdad: sí, me lo dieron y yo se lo pasé a este. ¿Y luego?
¿A quién se lo pasó? Comenzamos a tener problemas, porque en cualquier caso habría sido un dinero recibido para la campaña que nunca fue declarado y eso en este país, aunque parece increíble, es un delito.
Es una situación curiosa que permite ver dónde están los límites que estamos buscando.
Odebrecht ha llegado a ser pesado. En algunos países como Perú, llevan tres presidentes y medio encartados. Mientras que en otros tienen al presidente que fue y al que será en la cárcel. En la mayoría es un escándalo.
Los únicos que pueden pasar sobre Odebrecht son los norteamericanos, quienes están sonriendo y cobrando comisiones por el dinero que lavaron, mancharon y volvieron a lavar.
Porque todas las operaciones se hicieron en dólares y, por lo tanto, pagaron un impuesto al Tío Sam.
¿Qué haremos con Odebrecht? ¿Los meteremos a la cárcel?¿Ese será el baremo de la nueva era?
Hasta ahora no ha habido miedo. A partir de Odebrecht no es que vaya a haberlo, pero una vez que esto empieza, realmente empieza. Así como “La Maestra” que pasea por la Quinta Avenida sin ningún problema, mañana los que dieron la orden de matar con ventaja y alevosía en Tlatlaya, o en cualquier otro lugar que tenga algún desaparecido como en Tamaulipas, pueden empezar a temblar. Porque antes del cambio de régimen resulta que de golpe, para cualquier caso como el de Odebrecht, la justicia y el Estado mexicano se vuelven serios.
Sabemos que el recorrido del dinero de Odebrecht tuvo su origen en un paraíso fiscal y que llegó a nuestro país. Que recorrió varios estados, la Ciudad de México e Hidalgo por lo menos. ¿Y qué más?
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